Nápoles es una fiesta

Forma parte de la mitología de la ciudad. Como la sirena Partenope, como el ‘O surdato ´nnamurato. Presumen de ello. No se avergüenzan. De los tuyos no te avergüenzas. Su equipo les pertenece.

‘O surdato ´nnamurato, que en español quiere decir El soldado enamorado, es una canción genuinamente napolitana en todos los aspectos en los que una canción puede serlo. Escrita por Aniello Califano -qué nombres tienen estos cabrones- y adornada con la música de Enrico Cannio, la canción, como su propio título indica, aquí no hay lirismos innecesarios, nos habla, efectivamente, de un soldado enamorado, roto de dolor desde el frente de la I Guerra Mundial, desesperado, consciente de sus escasas opciones de volver a casa con su amore, con la mamma, con sus pizzas Margheritas y un par de tópicos más, pero sobre todo con su único y grande amore.  

La canción es, en esencia, la banda sonora perfecta del cliché mundial de lo napolitano. Y dado que los napolitanos no rehuyen de sus propios estereotipos, es más, los abrazan y los lucen con orgullo, que por algo son estereotipos, el ‘O surdato ´nnamurato ha trascendido de canción popular a himno oficioso a lo largo de esa orillita en la que el cadáver de la sirena Parténope fue a parar, fundando así la ciudad más especial del Meditérraneo. Y ellos, los herederos de Parténope y de Ulises, bien orgullosos. Orgullosos de sí mismos y de su historia, orgullosos de lo que son. Porque no hay nada más cliché que el cliché de querer eliminar los clichés.

Y pasa, claro, que la canción la conocemos todos, incluso aquellos que erróneamente piensan que no la conocen. Raro es quien no ha tarareado nunca el oh vita oh vita mia de ese estribillo tan de escena del principio de El Padrino, con las viejas y los niños comiendo y bailando mientras los capos de los Corleone o de los Tatagglia o de los Barzini deciden la próxima vendetta. Por si alguno todavía anda perdido, la canción es la del anuncio de Katy Perry de Dolce & Gabbana. ¿Hortera? Seguramente. Ahora, qué bien sienta y qué gusto le coge uno a cantarla y a fantasear con unas vacaciones así en Sorrento.   

Estamos ante una opereta maravillosa del sur italliano que reivindica precisamente eso, el estereotipo. La exageración. El espíritu tragicómico de la ciudad, su pompa y su decadencia. Nápoles siempre es una fiesta, y no puede -ni quiere- renunciar a esa espectacularidad y a ese dramatismo que tan especial la hace. Como enamorarse de una italiana en verano. Absurdo, lo sé, pero hagan el favor de no despertarme de este sinsentido nunca.

Hará un mes volví a escuchar la canción, y por supuesto me arranqué en el estribillo, sin miedo al ridículo y envalentonado al hacerlo con las otras 50.000 personas que llenaban el Diego Armando Maradona. La escena se produjo al finalizar un partido que el Nápoles se llevaba con goles de McTominay y Lukaku. Hay veces que el fútbol justifica todo lo demás. Solo por esos tres minutitos de canción con 50.000 tíos entregados en esa especie de Toni2 gigante que era San Polo te compensa la entrada del partido, el viaje a Italia y hasta el abono de toda la temporada.

El pasado viernes, también con goles de McTominiay y Lukaku -las señales siempre han estado ahí para quien quiera verlas- el Nápoles ganaba al Cagliari y conquistaba así su cuarta liga. Joder, pues te alegras, cómo no te vas a alegrar. Te alegras por ellos, por los 50.000, por el soldado de la canción y por el barrio de Fuorigrotta. Te alegras hasta por Lukaku. Y por Katy Perry y por el Diego. 

Te alegras por todos los napolitanos, porque conciben su equipo como esencia y patrimonio sentimental de la ciudad. Sin snobismos, sin pedanterías, sin los listillos de siempre, los de “el fútbol qué ordinariez”,  especialistas todos ellos en hacer de menos las pasiones ajenas, incapacitados para empatizar con el gozo compartido, con la felicidad masiva. Incapacitados en definitiva, para comprender que pueda existir algo que conmueva almas a pesar de que en las suyas no haga ni cosquillas. Los límites de sus pasiones son los límites de su conocimiento

El Napoli es símbolo sagrado, ¿por qué iban a tener que ocultarlo? Forma parte de la mitología de la ciudad. Como la sirena Partenope, como el ‘O surdato ´nnamurato. Presumen de ello. No se avergüenzan. De los tuyos no te avergüenzas. Su equipo les pertenece. Todos así lo sienten y todos lo celebran en esta ciudad. Pobres y ricos, sirenas y borrachos. Kinkis, gitanos, monjas. Pijos y piratas y un escocés. Mafiosillos de poca monta. El poeta y una princesa. Que Nápoles siga siendo una fiesta.

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La foto del artículo es del gran Ciro Pipoli

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Forma parte de la mitología de la ciudad. Como la sirena Partenope, como el ‘O surdato ´nnamurato. Presumen de ello. No se avergüenzan. De los tuyos no te avergüenzas. Su equipo les pertenece.

‘O surdato ´nnamurato, que en español quiere decir El soldado enamorado, es una canción genuinamente napolitana en todos los aspectos en los que una canción puede serlo. Escrita por Aniello Califano -qué nombres tienen estos cabrones- y adornada con la música de Enrico Cannio, la canción, como su propio título indica, aquí no hay lirismos innecesarios, nos habla, efectivamente, de un soldado enamorado, roto de dolor desde el frente de la I Guerra Mundial, desesperado, consciente de sus escasas opciones de volver a casa con su amore, con la mamma, con sus pizzas Margheritas y un par de tópicos más, pero sobre todo con su único y grande amore.  

La canción es, en esencia, la banda sonora perfecta del cliché mundial de lo napolitano. Y dado que los napolitanos no rehuyen de sus propios estereotipos, es más, los abrazan y los lucen con orgullo, que por algo son estereotipos, el ‘O surdato ´nnamurato ha trascendido de canción popular a himno oficioso a lo largo de esa orillita en la que el cadáver de la sirena Parténope fue a parar, fundando así la ciudad más especial del Meditérraneo. Y ellos, los herederos de Parténope y de Ulises, bien orgullosos. Orgullosos de sí mismos y de su historia, orgullosos de lo que son. Porque no hay nada más cliché que el cliché de querer eliminar los clichés.

Y pasa, claro, que la canción la conocemos todos, incluso aquellos que erróneamente piensan que no la conocen. Raro es quien no ha tarareado nunca el oh vita oh vita mia de ese estribillo tan de escena del principio de El Padrino, con las viejas y los niños comiendo y bailando mientras los capos de los Corleone o de los Tatagglia o de los Barzini deciden la próxima vendetta. Por si alguno todavía anda perdido, la canción es la del anuncio de Katy Perry de Dolce & Gabbana. ¿Hortera? Seguramente. Ahora, qué bien sienta y qué gusto le coge uno a cantarla y a fantasear con unas vacaciones así en Sorrento.   

Estamos ante una opereta maravillosa del sur italliano que reivindica precisamente eso, el estereotipo. La exageración. El espíritu tragicómico de la ciudad, su pompa y su decadencia. Nápoles siempre es una fiesta, y no puede -ni quiere- renunciar a esa espectacularidad y a ese dramatismo que tan especial la hace. Como enamorarse de una italiana en verano. Absurdo, lo sé, pero hagan el favor de no despertarme de este sinsentido nunca.

Hará un mes volví a escuchar la canción, y por supuesto me arranqué en el estribillo, sin miedo al ridículo y envalentonado al hacerlo con las otras 50.000 personas que llenaban el Diego Armando Maradona. La escena se produjo al finalizar un partido que el Nápoles se llevaba con goles de McTominay y Lukaku. Hay veces que el fútbol justifica todo lo demás. Solo por esos tres minutitos de canción con 50.000 tíos entregados en esa especie de Toni2 gigante que era San Polo te compensa la entrada del partido, el viaje a Italia y hasta el abono de toda la temporada.

El pasado viernes, también con goles de McTominiay y Lukaku -las señales siempre han estado ahí para quien quiera verlas- el Nápoles ganaba al Cagliari y conquistaba así su cuarta liga. Joder, pues te alegras, cómo no te vas a alegrar. Te alegras por ellos, por los 50.000, por el soldado de la canción y por el barrio de Fuorigrotta. Te alegras hasta por Lukaku. Y por Katy Perry y por el Diego. 

Te alegras por todos los napolitanos, porque conciben su equipo como esencia y patrimonio sentimental de la ciudad. Sin snobismos, sin pedanterías, sin los listillos de siempre, los de “el fútbol qué ordinariez”,  especialistas todos ellos en hacer de menos las pasiones ajenas, incapacitados para empatizar con el gozo compartido, con la felicidad masiva. Incapacitados en definitiva, para comprender que pueda existir algo que conmueva almas a pesar de que en las suyas no haga ni cosquillas. Los límites de sus pasiones son los límites de su conocimiento

El Napoli es símbolo sagrado, ¿por qué iban a tener que ocultarlo? Forma parte de la mitología de la ciudad. Como la sirena Partenope, como el ‘O surdato ´nnamurato. Presumen de ello. No se avergüenzan. De los tuyos no te avergüenzas. Su equipo les pertenece. Todos así lo sienten y todos lo celebran en esta ciudad. Pobres y ricos, sirenas y borrachos. Kinkis, gitanos, monjas. Pijos y piratas y un escocés. Mafiosillos de poca monta. El poeta y una princesa. Que Nápoles siga siendo una fiesta.

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La foto del artículo es del gran Ciro Pipoli

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