Cruces, estrellas y llegadas

A lo mejor estoy escribiendo sobre todas las promesas de cosas que iban a llegar y no llegaron

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Cruzo la glorieta de Carlos V en Atocha y miro los ángeles de luces espeluznantes que ha escogido esta ciudad. Mientras el bus gira, a mí me rondan varias cuestiones. La primera: si alguien ha elegido estas aberraciones por concurso público, y si ha sido limpio (lo explicito porque lo primero no incluye necesariamente lo segundo) o, por contra, será uno de los tantos enchufes bajo los que parece funcionar el entramado institucional de este lugar. La segunda: qué se supone que tiene que llegar en la Navidad.

Anoche disfruté de cánticos celestiales con mi oferta de menores de 30 en el Auditorio Nacional. Entre un Ave y un Amén mi latente juventud, a 6,50€, presenciaba cómo se anunciaba la Llegada del Salvador. No iba sola. Mi compañero y yo tenemos muchas cosas en común, como por ejemplo, ser ateos. Él siempre lo fue, yo tuve que desconvertirme, tomarme la pócima amarga, quedarme huérfana de madre y, de repente, darme cuenta de que también era huérfana de dios. Cuando se quiere meter conmigo me llama monaguilla. Es verdad que lo fui. Pero confieso que me da vértigo apostatar. Al igual que no quiero que me incineren, quiero que me entierren, porque soy una miedica, y mi problema con querer controlar las incertidumbres, también alcanza la muerte, la mayor de ellas. Con él también comparto el hecho de que, a pesar de encontrarnos en un concierto navideño, ambos estamos excusando la temática que bajo nuestra broma interna tildaríamos de “Carmencita Franco” porque la música que suena es, independientemente de su contenido, indudablemente Bella. Todo el rato con lo mismo: alabemos la venida del Señor.

No hace falta ser ateo para aceptar que Jesús no cumplió años por estas fechas. A mí me lo enseñaron en catequesis, asegurando que probablemente naciera en primavera. “Entonces será aries, como yo” pensé, dentro de mi muy infantil y muy creyente manera de intentar hacer mío lo completamente ajeno: por un motivo egoísta, para sentirme elegida, conectada, poder ponerle, una vez más, la zancadilla a mi incertidumbre.

Pero aún así, insisto, ¿qué está por llegar? Desde luego los regalos que he comprado no. Ya me avisó mi amiga Helena de que los envíos de Italia y Francia estaban sufriendo retrasos. Que no pueda dar un presente a tiempo es un problema ridículo comparado a la explotación que deben enfrentar algunos con los tiempos que fijan los almacenes de distribución en la campaña de fiestas. Me resigno, me sosiego bajo un lema cristiano, también socialdemócrata, me conformo porque sé que siempre podría ser peor. No es muy efectivo. Aun currando sin campañas, esta mañana empecé mis vacaciones al límite, sin pedir la baja que quizá necesito. Y encima hoy, yo, que me dedico a enseñar, aprendí la lección, como toda profesora principiante (qué calamidad de oxímoron), de que la prometida paga doble no es doble en realidad. Decepción en el chat del sindicato, nuevo nombre de álbum indie. Top temas reproducidos este año: esperar algo del trabajo y que me acabe haciendo llorar.

Envolviéndome una vez más entre papel y lazos, no entiendo este rito ni su atractivo. “Este tiempo… es difícil de tragar si no te gusta lo kitschme dice mi jefe de departamento, que en días pares fuma y en impares toma caramelos smint. Pero a mí sí que me gusta lo kitsch. Simplemente no lo comprendo, al menos en carnaval y Halloween, festivos tan espirituales, cursis, trillados, e igual de consumistas, cada año cambia la temática, se reinventa el género, toca algo nuevo… pero en Navidad siempre pasa lo mismo: Jesús nace sin haber nacido, al igual que se concibe sin haberse concebido. Los amigos son verdaderamente invisibles; es imposible poder llegar a verlos a todos, aunque realmente os lo prometisteis, ahora que volveremos a casa, haríamos todo lo que durante el año no pudimos hacer, pero no acabó de llegar la ocasión, joder tía, lo siento, ya lo dejamos para la siguiente si te parece, sí, prometido, en cuanto pueda te aviso y nos vemos, y así pasan años, hasta desaparecer, entre toda esta masa en esta calle de compras, cuyos rostros mi atención es incapaz de asimilar, y lo único que siento son empujones y una vergüenza tremenda. Todos los años me prometo no volver aquí y acabo cayendo, haciendo regalos que no sé si quiero hacer, buscando algo que no sé qué es.

Espero con los brazos cargados de cosas que no necesito e intento cruzar, pero está imposible. Ni siquiera se ve la separación entre acera y carretera, y mientras me fustigo rumiando, esto sí que lo cumplo eh, no soy capaz de quedar, pero siempre ficho aquí, en esta calle, en esta web, o en este centro comercial. Solo espero que este año lo que he comprado no acabe en el siguiente en un descampado entre labubus y cosas que dejaron de ponerse de moda a los tres meses.

Volviendo sobre esta crónica, ni siquiera pretendía escribir sobre religión, y mucho menos con la que está cayendo. Ya la he tenido hasta en la sopa y en todas las plataformas de streaming, en todos los debates infértiles que no cambian nada, solo remueven la mierda una y otra vez más, conversaciones que acabarán en ese descampado labubu también.

Que alguien me diga qué diantres se supone que tiene que venir. Iban a salir las Epstein files y al final han tapado todo lo que les comprometía de verdad. Iban a invadir Venezuela pero creo que no han construido aún la excusa perfecta para hacerlo, aunque tranquilos, que ya lo harán. Había un supuesto acuerdo de paz en Gaza y pronto en Ucrania. Iban a regular el alquiler. Iban a sacar ya el GTA VI. También la píldora masculina. Todo lo anterior, por desgracia, parece tener el mismo impacto, o incluso igual publicidad. A lo mejor estoy escribiendo sobre todas las promesas de cosas que iban a llegar y no llegaron. Resisto la idea pasajera de escribir sobre alguno que me dijo que iba a cambiar también. Como yo tampoco cambio tan fácilmente, lo acabo mencionando. Qué cansancio con la promesa, con esta espera que no es activa, es pasiva, pasivísima, pasadísima a estas alturas.

Siento que vivo en el carrusel de la teletienda, que no llega el final, que el scroll es infinito, que por más que compro nunca es suficiente, que todo es fugaz pero nada acaba de cruzar el cielo y caer sobre nosotros. Estoy de vuelta en el bus en Atocha. Miro El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Pienso que Alberto Sánchez Pérez no querría estar entre toda esa mierda que le han puesto a la plaza del Reina Sofía. De repente, por un segundo, aparto mi mirada de la ventana, cierro los ojos e imagino cómo sería que su estrella roja se estrellase, aterrizase, arrasase todo esto.

Fantaseo con qué pasaría si con lo que se produce, moviliza, hasta dónde es capaz de meterse este tinglado, se llegara a un sitio diferente; si el coro del auditorio no alabara al Señor sino a toda la humanidad, o a cosas que la trasciendan sin miedo ni moral. Paso a las iglesias y proyecto templos de esa envergadura que no tuvieran propietario ni elogiaran a nadie sino a todos, se tornaran plazas, centros populares, inmensos, sobrecogedores, cuya belleza pudiera admirar sintiéndome alineada con sus motivos, y no siempre excusando la iconografía, dejar de cabalgar la contradicción. Pienso en cualquier estación, y no solo invierno, repleta de luces, de todas las formas y colores, que representen otras cosas hermosas, naturales o construidas; árboles, animales, sentimientos, bailes, ritos, que indiquen que siempre es fiesta. Sueño con dejar de esperar, dejar de controlar, dejar de sentir incertidumbre porque el presente cumple y no requiero un futuro que prometa. Y haciéndolo, no penséis que busco atrás, no añoro ningún paganismo, en la nostalgia ya no hallo respuesta. Tampoco quiero repensar, reformular, replantear, que en realidad es maquillar la misma vieja mentira, para que nada cambie de verdad.

Desde pequeña, antes de dejar de creer en todo y luego volver a empezar, he pintado estrellas. También en Navidad. Solamente veo esta ciudad que es un agujero negro y pienso en cuándo, en vez de engullirnos, podrá por fin estallar, cambiar lo que sabemos de astrofísica para que pase a superestrella, roja, brillante y total.

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Cruzo la glorieta de Carlos V en Atocha y miro los ángeles de luces espeluznantes que ha escogido esta ciudad. Mientras el bus gira, a mí me rondan varias cuestiones. La primera: si alguien ha elegido estas aberraciones por concurso público, y si ha sido limpio (lo explicito porque lo primero no incluye necesariamente lo segundo) o, por contra, será uno de los tantos enchufes bajo los que parece funcionar el entramado institucional de este lugar. La segunda: qué se supone que tiene que llegar en la Navidad.

Anoche disfruté de cánticos celestiales con mi oferta de menores de 30 en el Auditorio Nacional. Entre un Ave y un Amén mi latente juventud, a 6,50€, presenciaba cómo se anunciaba la Llegada del Salvador. No iba sola. Mi compañero y yo tenemos muchas cosas en común, como por ejemplo, ser ateos. Él siempre lo fue, yo tuve que desconvertirme, tomarme la pócima amarga, quedarme huérfana de madre y, de repente, darme cuenta de que también era huérfana de dios. Cuando se quiere meter conmigo me llama monaguilla. Es verdad que lo fui. Pero confieso que me da vértigo apostatar. Al igual que no quiero que me incineren, quiero que me entierren, porque soy una miedica, y mi problema con querer controlar las incertidumbres, también alcanza la muerte, la mayor de ellas. Con él también comparto el hecho de que, a pesar de encontrarnos en un concierto navideño, ambos estamos excusando la temática que bajo nuestra broma interna tildaríamos de “Carmencita Franco” porque la música que suena es, independientemente de su contenido, indudablemente Bella. Todo el rato con lo mismo: alabemos la venida del Señor.

No hace falta ser ateo para aceptar que Jesús no cumplió años por estas fechas. A mí me lo enseñaron en catequesis, asegurando que probablemente naciera en primavera. “Entonces será aries, como yo” pensé, dentro de mi muy infantil y muy creyente manera de intentar hacer mío lo completamente ajeno: por un motivo egoísta, para sentirme elegida, conectada, poder ponerle, una vez más, la zancadilla a mi incertidumbre.

Pero aún así, insisto, ¿qué está por llegar? Desde luego los regalos que he comprado no. Ya me avisó mi amiga Helena de que los envíos de Italia y Francia estaban sufriendo retrasos. Que no pueda dar un presente a tiempo es un problema ridículo comparado a la explotación que deben enfrentar algunos con los tiempos que fijan los almacenes de distribución en la campaña de fiestas. Me resigno, me sosiego bajo un lema cristiano, también socialdemócrata, me conformo porque sé que siempre podría ser peor. No es muy efectivo. Aun currando sin campañas, esta mañana empecé mis vacaciones al límite, sin pedir la baja que quizá necesito. Y encima hoy, yo, que me dedico a enseñar, aprendí la lección, como toda profesora principiante (qué calamidad de oxímoron), de que la prometida paga doble no es doble en realidad. Decepción en el chat del sindicato, nuevo nombre de álbum indie. Top temas reproducidos este año: esperar algo del trabajo y que me acabe haciendo llorar.

Envolviéndome una vez más entre papel y lazos, no entiendo este rito ni su atractivo. “Este tiempo… es difícil de tragar si no te gusta lo kitschme dice mi jefe de departamento, que en días pares fuma y en impares toma caramelos smint. Pero a mí sí que me gusta lo kitsch. Simplemente no lo comprendo, al menos en carnaval y Halloween, festivos tan espirituales, cursis, trillados, e igual de consumistas, cada año cambia la temática, se reinventa el género, toca algo nuevo… pero en Navidad siempre pasa lo mismo: Jesús nace sin haber nacido, al igual que se concibe sin haberse concebido. Los amigos son verdaderamente invisibles; es imposible poder llegar a verlos a todos, aunque realmente os lo prometisteis, ahora que volveremos a casa, haríamos todo lo que durante el año no pudimos hacer, pero no acabó de llegar la ocasión, joder tía, lo siento, ya lo dejamos para la siguiente si te parece, sí, prometido, en cuanto pueda te aviso y nos vemos, y así pasan años, hasta desaparecer, entre toda esta masa en esta calle de compras, cuyos rostros mi atención es incapaz de asimilar, y lo único que siento son empujones y una vergüenza tremenda. Todos los años me prometo no volver aquí y acabo cayendo, haciendo regalos que no sé si quiero hacer, buscando algo que no sé qué es.

Espero con los brazos cargados de cosas que no necesito e intento cruzar, pero está imposible. Ni siquiera se ve la separación entre acera y carretera, y mientras me fustigo rumiando, esto sí que lo cumplo eh, no soy capaz de quedar, pero siempre ficho aquí, en esta calle, en esta web, o en este centro comercial. Solo espero que este año lo que he comprado no acabe en el siguiente en un descampado entre labubus y cosas que dejaron de ponerse de moda a los tres meses.

Volviendo sobre esta crónica, ni siquiera pretendía escribir sobre religión, y mucho menos con la que está cayendo. Ya la he tenido hasta en la sopa y en todas las plataformas de streaming, en todos los debates infértiles que no cambian nada, solo remueven la mierda una y otra vez más, conversaciones que acabarán en ese descampado labubu también.

Que alguien me diga qué diantres se supone que tiene que venir. Iban a salir las Epstein files y al final han tapado todo lo que les comprometía de verdad. Iban a invadir Venezuela pero creo que no han construido aún la excusa perfecta para hacerlo, aunque tranquilos, que ya lo harán. Había un supuesto acuerdo de paz en Gaza y pronto en Ucrania. Iban a regular el alquiler. Iban a sacar ya el GTA VI. También la píldora masculina. Todo lo anterior, por desgracia, parece tener el mismo impacto, o incluso igual publicidad. A lo mejor estoy escribiendo sobre todas las promesas de cosas que iban a llegar y no llegaron. Resisto la idea pasajera de escribir sobre alguno que me dijo que iba a cambiar también. Como yo tampoco cambio tan fácilmente, lo acabo mencionando. Qué cansancio con la promesa, con esta espera que no es activa, es pasiva, pasivísima, pasadísima a estas alturas.

Siento que vivo en el carrusel de la teletienda, que no llega el final, que el scroll es infinito, que por más que compro nunca es suficiente, que todo es fugaz pero nada acaba de cruzar el cielo y caer sobre nosotros. Estoy de vuelta en el bus en Atocha. Miro El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Pienso que Alberto Sánchez Pérez no querría estar entre toda esa mierda que le han puesto a la plaza del Reina Sofía. De repente, por un segundo, aparto mi mirada de la ventana, cierro los ojos e imagino cómo sería que su estrella roja se estrellase, aterrizase, arrasase todo esto.

Fantaseo con qué pasaría si con lo que se produce, moviliza, hasta dónde es capaz de meterse este tinglado, se llegara a un sitio diferente; si el coro del auditorio no alabara al Señor sino a toda la humanidad, o a cosas que la trasciendan sin miedo ni moral. Paso a las iglesias y proyecto templos de esa envergadura que no tuvieran propietario ni elogiaran a nadie sino a todos, se tornaran plazas, centros populares, inmensos, sobrecogedores, cuya belleza pudiera admirar sintiéndome alineada con sus motivos, y no siempre excusando la iconografía, dejar de cabalgar la contradicción. Pienso en cualquier estación, y no solo invierno, repleta de luces, de todas las formas y colores, que representen otras cosas hermosas, naturales o construidas; árboles, animales, sentimientos, bailes, ritos, que indiquen que siempre es fiesta. Sueño con dejar de esperar, dejar de controlar, dejar de sentir incertidumbre porque el presente cumple y no requiero un futuro que prometa. Y haciéndolo, no penséis que busco atrás, no añoro ningún paganismo, en la nostalgia ya no hallo respuesta. Tampoco quiero repensar, reformular, replantear, que en realidad es maquillar la misma vieja mentira, para que nada cambie de verdad.

Desde pequeña, antes de dejar de creer en todo y luego volver a empezar, he pintado estrellas. También en Navidad. Solamente veo esta ciudad que es un agujero negro y pienso en cuándo, en vez de engullirnos, podrá por fin estallar, cambiar lo que sabemos de astrofísica para que pase a superestrella, roja, brillante y total.

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