Robe Iniesta, la utopía del fango

Su muerte duele especialmente porque este seguía siendo su tiempo.

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Ser español en 2025 es despertarte una mañana fría de diciembre con la muerte de Robe Iniesta y pensar "iros todos a tomar por culo". Lo primero que haces, con la práctica que has adquirido viendo morir a leyendas, es parar el tiempo y repasar los hitos de su carrera, intentando asimilar la pérdida de un tipo de artista, de ser humano, que aparece cada muchas generaciones, quizá cada siglo. O, como en mi caso, darte cuenta de que el repaso a sus canciones, sus entrevistas y sus conciertos es también el repaso a los años más importantes de tu vida. 

Para los que hemos llevado siempre nuestra rareza por bandera, Robe nos enseñó que ser alguien abandonado, triste, enfadado, sensible y apasionado —o como él decía, ser extremeño— es una forma de ser libre. Robe Iniesta sabía perfectamente que puedes entender el mundo entero desde tu corral si sabes escuchar y mirar. La injusticia a través de la tierra sin pan de Monfragüe, la libertad desde la marginalidad de un joven atrapado en Plasencia en los años 80, el amor a través de los pelos del coño. El milagro de la lucidez otorgó, para nuestra suerte, la capacidad de ver el mundo con otros colores y de saber contarlo a alguien que no venía de la ciudad, y eso lo es todo.

Al contrario que muchos rockeros, Robe empezó cantando con la voz ya rota, saltándose todos clichés desesperantes del rock and roll. Decidió que tenía que sobrevivir a cincuenta vidas (a su propia vida y a las de los que no se atreven a vivir la suya) antes de ponerse a hablar con propiedad. En la primera canción del primer disco de Extremoduro ya asustaba a los snobs y acercaba a los desheredados cantando una jota que te deja tieso: Desde que tú no me quieres/Yo quiero a los animales/Y al animal que más quiero/Es al buitre carroñero. A partir de ahí arrancan nueve canciones con un derroche de mala leche, poesía, sencillez y ciertas pedradas filosóficas que no harían sino florecer de forma exuberante durante el resto de su carrera, hasta el punto de que cada uno de sus discos es incomprensiblemente mejor que el anterior. 

En ese primer disco ya estaba todo lo que es Robe, también una definición de su estilo musical en el título del álbum que ningún crítico ha podido superar: Rock Transgresivo, un Frankenstein muy certero entre rock progresivo y letras transgresoras. El rock progresivo sería el único capaz de albergar la multitud de voces, temas y melodías que convivían en su cabeza, y la transgresión se convertiría en la única actitud posible, que no abandonó ni en los más enternecidos momentos de desamor, en los últimos trabajos de Extremoduro: Y es que la realidad que necesito/Se ha ido detrás de ese culito.

Para ese primer disco, Robe inventó el crowdfunding décadas antes de que se le llamara así: vendió el disco antes de grabarlo, convenciendo a gente en los bares para que le dieran las 1000 pelas que necesitaban para hacerlo, explicándoles cómo iban a sonar las canciones. El disco terminado se lo entregó a los que habían creído en él como un mesías, y con ese disco llegó en 1990 a televisión española, vestido de Jesucristo García, para dejar pasmados a los que todavía seguían admirando a artistas trasnochados de La Movida y a los que, habiendo atendido a otros movimientos menos burgueses como el rock radical vasco, buscaban desesperados una voz auténtica en la incipiente sociedad neoliberal de los años 90 en España. Alguien que cantara cosas como: A mí no vienen a verme los enfermos/A mí viene a verme la gente sana/Yo les pongo a todos ciegos. Robe Iniesta venía de la nada, o lo que es lo mismo, de Plasencia, Extremadura. De pronto existía un genio intuitivo de referentes prácticamente irrastreables; ningún entrevistador consiguió nunca arrancarle una mención a un libro, una película o una canción, tan solo cometió el descuido de nombrar a Gillespie, Zappa, Mercury y Camarón en Sucede

En esa aparición desconcertante, Robe empezó a hacer lo que más quería; crear utopías, pero utopías desde el fango que eran más posibles que cualquier realidad, recuperando la tradición de los grandes poetas marginales y humanistas del campo como Miguel Hernández. Esas utopías del fango hablaban del cariño en el amor a través de pajas solitarias, de la diversión a través de ciegos descomunales, de las guerras a través de teles rotas. Robe era un también era un amante de los hombres, por eso cantaba Iros todos a tomar por culo y echaba de menos a sus amigos nombrando en un estribillo todas las cárceles en las que estaban encerrados. 

La fuerza de Robe es tan arrolladora que creó todo un movimiento sin que nadie llegara a alcanzarle. Muchos artistas han nacido a la estela de Robe y Extremoduro, pero nadie ha conseguido crear un caos glorioso como el suyo. Somos miles de músicos los que montamos una banda fascinados por esas canciones, con melodías de guitarra trenzadas como estorninos enamorados que evolucionaban a explosiones de distorsión, dejando siempre el momento de calma justa para que Robe soltara frases como bombas, o como semillas:

Que nunca llevo el corazón encima por si me lo quitan

Si la envidia fuera fuego, ¡qué bonito sería el mundo!

Le sobra el valor que le falta a mis noches

Nada sabe de amor quien lo probó y vuelve vivo

A tu lado, yo soy una mierda, pero una mierda con mucha suerte

Ahora que ya no entiendo nada y no me funciona un hemisferio, quiero saber si entre tus bragas está la clave del misterio

Extremoduro fue la banda con menos medios y menos apoyos, pero se convirtió en la más grande de España, capaz de crear clásicos instantáneos como Si te vas. Yo descubrí esa canción porque cuando sonaba en la cervecería universitaria El Castillo de Valencia, la gente paraba de hablar para cantarla. No conocía a Extremoduro, mi sensación era que era una de esas canciones que con el paso de muchos años se había convertido en una leyenda. Pero no, era 2013 y el disco Material Defectuoso había salido dos años antes. 

Robe no quería ser un pueblerino campechano y simpático que no habla bien, al que hay que darle una palmadita de compasión. Representaba todo lo contrario, la forma más pura de rebeldía a través de las palabras. Con esa voz rota, uno no se acerca a escuchar a canciones bucólicas sobre pastores sino ladrillazos, pero una vez entras en el universo de Robe, la misma voz empieza a sonar acogedora, como la de un abuelo cascado en el que confías por su sabiduría, su mala hostia y su sentido del humor. 

Para Robe, la libertad significaba estar en contra de todo para pensar en otro mundo, ver el mundo del revés, sucio y sin dormir para tener otro punto de vista. No me gustan los maderos/Ni la gente con banderas/Ni la Virgen María/Ninguna ideología/Pero si sirve de algo/Yo pido libertad para los pigmeos/Que me dan aunque no los veo (El camino de las utopías, 2013). La libertad de atreverse a contar su realidad con crudeza y ternura: Yo estoy borracho, consumo las Horas/Mientras encuentro alguna luna que ande sola (Buscando una luna, 1996). La libertad de verse como un hombre por encima de modas e ideologías: Yo me cago en todas las banderas, en todas, menos en la blanca, con esa me limpio para colorearla un poco. Las banderas son la degradación del color (en una entrevista durante los primeros años de Extremoduro). 

Es demasiado pronto para que se vaya Robe, nos quedamos muy solos, sin nadie que se atreva a decir, cuando más falta nos hace, cosas como: Que le gustes a mucha gente no quiere decir nada porque la mayoría de la gente es idiota. ¿Entonces qué sería lo mejor, las canciones del verano?¿Que sería la música clásica, una puta mierda? Yo no lo creo. ¿Eres mejor si te aguanta mucha gente o si le gustas mucho a muy poca gente? La muerte de Robe duele especialmente porque este seguía siendo su tiempo, todavía podía seguir escribiendo y dando mazazos.

Sólo me consuela pensar que no es solo el vacío que deja en una época tan atomizada e intermitente, en la que no parece fácil el florecimiento de una mente tan lúcida, sino la desaparición de una de esas personas irrepetibles, una de esas personas que representan como nadie el deseo de un horizonte despejado, por imposible que parezca. Me quedo con una frase que pronunció en un concierto reciente, durante uno de sus característicos discursos breves entre canciones: 

Todos sabemos que una utopía es algo imposible, pero hay un matiz muy importante: es imposible en el momento de su planificación. ¿Alguien tiene un plan para salvar el mundo? Pues cuanto más difícil sea el plan, más orgulloso estarás de él. Y si es imposible, mejor aún, porque en el fracaso tendrás también la gloria.

Sólo le pido al tiempo y a España que sean justos con Robe, que si para algo sirva su despedida sea para que las generaciones venideras sigan descubriéndolo en cervecerías, montando grupos de música al día siguiente de la primera escucha, fascinándose con su personalidad y andando por el camino de las utopías, pavimentado con mala hostia y probablemente cerveza seca y pegadiza. Hasta siempre, Robe. Hasta siempre, siempre, siempre.

Este bar está cansado ya de despedidas

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Para los que hemos llevado siempre nuestra rareza por bandera, Robe nos enseñó que ser alguien abandonado, triste, enfadado, sensible y apasionado —o como él decía, ser extremeño— es una forma de ser libre. Robe Iniesta sabía perfectamente que puedes entender el mundo entero desde tu corral si sabes escuchar y mirar. La injusticia a través de la tierra sin pan de Monfragüe, la libertad desde la marginalidad de un joven atrapado en Plasencia en los años 80, el amor a través de los pelos del coño. El milagro de la lucidez otorgó, para nuestra suerte, la capacidad de ver el mundo con otros colores y de saber contarlo a alguien que no venía de la ciudad, y eso lo es todo.

Al contrario que muchos rockeros, Robe empezó cantando con la voz ya rota, saltándose todos clichés desesperantes del rock and roll. Decidió que tenía que sobrevivir a cincuenta vidas (a su propia vida y a las de los que no se atreven a vivir la suya) antes de ponerse a hablar con propiedad. En la primera canción del primer disco de Extremoduro ya asustaba a los snobs y acercaba a los desheredados cantando una jota que te deja tieso: Desde que tú no me quieres/Yo quiero a los animales/Y al animal que más quiero/Es al buitre carroñero. A partir de ahí arrancan nueve canciones con un derroche de mala leche, poesía, sencillez y ciertas pedradas filosóficas que no harían sino florecer de forma exuberante durante el resto de su carrera, hasta el punto de que cada uno de sus discos es incomprensiblemente mejor que el anterior. 

En ese primer disco ya estaba todo lo que es Robe, también una definición de su estilo musical en el título del álbum que ningún crítico ha podido superar: Rock Transgresivo, un Frankenstein muy certero entre rock progresivo y letras transgresoras. El rock progresivo sería el único capaz de albergar la multitud de voces, temas y melodías que convivían en su cabeza, y la transgresión se convertiría en la única actitud posible, que no abandonó ni en los más enternecidos momentos de desamor, en los últimos trabajos de Extremoduro: Y es que la realidad que necesito/Se ha ido detrás de ese culito.

Para ese primer disco, Robe inventó el crowdfunding décadas antes de que se le llamara así: vendió el disco antes de grabarlo, convenciendo a gente en los bares para que le dieran las 1000 pelas que necesitaban para hacerlo, explicándoles cómo iban a sonar las canciones. El disco terminado se lo entregó a los que habían creído en él como un mesías, y con ese disco llegó en 1990 a televisión española, vestido de Jesucristo García, para dejar pasmados a los que todavía seguían admirando a artistas trasnochados de La Movida y a los que, habiendo atendido a otros movimientos menos burgueses como el rock radical vasco, buscaban desesperados una voz auténtica en la incipiente sociedad neoliberal de los años 90 en España. Alguien que cantara cosas como: A mí no vienen a verme los enfermos/A mí viene a verme la gente sana/Yo les pongo a todos ciegos. Robe Iniesta venía de la nada, o lo que es lo mismo, de Plasencia, Extremadura. De pronto existía un genio intuitivo de referentes prácticamente irrastreables; ningún entrevistador consiguió nunca arrancarle una mención a un libro, una película o una canción, tan solo cometió el descuido de nombrar a Gillespie, Zappa, Mercury y Camarón en Sucede

En esa aparición desconcertante, Robe empezó a hacer lo que más quería; crear utopías, pero utopías desde el fango que eran más posibles que cualquier realidad, recuperando la tradición de los grandes poetas marginales y humanistas del campo como Miguel Hernández. Esas utopías del fango hablaban del cariño en el amor a través de pajas solitarias, de la diversión a través de ciegos descomunales, de las guerras a través de teles rotas. Robe era un también era un amante de los hombres, por eso cantaba Iros todos a tomar por culo y echaba de menos a sus amigos nombrando en un estribillo todas las cárceles en las que estaban encerrados. 

La fuerza de Robe es tan arrolladora que creó todo un movimiento sin que nadie llegara a alcanzarle. Muchos artistas han nacido a la estela de Robe y Extremoduro, pero nadie ha conseguido crear un caos glorioso como el suyo. Somos miles de músicos los que montamos una banda fascinados por esas canciones, con melodías de guitarra trenzadas como estorninos enamorados que evolucionaban a explosiones de distorsión, dejando siempre el momento de calma justa para que Robe soltara frases como bombas, o como semillas:

Que nunca llevo el corazón encima por si me lo quitan

Si la envidia fuera fuego, ¡qué bonito sería el mundo!

Le sobra el valor que le falta a mis noches

Nada sabe de amor quien lo probó y vuelve vivo

A tu lado, yo soy una mierda, pero una mierda con mucha suerte

Ahora que ya no entiendo nada y no me funciona un hemisferio, quiero saber si entre tus bragas está la clave del misterio

Extremoduro fue la banda con menos medios y menos apoyos, pero se convirtió en la más grande de España, capaz de crear clásicos instantáneos como Si te vas. Yo descubrí esa canción porque cuando sonaba en la cervecería universitaria El Castillo de Valencia, la gente paraba de hablar para cantarla. No conocía a Extremoduro, mi sensación era que era una de esas canciones que con el paso de muchos años se había convertido en una leyenda. Pero no, era 2013 y el disco Material Defectuoso había salido dos años antes. 

Robe no quería ser un pueblerino campechano y simpático que no habla bien, al que hay que darle una palmadita de compasión. Representaba todo lo contrario, la forma más pura de rebeldía a través de las palabras. Con esa voz rota, uno no se acerca a escuchar a canciones bucólicas sobre pastores sino ladrillazos, pero una vez entras en el universo de Robe, la misma voz empieza a sonar acogedora, como la de un abuelo cascado en el que confías por su sabiduría, su mala hostia y su sentido del humor. 

Para Robe, la libertad significaba estar en contra de todo para pensar en otro mundo, ver el mundo del revés, sucio y sin dormir para tener otro punto de vista. No me gustan los maderos/Ni la gente con banderas/Ni la Virgen María/Ninguna ideología/Pero si sirve de algo/Yo pido libertad para los pigmeos/Que me dan aunque no los veo (El camino de las utopías, 2013). La libertad de atreverse a contar su realidad con crudeza y ternura: Yo estoy borracho, consumo las Horas/Mientras encuentro alguna luna que ande sola (Buscando una luna, 1996). La libertad de verse como un hombre por encima de modas e ideologías: Yo me cago en todas las banderas, en todas, menos en la blanca, con esa me limpio para colorearla un poco. Las banderas son la degradación del color (en una entrevista durante los primeros años de Extremoduro). 

Es demasiado pronto para que se vaya Robe, nos quedamos muy solos, sin nadie que se atreva a decir, cuando más falta nos hace, cosas como: Que le gustes a mucha gente no quiere decir nada porque la mayoría de la gente es idiota. ¿Entonces qué sería lo mejor, las canciones del verano?¿Que sería la música clásica, una puta mierda? Yo no lo creo. ¿Eres mejor si te aguanta mucha gente o si le gustas mucho a muy poca gente? La muerte de Robe duele especialmente porque este seguía siendo su tiempo, todavía podía seguir escribiendo y dando mazazos.

Sólo me consuela pensar que no es solo el vacío que deja en una época tan atomizada e intermitente, en la que no parece fácil el florecimiento de una mente tan lúcida, sino la desaparición de una de esas personas irrepetibles, una de esas personas que representan como nadie el deseo de un horizonte despejado, por imposible que parezca. Me quedo con una frase que pronunció en un concierto reciente, durante uno de sus característicos discursos breves entre canciones: 

Todos sabemos que una utopía es algo imposible, pero hay un matiz muy importante: es imposible en el momento de su planificación. ¿Alguien tiene un plan para salvar el mundo? Pues cuanto más difícil sea el plan, más orgulloso estarás de él. Y si es imposible, mejor aún, porque en el fracaso tendrás también la gloria.

Sólo le pido al tiempo y a España que sean justos con Robe, que si para algo sirva su despedida sea para que las generaciones venideras sigan descubriéndolo en cervecerías, montando grupos de música al día siguiente de la primera escucha, fascinándose con su personalidad y andando por el camino de las utopías, pavimentado con mala hostia y probablemente cerveza seca y pegadiza. Hasta siempre, Robe. Hasta siempre, siempre, siempre.

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