Cuarenta minutos antes del inicio del encuentro, unas ochenta totebags y yo hacíamos cola frente al pabellón Cecilio Rodríguez de El Retiro. Beatriz había sacado a pasear sus hombros y el resto de la gente los tatuajes nuevos, porque había salido todo el sol del mundo. Gorras, calippos, pinzas de pelo. Postal estupenda de una de mis burbujas demográficas favoritas: las lectoras del siglo XXI, el club de Goodreads.
Es sencillo romantizar este evento, que indica el final de la primavera y el comienzo de la primera ola de calor. Es un reloj, la Feria del Libro. Por primera vez en el año vi unos pies.
Me parecen sensuales las camisetas pegajosas, las gotas de sudor, el olor empalagoso y vomitivo de los magnolios. Hay algo sexi en languidecer sobre el asfalto. Los fanses sentaron el culo sobre el bordillo caliente y recurrieron a usar sus libros nuevos de parasol.
Al final, hay que admitir que todo lo sugerente se esfuma en cuanto te das cuenta de que no se puede vivir en la imaginación, el calor es tangible y no existe ni una ni media sombra benévola entre tú, el edificio y el resto del parque.
Leí Apegos Feroces (Sexto Piso, 2017) en 2021, lo releí poco después y ha sido uno de mis libros favoritos desde entonces. Se lo dejé a mi abuela y también le gustó mucho, aunque me pidió que por favor no se lo pasara a mi madre. Sé que me lo recomendó alguien a quien quiero mucho pero no recuerdo quién.
He devorado muchas entrevistas de Vivian Gornick, en un principio porque ella se puso de moda, luego porque encontré fascinación en su ingenio. Después quise aprender a escribir como ella y me compré La situación y la historia. Lo tengo subrayado.
Estas charlas suelen ser breves, en formato entrevista conversacional, y no me esperaba la mundial. Pero me apetecía muchísimo escucharla hablar.
La condujo Marta Sanz. En el salón había aire acondicionado, las ochenta totebags entraron a tropel. Nosotras nos sentamos cerca del pasillo central para poder escucharles bien. Ni Beatriz ni yo necesitamos pinganillo para la traducción —de alguna manera se me había olvidado que Gornick no habla español— pero mucha gente pidió uno. Creo que las traducciones simultáneas, por muy buenas que sean, como seguro fue esta, nunca llegan a paliar del todo los problemas de las barreras idiomáticas, porque es muy difícil traducir con exactitud el poso de las emociones o los matices de las ideas de un autor sin el tiempo suficiente. Ojalá conocer todas las lenguas del mundo.
Quizás esta fue una de las principales limitaciones del encuentro. Muy buenas reflexiones se perdieron entre el spanglish y el rumiar filosófico de Sanz, que había traído preguntas demasiado abstractas para la paciencia de Gornick —tiene 90 años—. La mayoría de planteamientos eran interesantísimos, pero no terminaron de concretarse en nada, bien o porque no hubo tiempo para desarrollarlos o porque entre ellas no había nada de química. No lo sé.
Sanz es una tía guay, la verdad, y como toda tía guay ha leído alguno de los libros de la escritora neoyorquina. Pero me dio la sensación de que lo había hecho hace ya años. Los ojeó de nuevo para la cita y se preparó rápido algunas preguntas —como sin duda habríamos hecho muchas que tenemos que compaginar casa-pareja-amigos-trabajo—.
A la media hora dejé de contar cuántas veces Gornick había fruncido el ceño. No entendía casi nada. Y la gran mayoría de las mujeres de la sala apretamos fuerte los dientes en un momento de fangirleo que resultó incómodamente erótico, y evidenció la distancia entre las dos escritoras.
— Yo sé que al escribir utilizas el cuerpo, ¿cómo lo haces?, o algo así dijo Sanz, en referencia a Marguerite Duras
Perdió del todo a Gornick en la alusión a otra escritora que no había sido introducida en el debate previo y el análisis que no venía a cuento —a cuento ja ja— con nada de lo que se estaba hablando.
— ¿Y por qué no intentas responder tú a esto, sweetheart?
Más o menos, ese fue el tono. Ambas salieron de ahí como pudieron.
Aun así, más que vergüenza, la escena me provocó ternura. He tenido tantas interacciones absolutamente vergonzantes, de auténtica estúpida analfabeta, con famosos o personas a las que admiro, que no pude evitar sentir nada más que empatía por el traspiés de Marta Sanz.
Dicho todo esto, apunté bastantes cosas de Gornick. Estas tres fueron las más bonitas y destacables:
1. La reivindicación de la ciudad
Vivian Gornick no solo ambienta sus textos en Nueva York: los construye desde ahí. Manhattan es un espejo, un compañero de paseo, un adversario a veces. Usa a la ciudad como otro personaje, que moldea sus recuerdos, sus ideas políticas. A diferencia de otras autoras que la utilizan como refugio, a Gornick le sirve como interrogante. Es un recurso tremendamente habitual, nada nuevo, pero muy bonito.
Lo que me gustó no fue lo —poco— que pudo explicar al respecto, sino la gracia con la que defendió a la ciudad frente al campo. Reivindicó con mucha ligereza el ser una urbanita. “Uf! Soy un animal de ciudad. A mi no me pilláis cerca de ningún campo de maíz ni de ningún bicho ni de coña”, vino a decir.
Veo últimamente en libros y películas una tendencia aspiracional a representar la parte bonita del “campo” o la “España vaciada” sin atender mucho a la realidad. A pesar de que son retratos que muestran las partes feas de vivir en un pueblo, la habilidad de las escritoras y directoras consigue trasladar al público una belleza superior que a veces existe en esos entornos, pero que otras no. Pasa con Feria, de Ana Iris Simón; pasa con Alcarràs, de Carla Simón; El Agua, de Elena López Riera; Un amor, de Sara Mesa…
Ella sin embargo tuvo un maravilloso y fresco momento Carrie Bradshaw.
2. “It is because my mother never gave me what I needed that I couldn’t let her go”
En dos segundos se ventiló la explicación sobre el eje de Apegos feroces, sobre cómo se le ocurrió, por qué necesitó escribirlo.
En sus palabras no hay autocompasión. No pretende ajustar cuentas. Ella —lo mismo ocurre, creo, con El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac— revisita y revisita sus recuerdos y conversaciones para extraer conclusiones y a partir de ahí make peace with it.
Para sanar una relación maternofilial complicada se necesita amasar mucho, diseccionar con bisturí. No es despiadado, es simplemente objetivo. Es la única manera que tenemos de que una madre deje de habitarnos en silencio.
3. “When I am writing I make sure that I write a sentence that I can make full use of. Not that it is using me”
Sobre el estilo, me gustó mucho esto de lo que también habla en La situación y la historia: encontrar una autoridad narrativa, que la belleza sea un resultado colateral del rigor. “Lo importante no es sonar bien, sino saber lo que se está diciendo y desde dónde se escribe”. Algo que todavía no he conseguido y a lo que dudo mucho que los mortales podamos aspirar. Yo, por lo menos.
Pero me lo apunté para tenerla presente, como objetivo, la carpintería intelectual.
No dio tiempo a un turno de preguntas del público. El evento terminó, Gornick se marchó a una de las casetas principales para atender una fila larguísima de señores y señoras que esperaban bajo la alerta amarilla de la AEMET.
Escuché a una pareja de amigas criticar el corte de Gornick a Sanz y tildarlo de “machista”. Hay tantas vivencias de una misma charla como personas van a verla, imagino.
Yo no me acordé de coger ninguno de sus libros de mi casa y ella no me los firmó.