A menudo molestábamos y nos molestaban

Un día te echan de una patada de casa —con suerte te libras de la mili—, te besas con dos o tres tías cañón, encuentras un trabajo medio decente y eres lo que se considera adulto.

Hacerse adulta conlleva que tus actos dependen de ti y sólo de ti. Es decir, ninguna figura paterna va a reforzarte o castigarte por lo que has hecho. Ahora estás sola frente al mundo y decides qué hacer, qué responder, cómo actuar.

Esto quiere decir que, si actúas de mala manera, cargarás con las consecuencias.

Deduzco, entonces, que todos los adultos que he ido observando a lo largo de mi vida no tenían ni idea de lo que hacían. Campaban por el mundo de tal modo: sin saber qué hacían, pero fingiendo que sabían muy bien a lo que se enfrentaban.

Esto me perturba profundamente y me hace perder cualquier ápice de admiración que hubiese tenido yo, en algún remoto momento, por ellos.

Y aquí está el meollo.

Cuando pongo los pies en el suelo, tras dormir como un lirón recién nacido, con los pelos alborotados y los ojos hinchados, siento que mis pies son pequeños e infantiles. Tardo en llegar al suelo porque la longitud de mis piernas es diminuta. Porque todavía me siento  yo muy niña. Adulta es una palabra que se me antoja bastante aburrida. Saber comportarse, saber para qué sirven los cientos de tenedores que ponen en las mesas de los restaurantes caros. Total, si luego son los mismos que te hablan babeando, con la mandíbula desencajada, y te dicen aquello, repulsivo y triste, de que no eres como las demás. 

Yo exploro el mundo con la mirada de una niña. Siempre puedo salir corriendo. ¡Já! Chúpate esa. Y a ver si me pillas. 

Pero las niñas que se meten en líos, tienen a una mamá que da la cara. Y las adultas que vamos de niñas… Esas lo tenemos más complicado.

El otro día me enfrenté a la bibliotecaria. Tengo un grave problema con la autoridad, sí, lo reconozco. Sea cual sea la autoridad, porque, perdóneme Ud., pero considerar autoridad a una bibliotecaria... manda huevos. Aun así, reaccioné de forma correcta, a mi parecer. El gesto fue otro y, desde fuera, se debió ver a una adulta comportándose irrespetuosamente con una autoridad o, yo que sé, llamémosla señora (por decir algo).

El caso es que mi madre no estaba ahí para castigarme o soltarme alguna lección moral como hay que cuidar a nuestros mayores. Tampoco creo que mi madre comparta esta filosofía, pero, venga, supongamos que sí.

Salí orgullosa de mi enfrentamiento, completamente convencida de tener la razón. Y algo en el pecho empezó a encenderse y a provocarme cierta angustia. Oh, Dios. No creo que esté experimentando aquello a lo que llaman… ¿arrepentimiento? ¿Es culpa? ¿Vergüenza? Joder, espero que no sea esto último.

Toda mi tarde —y la de Paloma (lo siento)— se fue a pique por esta pequeña discusión. En mi cabeza resonaba lo siguiente:

Podría haber sido más elegante.
Podría haberle dicho que leyese a Foucault y así empezaría a despreciar su trabajo.
Podría haber sido amable y demostrarle que el mundo es maravilloso.

Podría, podría, podría. Y, sin embargo, me ha arrollado la Nadia canalla y he acabado diciéndole que me producía asco.

Y fue ahí cuando pensé: ¿Cómo lo hace la gente? Me costó días responder: la gente no tiene ni puta idea de por qué hace las cosas ni de cómo las hace.


Un día te echan de una patada de casa —con suerte te libras de la mili—, te besas con dos o tres tías cañón, encuentras un trabajo medio decente y eres lo que se considera adulto.

Nos lanzan al mundo a darnos hostias como los animales que somos. Y ponemos malas caras a la gente con la que nos chocamos al caminar, peleamos por las mesas del bar en verano, nos colamos en las filas, nos matamos —en el peor de los casos—, joder, nos matamos.

Y todo sigue girando con la misma normalidad. Como si, de nuevo, supiésemos lo que estamos haciendo. Con mucha convicción moral. Y todos hacemos lo que creemos que se debe hacer o lo que nos han enseñado que se debe hacer. Y eso es tremendamente peligroso y me asusta. Me asusta vivir en un mundo donde cada uno tiene una idea de lo que está bien. Peor, de lo que está mal. Y pienso en San Agustín, que predicaba que la libertad es fundamental para que exista el pecado. Y aparece Cristo, que es la encarnación humana de la bondad y el perdón. Y tenemos que parecernos a él. Y yo no lo encuentro en ningún sitio. No encuentro a nadie que se le parezca, a nadie que, incluso, desee parecérsele.

Ahora todos queremos morder y que nos muerdan. Y pecar hasta morir. Porque ahí encontraremos a nuestros amores. Porque me temo que mi amor no irá al cielo. Y no haré nada para impedir que yo tampoco.

Estoy asustada porque no sé si estoy haciendo las cosas bien, si tengo un comportamiento ético, si me sirve de algo licenciarme en Filosofía, si realmente tengo algo de pensamiento crítico o si considero bien o mal dejar la mierda de los perros en el suelo.

Existe ese tal Santiago Sierra. Eso me jode aún más. El tío traza una línea de 250cm tatuada sobre seis personas remuneradas con el salario mínimo interprofesional. Y, de nuevo, me quedo pasmada ante el abismo de no saber si eso está bien, si está mal, si me dice algo, si me parece una monstruosidad.

250 cm Line Tattooed on 6 Paid People Espacio Aglutinador, Havana, Cuba, December 1999, 1999. Santiago Sierra

De nuevo en la brecha, amigos míos. No sé si es un consuelo o un peligro tenernos a todos sueltos. Deberían llevarnos con correa. Aplicar las leyes más estrictas. Castigar a base de palos. 

Los indios dominaban a sus caballos con amor. Tanto es así, que cuando morían los dueños, el animalillo quedaba plantado a su lado. Fiel compañero. ¿Valdría esto para los seres humanos? 

No tengo respuestas. 

De nuevo en el abismo. 

Para quitarme un poco el susto, me repito en voz baja:

Un dispositivo es una red heterogénea que incluye discursos, instituciones, arquitecturas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, proposiciones científicas, afirmaciones filosóficas, morales y filantrópicas; en suma, lo que permite responder a una necesidad urgente en un momento histórico determinado.

Y me cago en la puta madre de la bibliotecaria, porque así me sale. No lo puedo evitar.

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Ideas

A menudo molestábamos y nos molestaban

Un día te echan de una patada de casa —con suerte te libras de la mili—, te besas con dos o tres tías cañón, encuentras un trabajo medio decente y eres lo que se considera adulto.

Hacerse adulta conlleva que tus actos dependen de ti y sólo de ti. Es decir, ninguna figura paterna va a reforzarte o castigarte por lo que has hecho. Ahora estás sola frente al mundo y decides qué hacer, qué responder, cómo actuar.

Esto quiere decir que, si actúas de mala manera, cargarás con las consecuencias.

Deduzco, entonces, que todos los adultos que he ido observando a lo largo de mi vida no tenían ni idea de lo que hacían. Campaban por el mundo de tal modo: sin saber qué hacían, pero fingiendo que sabían muy bien a lo que se enfrentaban.

Esto me perturba profundamente y me hace perder cualquier ápice de admiración que hubiese tenido yo, en algún remoto momento, por ellos.

Y aquí está el meollo.

Cuando pongo los pies en el suelo, tras dormir como un lirón recién nacido, con los pelos alborotados y los ojos hinchados, siento que mis pies son pequeños e infantiles. Tardo en llegar al suelo porque la longitud de mis piernas es diminuta. Porque todavía me siento  yo muy niña. Adulta es una palabra que se me antoja bastante aburrida. Saber comportarse, saber para qué sirven los cientos de tenedores que ponen en las mesas de los restaurantes caros. Total, si luego son los mismos que te hablan babeando, con la mandíbula desencajada, y te dicen aquello, repulsivo y triste, de que no eres como las demás. 

Yo exploro el mundo con la mirada de una niña. Siempre puedo salir corriendo. ¡Já! Chúpate esa. Y a ver si me pillas. 

Pero las niñas que se meten en líos, tienen a una mamá que da la cara. Y las adultas que vamos de niñas… Esas lo tenemos más complicado.

El otro día me enfrenté a la bibliotecaria. Tengo un grave problema con la autoridad, sí, lo reconozco. Sea cual sea la autoridad, porque, perdóneme Ud., pero considerar autoridad a una bibliotecaria... manda huevos. Aun así, reaccioné de forma correcta, a mi parecer. El gesto fue otro y, desde fuera, se debió ver a una adulta comportándose irrespetuosamente con una autoridad o, yo que sé, llamémosla señora (por decir algo).

El caso es que mi madre no estaba ahí para castigarme o soltarme alguna lección moral como hay que cuidar a nuestros mayores. Tampoco creo que mi madre comparta esta filosofía, pero, venga, supongamos que sí.

Salí orgullosa de mi enfrentamiento, completamente convencida de tener la razón. Y algo en el pecho empezó a encenderse y a provocarme cierta angustia. Oh, Dios. No creo que esté experimentando aquello a lo que llaman… ¿arrepentimiento? ¿Es culpa? ¿Vergüenza? Joder, espero que no sea esto último.

Toda mi tarde —y la de Paloma (lo siento)— se fue a pique por esta pequeña discusión. En mi cabeza resonaba lo siguiente:

Podría haber sido más elegante.
Podría haberle dicho que leyese a Foucault y así empezaría a despreciar su trabajo.
Podría haber sido amable y demostrarle que el mundo es maravilloso.

Podría, podría, podría. Y, sin embargo, me ha arrollado la Nadia canalla y he acabado diciéndole que me producía asco.

Y fue ahí cuando pensé: ¿Cómo lo hace la gente? Me costó días responder: la gente no tiene ni puta idea de por qué hace las cosas ni de cómo las hace.


Un día te echan de una patada de casa —con suerte te libras de la mili—, te besas con dos o tres tías cañón, encuentras un trabajo medio decente y eres lo que se considera adulto.

Nos lanzan al mundo a darnos hostias como los animales que somos. Y ponemos malas caras a la gente con la que nos chocamos al caminar, peleamos por las mesas del bar en verano, nos colamos en las filas, nos matamos —en el peor de los casos—, joder, nos matamos.

Y todo sigue girando con la misma normalidad. Como si, de nuevo, supiésemos lo que estamos haciendo. Con mucha convicción moral. Y todos hacemos lo que creemos que se debe hacer o lo que nos han enseñado que se debe hacer. Y eso es tremendamente peligroso y me asusta. Me asusta vivir en un mundo donde cada uno tiene una idea de lo que está bien. Peor, de lo que está mal. Y pienso en San Agustín, que predicaba que la libertad es fundamental para que exista el pecado. Y aparece Cristo, que es la encarnación humana de la bondad y el perdón. Y tenemos que parecernos a él. Y yo no lo encuentro en ningún sitio. No encuentro a nadie que se le parezca, a nadie que, incluso, desee parecérsele.

Ahora todos queremos morder y que nos muerdan. Y pecar hasta morir. Porque ahí encontraremos a nuestros amores. Porque me temo que mi amor no irá al cielo. Y no haré nada para impedir que yo tampoco.

Estoy asustada porque no sé si estoy haciendo las cosas bien, si tengo un comportamiento ético, si me sirve de algo licenciarme en Filosofía, si realmente tengo algo de pensamiento crítico o si considero bien o mal dejar la mierda de los perros en el suelo.

Existe ese tal Santiago Sierra. Eso me jode aún más. El tío traza una línea de 250cm tatuada sobre seis personas remuneradas con el salario mínimo interprofesional. Y, de nuevo, me quedo pasmada ante el abismo de no saber si eso está bien, si está mal, si me dice algo, si me parece una monstruosidad.

250 cm Line Tattooed on 6 Paid People Espacio Aglutinador, Havana, Cuba, December 1999, 1999. Santiago Sierra

De nuevo en la brecha, amigos míos. No sé si es un consuelo o un peligro tenernos a todos sueltos. Deberían llevarnos con correa. Aplicar las leyes más estrictas. Castigar a base de palos. 

Los indios dominaban a sus caballos con amor. Tanto es así, que cuando morían los dueños, el animalillo quedaba plantado a su lado. Fiel compañero. ¿Valdría esto para los seres humanos? 

No tengo respuestas. 

De nuevo en el abismo. 

Para quitarme un poco el susto, me repito en voz baja:

Un dispositivo es una red heterogénea que incluye discursos, instituciones, arquitecturas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, proposiciones científicas, afirmaciones filosóficas, morales y filantrópicas; en suma, lo que permite responder a una necesidad urgente en un momento histórico determinado.

Y me cago en la puta madre de la bibliotecaria, porque así me sale. No lo puedo evitar.

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES