Las terrazas al sol

No vienen a invadir el espacio público, no vienen a echar a los ciudadanos; todo lo contrario, son un punto de unión, una simbiosis entre la ciudad y el individuo.

Las terrazas de bares y restaurantes están aquí para quedarse, cuántas aceras de tantas ciudades están atestadas de mesas entre el mínimo espacio de los edificios y la circulación de vehículos. Hay lugares en los que pueden ser usadas sin problema durante los doce meses, pero eso no pasa aquí en mi Oviedo, no pasa en Asturias. El clima, y esa cosa tan odiosa y a la vez tan necesaria que da la idiosincrasia de la zona llamada lluvia, hace que para poder tomar algo al aire libre o poder echar un pito con el café sea necesario construir unas estructuras con techumbre, que hacen que las terrazas no sean terrazas.

Ahora que llega el verano, que bien es cierto que más que una estación es un modo de estar en la vida y, si el tiempo nos da tregua, el cuerpo nos pide gozar al aire libre. La vida eterna sólo dura un rato, pero si es una terraza, buena compañía y una copa en la mano dura un ratito más. Con el calor, que se le espera por el norte como se espera a Morante, los chicos se enamoran; y dónde mejor que en esos oasis en medio del cemento que son unas sillas de tijera, un soportal o la misma calle. La velocidad del día a día, del trabajo y las obligaciones, de la fatigosa rutina, se rompe brindando al sol con vistas a un lugar bonito o a la mar, que lo es todo.

La terraza, pese a esa idea que se está generalizando y creo errónea y sectaria, no viene a invadir el espacio público, no viene a echar a los ciudadanos; todo lo contrario, son un punto de unión, una simbiosis entre la ciudad y el individuo. Da gusto ver las calles animadas, repletas de gente siendo feliz. Ese bullicio que empezamos a escuchar según nos acercamos a una es como las trompetas celestiales que anuncian la llegada al paraíso, como ese cohete estallando en el cielo y dando inicio a la fiesta.

Bien es cierto que siempre está el hostelero aprovechado, que trata de valerse de toda artimaña para facturar. Y algunas corporaciones municipales que se dejan llevar por los cantos de sirena del dinero. No debemos permitirlo, pero tampoco caer en el odio irredento e impío a la hostelería y a tomar algo al aire libre. Debajo de mi casa se agrupan las terrazas y puestos callejeros de flores, y no puedo quejarme porque uno siempre ha de saber cuál es su sitio. Recordemos siempre, todos, que no sólo gozamos de derechos, también de obligaciones; y algo mucho más importante: siempre hay que aplicar el sentido común y tratar de buscar el bien de todos.

Veré llegar el verano desde una mesa orientada al sol, espero que llegue pronto y que no se salte otro año más su visita a Asturias.

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Las terrazas al sol

No vienen a invadir el espacio público, no vienen a echar a los ciudadanos; todo lo contrario, son un punto de unión, una simbiosis entre la ciudad y el individuo.

Las terrazas de bares y restaurantes están aquí para quedarse, cuántas aceras de tantas ciudades están atestadas de mesas entre el mínimo espacio de los edificios y la circulación de vehículos. Hay lugares en los que pueden ser usadas sin problema durante los doce meses, pero eso no pasa aquí en mi Oviedo, no pasa en Asturias. El clima, y esa cosa tan odiosa y a la vez tan necesaria que da la idiosincrasia de la zona llamada lluvia, hace que para poder tomar algo al aire libre o poder echar un pito con el café sea necesario construir unas estructuras con techumbre, que hacen que las terrazas no sean terrazas.

Ahora que llega el verano, que bien es cierto que más que una estación es un modo de estar en la vida y, si el tiempo nos da tregua, el cuerpo nos pide gozar al aire libre. La vida eterna sólo dura un rato, pero si es una terraza, buena compañía y una copa en la mano dura un ratito más. Con el calor, que se le espera por el norte como se espera a Morante, los chicos se enamoran; y dónde mejor que en esos oasis en medio del cemento que son unas sillas de tijera, un soportal o la misma calle. La velocidad del día a día, del trabajo y las obligaciones, de la fatigosa rutina, se rompe brindando al sol con vistas a un lugar bonito o a la mar, que lo es todo.

La terraza, pese a esa idea que se está generalizando y creo errónea y sectaria, no viene a invadir el espacio público, no viene a echar a los ciudadanos; todo lo contrario, son un punto de unión, una simbiosis entre la ciudad y el individuo. Da gusto ver las calles animadas, repletas de gente siendo feliz. Ese bullicio que empezamos a escuchar según nos acercamos a una es como las trompetas celestiales que anuncian la llegada al paraíso, como ese cohete estallando en el cielo y dando inicio a la fiesta.

Bien es cierto que siempre está el hostelero aprovechado, que trata de valerse de toda artimaña para facturar. Y algunas corporaciones municipales que se dejan llevar por los cantos de sirena del dinero. No debemos permitirlo, pero tampoco caer en el odio irredento e impío a la hostelería y a tomar algo al aire libre. Debajo de mi casa se agrupan las terrazas y puestos callejeros de flores, y no puedo quejarme porque uno siempre ha de saber cuál es su sitio. Recordemos siempre, todos, que no sólo gozamos de derechos, también de obligaciones; y algo mucho más importante: siempre hay que aplicar el sentido común y tratar de buscar el bien de todos.

Veré llegar el verano desde una mesa orientada al sol, espero que llegue pronto y que no se salte otro año más su visita a Asturias.

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