De repente mayo. Ayer me emborrachaba en tardevieja y hoy estamos a finales de mayo. Ayer tenía dieciocho años y hoy tengo treinta. Qué ha pasado. Qué nos ha pasado. Nos pasa que, en vez de desodorante, vamos hasta arriba de melancolía debajo de los sobacos, empapando las camisas. Es una época rara la treintena. Es una época rara todo el año, pero especialmente en primavera. En mayo, añadiría. Te lo ves en ti, lo ves en tus amigos. Y en sus contradicciones, que son un poco las tuyas. Piensas en ese colega que no hay fin de semana que no tenga una carrera popular, en esta manía que hemos adquirido los madrileños de cortar La Castellana cada domingo. Tampoco te afecta mucho. ¿A qué persona mínimamente sensata le puede afectar? Que se jodan. Los pijos, los gordos, los estupenditos, los que sean. Luego te encuentras al mismo amigo, el de la carrera, ese mismo domingo, sólo que ahora por la tarde, en el brunch in the park, tomándose una pastillita rosa y haciendo el ridículo. Pesadísimo. Pasadísimo. Ese amigo podrías ser tú y no haberte reconocido en el espejo al llegar a casa del colocón. Se han dado casos de disociación así, yo no me invento nada. Señor, usted qué hace en mi cuarto de baño, usted por qué es tan feo. Ese amigo podrías ser tú pero no eres tú, por una sencilla y dolorosa razón. Qué tendrás que ver tú ahora con tus amigos. Ahora, en este momento tan concreto. Desde luego, tienes mucho que ver con el recuerdo de tus amigos. Les sigues queriendo, claro, a pesar de que cada vez os unan menos lazos. Pero la memoria es mucho más fuerte que todo lo demás. Cómo no les vas a seguir queriendo. Son tus amigos, joder, tampoco eres tan psicópata. Alguno, no sabes por qué, sí que lo fue. Y desapareció. Se alejó del grupo, dejamos de hacerle gracia, sabrá Dios sus razones. Ahí os quedáis, me habéis succionado el alma y la energía, no puedo más. Y le entiendes, por mucho que trates de no entenderle. A los 20 estábais todos igual, en la carrera, fantaseando con un futuro mucho mejor de lo que realmente fue. Con 25 llegaron los primeros trabajos, los primeros sueldos. Los viajes al extranjero, las juergas. Os sentíais todavía parte de un proyecto común. Estabais todos en la misma pantalla. Ahora, con treinta y pocos, es cuando más notas esa fractura vital. Antes todo era más divertido. También nosotros. No tenía mérito. Cuando una persona tiene que demostrar que es divertida es ahora, pasados los treinta, ahora es donde quiero veros yo. ¿Pero quién es aburrido a los 23? Ser joven y no tener una mínima curiosidad por la vida, por los planes, por comerse el mundo a bocados es algo incompatible. Ahora es distinto. También notas las incoherencias de la edad en materia amorosa. Te han invitado a dos bodas, un colega lo acaba de dejar con la novia de siempre, otro le está cogiendo el gusto a los clubes de intercambio, aquel experimenta con la bisexualidad. Criaturitas. También hay buenas noticias, claro. Dos amigos de toda la vida acaban de ser padres, y eso te reconcilia con la vida, con Madrid, con los treinta y con el futuro que nos prometieron y que nunca llegó. Qué puta pasada es que tus amigos tengan un hijo. Ese hijo es todo un acontecimiento. El primer hijo del grupo de amigos, nada menos. Factor este, el de ser el pionero, en modo alguno secundario. Luego vendrán, con suerte, otros dieciocho, pero a esos no les harás ni puto caso. Pero a este no, a este le quieres como si fuese tuyo. Te hace mejor persona ese niño. Ves a ese niño y piensas que no puede existir la maldad en el mundo. La primavera saca tu lado más cursi y te gusta. También el más antropólogo. De repente, el chaval que te parecía tan guay en el colegio ya no lo es tanto, y descubres que el macarra ese que ligaba con todas es un pringao, y además se ha quedado calvo, calvo y bajito, lo cual para él, que vivía de humillar a los débiles, debe ser el epítome del fracaso. Hay una cosa mola de esta edad. Cada vez conoces más gente de tu entorno que manda a tomar por culo su curro de toda la vida y decide apostar por su sueño. Un grupito de música, una comunidad de autores muy fina, una casita rural en Asturias. Asturias mola. Nunca has estado más guapo que en Asturias en verano. Este verano tienes que ir a Asturias. Aprovecha, que no tienes cien años. Tienes treinta y es primavera. Donde todo es, sin contradicciones, posible e imposible a la vez.