—Do you feel depressed?
—Since the ducks left I guess
Cuando los patos se fueron sin decir adiós, nada fue igual para Tony Soprano. Tenía dinero, una mansión, un coche que valía decenas de miles de dólares y cualquier cosa que se le antojase, pero se le fueron los patos, los putos patos. Y claro, ¿para qué lo quiere todo un hombre si no puede tener lo que más anhela?
Se ha ido Morante de la Puebla y lo ha hecho como torea: con profundidad y dolor. Con pena pero con alivio. Su cara era la viva imagen de quien sabe que está luchando con algo por dentro tan fuerte que se acaba viendo fuera. Su salida por la puerta grande de Las Ventas es la viva imagen del Púgil en reposo de las Termas de Constantino. Descansa el guerrero, su cabeza también. Ya ha rozado la gloria, la ha saludado un porrón de veces, pero ahora le toca coquetear con el reposo. Con el descanso de quien por seguro lo merece y lo hará como el animal que tanto ama que, cuando se lo gana, descansa en el campo hasta el final de los días.


Cuesta decirlo, pero Morante se ha ido, como los patos, y ahora la vida va a ser menos vida. Aprenderemos a leer los carteles de las grandes ferias sin ver su nombre en ellos. ¿Lo peor? Que en algún momento nos acostumbraremos, porque la gente siguió viviendo sin Picasso, sin Lorca y sin Machado, así que el aficionado no tendrá otro consuelo que el de seguir viendo a Morante torear en sus pantallas y en su memoria. Lo primero es sinónimo de olvido; lo segundo, de inmortalidad.
Porque tienen las retinas una forma de almacenamiento que va directo desde nuestros ojos hasta la cabeza pasando también por el corazón. Este último no pilla de camino, de modo que, si el recuerdo le llega hasta ahí y además le provoca un encogimiento de estómago, bingo. Enhorabuena, va a recordar aquello para toda la vida. Pasarán años, mujeres, amigos, trabajos, libros, pero aquello perdurará para toda la vida en su cabeza. Puede que hasta no se acuerde -Dios no lo quiera- de cómo se llamaba su hijo por culpa del puto alzheimer, pero habrá verónicas que se quedarán para siempre.
Veremos a Morante torear infinidades de veces en nuestra cabeza y seguiremos toreando con un periódico en la cocina sin motivo alguno solo porque hemos tenido la inmensa suerte de vivir en su tiempo, que no el nuestro.