Cómo terminan las cosas

Así es como termina una amistad. No con un reproche ni con malas formas, sino con un “a ver si nos vemos pronto”.‍

Así es como termina una noche de fiesta.

No con la alegría tonta con la que te metes en la cama, sino con la tristeza estúpida que acompaña la resaca.

Así es como termina una ducha.

No cuando se cierra el grifo, sino cuando encuentras la solución al problema con el que has empezado a ducharte.

Así es como termina una comida.

No cuando el camarero retira el plato, sino con el regusto amargo o dulce después de pagar la cuenta.

Así es como termina tu película favorita.

No con un trineo en llamas que lleva escrito Rosebud, sino con una conversación de vuelta del cine a casa.

Así es como terminan los juegos de mesa.

No cuando alguien gana, sino cuando el que pierde se cansa de seguir proponiendo rondas para intentar ganar.

Así es como termina la comida que sobra en un restaurante y te llevas a casa.

No en un plato recalentado el día después, sino al fondo de la nevera en una esquina cogiendo moho hasta que llevas invitados a casa y te deshaces de ella.

Así es como termina el libro firmado que prestaste.

No en tu estantería después de una buena conversación con la persona a la que se lo prestaste y un gesto de agradecimiento, sino en la pila de libros por leer de la mesilla de noche de la otra persona.

Así es como termina una semana.

No el domingo a las 23:59, sino el domingo a la hora en la que se cuela una ansiedad ligera en el ánimo.

Así es como terminan las vacaciones.

No el primer día de trabajo, sino el primer día de trabajo en el que no recuerdas las vacaciones.

Así es como termina un vuelo

No con el aterrizaje, sino cuando desactivas el modo avión para contar que ha terminado.

Así es como termina el anuncio de unas ligeras turbulencias.

No con unos movimientos de la aeronave, sino cuando tu vida pasa por delante y haces repaso de los mejores momentos.

Así es como se termina un corte de pelo.

No en la peluquería, sino después de la primera ducha.

Así es como termina un trabajo.

No con una carta de renuncia ni un despido, sino con un post en LinkedIn lleno de orgullo y satisfacción.

Así es como termina sobreviviendo un intelectual.

No leyendo más libros, sino leyendo acerca de los libros que debería leer.

Así es como termina un buen cuento.

No con una moraleja, sino con un punto y final que paraliza al lector.

Así es como termina un poeta maldito.

No rodeado de drogas, folios garabateados y colillas en una buhardilla, sino impartiendo cursos de poesía.

Así es como termina una conversación con alguien que conoces en una fiesta.

No cuando terminas de hablar con esa persona, sino cuando terminas de hablar sobre ese desconocido con un conocido en la misma fiesta.

Así es como termina el insomnio.

No con técnicas para conciliar el sueño, sino aprendiendo a vivir cansado.

Así es como termina una amistad.

No con un reproche ni con malas formas, sino con un “a ver si nos vemos pronto”.

Así es como termina una mala racha.

No con la ligereza de ánimo recuperada, sino cuando te das cuenta de que has entrado en otra.

Así es como termina la infancia.

No con el paso a la adolescencia, sino que nunca termina.

Así es como termina un amor de verano.

No con un beso inolvidable o con una noche de pasión, sino en otoño cuando se convierte simplemente en un amor de otoño.

Así es como termina una vida.

No con el último aliento, sino cuando muere la última persona que guarda su recuerdo.

Así es como termina el artículo.

No con una frase redonda que cierra este ejercicio oulipiano, sino reconociendo que no es más que una versión en castellano de un maravilloso artículo de Reuven Perlman en el New Yorker del 22 de septiembre.

Fin.

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Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
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Así es como termina una amistad. No con un reproche ni con malas formas, sino con un “a ver si nos vemos pronto”.‍

Así es como termina una noche de fiesta.

No con la alegría tonta con la que te metes en la cama, sino con la tristeza estúpida que acompaña la resaca.

Así es como termina una ducha.

No cuando se cierra el grifo, sino cuando encuentras la solución al problema con el que has empezado a ducharte.

Así es como termina una comida.

No cuando el camarero retira el plato, sino con el regusto amargo o dulce después de pagar la cuenta.

Así es como termina tu película favorita.

No con un trineo en llamas que lleva escrito Rosebud, sino con una conversación de vuelta del cine a casa.

Así es como terminan los juegos de mesa.

No cuando alguien gana, sino cuando el que pierde se cansa de seguir proponiendo rondas para intentar ganar.

Así es como termina la comida que sobra en un restaurante y te llevas a casa.

No en un plato recalentado el día después, sino al fondo de la nevera en una esquina cogiendo moho hasta que llevas invitados a casa y te deshaces de ella.

Así es como termina el libro firmado que prestaste.

No en tu estantería después de una buena conversación con la persona a la que se lo prestaste y un gesto de agradecimiento, sino en la pila de libros por leer de la mesilla de noche de la otra persona.

Así es como termina una semana.

No el domingo a las 23:59, sino el domingo a la hora en la que se cuela una ansiedad ligera en el ánimo.

Así es como terminan las vacaciones.

No el primer día de trabajo, sino el primer día de trabajo en el que no recuerdas las vacaciones.

Así es como termina un vuelo

No con el aterrizaje, sino cuando desactivas el modo avión para contar que ha terminado.

Así es como termina el anuncio de unas ligeras turbulencias.

No con unos movimientos de la aeronave, sino cuando tu vida pasa por delante y haces repaso de los mejores momentos.

Así es como se termina un corte de pelo.

No en la peluquería, sino después de la primera ducha.

Así es como termina un trabajo.

No con una carta de renuncia ni un despido, sino con un post en LinkedIn lleno de orgullo y satisfacción.

Así es como termina sobreviviendo un intelectual.

No leyendo más libros, sino leyendo acerca de los libros que debería leer.

Así es como termina un buen cuento.

No con una moraleja, sino con un punto y final que paraliza al lector.

Así es como termina un poeta maldito.

No rodeado de drogas, folios garabateados y colillas en una buhardilla, sino impartiendo cursos de poesía.

Así es como termina una conversación con alguien que conoces en una fiesta.

No cuando terminas de hablar con esa persona, sino cuando terminas de hablar sobre ese desconocido con un conocido en la misma fiesta.

Así es como termina el insomnio.

No con técnicas para conciliar el sueño, sino aprendiendo a vivir cansado.

Así es como termina una amistad.

No con un reproche ni con malas formas, sino con un “a ver si nos vemos pronto”.

Así es como termina una mala racha.

No con la ligereza de ánimo recuperada, sino cuando te das cuenta de que has entrado en otra.

Así es como termina la infancia.

No con el paso a la adolescencia, sino que nunca termina.

Así es como termina un amor de verano.

No con un beso inolvidable o con una noche de pasión, sino en otoño cuando se convierte simplemente en un amor de otoño.

Así es como termina una vida.

No con el último aliento, sino cuando muere la última persona que guarda su recuerdo.

Así es como termina el artículo.

No con una frase redonda que cierra este ejercicio oulipiano, sino reconociendo que no es más que una versión en castellano de un maravilloso artículo de Reuven Perlman en el New Yorker del 22 de septiembre.

Fin.

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