La izquierda mainstream tiene un tic en el ojo. Un vicio más roñoso que Felipe Gonzalez y más rancio que Felipe Gonzalez. Hablo de mandar a la gente a currar. A la mina. A la obra. A la mili todavía no. Incluso los que son conscientes no lo pueden evitar. Es como comerse las uñas. Está feo pero ahí están, en carne viva.
El trabajo nos tiene, citando libremente a Fernando, de Maná1, como un perro a sus pies. El intérprete, después de caerse en un concierto, suplicaba que le pusieran una plataforma para no volverse a ir al suelo. Segundos después, para gloria de Internet, versionará El muelle de San Blas para presumir de que no le pasará de nuevo. “Ya no me voy a caer (8)”. Pero se cayó. Pues así estamos nosotros.
Cuando Santos devino Cerdán seguro que tenía muy presente la ley moral de la meritocracia. Nadie se lo ha ganado como él. Con el sudor de su frente. Y qué si pecaba un poco. Trabajo, trabajo y trabajo. #Seguimos, el esfuerzo no se negocia. Santos Cerdán, pero no convencerán.
La influencer Inés Hernandez, conocida como Inés Hernand, volvió a caer en el vaivén de estas piernas cuando la cuenta Twitter del PP (seguramente manejada por tubérculos de pubertad que se masturban con Estirpe Imperial) reprochaba el gasto público destinado a un programa que ella presentaba en RTVE. “Poneos a currar, por favor”, reclamaba. Es lo que están haciendo, Inés. Ese es precisamente su trabajo. A mí tampoco me gusta. “Poneos a currar mejor”, habría sido, quizá, una frase más adecuada. Es extraño que una creadora de contenido reproche a otros creadores de contenido (aunque sea contenido para otros) que no trabajen. Nos podríamos enfangar en debates densos sobre los trabajos necesarios (la Historia está repleta de ejemplos controvertidos: el sereno, el ascensorista, Felipe Gonzalez en la fundación Felipe González, Fernando, de Maná) o sobre si trabajar es sólo transformar materia, picar piedra en la mina2.
La izquierda es una yonqui del currele. Desde principios del siglo XX3, asumió el trabajo como el factor determinante del estar en el mundo. En Big 2025, ese es un deporte al que va a perder y al que no debería ni jugar. Es un suicidio indeseable. Los ejemplos en los nuestra boca insensata cae en su piel de miel son innumerables. El último, la ristra de reproches lanzados a Abascal por montar un teatrillo e irse del hemiciclo para no escuchar a Pedro Sánchez. Que sí se había ido a desayunar, que sí se había herniado4… En fin. No seré yo quien proteste por tratar de desgastar a los fascistas por tierra, mar y aire, pero no podemos defender con una mano la reducción de jornada y, con la otra, acusar a los otros de sudar poco. Escojamos: o Ramón o Cajal.
Empezaremos rasgándonos las vestiduras porque un fascista no se quede en el escaño (¿por qué se trabaja más dentro de un escaño de dimensiones reducidas que fuera, en una oficina amplia con escritorio y acceso al stream del Congreso?) y acabaremos exaltando, como los francofalangistas de 19395, el trabajo como “expresión del espíritu creador del hombre”, como “deber social” exigido “inexcusablemente a todos los españoles no impedidos”, como “uno de los más nobles atributos de jerarquía y de honor o como un servicio heroíco”, desinteresado y abnegado. Puestos a copiar, prefiero la parte en la que José Antonio Primo de Rivera de 1935 llama a desmontar el capitalismo rural, financiero e industrial.
También podemos seguir erre que erre. Volvernos a caer. Seguir amando el trabajo con toda nuestra fe y sin medida. Recrearnos en nuestra relación tóxica. Y empujar para que la cuenta del PP tuitee, con razón, que Inés Hernand, pero que no convencerán.
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1 El artículo está lleno de referencias a la canción Labios compartidos. Se recomienda escuchar de fondo.
2 Wittgenstein, ante la tentación de reducir esa idea al absurdo, proponía reflexionar sobre todo aquello que ocurre cuando un albañil le pide a otro que le pase un ladrillo. Para Laclau, lo que ocurre es que este proceso incluye tanto lo lingüístico como lo extralingüístico, y le llamamos, por lo tanto, discurso.
3 Esto lo cita Antonio Gómez Villar en Los olvidados (Bellaterra).
4 Inés Herniand, ja ja.
6 Recomiendo el libro “Trabajar: un amor no correspondido”, de Sarah Jaffe.