Hay poca gente peor que la que lleva chanclas y pantalones cortos en una ciudad que no tenga mar. Esos individuos con piernas peludas, flácidas, varicosas, hinchadas y peludas que pueblan Madrid (por poner un ejemplo, ocurre en todas las ciudades) en los meses de verano merecen ir directos al paredón. No entiendo una guerra por ideales, pero sí por esto. Un hombre menos por la lucha contra la atrocidad y por defender la belleza y la elegancia merece más estatuas y reconocimientos que nadie. La patria, que es algo que no existe, pues yo me la invento por esto: un poco de decencia.
La calle, que es un lugar de todos —como es de todos es de nadie, que piensan muchos—, soporta, soportamos, con estoicismo ‘outfits’ imposibles en los que se muestra más carne de la necesaria. Y sé que esto no gustará a algunos, pero depende quién muestre las cachas puede hacerlo o no. No es clasismo ni tontería: se llama gusto y apreciación.
Cuando yo estaba en el colegio mayor Belagua, en Pamplopus, no podíamos acceder al comedor en pantalón corto ni chanclas. “Menuda gilipollez”, piensan algunos, pero no. Tampoco a las clases de la universidad. Y hacían, espero que sigan haciendo, bien. Porque cada vestimenta tiene su sitio. “Así te veo trapo, así te trato”, no dejaron de repetirme mi madre y mi abuela toda la vida.
En Oviedo, con 19 grados, nadie tiene que entrar en un comedor de un restaurante enseñando el pernal. Y escribo esto porque me acaba de pasar. Nadie va a ser juzgado en shorts ni a una boda de alguien que le importa, porque las formas no es que sólo sean importantes: muchas veces lo son todo, y más.
Comer viendo la pelambrera sobaquera y los juanetes del de la mesa de al lado no es agradable, es el horror, el horror, el horror… Y más cuando la cuenta es abultada.
No sé en qué momento empezó a servir todo y el dinero te abre todas las puertas, cuando debería ser la educación.
Cuando era niño deseaba sin cesar abandonar los leotardos, los calcetines con borlas y esos pantalones que no me llegaban a la rodilla. Se ve que ahora la grey más hortera y paupérrima sólo desea y aspira a llegar a lo que otros abandonamos hace mucho.
Si tienes calor, mira la ropa y los tejidos que vistes; no me hagas a mí sufrir tu morfología. Sólo es educación, que a día de hoy es tanto que parece mucho.
---
Andrea García Baroja contestó a a este artículo. Lo podéis leer aquí.