Ray-Ban: la barrera contra los rayos

A principios de los cincuenta lanzan las Wayfarer, el modelo inmortal, el más vendido en la historia, y paradójicamente, el que hace sentir único a quien lo lleva.

Existen infinidad de versos acerca del comienzo de la primavera, del resurgir de la naturaleza, del florecimiento de los campos. Ocurre lo mismo con el otoño, con la decadencia de las hojas muertas, con las castañas y los árboles que se pelan. La realidad es que, en un momento en el que nos enteramos de los ritmos de los cultivos por el producto de temporada que ofrecen fuera de carta en el restaurante de moda, la estación que marca un antes y un después en nuestro calendario es el verano.

Cambia el ánimo, cambian las formas, cambia nuestra indumentaria. El lino sustituye a la pana, los bañadores vuelven a mojarse, los gordos, los flacos y todos los que hay en medio visten pantalones cortos, las sandalias salen a la calle, y las gafas de sol se convierten en algo más que un complemento para paliar la resaca.

Nos vemos y nos sentimos más atractivos con unas gafas de sol; y es que detrás de este fucker: 😎, puede encontrarse este panoli: 🙂. Sin necesidad de guiones nos convertimos en actores de nosotros mismos interpretando el papel del verano. Nos creemos que perfilan nuestras facciones, aunque solo otorguen seguridad por ocultar parte de nuestra cara, por ofrecer un respiro al examen exhaustivo sobre nuestras miradas. Sus lentes oscuras pueden esconder unos ojos ojerosos, el voyerismo inadvertido en la playa, unas lágrimas incipientes, las intenciones en una partida de poker. Y de esto último, de la obsesión por resultar misterioso e interesante, es de donde parte su historia.

Las gafas de sol fueron inventadas en China en el siglo XII. El objetivo de aquellas estaba lejos del sanitario-estético de nuestros días: proteger nuestra vista y nuestra autoestima. Las gafas se utilizaban para ocultar la mirada de los jueces ante las partes en los juicios; nadie debía conocer ni intuir su veredicto antes de que finalizara el pleito.

No eran propiamente lentes, pero los orígenes de los anteojos para protegerse del sol son incluso más remotos. Los inuit, esos moradores de las nieves que se extienden por las latitudes más frías del planeta, tallaban en hueso unas finas líneas que les protegían del sol. Es observar una imagen de uno de estos artilugios e imagino una rave en la Antártida con los Inuits moviendo el cuello al son de la música, mientras brindan con sangre de reno y juguetean con nieve. En 2022, Travis Scott salió al escenario del O2 en Londres con un par de estas gafas. Las suyas no eran de hueso, eran de ECO Pla, el material biodegradable y ecofriendly con el que las comercializa la marca italiana Inuit, para que luego tachen de apropiación cultural a la pobre Rosalía. Por el módico precio de cuarenta y nueve euros puedes parecer un amante del techno prehistórico. Made in Italy.

Los avances tecnológicos impulsan nuevos avances tecnológicos que impulsan nuevos avances tecnológicos, y así en una secuencia infinita que se acelera de forma exponencial. Uno de esos pasos intermedios fue la invención de los cazas. En sus vuelos, los pilotos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos se acercaban peligrosamente al Sol, y, como Ícaro, sufrían los efectos de su temeridad: mareos, destellos, dolores de cabeza. El ejército americano se puso entonces a trabajar como Dédalo para proteger del Sol a sus Ícaros. La tarea es asignada a Bausch & Lomb, una empresa de óptica que crea una línea propia para este nuevo producto. El nombre que utiliza peca de auto explicativo. Dudo que existiera un equipo de marketing detrás de la decisión y, sin embargo, es reconocido en todo el planeta. 

—¿Para qué se utiliza este artilugio, ingeniero?

—Son una barrera contra el sol, capitán.

—¿Cómo se llaman, ingeniero?

El ingeniero mira a su alrededor buscando un nombre con el que salir del paso delante de su superior. ¡Eureka!

—Se llaman así, capitán. Barrera contra los rayos. Ray-Ban.

En 1937, Bausch & Lomb comienza a comercializar las Ray-Ban y se topa con un éxito rotundo. Muchos hombres quieren ser pilotos de caza, muchas mujeres quieren cruzarse con pilotos de caza. Ahora las Aviator nos recuerdan a José Luis Torrente y al bebé de Resacón en las Vegas (aunque ninguno de estos maravillosos personajes de ficción luciera este modelo), pero durante años fueron un símbolo de virilidad y de sex appeal. A Ícaro le fabricaron unas gafas para ligar en vez de unas alas nuevas.

A principios de los cincuenta, Ray-Ban lanza las Wayfarer, el modelo inmortal, el más vendido en la historia, y paradójicamente, el que hace sentir único a quien lo lleva. Detrás de su nombre se intuye ya un equipo de marketing. Wayfarer significa caminante, peregrino, viajero. Y quien mejor que Bob Dylan para portarlas; el caminante incansable, el peregrino americano, el viajero a ninguna parte. Desde entonces, la palabra wayfarer ha perdido su significado original; ahora significa Wayfarer, las gafas Wayfarer. Cómo no me voy a ver bien con ellas si hasta el emoticono de WhatsApp se ve bien bacano. Un tiempo después aparecen las Clubmaster y con ellas se cierra el tridente legendario, la MSN de la óptica, la BBC de los anteojos ahumados. Aviator, Wayfarer y Clubmaster.

Y no puedo plegar este artículo sin mencionar una debilidad personal. En 1930 nace en Turín la marca italiana Persol (Per il Sole), después de que Giusseppe Ratti decida cambiar el nombre de sus Protector. A finales de los cincuenta diseña, para los conductores de ferrocarriles de Turín, el modelo 649, y años más tarde las hace plegables y las bautiza como 714, las primeras gafas que pueden guardarse en el bolsillo. Steve McQueen las convirtió en un icono, y ahora unos cuantos nos encargamos de continuar su legado. No creo que Steve estuviera muy orgulloso

Nos vemos. Nos vemos con unas lentes oscuras de por medio.

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Ray-Ban: la barrera contra los rayos

A principios de los cincuenta lanzan las Wayfarer, el modelo inmortal, el más vendido en la historia, y paradójicamente, el que hace sentir único a quien lo lleva.

Existen infinidad de versos acerca del comienzo de la primavera, del resurgir de la naturaleza, del florecimiento de los campos. Ocurre lo mismo con el otoño, con la decadencia de las hojas muertas, con las castañas y los árboles que se pelan. La realidad es que, en un momento en el que nos enteramos de los ritmos de los cultivos por el producto de temporada que ofrecen fuera de carta en el restaurante de moda, la estación que marca un antes y un después en nuestro calendario es el verano.

Cambia el ánimo, cambian las formas, cambia nuestra indumentaria. El lino sustituye a la pana, los bañadores vuelven a mojarse, los gordos, los flacos y todos los que hay en medio visten pantalones cortos, las sandalias salen a la calle, y las gafas de sol se convierten en algo más que un complemento para paliar la resaca.

Nos vemos y nos sentimos más atractivos con unas gafas de sol; y es que detrás de este fucker: 😎, puede encontrarse este panoli: 🙂. Sin necesidad de guiones nos convertimos en actores de nosotros mismos interpretando el papel del verano. Nos creemos que perfilan nuestras facciones, aunque solo otorguen seguridad por ocultar parte de nuestra cara, por ofrecer un respiro al examen exhaustivo sobre nuestras miradas. Sus lentes oscuras pueden esconder unos ojos ojerosos, el voyerismo inadvertido en la playa, unas lágrimas incipientes, las intenciones en una partida de poker. Y de esto último, de la obsesión por resultar misterioso e interesante, es de donde parte su historia.

Las gafas de sol fueron inventadas en China en el siglo XII. El objetivo de aquellas estaba lejos del sanitario-estético de nuestros días: proteger nuestra vista y nuestra autoestima. Las gafas se utilizaban para ocultar la mirada de los jueces ante las partes en los juicios; nadie debía conocer ni intuir su veredicto antes de que finalizara el pleito.

No eran propiamente lentes, pero los orígenes de los anteojos para protegerse del sol son incluso más remotos. Los inuit, esos moradores de las nieves que se extienden por las latitudes más frías del planeta, tallaban en hueso unas finas líneas que les protegían del sol. Es observar una imagen de uno de estos artilugios e imagino una rave en la Antártida con los Inuits moviendo el cuello al son de la música, mientras brindan con sangre de reno y juguetean con nieve. En 2022, Travis Scott salió al escenario del O2 en Londres con un par de estas gafas. Las suyas no eran de hueso, eran de ECO Pla, el material biodegradable y ecofriendly con el que las comercializa la marca italiana Inuit, para que luego tachen de apropiación cultural a la pobre Rosalía. Por el módico precio de cuarenta y nueve euros puedes parecer un amante del techno prehistórico. Made in Italy.

Los avances tecnológicos impulsan nuevos avances tecnológicos que impulsan nuevos avances tecnológicos, y así en una secuencia infinita que se acelera de forma exponencial. Uno de esos pasos intermedios fue la invención de los cazas. En sus vuelos, los pilotos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos se acercaban peligrosamente al Sol, y, como Ícaro, sufrían los efectos de su temeridad: mareos, destellos, dolores de cabeza. El ejército americano se puso entonces a trabajar como Dédalo para proteger del Sol a sus Ícaros. La tarea es asignada a Bausch & Lomb, una empresa de óptica que crea una línea propia para este nuevo producto. El nombre que utiliza peca de auto explicativo. Dudo que existiera un equipo de marketing detrás de la decisión y, sin embargo, es reconocido en todo el planeta. 

—¿Para qué se utiliza este artilugio, ingeniero?

—Son una barrera contra el sol, capitán.

—¿Cómo se llaman, ingeniero?

El ingeniero mira a su alrededor buscando un nombre con el que salir del paso delante de su superior. ¡Eureka!

—Se llaman así, capitán. Barrera contra los rayos. Ray-Ban.

En 1937, Bausch & Lomb comienza a comercializar las Ray-Ban y se topa con un éxito rotundo. Muchos hombres quieren ser pilotos de caza, muchas mujeres quieren cruzarse con pilotos de caza. Ahora las Aviator nos recuerdan a José Luis Torrente y al bebé de Resacón en las Vegas (aunque ninguno de estos maravillosos personajes de ficción luciera este modelo), pero durante años fueron un símbolo de virilidad y de sex appeal. A Ícaro le fabricaron unas gafas para ligar en vez de unas alas nuevas.

A principios de los cincuenta, Ray-Ban lanza las Wayfarer, el modelo inmortal, el más vendido en la historia, y paradójicamente, el que hace sentir único a quien lo lleva. Detrás de su nombre se intuye ya un equipo de marketing. Wayfarer significa caminante, peregrino, viajero. Y quien mejor que Bob Dylan para portarlas; el caminante incansable, el peregrino americano, el viajero a ninguna parte. Desde entonces, la palabra wayfarer ha perdido su significado original; ahora significa Wayfarer, las gafas Wayfarer. Cómo no me voy a ver bien con ellas si hasta el emoticono de WhatsApp se ve bien bacano. Un tiempo después aparecen las Clubmaster y con ellas se cierra el tridente legendario, la MSN de la óptica, la BBC de los anteojos ahumados. Aviator, Wayfarer y Clubmaster.

Y no puedo plegar este artículo sin mencionar una debilidad personal. En 1930 nace en Turín la marca italiana Persol (Per il Sole), después de que Giusseppe Ratti decida cambiar el nombre de sus Protector. A finales de los cincuenta diseña, para los conductores de ferrocarriles de Turín, el modelo 649, y años más tarde las hace plegables y las bautiza como 714, las primeras gafas que pueden guardarse en el bolsillo. Steve McQueen las convirtió en un icono, y ahora unos cuantos nos encargamos de continuar su legado. No creo que Steve estuviera muy orgulloso

Nos vemos. Nos vemos con unas lentes oscuras de por medio.

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