Ha pasado lo mismo de siempre: Estrella Damm ha lanzado su anuncio y ha definido de nuevo el sueño del verano mediterráneo.
Hace 16 años de aquel “I kissed you goodbye at the airport” y desde entonces, nosotros dejamos de ser los que fuimos y nuestro verano dejó de ser el que era. Llámame nostálgica, pero cada junio-julio-agosto campa a sus anchas en mi cabeza ese pegadizo Tonight, Tonight, Tonight, forzando y exigiendo que mis vacaciones estén a la altura de un anuncio de cerveza en verano. Pero este año, fíjate tú, lo voy a conseguir.
Hacer lo mismo de siempre es el concepto creativo que vertebra la campaña y da en el clavo porque, al final, repetir es lo único que acabamos haciendo todos. Lo que me apena es que este anuncio haya pasado más desapercibido que la media; me niego a pensar que es porque la idea no sea buena. Lo que ocurre es que estoy convencida de que no puedes mantener el interés por un anuncio durante tantos años seguidos y que la publicidad cada día nos da, por desgracia para mi sector, más igual.
No lo he visto apenas en stories y tampoco lo han compartido los gurús de Linkedin, sin embargo, a mí me parece la representación más fidedigna de lo que hay que hacer en verano: volver.
Sabina dijo una vez “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” pero ¿perdón?. Hay que volver, siempre volver: allá donde fuiste feliz y donde quizá no lo fuiste tanto, para reescribir el pasado. Si tienes un mal recuerdo, vuelve y cámbialo, no se puede ir dejando sitios malditos por el camino, eso luego se enquista y no trae nada bueno.
Lo que realmente me gusta de este anuncio es que la búsqueda de los orígenes, no sólo en el sentido literal de la narrativa, sino también a los de la marca, en el que recuperamos ese estereotipo cervecil veraniego que todos conocemos. Estrella Damm ha permeado de tal manera en el imaginario colectivo que ya no sé si la imagen que tenemos del verano mediterráneo por excelencia es nuestra o es suya. Pero no pasa nada, porque es perfecta.
En esos veranos la gente no está pegajosa, no hay colas para pedir una caña, no se ven los paseos eternos cargados como mulas para llegar a una cala, siempre hay mesa en el chiringuito y nadie se quema. Vale, sí, es mentira pero, ¿y qué? Han entendido perfectamente que no hay nada más poderoso, y a la vez común, que fantasear con la idea del verano durante el resto del año.
La representación mental del verano es siempre más bonita, menos calurosa y más bucólica que la realidad. No es que el verano no sea la estación más jugosa, lo que sucede es que cuenta con un dilatado hype que hace que sea imposible estar a la altura de las expectativas —que por suerte son olvidadas alrededor del 15 de agosto—.
Esto me recuerda a un artículo que leí hace muchos años en la revista Ling (Vueling). Me gustó tanto que le hice una foto y sorprendentemente, como buena diógenes digital, aún conservo*. En él, Isabel Garzo hablaba de que había dos ciudades de París: una era la que correspondía a la imagen mental de la ciudad, engordada por todas las películas, libros y estereotipos asociados a ella; y otra la que percibías al estar allí, fría, a veces punzante y llena de cuervos. En resumen, lo que dice es que estos dos Parises no pueden convivir el uno con el otro, y lo mismo sucede en verano.
La perfecta estampa veraniega jamás podrá convivir con el sudor mojando tu espalda en el metro. Es imposible. Aquellos que dicen que les gusta el verano, les gusta el bueno, el otro, porque saben que hay un verano mejor, uno lejos de la ciudad, del bochorno y de la gente, sobre todo de la gente. Por eso hay que apostar sobre seguro y volver a donde sabes que lo tienes, para compensar lo terrible del inevitable metro.
Muy acordemente y casi sin querer, porque no recordaba que el artículo acabara así, resulta que la conclusión que extrae Garzo de esta situación es que hay que volver para mantener viva esa dualidad de realidades para ir reconfigurando la imagen de París, o en este caso, del verano. Y repetirlo cada año.
Volviendo a lo de antes, en realidad, entiendo lo que dice Sabina: volver a los sitios de siempre es un arma de doble filo por culpa del paso del tiempo. Ver que las cosas han cambiado, que han quitado tu montadito favorito del bar de toda la vida o que ya no ponen las plataformas de la playa por seguridad, duele. Es una pena, pero la alternativa a esta nostalgia arrolladora es peor, ¿qué vas a hacer?¿dejar de ir porque el recuerdo jamás podrá vencer a la realidad? Anda ya.
Todos estamos siempre volviendo a algún lugar. Yo vuelvo a mi cucurucho de chocolate y limón —escuchamos pero no juzgamos—, a tardar menos de dos minutos de mi casa a la playa, a las señoras que veo de año en año y me dicen lo mayor y guapa que estoy, a la luz de agosto, al tinto de verano y al chérigan. Incluso mi amiga C, que cada año cambia de destino, siempre vuelve a irse con las tres mismas amigas, ella no vuelve a un sitio pero sí a una situación. Hacer lo de siempre nos conecta con lo que somos y con lo que hemos abandonado durante el resto del año. Maldito trabajo.
Personalmente, cuento los días para volver. Mi abuelo también lo hace. Cada año, desde primeros de junio, me pregunta que cuánto falta para que coja vacaciones. Pues todavía falta, pero cada día un poco menos.
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