El cuerpo lleva la cuenta, por eso tratan de esconderlo. El cuerpo es lo único fiel.
En las pruebas de choque de los coches suelen usarse dummies o muñecos masculinos para el airbag. No me saltó en mi accidente. Pagué el láser para borrar la cicatriz de mi frente. Doble injusticia. Tomo isotretinoina para quitar el acné que me ha indicado estos años cuándo estaba sobrepasada. Buscas un médico que te quite la giba de la nariz que tiene toda tu familia. Rozas ya los cuarenta: no puedes llevar esa falda. Ponte un par de tetas y págalas a cómodos plazos. Cómprate este suplemento para acabar con la cara de luna del cortisol, (da igual que lo tengas alto porque tu jefe te está apretando las tuercas). Este retinol es el mejor para difuminar imperfecciones. Si empiezas con baby botox a los veinte, después en realidad vas a seguir teniendo que ponértelo a los cuarenta, pero yo te digo que no y así te hago pagar, como el diezmo al siervo, una visitilla asegurada en mi clínica por varias décadas. Tranquila, que los efectos secundarios del Ozempic están ya súper controlados, si quieres te enseño un paper.
En clase de Ética enseño el transhumanismo con ejemplos claros. Bebés diseñados, vientres de alquiler, pasar nuestros recuerdos a una máquina tras la muerte, la mayoría de mi alumnado puede entender él mismo que son locuras, y que quedan lejos (material o técnicamente). Son casos fáciles. Las horas de mi asignatura son reducidas (cada vez más, aunque no nuestras lectivas) y no puedo pararme siempre a bajar a la actualidad como me gustaría. Creo que necesitaría un tema entero para explicar decentemente cómo el hecho de que abran instagram y tengan a cuatro solteras de La Isla de las Tentaciones patrocinando su “versión pro” gracias a la nueva lipoescultura que se han hecho es la clase más cercana de transhumanismo que tenemos. Hasta este artículo y tu spam de atención leyéndome se me quedan cortos. Como dice Christina Adane (@consuming en Substack) la identidad virtual, el perfil verificado, es capaz de cruzarse con lo orgánico, hasta el punto de alterar el cuerpo que no está en línea para parecerse lo máximo a su avatar, pasar a convertirse en un sistema operativo estético, poder descargar Faceapp en la vida real, ser carne con información algorítmica. Aun así, mis alumnas asienten, algo entendemos todas.
No debe ser coincidencia vivir el desarrollo técnico y el beneplácito médico para borrar nuestro cuerpo, una muestra que refleja y mide la historia, en un momento socioeconómico de regresión y auge ultraderechista. El genocidio palestino está siendo televisado y retransmitido sin que nada lo frene. Presenciamos el desmantelamiento de la economía de bienestar, el nuevo ciclo político, la desactivación de grupos críticos con infiltraciones policiales, la vuelta de valores violentos en forma de Reels o una nueva versión de explotación. El objetivo es olvidar, hiperfijar nuestra atención en un show, un campeonato, lo que nos haga desconectar, que todo pase tan rápido como para poder asimilarlo, antes de que no estemos conformes. El contexto atraviesa nuestra piel en distintos síntomas, pero la ciencia, jamás neutral, logra desarrollar un fármaco o procedimiento para limpiar los pequeños cadáveres de sus tiempos. Es el crimen perfecto: la responsabilidad de evitar que se note lo que me acontece resulta ser solo mía.
Antes, sólo podían permitírselo las ricas y las famosas, pero ahora que se ha democratizado el acceso a los procedimientos estéticos, no tengo excusa. Puedo pagarlo poco a poco o pedir un microcrédito. Si no lo hago, es mi culpa ser desaliñada, gorda, marimacho, fea, en definitiva, mala. Tendré insultos en redes señalándomelo, comentarios “inocentes” disciplinándome. Es imperativo popular hacer de una ruptura el momento de mejorar y cambiar, hay que demostrar lo mucho que has pasado página, qué decides hacer con, al menos, tu flequillo. Ya que estás en la pelu, de paso, hazte un tratamiento, que te lo dejo en oferta y así te ves mejor. No se te puede ocurrir duelar mientras se te ve estar en la mierda, debes salir de ello mejor, más guapa, como Hércules con el León de Nemea, con un nuevo cambio y la piel de tu ex derrotado a la espalda. Recuerdo que en unas semanas tenemos el verano: ahora toca operación bikini, o si no, puedes conformarte con subirte al carro de bromear con vestir como un hombre (pues claro, eso debe ser malo), como Adam Sandler en concreto, para las resignadas en TikTok que desean taparse. Pero no te preocupes, que si ya llegas tarde, ahora tienes el Winter Arc, donde controlas y restringes (desde la disciplina y lo healthy, ojo) para preparar tu versión mejorada en año nuevo, dejando todo en el pasado. Es como una operación bikini de invierno, invierano como en Phineas y Ferb, o más bien, saliendo de la ficción, como este cambio climático.
Borrar y esconder todo lo que eres y has sido. Ser solo un caballo con anteojeras corriendo hacia el futuro. Como no me permiten tener épocas diferenciadas en mi vida, sino solo ir a mejor, no puedo conectar con qué viví en cada una de ellas. Si mi cuerpo no refleja la explotación y el estrés crónico que sufro, si no se me nota claramente que no sé dónde voy a trabajar en un par de meses, donde voy a vivir, quién me sostendrá, ¿cómo voy a poder darme cuenta y quejarme? ¡Anda, pero si estás estupenda! Borra tu cuerpo, borra tu historia, así no la conocemos al pasar. Ando contigo de la mano mientras subimos tu barrio y me señalas dónde estaba un centro social que ahora es un bloque de apartamentos turísticos. La calle también es mi cuerpo: sonrío si cruzo el bar en el que te pregunté por primera vez si podía besarte.
(…) Se os ve muy felices, a ver si me lo presentas. ¡Ay, perdón! Voy, perdona tía, que estoy aquí corriendo al metro y no veo al señor con la lluvia. Espera. Que he tenido que cortar el audio, no sé por dónde iba. A lo otro que me dices al final, ya sabes tía, el amor engorda, lo dice todo el mundo, a mí me pasó con mi ex. Haces más planes y claro, comes más guarrerías. Te lo digo, que con los veinticinco todo cambia, y si ahora te preocupas, espérate a verte a los treinta, que mi madre se puso… no veas cómo se puso para el cuerpo que tenía siempre, y lo guapa que estaba en la foto que subí para el día de la madre. Decido no contestar ese mensaje porque te quiero y sé que tú también lo sufres, y porque ya casi no hablamos, que con el curro este no tienes tiempo. Para lo poquito que puedo disfrutarte no voy a entrar en estos temas. Toda mi infancia me han advertido que las mujeres de mi familia eran obesas. En mi adolescencia mis bullies se reían de este cuerpo, que, paradójicamente, era exactamente igual que el suyo. Supongo que en mi edad adulta voy a tener que seguir con este miedo sumado al terrible y loco acto que cometo envejeciendo. A mi coche le salta el piloto de “baja presión de las ruedas” constantemente, a mí “dejas de parecer canónica”.
Hace dos años escribía el TFG sobre Moreno Pestaña y me escapé a comprar la cena con la camiseta del pijama debajo del abrigo. Llevaba toda la tarde leyendo sobre capital estético, no sé si estaba de acuerdo con el término. “¿Algo más, guapa?” me sacó de mi rumia académica, miré a la mujer que me hablaba, cómo plantaba los filetes sobre el papel blanco en el peso de la carnicería, y en ese momento, me sentí igual que esa masa que una vez fue cuerpo. Me di cuenta de que cada vez que me subía a la báscula estaba haciendo exactamente eso, reducirme a una cifra, reificarme, objetivarme para comprobar lo útil o consumible que era, lo que valdría en sociedad. Aún hoy no sé si estoy de acuerdo con el término, pero sí veo que existe el fenómeno. Siento admitir que por el bien de mi recuperación, desde entonces no pude dejar de comer carne, pero sí de pesarme.
Ya he entrado demasiado en esos juegos. Te adelanto que al final de la meta, cuando consigues ser delgada, en realidad no sientes nada. No hay realización, no hay proyección. Te sientes desconectada de tus resultados porque te perdiste en el circuito. No, no desaparece el hechizo y te recorre brillantina por el cuerpo: solo conseguiste ser más dócil, estar más cansada, más hambrienta, no tener fuerza, no tener voz, ocupar menos espacio, no molestar. El ascensor social de la belleza está roto y cae al sótano de un golpe cuando lo usas demasiado. La comida está más cara, los sueldos no llegan, y hay una población mal nutrida y disociada incapaz de pensar ni organizarse. Son las cuatro de la mañana y lloro esta noche porque no puedo dormir, la realidad es que tengo delirios de control, ambiciones, estoy hambrienta de todo, necesito más espacio, a más gente, enfadarme, chillar, pintar las paredes de las clínicas y los despachos de los que cada vez se enriquecen más a costa de nuestras desgracias.
Pienso en cuánto debo pasar para poder vivir tranquila, lo que debo hacer a cambio de ser normativa. Aún así, tengo la esperanza en mí. ¿Y si tan solo esto es suficiente? ¿Qué tan malo sería, qué delito, qué pecado? No es autoindulgencia, planteo la simple y llana aceptación. Este cuerpo es el que ha estado todos los días, incluso cuando yo no quise estar. Lo más fiel que tengo. Lo acaricio y lo siento, lo siento. Perdón, lo siento mucho. En una hora me despierto a estudiar, son las seis de la mañana y sigo escribiendo. Me miro a la cara en el espejo, dejo de tocar mi tripa, toco el cansancio. Recuerdo este gesto que ni siquiera es mío. Te debo una disculpa. Qué osada soy de permitirme por un solo momento dudar de esto que soy, del potencial de mi arma, que me cuida y me nutre, me hace vivir, me mantiene y defiende, la estructura que me ha permitido sentir toda la belleza y me concederá todo el amor por venir que ni siquiera aún soy capaz de imaginarme. Todos los momentos que me erizaron el pelo, todos mis orgasmos, mis sonrisas, las mariposas en mi tripa. La marca, el límite, la cicatriz, el recuerdo, el salto de nervios automático cuando me cruzo lo que me hizo tantísimo daño. Lo que intuyo antes de pensarlo. Tu ausencia. Lo siento. Te miro cansada, porque tenemos el mismo gesto. Te pido disculpas, porque mirándome recuerdo ser tu hija y lo último que me queda aquí de ti. Me digo que tengo la suerte de estar envejeciendo, algo que tú nunca tuviste, y cómo el mayor homenaje que puedo hacerte es cada año que vivo más que tú. Lo siento. Cómo me atrevo a siquiera pensar en borrar lo que me has regalado. Todo esto, a mi disposición, a mis órdenes hasta explotar y obligarme a frenar.
Debemos ser mejor que esto. Tenemos que buscar mayor discernimiento. Espero poder ser tan osada de creer aún que una vida y un cuerpo emancipados son tan urgentes como posibles. Mi cuerpo encarna la historia de mi existencia y la de todos los seres que me han amado, de mis ancestros y la supervivencia durante siglos de la humanidad.
A mi naturaleza le debo la gloria organizada y el placer compartido pero, como mínimo esta noche, tendrá mi respeto.
Ahora vuelvo a dormir. Ahora me permito descansar.
“I sing the body electric,
The armies of those I love engirth me and I engirth them,
They will not let me off till I go with them, respond to them,
And discorrupt them, and charge them full with the charge of the soul.
Was it doubted that those who corrupt their own bodies conceal themselves?
And if those who defile the living are as bad as they who defile the dead?
And if the body does not do fully as much as the soul?
And if the body were not the soul, what is the soul?
The love of the body of man or woman balks account, the body itself balks account,
That of the male is perfect, and that of the female is perfect. (...)”
I Sing the Body Electric, Walt Whitman.