¡Qué bueno! Qué gracioso. Completamente rompedor, esto de Álvaro Boro. Tenemos que reivindicar el humor con fundamento y denunciar realidades ciertamente insoportables. Nos va la vida en ello. Como, por ejemplo, que los gordos no deberían llevar pantalones cortos.
¡Qué divertidos somos! ¡Cómo nunca a nadie se le había ocurrido antes hacer mofa de esto! No hay nada tan liberador como publicar un texto que bien podría haber escrito el cura de mi colegio. ¡Sí! Dios nos libre de la exposición de los cuerpos. Mi abuela que tiene varices y lleva camisón debería morir fusilada, efectivamente. Ninguno tendríamos por qué soportar semejante aberración.
¿No os habéis enterado? La calle es un lugar de todos. Por lo tanto, reclamo mi derecho a no tener que cruzarme con vuestro gepeto de pseudointelectualoides. De hecho, estoy absolutamente segura de que toda la calle opina como yo: ¡Basta ya de feos! Abajo con todo aquel que no tenga el cuerpo atrofiado por la creatina. Fuera las guarras, recuperemos el recato.
Dice Álvaro: “Un hombre menos por la lucha contra la atrocidad y por defender la belleza y la elegancia merece más estatuas y reconocimientos que nadie”.
Completamente de acuerdo. Faltan estatuas para los hombres.
“Soportamos con estoicismo ‘outfits’ imposibles en los que se muestra más carne de la necesaria”.
Más carne de la necesaria… más carne de la necesaria… No sé, no tengo muy claro cuál es la carne necesaria, pero mucha tiene que ser si soportarla requiere tal cantidad de “estoicismo”. O es eso o igual es que tenemos la piel demasiado fina.
Esperad, hay más. “Depende quién muestre las cachas puede hacerlo o no”
Aquí se me han acabado las ganas de ser irónica. Es una cosa tan de 2008 que como argumento es casi irrebatible.
Qué sopor.
El escándalo ante el cuerpo humano me parece de lo más infantil. Sentir asco del cuerpo humano es, sencillamente, ir en contra de la naturaleza.
El texto termina así: “Si tienes calor, mira la ropa y los tejidos que vistes; no me hagas a mí sufrir tu morfología. Sólo es educación, que a día de hoy es tanto que parece mucho”
Si tengo calor, voy a tener que hacer lo que tú quieras. Cuando tengo calor, solo pienso en ti. El mundo gira en torno a ti. “No me hagas a mí sufrir tu morfología”. Me encantaría entender qué significa exactamente esta frase. Igual soy demasiado corta.
Seguramente me tildéis de sosa e histérica. Que no tienes ni una pizca de humor, Andrea. Probablemente me califiquéis de puritana. En realidad, nada más puritano que el texto que estoy criticando.
Últimamente observo en redes sociales una tendencia que me resulta ya aburrida, me cansa. Cogemos un argumento primitivo y lo enfrentamos a la realidad de 2025, pensando que así rompemos el orden actual de las cosas. Que estás siendo rebelde, revolucionario, divertido. Asociamos lo incorrecto a lo intelectual y nos encanta ser defensores de las causas perdidas. Nadie quiere ser el amigo woke.
El problema es que terminamos siendo simplemente carcas. Se trata de un recurso para un humor fácil, simplista y cobarde.
Yo me río mucho y me hacen gracia muchas cosas, muchas de ellas políticamente incorrectas. Me encantan. El problema es que este texto, igual que muchos otros publicados en todas partes, ni es rompedor ni es gracioso: es simplemente continuista. A mi me fascina el humor subversivo, admiro a las personas que saben defenderlo —yo no puedo—. Pero este artículo no incomoda nada, no rompe nada, no hace pensar nada. Simplemente destila gordofobia e ignorancia.
Tiene forma de sátira —un paredón aquí, una hipérbole allá—, pero en el fondo no deja de ser una defensa del orden de toda la vida: el que asocia el valor de las personas a cómo visten, el que se ofende ante los cuerpos comunes, el que disfraza de estética lo que es simple clasismo.
Es una corrección moral disfrazada de broma con cierto desparpajo. Su fondo es reaccionario, nostálgico y conservador.
De hecho, el autor insiste en que todo se reduce a una cuestión de “educación”. Educación entendida, parece, como sinónimo de clase. Para mí, pocas cosas delatan mejor la mala educación y la falta de clase que el sentirse interpelado por el cuerpo de los demás. Somos demasiado mayores como para disgustarnos por los pelos del sobaco.
Por otro lado, yo no estoy lo suficientemente aburrida como para fijarme en los pies de los paseantes. Y no hay mayor muestra de elegancia que la de quienes no malgastan su tiempo en criticar tonterías.
Dicho esto, estoy de acuerdo con Álvaro. Tenemos que saber reírnos más de las cosas que siempre han sido y siempre serán graciosas, como un gordo sudado en pantalones cortos. Desde aquí hacemos una reivindicación: !Que vuelvan las bromas de verdad, abajo las pantorrillas!
