Tres cursos de escritura

A mi derecha se sentaba un señor mayor con el pelo cano peinado hacia atrás con una obsesión irracional por hacerse rico; le gustaba repetir la misma frase: llevo muchos años en el mundo editorial y sé cómo hacer dinero.

Cuando no sé qué escribir, escribo que no sé qué escribir y de pronto, sin pensar realmente en nada, empiezan a aparecer las palabras en fila india, una detrás de otra. Me doy cuenta, por ejemplo, de que he escrito un adverbio —realmente— y recuerdo que en los cursos de escritura enseñan que no se deben escribir adverbios, sobre todo los acabados en mente. Es un recurso fácil, dicen, y además lo escribió así Stephen King en su libro de escritura, dicen, que está muy bien, dicen, no como sus otros libros, dicen, porque un profesor de escritura no debe de alabar a un escritor de best sellers, y menos a Stephen King, que es millonario y está vivo; esto lo digo yo. La gente que escribe reniega de esos cursos, vete tú a saber por qué. Hay que escribir como dicen que no se debe escribir en los cursos de escritura, me han llegado a decir. Y ante esa sentencia rotunda sólo me queda mirar de reojo y asentir mientras pienso que los consejos me dan miedo. Tal vez merezca la pena escribir algo sobre esos cursos.

He asistido a tres cursos de escritura. 

Biblioteca municipal de Sanchinarro

Después de terminar la universidad y de encontrar mi primer trabajo, me vi con tres meses sin responsabilidades que podría haber aprovechado para viajar, para aprender idiomas o para rascarme los mismísimos. Decidí pasarlos acercándome cada dos días al punto limpio —calculo que en total mi casa perdería veinte kilos de basura entre libros de universidad antiguos, apuntes pasados y mierdas varias del trastero—, paseando por Madrid —llegué a hacer un par de free tours rodeado de turistas— y creyéndome escritor. Para ello tuve que hacerme el carnet de las bibliotecas públicas de Madrid en un centro cerca del colegio del Pilar, completar un formulario online, y presentarme un martes en la biblioteca municipal de Sanchinarro a eso de las 12 del mediodía. 

El profesor era un tipo argentino y el número de alumnos no superaba la decena. A mi derecha se sentaba un señor mayor con el pelo cano peinado hacia atrás con una obsesión irracional por hacerse rico; le gustaba repetir la misma frase: llevo muchos años en el mundo editorial y sé cómo hacer dinero. Es cierto que el pelo era de rico, pero diría que los ricos no van a cursos de escritura en la biblioteca municipal. Había también una pareja de mellizas cuyos relatos de fantasía, protagonizados por ellas mismas, eran dignos de una novela de Douglas Adams en el medievo pero sin un asomo de ironía; eran divertidas y no lo sabían. A mi izquierda dormitaba un hombre que venía obligado por algún tipo de castigo del estilo trabajos para la comunidad. Y pegada a la ventana una mujer que rondaba la cuarentena seguía las explicaciones con verdadera pasión. Del resto ya no me acuerdo. Comenzó la clase y el profesor escribió una frase en la pizarra: Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Después se giró, nos miró uno a uno y dijo: ¿De qué libro es esta frase? Nadie contestaba, no sé si por vergüenza o ignorancia. El anciano miraba alrededor con una media sonrisa que parecía decir: dilo tú que a mí me da la risa. Cien Años de Soledad, terminó contestando. El profesor palideció y solo puedo decirle que estaba bien tirado, que a García Márquez le gustaba mucho Kafka. A ese paripé introductorio le siguió un ejercicio experimental que consistía en meter y quitar palabras de aquel fragmento. Intranquilo por profundo, insecto por mariposa, monstruoso por linda, Gregorio por María José, mañana por tarde. Cuando María José Samsa se despertó una tarde después de un sueño profundo, se encontró sobre su cama convertido en una linda mariposa. “Esto demuestra el poder de la palabra, muchachos”, dijo el profesor. Literatura de vanguardia en Sanchinarro. 

El resto de clases apenas calaron en mi memoria, unos cuantos momentos de vergüenza inaguantable y consejos durante los descansos de aquel señor mayor sobre cómo hacerse rico en el mundo editorial; debí haber tomado nota.

Online

Esta experiencia fue menos traumática pero menos memorable. Recordar, recuerdo poco. Una profesora agradable y el mal trago de escribir mi opinión sobre los textos de un compañero cada semana.

Escuela de escritores

A la escuela de escritores acudí para un “maratón de escritura”. No fueron 42 kilómetros escribiendo, pero terminé con la misma sensación física. Comenzamos a las diez de la mañana y terminamos a las ocho de la noche. Es posible que fueran las fechas —tuvo lugar un fin de semana de enero y muchos acudimos como regalo de navidades— lo que hiciera que aquel día fuera una catarsis para muchos de los asistentes. Hubo lloros, narraciones de experiencias traumáticas (padres borrachos, jefes abusivos, exnovios rencorosos), piropos cruzados de un lado del aula al otro, y una comida con sobremesa incluida. Un hombre mayor acudió a la clase para mejorar su redacción de ensayos científicos porque estaba preparando un paper sobre ecologismo. La profesora tuvo que aclararle que los ejercicios serían de escritura creativa, y que poco le serviría para ese propósito. Lejos de encabritarse, el hombre se lo tomó con deportividad, y terminó disfrutando tanto de la clase que pidió el número de teléfono a todos los asistentes para reunirnos pronto. Prometió crear un grupo de WhatsApp pero todavía debe estar liado con el artículo porque, por suerte, no ha cumplido con su promesa. Más allá del entretenido show en el que se convirtió la clase, la profesora propuso ejercicios divertidos. Listar diez coches de tu vida, escribir una carta a un nieto, inventar trabalenguas. De entre todos los consejos, me quedé con uno al que recurro habitualmente: cuando no sepas qué escribir, escribe que no sabes qué escribir.

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Libros

Tres cursos de escritura

A mi derecha se sentaba un señor mayor con el pelo cano peinado hacia atrás con una obsesión irracional por hacerse rico; le gustaba repetir la misma frase: llevo muchos años en el mundo editorial y sé cómo hacer dinero.

Cuando no sé qué escribir, escribo que no sé qué escribir y de pronto, sin pensar realmente en nada, empiezan a aparecer las palabras en fila india, una detrás de otra. Me doy cuenta, por ejemplo, de que he escrito un adverbio —realmente— y recuerdo que en los cursos de escritura enseñan que no se deben escribir adverbios, sobre todo los acabados en mente. Es un recurso fácil, dicen, y además lo escribió así Stephen King en su libro de escritura, dicen, que está muy bien, dicen, no como sus otros libros, dicen, porque un profesor de escritura no debe de alabar a un escritor de best sellers, y menos a Stephen King, que es millonario y está vivo; esto lo digo yo. La gente que escribe reniega de esos cursos, vete tú a saber por qué. Hay que escribir como dicen que no se debe escribir en los cursos de escritura, me han llegado a decir. Y ante esa sentencia rotunda sólo me queda mirar de reojo y asentir mientras pienso que los consejos me dan miedo. Tal vez merezca la pena escribir algo sobre esos cursos.

He asistido a tres cursos de escritura. 

Biblioteca municipal de Sanchinarro

Después de terminar la universidad y de encontrar mi primer trabajo, me vi con tres meses sin responsabilidades que podría haber aprovechado para viajar, para aprender idiomas o para rascarme los mismísimos. Decidí pasarlos acercándome cada dos días al punto limpio —calculo que en total mi casa perdería veinte kilos de basura entre libros de universidad antiguos, apuntes pasados y mierdas varias del trastero—, paseando por Madrid —llegué a hacer un par de free tours rodeado de turistas— y creyéndome escritor. Para ello tuve que hacerme el carnet de las bibliotecas públicas de Madrid en un centro cerca del colegio del Pilar, completar un formulario online, y presentarme un martes en la biblioteca municipal de Sanchinarro a eso de las 12 del mediodía. 

El profesor era un tipo argentino y el número de alumnos no superaba la decena. A mi derecha se sentaba un señor mayor con el pelo cano peinado hacia atrás con una obsesión irracional por hacerse rico; le gustaba repetir la misma frase: llevo muchos años en el mundo editorial y sé cómo hacer dinero. Es cierto que el pelo era de rico, pero diría que los ricos no van a cursos de escritura en la biblioteca municipal. Había también una pareja de mellizas cuyos relatos de fantasía, protagonizados por ellas mismas, eran dignos de una novela de Douglas Adams en el medievo pero sin un asomo de ironía; eran divertidas y no lo sabían. A mi izquierda dormitaba un hombre que venía obligado por algún tipo de castigo del estilo trabajos para la comunidad. Y pegada a la ventana una mujer que rondaba la cuarentena seguía las explicaciones con verdadera pasión. Del resto ya no me acuerdo. Comenzó la clase y el profesor escribió una frase en la pizarra: Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Después se giró, nos miró uno a uno y dijo: ¿De qué libro es esta frase? Nadie contestaba, no sé si por vergüenza o ignorancia. El anciano miraba alrededor con una media sonrisa que parecía decir: dilo tú que a mí me da la risa. Cien Años de Soledad, terminó contestando. El profesor palideció y solo puedo decirle que estaba bien tirado, que a García Márquez le gustaba mucho Kafka. A ese paripé introductorio le siguió un ejercicio experimental que consistía en meter y quitar palabras de aquel fragmento. Intranquilo por profundo, insecto por mariposa, monstruoso por linda, Gregorio por María José, mañana por tarde. Cuando María José Samsa se despertó una tarde después de un sueño profundo, se encontró sobre su cama convertido en una linda mariposa. “Esto demuestra el poder de la palabra, muchachos”, dijo el profesor. Literatura de vanguardia en Sanchinarro. 

El resto de clases apenas calaron en mi memoria, unos cuantos momentos de vergüenza inaguantable y consejos durante los descansos de aquel señor mayor sobre cómo hacerse rico en el mundo editorial; debí haber tomado nota.

Online

Esta experiencia fue menos traumática pero menos memorable. Recordar, recuerdo poco. Una profesora agradable y el mal trago de escribir mi opinión sobre los textos de un compañero cada semana.

Escuela de escritores

A la escuela de escritores acudí para un “maratón de escritura”. No fueron 42 kilómetros escribiendo, pero terminé con la misma sensación física. Comenzamos a las diez de la mañana y terminamos a las ocho de la noche. Es posible que fueran las fechas —tuvo lugar un fin de semana de enero y muchos acudimos como regalo de navidades— lo que hiciera que aquel día fuera una catarsis para muchos de los asistentes. Hubo lloros, narraciones de experiencias traumáticas (padres borrachos, jefes abusivos, exnovios rencorosos), piropos cruzados de un lado del aula al otro, y una comida con sobremesa incluida. Un hombre mayor acudió a la clase para mejorar su redacción de ensayos científicos porque estaba preparando un paper sobre ecologismo. La profesora tuvo que aclararle que los ejercicios serían de escritura creativa, y que poco le serviría para ese propósito. Lejos de encabritarse, el hombre se lo tomó con deportividad, y terminó disfrutando tanto de la clase que pidió el número de teléfono a todos los asistentes para reunirnos pronto. Prometió crear un grupo de WhatsApp pero todavía debe estar liado con el artículo porque, por suerte, no ha cumplido con su promesa. Más allá del entretenido show en el que se convirtió la clase, la profesora propuso ejercicios divertidos. Listar diez coches de tu vida, escribir una carta a un nieto, inventar trabalenguas. De entre todos los consejos, me quedé con uno al que recurro habitualmente: cuando no sepas qué escribir, escribe que no sabes qué escribir.

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES