Ernest Hemingway es para muchas voces más autorizadas que la mía el mejor autor norteamericano del siglo XX. Sumado a esto, es mi escritor favorito, del que más libros he leído y que más hondamente me ha calado en su conjunto. Aviso esto para aclarar que probablemente no sea objetivo, veraz ni justo, pero bueno, así es la vida. Vamos allá.
Porque, pese a ser un animal, poseía una extraordinaria sensibilidad. No conozco un libro que retrate mejor la pérdida que el demoledor Islas a la deriva, en la cual relata de manera desgarradora la muerte de los hijos de Thomas Hudson, un pintor norteamericano (que es sin duda una representación de él mismo), en Cuba. Asimismo, describe el enamoramiento y el amor de manera poderosísima en multitud de novelas suyas. Se habla mucho de la relación entre María y Robert Jordan en Por quién doblan las campanas, aunque a mí siempre me pareció un poquito forzado el enamoramiento entre el idealista artillero y la pobre chica campesina española (lo único malo que diré del libro), además de que hay una parte que cuenta el primer momento en el cual hacen el amor que, pese a ser muy celebrada, a mí me parece tremendamente cursi. Sin embargo, y con la salvedad de la preciosidad del final de Adiós a las armas, ninguna de sus novelas refleja más fielmente su concepción del amor que Al otro lado del río y entre los árboles, que cuenta la historia de Richard y Renata, su preciosidad de relación y la intensa pasión que sienten el uno por el otro. Me gusta mucho el contraste entre su personalidad fuerte, decidida y arrogante, a la cual no se le presume capacidad de emocionarse ni de ser tierno, y la realidad es que lo era, y mucho. Quiso mucho a todas sus mujeres y a muchas de ellas las hizo muy desgraciadas, pero no nos quedemos con eso y fijémonos en qué manera expresa el amor en Paris era una fiesta "Cuando le dejé en su casa y volví en taxi a la serrería, me pareció maravilloso ver de nuevo a mi mujer, y nos fuimos a tomar una copa a la Closerie des Lilas. Estábamos contentos como niños a los que han separado y que logran reunirse, y le conté el viaje."
Porque tiene más libros importantes de los que puedo hablar en estas páginas. Hay una arraigada costumbre, especialmente española, de comenzar a leer a Ernest leyendo El viejo y el mar, Muerte en la tarde o Fiesta. Honestamente, y partiendo de la base de que no soy en absoluto quién, Muerte en la tarde y Fiesta son ambos Hemingway menor, completamente prescindibles y tampoco dicen gran cosa. Si te interesa su aproximación a los toros, me parece muchísimo más interesante lo que comenta de este mundo en Por quién doblan las campanas y lo que narra Pilar (personaje tremendo), acerca de su primer marido, Fermín, el torero sin suerte y que era tan hombre que solo fumaba con la zurda, sin duda mucho más chulo y duro que Pedro Romero.
El orden ideal, dentro de sus novelas más importantes (dejando de un lado sus cuentos, que son estupendos; si tengo que recomendar solamente uno, es el imprescindible Las nieves del Kilimanjaro) es el siguiente: Por quién doblan las campanas, Adiós a las armas, París era una fiesta, Islas a la deriva, Al otro lado del río y entre los árboles y, finalmente, El viejo y el mar. Lo dicho, El viejo y el mar se aprecia infinitamente más cuando ya controlas un poquillo de por dónde van los tiros, entiendes sus obsesiones y su concepción del ser humano, así que hazme caso y déjatelo para el final.
Porque es el escritor con la vida más interesante que yo conozca. Es de sobra sabido (e incluso parodiado, tal y como hizo Woody Allen en Midnight in Paris) que tuvo una vida de absoluta película, de entre la cual destacaré tres episodios que parecen mentira pero que son 100% reales, o todo lo reales que pueden ser unos hechos que no están apoyados por pruebas digitales fehacientes. Bendita inocencia y bendita juventud.
En primer lugar, sobrevivió a dos accidentes de avión en dos días consecutivos. Evidentemente, no eran aviones que cogiese para sobrevolar la campiña francesa mientras bebía champán, si no que estaba haciendo el loco en África. En segundo lugar, durante la Segunda Guerra Mundial, colaboró con la OSS norteamericana (más o menos, el embrión de la CIA) pero también colaboró con el KGB, tal y como revelaron los archivos desclasificados del KGB, con el alias "Argo". No se sabe si por este motivo o por su vinculación, en general, con el antifascismo (que en esa época se vinculaba con el comunismo, qué tiempos tan sencillos) el FBI lo siguió durante más de dos décadas, aunque nadie le creyese y fuese ingresado por, entre otras cosas, episodios paranoicos relacionados con el seguimiento que él aseguraba sufrir. En tercer lugar, era buen boxeador y tirador y, pese a que luego escribiese un librillo apenas conocido ensalzando la captura de un gigantesco marlín, en una ocasión se defendió con una metralleta del ataque de unos tiburones que pretendían robarle la presa que acaba de capturar.
Pese a que su vida fue interesantísima, también hay gran cantidad de bulos sobre su persona, probablemente alimentados por él mismo. Era sin duda un fanfarrón y un tipo pagado de sí mismo pero, de verdad, si el mismísimo Hemingway no puede ser chulo ¿quién coño puede?. No quiero hacer sangre y no diré nada más pero, por ejemplo, está bastante claro que nunca estuvo en la toma de Belchite, que no pegó ningún tiro en la Guerra Civil y que en la toma de París se limitó a hacer de recadero.
Porque creó el que, durante muchos años, fue mi personaje de ficción favorito, Robert Jordan. Influye especialmente el hecho de que lo leí en mi adolescencia tardía (es el libro que me llevé al viaje de Interrail, días gloriosos) pero durante muchos años formé (o traté de hacerlo) buena parte de mi brújula moral en base a lo que opinaría el joven profesor estadounidense, voluntario de las Brigadas Internacionales y experto en explosivos. Este libro, Por quien doblan las campanas, es casi perfecto. En serio lo digo, me parece casi insuperable. Narra la historia del bueno de Robert y su participación en la Guerra Civil Española, apoyando a un bando de guerrilleros que se encuentran emboscados en la Sierra de Guadarrama y que tiene como misión principal volar un puente que se encuentra dentro de la zona controlado por el bando nacional. Pese a que mi postura tiene un puntito cainita y me suelen molestar bastante las afirmaciones absolutas acerca de la Guerra Civil (casi tanto como me molesta que siga siendo un tema presente en la conversación política, por favor, dejémoslo ya, fue todo terrible, como corresponde a una guerra entre españoles), hace un retrato fundamental de las complejidades y contradicciones del bando republicano, de la brutalidad de las represiones y fusilamientos del bando nacional y, sobre todo, del inmenso parecido que tenían los combatientes de ambos bandos.
Porque habla de los grandes temas de la Humanidad. En esta época, en la que todos somos guays y hablar de honor, lealtad o amor es una horterada horrorosa que proviene de los privilegios del orden blanco primermundista, hace nada de nada era importante para un hombre y para una mujer ser valientes, honrados y honorables. No ansío un pasado mejor, y creo que había exactamente la misma cantidad de hijos de puta hace cincuenta años que ahora, pero sí creo que hay una especie de respeto por uno mismo y por sus semejantes que solamente se gana si te comportas, o al menos intentas hacerlo, en base a palabras que puedes encabezar por mayúscula. Brevísimo apunte para cerrar: para Hemingway, el culmen de la valentía de un hombre era ser capaz de escupir mientras lo conducían al pelotón de fusilamiento. Deja por un lado el militarismo capitalista y antiecológico que encierra este hecho y analiza con cuidado la santa gallardía que hay que tener para que tu último acto en esta tierra sea un acto de desprecio hacia aquellos que ya te han condenado y que están a punto de matarte.
Porque es fácil de leer. Para los lectores más tímidos o inexpertos (leer es un hábito, como fumar y, como fumar, se entrena y se mejora) deciros que escribe de manera sencilla. Su técnica narrativa se conoce como teoría del iceberg, y dejo que él mismo la defina: "Si un escritor omite algo porque no lo sabe, hay un vacío en su historia. Pero si omite algo porque lo sabe, el lector lo sentirá". Es decir, que no da la chapa, si quieres puedes reflexionar acerca de lo que ha escrito y de las implicaciones que tiene pero si eliges no hacerlo (aunque pensar suele ser recomendable y sanísimo), te lo pasas bien y ya está. Muchos de sus libros tratan temas "de acción" y son muy movidos, pasan cosas, enganchan etc. O sea, lo que te da Gómez-Jurado pero sin tener que recurrir a frases para cerrar los capítulos como (me la invento) "Y no pudo creer lo que vieron sus ojos". Hacer eso es vago, no conduce a nada y es literatura menor; Ernest te da la misma inmediatez sin necesidad de tirar de trucos de mago cutre.
Ahora que llega el veranito, gracias a Dios, y se empieza a decir la tontería de lectura playera o análogos, no caigas en la tentación de comprarte un libro de Carmen Mola o similares, porque te va a entretener, pero es un placer superficial, poco elaborado y que te va dar muy poco. Es mucho mejor leer a Hemingway, porque es exactamente igual de fácil y entretenido pero te aportará más cositas, además de poder quedar bien en un par de conversaciones.
Porque también murió como un campeón. Si bien no apoyo el suicidio en general – estaría bueno que me pareciese una cosa fantástica – de suicidarme, lo haría como Hemingway o Belmonte, escopetazo en la cabeza y pista. Esto obedece a un doble propósito, ya que tiene eficacia asegurada y puedes permitirte el postrer lujo de dejar que quien sea que tenga el placer de encontrarte con los sesos esparcidos, afirme que era un accidente mientras limpiabas el arma, tal y como hizo en un primer momento su pobre mujer, Mary Welsh. Además, me parece muy difícil morir con la misma fiereza con la que se ha vivido, y Ernest sin duda lo consiguió.
Porque le dieron el Nobel. Esto es más bromita interna para la indiscutiblemente apasionada y vocacional legión de fans que estos artículos sin duda me están granjeando, pero, por una puta vez, le dieron el Nobel.
En serio, lee a Hemingway. De los autores que llevo recomendados (con este van 9), es tal vez el que es más importante leer. Sumergirse en los libros de Hemingway es un verdadero lujo y un placer, te aportará cosas buenas y te hará pasar un buen rato. Por favor, hazlo.