“¡Marco, Polo!, ¡Marco, Polo!” gritan los niños desde el agua. Te llegan sus voces con fuerza, por más que en tu misantropía habitual coloques la toalla en la esquina más alejada de esta piscina de urbanización de ladrillo y toldo verde. “Buenos días, Maricarmen” saludas, pese a todo. “Hoy hace calor calor”, te responde. Así te lo ha dicho, “calor calor”, insistiendo, que es como se anuncian las cosas cuando son de verdad. Lo demás es conversación de ascensor. La repetición es la unidad de medida que algunas personas como Maricarmen emplean cuando el adverbio de cantidad se les queda corto. Este es tonto tonto. El gazpacho está rico rico. Y Maricarmen es la jefa jefa. La matriarca de esta piscina bendita nuestra, una de tantas en España. Podría ser cualquiera pero es la mía. Esta piscina es el último reducto de urbanidad y de mínimo respiro ante el delirio de ahí fuera. Te reconcilia con todo esta piscina. Lo demás no existe. Aquí no hay emails ni tablas dinámicas de excels ni reuniones con clientes ni Chatgpt. Mejor, Chatgpt no tiene ni puta idea de nada. Yo, que soy un borde y un cínico 22 horas al día, pacto una tregua con mi arrogancia, me vuelvo más humano. Dejo colgado en el armario el disfraz de vivales y de mundano y me calzo unas chancletas. Con unos pies tan feos es difícil ser un capullo. Me embadurno con factor 50, “ponte crema” es la frase que más repite mi madre de mayo a septiembre y a las madres uno siempre tiene que hacerles caso, que son las que más nos quieren. Y luzco este cuerpo blancucho y serrano al solecito mientras me pregunto qué me impide ser así todo el año. El sol me hace mejor persona. La bici me hace mejor persona. Las drogas y la oscuridad me hacen peor persona. Invita a la reflexión esta piscina de hormigas y de avispas y de media barra de bocata de mortadela envuelto en papel albal. De viejas con varices en las piernas y los pinreles en remojo. Señores leyendo el Marca, niñas haciendo pulseras, esas mismas niñas cinco años después -es decir, sus hermanas mayores- jugando a la brisca o al culo o al mus sobre tres toallas juntas. La patria es una tarde de piscina en junio. La socorrista regañando a uno por haberse metido al agua sin ducharse. Dos adolescentes torpes como ellos sólos tonteando todos los días. Es tan evidente que se gustan. Se buscan, se encuentran, se miran y se ríen. No se tocan. Es tremendo la de dudas que nos entran cuando nos gusta alguien, la de margaritas que deshojamos con la matraca del le gustaré no le gustaré y lo claro que se ve todo desde fuera. Pero tú les entiendes. Tranquilo chaval, que es lo normal. De pánfilo a pánfilo. Los pesimistas siempre tienen razón y los optimistas siempre se equivocan. Así que calma, que ya habrá más veranos. Los tienes todos por delante. Yo, que no tengo tantos como tú, sacrificaba años de mi vida por cambiarme por ti un ratito de esta tarde. Las primeras semanas de tonteo correspondido son una cosa loquísima, así que no tengas prisa. Yo tampoco la tengo y menos aquí, donde por fin comprendo eso de que el paso del tiempo es relativo. No le pido mucho a la vida, no tengo extravagancias pintorescas ni siento un especial apego por el dinero como sí parecen sentirlo mis compadres de generación. Me conformo con amar y ser amado, las sobremesas con los amigos, ver un par de Copas de Europa más del Madrid, tener hijos. Más allá de eso, acepto la más vulgar normalidad clasemedioespañola como rutina y bandera de mis días. Pero estos ratitos son para mí. Que no me los toquen, que no me quiten esta media hora de cada tarde. Coleccionar unos cuantos como este cada julio y agosto, no pido más. Con los niños dando gritos y las madres cortando la sandía en trocitos muy pequeños, no se vayan atragantar sus niños, pobrecitos, menudo disgusto. ¡Hasta mañana, Maricarmen!