Imposible estar en Madrid el día mundial del cóctel -ya hay días para todo, llegará un momento en el que el calendario colapsará y ahí sí que el mundo se acabará- y no acudir a Del Diego a disfrutar de un vigorizante Dry Martini: esa bala de plata que limpia el tedio de una tarde plúmbea, lluviosa y ardiente; un trago que logra disipar todas las dudas, que se vuelva fluida la vida y consigue a eso de la hora bruja que una luz caramelo se filtre entre las nubes y los estores. Es imposible pasar por Madrid, sea como y cuando fuese, y no acercarse a esta coctelería divina a disfrutar de la maestría alquímica y mezcladora de los hermanos Fernando y David, los propietarios, que tras la muerte de su padre reinan en el local. Del Diego es un clásico pese a que su padre, Fernando del Diego, (pupilo aventajado de Perico Chicote) abrió sus puertas a principios de los noventa, porque como decía Joselito ‘El Gallo’: “Lo clásico es aquello que no se puede hacer mejor”. Por eso su casa es uno de los pocos reductos de la coctelería clásica en Madrid, ahora que están tan de moda las florituras, la iconoclastia, vasos llenos de colorines y los cócteles sin alcohol; uno se siente en su barra o en sus mesas bajas un poco como si estuviese en el Rick’s Cafe de ‘Casablanca’. Y de ahí que siempre me entreguen ganas de un Dry Martini, que es, por encima de todo, una cuestión de estilo.

La liturgia de su preparación, siempre en vaso mezclador, donde primero el Nolily-Prat perfuma los duros hielos, para que luego la ginebra Giró haga la magia. De ahí a una copa fría, rematado con una aceituna. Nadie explicó mejor este ceremonial que Luis Buñuel, un inmejorable bebedor que también hacía extraordinarias películas: “Mi bebida preferida es el Dry Martini. Dado el papel primordial que ha desempeñado el Dry Martini en esta vida que estoy contando, debo consagrarle una o dos páginas. Al igual que todos los cócteles, probablemente el dry martini es un invento estadounidense. Básicamente, se compone de ginebra y de unas gotas de vermut, preferentemente Noilly-Prat. Los buenos catadores que toman el dry martini muy seco incluso han llegado a decir que basta con dejar que un rayo de sol pase a través de una botella de Noilly-Prat antes de dar en la copa de ginebra. Hubo una época en la que Norteamérica se decía que un buen Dry Martini debe parecerse a la concepción de la Virgen. Efectivamente, ya se sabe que, según santo Tomás de Aquino, el poder generador del Espíritu Santo pasó a través del himen de la Virgen como un rayo de sol atraviesa un cristal, sin romperlo. Pues el Noilly-Prat, lo mismo. Pero a mí me parece una exageración”.
Sentado frente a mi Martini, me inclino para dar el primer sorbo y no desperdiciar nada: no me lo perdonaría. La copa congelada, la ginebra brillante y la aceituna, en el fondo, aposentando el cóctel y la memoria, anudándome a la realidad pero despertando las expectativas. Menos es más. Los primeros tragos son duros, ese “cuchillo disuelto”, en palabras de Manuel Alcántara; hacia la mitad, un torrente de serenidad y placer te envuelve y cuando se termina, ya piensas en el siguiente con una sonrisa en los labios. Siempre recordando que dos son pocos y tres demasiados.
Gracias a Frank Sinatra, a Kingsley Amis, a Humphrey Bogart, a Buñuel, a Alcántara, a Alfredo Landa, al cine negro y a esos detectives con gabardina y a las mujeres fatales, a Lawrence Osborne y, por encima de todos y de todo, a Jose Luis Garci. Gracias por hacerme conocer y disfrutar de esta maravilla seca, fría y punzante que es un Dry Martini.