Gonzalo Torné me espera tomando un café y leyendo El contrabando ejemplar, de Pablo Maurette, novela ganadora del 43º Premio Herralde de Novela. Antes de empezar, me avisa de que es la única entrevista que dará sobre la reedición de Hilos de sangre.
M: Hilos de sangre no es un libro que acabe de salir, tiene ya 15 años. Sé que lo releíste para la reedición, pero ¿cuánto llevas sin hablar sobre él?
G: El libro salió en 2010. Entonces hablé muchísimo. Después lo he tenido presente, y como mis novelas están hasta cierto punto interconectadas, pues me he asomado a pasajes para acordarme de qué le gustaba comer a Clara, si Joan-Marc prefería los zapatos a las camisas, y cómo se llamaba el bar dónde iban. Y aunque me gusta releer mis novelas de principio a fin (entiendo lo que dicen algunos colegas de no mirar atrás, pero si te gustan tus novelas me parece un poco triste) Hilos no la había releído entera hasta ahora. He hecho algunos cambios menores, frases sueltas, y algunos ajustes de rácord. Pero es el mismo libro. Como nunca se ha dejado de publicar he tenido la ocasión de ir hablando con nuevos lectores. Pero es cierto que entre mis lectores más jóvenes, pongamos los de menos de 33, suele ser mi novela que les falta por leer. Y mira que les doy años entre novela y novela.
M: A mí me pasó. Yo empecé por Divorcio en el aire y ya después vino El corazón de la fiesta, Años felices y, el último, Brujería. Y cuando acabé dije «uy, me falta el primero».
G: Por vicisitudes de nacimiento, que deberías tener dos años cuando salió (se ríe). Sí, es el libro que ha quedado más lejano. Y luego que es un libro muy largo, tiene 500 páginas, pero la letra es pequeña, podría tener 754, hay que tener ganas de ponerse.
M: Al terminarlo, como lo había leído el último, pensé: «Aquí está el inicio de todos los otros».
G: Sí, es la fuente de la que mana el resto, o el big bang si prefieres las metáforas cósmicas. Divorcio en el aire cuenta lo que ocurre con Joan-Marc entre la cuarta y la quinta parte de Hilos. Años felices explora la relación entre Álvaro y Alfred, como aquí se expone la de Clara y Gabriel. El corazón de la fiesta retoma la relación de Clara y Joan-Marc donde se quedó al final de Hilos, aunque solo actúen como narradores. Y en Brujería Diego se refiere a todos estos personajes como presencias idealizadas y distantes. A mi me gusta pensar que todas las novelas pueden leerse de forma independiente. Y que según entres por un sitio u otro, y según cómo las combines, el conjunto adopta perfiles distintos. Pero todo lo que viene después empieza aquí. Y ahora puedo decir que de Hilos a Brujería se cierra la primera parte de lo que llevo entre manos: el camino de ascenso. Pero esto lo he descubierto hace muy poco, veremos.
M: Te preguntaba si lo habías releído antes de reeditarlo porque creo que la literatura tiene una cosa muy interesante, y es que tú escribes una cosa y la obra se queda ahí, pero tú sigues avanzando. E igual que cuando lees una cosa que habías leído hace diez años cambia lo que has leído, entiendo que al escribir pasará una cosa parecida. ¿Notas ese cambio? ¿Escribirías lo mismo que hace 15 años?
G: Sí, exactamente lo mismo. Supongo que todo escritor tiene unos libros de merodeo donde tantea con el estilo y con sus posibilidades. Son libros que no casan bien con lo que viene después, aunque no tengan porqué ser embarazosos. Yo publiqué un librito anterior a Hilos, que fue bien recibido, pero que tiene algo de escolar, yo sé que estaba haciendo literatura de la literatura: un cuento a lo Sebald, otro a lo Coeetze, en este mezclaba unas gotas de Bernhard y unos dejes de Marías… ejercicios de estilo. Pero cuando empecé Hilos ya tenía muy claro lo que quería y con qué recursos contaba para conseguirlo… y aunque empezase a escribirla a los 32 años la considero una obra de madurez, en el sentido de que con independencia de su valor, está meditada hasta la última coma, y yo no sabría escribirla mejor ni distinto. Por supuesto se recibió como la novela de un escritor joven, pero el caso es que yo no me sentía nada joven, yo venía del mundo del deporte y a esa edad ya se han jugado los mejores partidos, llevaba muchos años trabajando y acababa de renunciar a la vida académica... En fin que era novel, pero no me sentía nada joven ni consideraba la novela un promesa, Hilos era lo que era, e igual no había más. Y ahora se me ocurre, tú córtame, eh...
M: No, no. Adelante.
G: ...al releerla la novela no me sorprendió, porque más o menos la tengo en la cabeza, pero lo que se me vino encima fue la época. Un montón de cosas que no recordaba que recordaba. Los cientos de horas que pasé en bares escribiendo una novela que nadie esperaba, las ideas desechadas, un día en el que traté de calcular por cuanto dinero renunciaría a escribirla, y el extraño momento de la despedida de los personajes, y cuando me decidí a enviarle el manuscrito a Ignacio Echevarría aferrado a una propuesta que parecía vaga y que resulto ser firme. Y todo eso como una doble vida, algo que pasaba mientras trabajaba en otras cosas y salía casi cada noche. La mezcla de resolución y vergüenza del novelista sin editorial y sin lectores. Todo eso se me vino encima. Y también algunos desajustes entre la realidad y mi memoria. La definición que hace Clara de la literatura “una perversión de la vida y la ocupación más noble, ser exigente con uno mismo y comprensivo con todo lo demás”, pensaba que era más reciente, y resulta que lleva conmigo quince años (se ríe). Y también consideraba más cercanas las lecturas de Naipaul o de Roth. Y en cambio, aunque la novela tiene un aire murdochiano, sé que no la había leído, porque me dirigieron a ella los amigos que hice después que Hilos se publicase.
M: Lo de la presencia de Murdoch en el texto lo dice Ignacio en el prólogo.
G: Sí, ¡es que está! Pero no la había leído. ¿Sabes quién era otra figura tutelar de la novela? Anne Carson. Una vez nos juntamos en un ascensor su editor, Andreu Jaume, creo su primera traductora, el poeta David Aceituno, que fue quien me obligó a leerla, y yo. Si llega a siniestrarse aquel ascensor Carson se queda sin el 15% de sus lectores españoles, que debían ser 26. Me alegra mucho que Carson sea ahora la capitana general de los poetas jóvenes. Bueno, el caso, cuando salió Hilos yo mencionaba en todas las entrevistas a Carson y a Naipaul, y los críticos replicaban con Gironella y Lluïsa Forrellad… autores en boca de todos (se ríe).
M: Yo no habría dicho nunca lo de Carson.
G: Me sabía de memoria La belleza del marido; creo que está citado lo de «los celos pueden devorar un corazón hasta su centro». Pero a los escritores originales no se les puede copiar sin hacer el ridículo, su función es otra, nos recuerdan que existe un aire más libre, un aire difícil, pero reconfortante, extremadamente valioso. Nos recuerdan que, pese a toda la sordidez y la tartufería del día a día, pese al ruido y el cansancio, lo que escribimos puede llegar un día a tener un gran valor para alguien.
M: Me he acordado de algo que dijiste, creo que en un artículo en CTXT...
G: Digo muchas cosas (se ríe), a ver de qué te acuerdas…
M: Era algo así como que si escribes no introduzcas tus gustos en aquello que escribas.
G: Bueno, lo podría refrendar. En 2010 yo me ganaba la vida de varias maneras, y una era haciendo muchos informes de lectura. Y cuando digo muchos, quiero decir muchos. Treinta, cuarenta al mes. Reunía un sueldo de ejecutivo con una de las labores más despreciadas del mundo editorial. Y como comprenderás leía una cantidad desbordante de mala literatura. Mala de morirse. No se lo recomiendo a nadie, pero para mí fue una escuela impagable de escritura. Armé un catálogo de caminos sin salida, de pésimas decisiones, un sistema de advertencias: “Peligro. No pasar”. Porque al escribir ficción es muy fácil dejarse ir. Yo estoy enamorado de mi vida, puedo contarte la anécdota más aburrida del mundo y morirme de risa, solo porque me pasó a mí y ese día el sol estaba estupendo. Leyendo libros malos te convences de que tu rollo no tiene interés. Es como cuando pasas horas escribiendo fluido, sin esfuerzo, que es casi el certificado que no está pasando nada en la página que merezca la pena. Y bueno, con los gustos pasa más o menos igual. A mi me pones una serie con una pradera, dos hermanas ingeniosas, un perro y un cottage y ya me tienes en tu equipo, aunque luego la película sea una porquería. Hay que ir con mucho cuidado cuando introduces tus gustos o tu memoria sentimental en un libro, ya no digamos tus fobias o tus ajustes de cuentas. Todo eso mejor dejarlo en casa. O elaborarlo, dar el paso que va de la expresión a la representación.
M: ¿Los hay en Hilos de sangre? Gustos, quiero decir.
G: Si, claro, porque es lo que tienes a mano. Prefiero que a Clara le gusten los guisantes y no la coliflor, que es una verdura que detesto. Y si se pone a ver películas pues que sean de Cary Grant y James Stewart, que son las pelis que yo vería si me divorciase. Y si ha pasado un tiempo fuera pues que sea en Londres que no tengo que documentarme. Pero son préstamos, y solo valen porque casan con el personaje.
M: Me pasa una cosa con tus novelas, también con esta, y es que nunca sé explicar del todo de qué van. Hay muchas capas, en esta hay como tres novelas juntas. Pero encontré una frase que me gustó mucho, una línea que creo que resume todo el libro, que además ni siquiera la dice un personaje principal, se la dice Ana Selma a Clara: «Fue un alivio comprobar que no podían ver mi pasado a través de mi piel». Creo que de eso va un poco toda la novela, ¿no? Ahí está todo Gabriel. Al principio piensas que es el abuelo que se está muriendo y de repente tienes 160 páginas de toda la historia del abuelo, y con lo que se queda Clara: todo lo que ha tenido que pasar para que ella esté aquí en el mundo. No creo que ella se imaginase todo eso.
G: Es una pregunta muy interesante y puede responderse de varias maneras. Si me dejas daré un rodeo. V. S. Naipaul escribió un libro, Finding the center, que es una suerte de autobiografía que se trunca porque no encuentra un centro que obligue a orbitar a todas las ideas y observaciones del libro a su alrededor. Colapsa porque no encuentra su tema. A partir de esta experiencia Pamuk lanza la teoría del “centro secreto” que viene a decir que uno de los juegos legítimos entre el lector y la novela (como el de preguntarse si lo que allí se cuenta le ha pasado al autor o se lo inventa) es buscar su tema. Pamuk viene a decir que las buenas novelas no enuncian su tema de buenas a primera, sino que lo esconden. Que el tema de un libro está en disputa o compartido y que a veces solo se revela al final, dejando en suspenso páginas y páginas precedentes. Por eso dan tanta pena las novelas que de buenas a primeras se desviven por anunciar su tema: ¡El duelo! ¡La infelicidad! ¡La ternura! ¡La movida! ¡La filoxera! Las buenas novelas no pueden resumirse, tienen que atravesarse.
M: Creo que tienes un tuit al respecto.
G: Sí, es una de las cosas más impresionantes, cuando dices «hostia, era esto». Porque al principio no hay plan, tienes toda clase de problemas: encontrar el tono, descubrir quién es el personaje principal y qué le pasa, dar con las dificultades que estimulen la imaginación, decidir un ángulo de abordaje… Meses de probaturas que ya es mucho si consigues media docena de páginas que no suenen como una parodia del libro anterior. Es como explorar una ciudad, sabes más o menos lo que te propones visitar, pero solo llegas a conocerla si te dejas perder, si callejeas un poco sin rumbo. Y un día empiezas a entender la novela que tienes entre manos y lo que le puedes pedir a los personajes, va dibujándose una estructura y reconoces el tema… o los temas. En mis novelas creo que siempre hay dos o tres temas centrales que de alguna manera se discuten y de otra se afirman. Por eso suelo elegir títulos que cambian de sentido según en qué punto de la novela estés. Pero es algo que debe descubrir el lector, y al terminar podemos empezar a discutir de qué va.
M: A mí me ha pasado con Hilos, de estar en la cuarta parte y decir «claro, era esto».
G: Me paso una cosa con la reedición de Divorcio en el aire. Yo sabía que estaba escribiendo sobre el divorcio, y también sobre las metamorfosis del cuerpo, y si me apuras de la crisis económica que vivió mi generación. Pero leída diez años después me pareció la Gran Novela sobre los Incels, una clase de varón que en 2010 no se llamaba así y que parecía en retirada, y ahora están por todas partes, quejándose o presidiendo Estados Unidos. En su momento a nadie se le ocurrió, ¡no se me ocurrió ni a mí! A veces es el tiempo el que deja al descubierto los temas de una novela. Es bonito.
M: Entiendo que en 2013 no se recibió así.
G: No, no, no, no, para nada. Supongo que todos los novelistas, y los artistas en general, tienen que pasar un periodo de purgatorio donde tu obra no se interpreta según tus propios intereses y propósitos, sino como dice Pligia según las pautas del debate del momento (literatura rural o urbana; nacional o extranjerizante; de frase larga o frase corta; popular o culta...) binomios de ocasión, de periodismo de tendencias, que a nadie con un mínimo de curiosidad lectora le pueden importar un pimiento. Cuando se publicó Hilos estaba lanzada una liza tremenda entre un vanguardismo de boina enroscada cuyo bando escribían novelas que supuestamente funcionaban como series, videojuegos, blogs o cafeteras y otro bando que reivindicaba el regreso del costumbrismo (como si se hubiera ido alguna vez). En los dos campos había gente valiosa, pero el debate era de suicidarse.
Pero desde Años felices sí que he encontrado mucha complicidad con los lectores y los críticos. Sobre todo con la gente joven de todas las edades (porque mis jóvenes del principio tienen ahora cuarenta, y hay de treinta, y algunos han nacido después del 2000), porque, por ejemplo, ya no vivís lo de ver cine o leer tebeos como algo por lo que tendrían que felicitaros, os relacionáis de manera natural con la literatura extrajera, y no os veo tan acomplejados por lo “intelectual” ni tan crecidos por el mero hecho de leer como me parecían unos cuantos de mis mayores. Al menos los jóvenes que yo conozco... que igual me llegan muy bien elegidos. Cuando yo empecé a publicar se trataba de encajarte como fuese en un sistema de referencias nacionales. Y la literatura nacional yo no digo que no exista, pero es el resultado de lo que escriben las personas que nacen en un estado, es un punto de llegada; como punto de partida es un disparate: nadie está obligado a dialogar con Azorín ni con Delibes ni con Galdós. Y cuando un poeta escribe sobre el amor, pues tampoco hay ninguna necesidad de citar a Salinas. Quiero decir que Umbral acusaba a Marías de ser un escritor que escribía en un inglés traducido porque le gustaban autores tan exóticos como Henry James y Shakespeare, y ahora Marías está en el centro del prestigio y Umbral, tan castizo él, a menudo se confunde con una parafilía de los columnistas de Madrid. El cambio se puede matizar, pero es un cambio, un cambio muy profundo.
M: Quería volver al personaje de Joan-Marc, aprovechando que lo has mencionado.
G: Joan-Marc Miró-Puig, sí. Ahora que lo pienso no tiene segundo apellido.
M: ¿No lo habías pensado?
G: No. A lo mejor nos sale hoy. En Twitter sacaba los nombres a concurso: Masclans, Berta…. En Bluesky no me está funcionado, no sirve para nada (se ríe). Bueno, Joan-Marc, sí.
M: Es un personaje detestable, terrible, pero puedo llegar a entender lo que Clara siente por él. O sea, puede reconocer que es un gilipollas integral y que al mismo tiempo está enamoradísima de él.
G: En Hilos tampoco es tan cretino como en las 150 primeras páginas de Divorcio. También es verdad que como no tiene el foco encima, no sabemos todas las cosas que hace (se ríe).
M: Me gustan sobre todo las discusiones que tienen. No sé si has visto la película Anatomía de una caída, pero hay un momento en el que la pareja tiene una discusión bastante larga, que sube y baja, dura como diez minutos, y todo el mundo coincide en que es una discusión perfecta, en el sentido de que es muy real. Ves a dos personas que tienen muchísima complicidad, no es la típica discusión estereotípica y plana, de manual de instrucciones, y en Hilos veo lo mismo entre ambos.
G: Vuelves a sacar un asunto muy interesante que puede responderse de muchas maneras. A ver. Yo creo que hay una costumbre en el arte, una manera de hacer que reconocemos como verosímil por insistencia. Porque las cosas son así, en los libros y en las películas. Lo que pasa es que en la vida las cosas no son así, y el verosímil artístico a menudo supone un falseamiento. Te pongo un ejemplo de cine. David Lynch tiene fama de raro, y un poco raro si es, pero si te fijas en los diálogos de Twin Peaks… un personaje habla de una cosa y el otro le responde otra, se callan porque piensan, se pisan, repiten cosas… ¡hablan como en una conversación normal! ¿Dónde esta la inverosimilitud? ¿De dónde sale esa idea? Pues del contraste con esos miles de películas que bombean los estudios donde se todos recitan frasecitas bien medidas, nadie piensa, nadie improvisa, nadie se repita, todo es caracterización dramática, todo contribuye al progreso del argumento y no se salen del tema, justo como nadie ha hablado en ninguna parte del mundo bajo ninguna circunstancia. Nadie habla así, nadie habla como en un cuento de Carver, pon el oído, la gente no calla ni bajo el agua, son laberintos de astucias.
M: Hay otra cosa que me gusta de tus libros y es que dejas que sea el lector quién vaya descubriendo a todos esos personajes y cómo se relacionan. No empiezas a leer y ya sabes qué esta es la hermana de nosequién, y esta la mujer del otro, a lo mejor tardas un par de páginas en saber quién está hablando, vas averiguando poco a poco todo el entramado.
G: Mi amigo Roberto Valencia me dijo un día que la peor serie del mundo mejora si la empiezas por el tercer capítulo. De repente la sobrexposición deja paso a una serie de sobreentendidos que el espectador tiene que llenar. Y es tan reconfortante que te dejen trabajar un poco. No niego que hay literatura ab ovo (por decirlo en pedante) estupenda. Balzac es un maestro empezando por la torre más alta de la iglesia, y después va casa por casa, presentándote la red de relaciones de los personajes. Pero prefiero las novelas In media res: la vida siempre va lanzada, cuando llegas a un sitio nadie te cuanta educadamente quién es quién. Tienes que averiguarlo. Pues en la ficción igual.
M: Para terminar, me sorprende que siempre tratas en todas tus novelas, también en Hilos, amores no convencionales.
G: Defina usted «convencional», por favor (se ríe).
M: Todo amor no monógamo, heterosexual. Todo el tema de las relaciones abiertas en Brujería.
G: Hay muchas cosas en Brujería. También hay solteros, hay de todo. Es como un catálogo.
M: En Hilos está la relación de Llort con su mujer, que viven en la misma casa pero cada uno en una planta, lo que cuentas de los soldados que tenían dos mujeres...
G: Sí, y hay personas bisexuales y no binarias, y transexuales, no sé… Te voy a ser sincero: ese era mi día a día cuando tenía veinte años, era lo que pasaba en la Universidad, y lo que siguió pasando luego. Y siempre he querido contar lo que ocurría a mi alrededor. Cuando empezaba a escribir leía libros de gente de mi edad que salían candelabros, carruajes, sacerdotes… y yo decía «pero tío, si no has visto un caballo en tu puta vida (se ríe), ¿qué haces?». Escribían literatura que sonaba a literatura, con palabras literarias, y personas que cuando pensaban miraban por la ventana y se “mesaban el mentón” y “asentían con la cabeza”. Y mira, eso no. Lo divertido es llevar la literatura a lo tuyo, aunque al principio lo tuyo parezca que no es “demasiado literario”
Y luego hay otra cosa: hay quien ve toda esta variedad de experiencias como una imposición de la ideología Woke y se ponen a luchar muy fuerte porque no sé que les pasa… Una vez un señor me dijo que lo que a mí me pasaba es que había vivido en una ciudad “degenerada” (se ríe), bueno, pues muy bien, igual sí, pero yo me debo a lo que he visto y a la gente que he conocido, me da igual si eso ofende a un señor de una ciudad “decente” o a otro de cualquier sitio que ve amenazado su imaginario o su honrilla por la libre existencia de otras personas. Si eres novelista no le puedes tener miedo a la vida. Puedes ser “degenerado”, puedes ser cínico, puedes ser injusto… pero miedica no, eso no te lo puedes permitir.
M: Pero para esa gente todo es woke.
G: El chiste es que si te molesta la diversidad no puedes leer nada. No puedes leer a Cervantes, la mente más comprensiva de la que se tenga noticia. No puedes leer a Shakespeare, donde casi nadie tiene un sexo definido. Y no puedes leer ni a un romano ni a un griego. Incluso un gigante como Roth cuando se ensaña con la diversidad en La mancha humana le sale una novela fallida porque está todo el tiempo dándose la razón y victimizándose. Pero bueno, ya está, que sobre esto ya he escrito y tú no vas a poder transcribir todo este rollo (se ríe).