El ataque de las cabras, Laura Chivite (Random House, 2025)

Ojalá el libro fuera todo un desastre total, un texto desordenado, con frases incoherentes, chistes acumulados, personajes estrafalarios e inverosímiles

“Si nadie sabe lo que estás haciendo, no puedes estar haciéndolo mal”

Ignatius Farray

Este libro está compuesto por tres relatos fantásticos titulados La cabra insolente I, II, y III, divertidos, sorprendentes, ligeros, grotescos, alegres, fábulas animalescas tan juguetonas como desgarradoras en una extraña modulación entre lo kafkiano y lo punki.

Estos tres relatos enmarcan una trama realista (en principio), lánguida, que de cotidiana se vuelve anodina, con áridos pasajes estirados como si hubieran despistado el rumbo o no encontraran la salida, y conversaciones que por momentos brillan, dan esperanza, levantan el ánimo con chistes del tono de los relatos de las cabras, y parece que ahí comienza un guion inesperado que por fin nos lleve a la carcajada o al susto, pero que pronto se enreda de nuevo en acontecimientos que quieren sorprendernos y conocemos todos, con giros que no giran mucho, y personajes que parecen cansarse un poco a sí mismas también.

La violencia de la novela está muy bien, quizá es lo mejor, una violencia ligera y cortante, profunda y sin dramatismos.

Cierta velocidad sintáctica dubitativa, tan adolescente y tierna, ciertas revelaciones de la vida que solo aparecen en los contactos entre generaciones que deberíamos tener más a menudo y aquí encuentran su lugar.

La adjetivación resulta floja, pero algunos verbos llaman la atención.

En conjunto lo que destaca de la voz del texto es que tiene gracia; no chiste, que también, sino gracia, como quien cocina con gracia o baila con gracia; una virtud poco común y difícil de rastrear hasta su origen, pero que cuando aparece es evidente; esperemos que esa gracia pueda brotar a su manera en futuras ocasiones, menos adecentada y menos ordenada.

Cuántas veces sospechamos que es la industria y no la que escribe quien ha hecho fallar un libro que en más de una ocasión demuestra que podría haber sido mucho más interesante.

El final, un final exagerado, difícil de justificar, por mucho que quiera adelantarse con extraños fenómenos salteados desde el principio, un final desmadrado y más incómodo que inquietante, ese final errado, es eso mucho más interesante que preferiríamos que abundara en este libro.

Como en las películas menos valoradas de Tarantino o de Sofia Coppola, uno puede pensar que no tienen sentido, que el uno se pasa de Ketchup o la otra no sabía qué contar, pero nos obligan a reconocer que han hecho otra vez su puta peli, han fracasado haciendo su puta movida, subir el volumen (o bajarlo) hasta el final, sin saber para qué, pero no ceder, yo voy por aquí, y quien quiera que me siga, y si no, no la vean, joder.

Esta misma novela lo sabe, y esta misma novela lo dice: “—No quiero ser especial, solo quiero hacer una puta película, nada más”.

La pena es que esta no parece ser su puta película; porque aquí sí sabemos lo que se está haciendo.

Ojalá el libro fuera todo un desastre total, un texto desordenado, con frases incoherentes, chistes acumulados, personajes estrafalarios e inverosímiles, pero se traiciona y se convierte en una novela bien equilibrada, con una trama que avanza, capítulos que conectan una anécdota con otra, sorpresas para el lector, pero que no se pierda, que no se incomode más de la cuenta.

—Aunque nos guste tanto ese alegato al cine como divertimento y menos Tarkovski y menos Bergman, a lo Paquita Salas, E3, T3, trama de Anna Castillo, en su escena de acceso a la RESAD —hasta el coño del distanciamiento brechtiano, más concursos de cocina para misses.

Con escenas como esa, el texto se da a sí mismo sus propias normas, y por eso es más doloroso cuando las traiciona, cuando de repente se vuelve convencional, una sobrina vive con su tía recién divorciada, y estudia el bachillerato, y cenan, y charlan, y recogen la mesa, y bueno, otra novela bien hecha, en vez de la broma macabra y deslavazada que, aunque el mercado editorial no se lo crea, es lo que nos habría encantado leer.

Desde aquí confiamos en que esta escritura agresiva y su gracia innata se desaten en la siguiente, con sus chistes macabros, sus diálogos brillantes e incómodos, sus tramas a trozos, y sus finales desquiciados porque sí, porque este esta es mi puta peli, y Hitler muere acribillado por los Aliados al final, ¿algún problema?, y que fracase otra vez, a su manera, que es lo mejor que puede hacer un texto: fallar otra vez, fallar mejor —ya lo dijo Beckett, o Ignatius, no sé.

Nos parece bien así, a lo loco y sin coherencia, pero también sin relleno.

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
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El ataque de las cabras, Laura Chivite (Random House, 2025)

Ojalá el libro fuera todo un desastre total, un texto desordenado, con frases incoherentes, chistes acumulados, personajes estrafalarios e inverosímiles

“Si nadie sabe lo que estás haciendo, no puedes estar haciéndolo mal”

Ignatius Farray

Este libro está compuesto por tres relatos fantásticos titulados La cabra insolente I, II, y III, divertidos, sorprendentes, ligeros, grotescos, alegres, fábulas animalescas tan juguetonas como desgarradoras en una extraña modulación entre lo kafkiano y lo punki.

Estos tres relatos enmarcan una trama realista (en principio), lánguida, que de cotidiana se vuelve anodina, con áridos pasajes estirados como si hubieran despistado el rumbo o no encontraran la salida, y conversaciones que por momentos brillan, dan esperanza, levantan el ánimo con chistes del tono de los relatos de las cabras, y parece que ahí comienza un guion inesperado que por fin nos lleve a la carcajada o al susto, pero que pronto se enreda de nuevo en acontecimientos que quieren sorprendernos y conocemos todos, con giros que no giran mucho, y personajes que parecen cansarse un poco a sí mismas también.

La violencia de la novela está muy bien, quizá es lo mejor, una violencia ligera y cortante, profunda y sin dramatismos.

Cierta velocidad sintáctica dubitativa, tan adolescente y tierna, ciertas revelaciones de la vida que solo aparecen en los contactos entre generaciones que deberíamos tener más a menudo y aquí encuentran su lugar.

La adjetivación resulta floja, pero algunos verbos llaman la atención.

En conjunto lo que destaca de la voz del texto es que tiene gracia; no chiste, que también, sino gracia, como quien cocina con gracia o baila con gracia; una virtud poco común y difícil de rastrear hasta su origen, pero que cuando aparece es evidente; esperemos que esa gracia pueda brotar a su manera en futuras ocasiones, menos adecentada y menos ordenada.

Cuántas veces sospechamos que es la industria y no la que escribe quien ha hecho fallar un libro que en más de una ocasión demuestra que podría haber sido mucho más interesante.

El final, un final exagerado, difícil de justificar, por mucho que quiera adelantarse con extraños fenómenos salteados desde el principio, un final desmadrado y más incómodo que inquietante, ese final errado, es eso mucho más interesante que preferiríamos que abundara en este libro.

Como en las películas menos valoradas de Tarantino o de Sofia Coppola, uno puede pensar que no tienen sentido, que el uno se pasa de Ketchup o la otra no sabía qué contar, pero nos obligan a reconocer que han hecho otra vez su puta peli, han fracasado haciendo su puta movida, subir el volumen (o bajarlo) hasta el final, sin saber para qué, pero no ceder, yo voy por aquí, y quien quiera que me siga, y si no, no la vean, joder.

Esta misma novela lo sabe, y esta misma novela lo dice: “—No quiero ser especial, solo quiero hacer una puta película, nada más”.

La pena es que esta no parece ser su puta película; porque aquí sí sabemos lo que se está haciendo.

Ojalá el libro fuera todo un desastre total, un texto desordenado, con frases incoherentes, chistes acumulados, personajes estrafalarios e inverosímiles, pero se traiciona y se convierte en una novela bien equilibrada, con una trama que avanza, capítulos que conectan una anécdota con otra, sorpresas para el lector, pero que no se pierda, que no se incomode más de la cuenta.

—Aunque nos guste tanto ese alegato al cine como divertimento y menos Tarkovski y menos Bergman, a lo Paquita Salas, E3, T3, trama de Anna Castillo, en su escena de acceso a la RESAD —hasta el coño del distanciamiento brechtiano, más concursos de cocina para misses.

Con escenas como esa, el texto se da a sí mismo sus propias normas, y por eso es más doloroso cuando las traiciona, cuando de repente se vuelve convencional, una sobrina vive con su tía recién divorciada, y estudia el bachillerato, y cenan, y charlan, y recogen la mesa, y bueno, otra novela bien hecha, en vez de la broma macabra y deslavazada que, aunque el mercado editorial no se lo crea, es lo que nos habría encantado leer.

Desde aquí confiamos en que esta escritura agresiva y su gracia innata se desaten en la siguiente, con sus chistes macabros, sus diálogos brillantes e incómodos, sus tramas a trozos, y sus finales desquiciados porque sí, porque este esta es mi puta peli, y Hitler muere acribillado por los Aliados al final, ¿algún problema?, y que fracase otra vez, a su manera, que es lo mejor que puede hacer un texto: fallar otra vez, fallar mejor —ya lo dijo Beckett, o Ignatius, no sé.

Nos parece bien así, a lo loco y sin coherencia, pero también sin relleno.

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