Tengo el complejo en mi biografía de lector de que los libros que más me han importado, los más decisivos y grabados en mi memoria, siempre me ha costado mucho terminarlos. La vida instrucciones de uso, de Perec; o La muerte de Virgilio, de Broch; o Nuestra parte de noche, de Enriquez, son libros por los que avancé muy lentamente, a lo largo de meses y los que más feliz me han hecho. Aún no he podido terminar el Quijote.
Siempre he pensado que es una flaqueza, falta de constancia, me distraigo con una frase, torpeza de lector inmaduro. Aquí quiero reivindicarlo. Un libro que “devoras” es un libro consumible y desechable. La resistencia de las grandes obras tiene que ver con el poder de un lenguaje nuevo, con la imposibilidad de soportar más que en pequeñas dosis una experiencia tan radicalmente movilizadora, una materia tan enajenante.
Cuando un texto te pone a pensar, te obliga a parar, allí ocurre algo que trasciende la trama, el sentimiento o las ideas. Las palabras toman relieve, sientes su materialidad. Esos son los libros que prefiero. Llevo con Tiempo profundo desde que salió en mayo, solo ahora lo he podido acabar, un libro demoledor y poderoso. Un texto lítico.
1, Este es un libro que trabaja alrededor de la figura del yo. “La imagen en el espejo, en el papel y en la pantalla es más que una simple reflexión; es una ventana hacia diferentes versiones de mí misma, un diálogo continuo entre lo que soy y lo que percibo”. En cambio el yo no está en uno, es una carencia, “Miro porque me falta: esa falta soy yo”, una falta que se resuelve en lo otro, en los otros “Yo no soy tú pero”. Es comunitario, familiar, fotográfico. Es un libro en línea con la tradición más nutrida, original y profunda de la literatura contemporánea.
Este mismo año se ha publicado (en España, el original es de 2021) Escribir como si ya hubieras muerto, de Kate Zambreno, donde el mismo ejercicio, en los textos del escritor francés Hervé Guibert, la autora formula un yo, en la escritura sobre la escritura de él, en la hipocondría reflejada en su hipocondría, en la falta de tiempo de un enfermo de sida y la falta de tiempo de una madre precaria con embarazo de riesgo. En Bluets, de Maggie Nelson es el color azul. En La isla desnuda de Lola Nieto (a la que debo agradecer que me recomendara esta maravilla) es la lengua japonesa. Alan Pauls en su reciente libro de ensayos reunidos, Alguien que canta…, dice “Finalmente, el libro de mi vida es el libro de la vida de otro, el Roland Barthes por Roland Barthes, de Roland Barthes”.
Aquí, en Tiempo profundo, el álbum de fotos familiar, el álbum de fotos que el padre hizo a lo largo de los años a cada uno de sus hijos, la fotografía, arte del instante, como corte fijo de la realidad irrebatible que nos narra como un cuento de hadas y monstruos la vida que fuimos y no sabíamos.
El ensayo lírico de lo otro en busca del yo es el género literario que ha inventado el presente y que mejor lo explica. Por una vez, la literatura española está en hora con el mundo, como no lo estaba desde hace un siglo. El yo en lo otro, lo colectivo, lo perdido recuperado, la imagen de sí es siempre la contraimagen en otro(s). Un yo-comunidad-cosa. Es este el primer efecto claro de un libro genial.
Sin embargo, nada del tema o la estrategia del texto explica la calidad del texto. La calidad de un texto, la calidad y la calidez y la persuasión y la fascinación por un texto, reside en las palabras, en el uso, en el gesto que se dibuja con una serie de palabras.
2, En este libro las palabras son materia, se tocan, funcionan, tienen masa y forma, describen de forma precisa una pieza del engranaje, enganchan los dientes de una con la siguiente, son palabras naturales que existen y nombran lo que quieren decir. El castellano es una lengua dada a la mística y la trascendencia, grandilocuente, lumínica o terrible, ideal para elucubraciones fantasmagóricas de la metafísica del espíritu. En cambio, le cuesta tanto al castellano el lenguaje natural, la palabra natural, la filosofía natural. No tenemos lenguaje para las cosas, todo son conceptos vacíos.
Contra la tradición, este libro lo encuentra. Tiene un lenguaje material para la materia que trabaja: la fotografía. Y tiene palabras concretas para las emociones familiares, para sus recuerdos de infancia, de hermanos, de habitaciones, de abuelas, de perros. Sabe decir, y decir preciso. Sus mejores momentos son meras concreciones de lo que es o lo que fue o lo que cree recordar o lo que conoce de otros fotógrafos, otros artistas, otras teorías de la materia que fija un instante de la realidad en nitrato de plata, dibujando así un pulso, de acontecimientos únicos que unidos dibujan el latido, el ritmo.
Resulta aventurada una conexión tan extemporánea en cuanto a temática, estilo y tradición, pero quizá en nuestra lengua solo el novelista Rafael Chirbes ha reflexionado y trabajado con tanto detalle el uso de la palabra concreta y material, el lenguaje que nombra y toca las cosas, en vez de inventarlas o imaginarlas en conceptos vacíos donde fácilmente se puede inocular el veneno del idealismo letal. Quizá solo Chirbes encontró el lenguaje material que el castellano casi nunca tuvo, solo Chirbes ha pensado en castellano con detenimiento en Lucrecio, en las cosas naturales, y la dificultad de encontrar las palabras más simples para poder alcanzarlas.
Este texto tiene palabras para las cosas, las más precisas y concretas, las más reales y naturales, construye una filosofía natural de la imagen, el instante y la emoción, de la identidad del yo que se constituye del relato colectivo, del relato familiar, del relato social y comunitario. Este texto se inserta en esa escuálida tradición en nuestro idioma, que tiene a Chirbes como antecedente reciente, y que hoy por fin parece expandirse, expandirse hacia las cosas para nombrarlas con precisión, y las abstracciones y metáforas ya los pondrán quienes lean.
Así, con el yo en lo otro de una mano, y el lenguaje natural de la otra, este texto encuentra su latido, su gesto, su estilo. Y es un estilo que ordena su esqueleto y llega pulso a pulso a tocar sus objetos y atraparlos y dejarlos visibles para nosotros lectores.
3, La autora plantea una figura más o menos al comienzo del libro, en relación a otra cosa, a otro artista, sin darle importancia, sin llamar la atención sobre ello, que para mí resulta la clave de lectura y el sentido estructural de su escritura y el texto en su conjunto: el ritmo. La dialéctica que la fotografía construye entre instante y flujo, el corte y lo continuo, el instante atrapado en la imagen plana que se cose con otro instante atrapado en la imagen plana, y con otro, y con otro, y de formas múltiples, imprevisibles, sensoriales, encuentran el ritmo del relato personal, familiar, social, como en la música es el pulso rítmico, un golpe precedido y seguido de silencio, y luego otro, y luego otro, golpes aislados, los que conforman el ritmo, la sensación de continuidad y el pulso de la melodía, del texto, del caminar, del respirar, del recordar.
“A medida que continúo hojeando [fotografías], me sorprende la manera en que estos instantes, a pesar de su aparente inmovilidad, llevan consigo el flujo constante de la vida, capturando el ritmo de la existencia”.
“En la práctica, el ritmo de la memoria colectiva a través de la fotografía puede verse en la forma en que las imágenes se utilizan para contar historias y mantener la cohesión familiar”.
Es en el ritmo: instante y flujo, que este libro encuentra la estrategia para la textualización de las emociones y de las ideas. Es el ritmo lo que este libro extrae de la fotografía, corte que conforma el continuo, para la construcción de sentido literario, emocional, político, y lo sitúa entre esos grandes textos de la fotografía del siglo pasado que nos trajeron figuras ya eternas para nuestra reflexión y comprensión del presente.
Este texto, se sitúa junto a los ensayos más interesantes de la actualidad, recoge el legado del inmenso esfuerzo de Chirbes por encontrar palabras concretas en castellano, pero también se asienta en la gran tradición de la escritura sobre fotografía que tiene en Benjamin, Barthes y Sontag sus tres monumentos ya clásicos. Gorría, podemos añadir.
De los grandes libros siempre es difícil decir algo y así lo que digo aquí es bastante torpe. El libro por venir lo tiene que explicar el futuro, que es su verdadero presente. Demasiado he intentado ya aquí con estas tres torpes ideas que se materializan en Tiempo profundo de una forma mucho más precisa y mucho menos explícita que en esta confusa glosa.