Yolanda Ramos, la que te hizo amar la vida

Son humanas. Lo reconoces al instante. Hacen la vida simple. La que ha sufrido mucho sabe de malabares. Y es que la verdadera seriedad es cómica.

Yo, a las personas como Yolanda Ramos, las reconozco al instante. Quizás es la voz de fumar cigarrillos de cajetilla en cajetilla, o la risa ronca, apretada, casi molesta. Una risa que se engancha en ella misma. Una risa envuelta en dolor. Una risa infinita que se alimenta de una pena antigua. La risa que tiene mi vecina Trini. Esa voz arrugada de haber hablado tanto a solas.

A las Yolanda Ramos yo las capto al vuelo. Porque yo soy una Yolanda Ramos más.

El dolor aflora cuando quiere. Las infancias no ayudan.

Hacer reír a media España. Volver a casa. Lanzar los tacones a cualquier esquina, comer rápido y envasado. Subir el volumen de la TV para que los vecinos no escuchen el numerito. Hoy suena agudo.

Tiene Yolanda el alma como un chicle mascado. Me la puedo imaginar hablando sola en su baño. Puedo oler el aliento de su boca. Las humedades nacen desde la barbilla al techo. Un vaho que hace de conducto entre el corazón y las paredes. Los dientes se resecan, se ennegrecen, se vuelven polvo. El vaho es caliente, denso, casi palpable al tacto. Se expande por las habitaciones como un humo hilarante que no deja espacio sin ocupar. Cuando entras a una casa con tales condiciones, se nota en el ambiente. Hay aires cargados y hay aires ligeros. El vaho de la tristeza suele juntarse con el humo del tabaco que, pese a los malos diagnósticos de los doctores, es el único humo capaz de mezclarse con el vaho y convertirlo en otra cosa. Más asquerosa. Pero también capaz de disimular el olor a pena.

Las mujeres como Yolanda se abren como se abre el alba. Brillantes al ojo, dolorosas. Es fácil verlas, más fácil amarlas. Llevan de vestimenta una larga sombra, un bicho con las uñas largas de cristal. El tubo de escape suelta humo por el pie izquierdo. Ala de cucaracha, humedad de sótano, sangre de toro, velo nupcial negro, ojos felinos y joyas en las orejas como Carmen Lomana. Te enamorarás de una de ellas una sola vez en tu vida. No se cruzan tan fácilmente.

Te volverás loco. Loco de verdad. Pasearás por su acera diariamente para encontrarla. Querrás dormir bajo sus faldas. Le dedicarás las mejores palabras. Los mejores versos. Querrás su juventud. Querrás poseerla. Querrás hacerle el amor en los patios, las calles, las playas. Querrás absorber su dicha, su forma de pronunciar la “s”. Querrás ser ella o, mejor, meterte en ella como un embrión. Le harás el amor y querrás destruirla. Clavársela. Romperle el corazón por dentro. No podrás. Será ella quien te abandone.

Nunca volverás a usar la palabra como con ella. Tus pobres novias nuevas no conocerán tu faceta romántica. Te pedirán más responsabilidad afectiva y tú te acordarás de tu Yolanda. Maldita Yolanda. Te empalmarás. Le escribirás borracho. Añorarás el dolor, las noches llorando. Desearás masticar su pena de nuevo. Un trozo de subidón. Una noche más.

Y la amarás porque te hizo amar la vida. Serás feliz sin ella. Tu novia se enfadará si la mencionas. No pasa nada. Incluso un día, la olvidarás. Tendrás hijos, una ático y follarás los martes. Y la olvidarás.

Son humanas. Lo reconoces al instante. Hacen la vida simple. La que ha sufrido mucho sabe de malabares. Y es que la verdadera seriedad es cómica. No se ama la vida de igual modo si no conoces a una Yolanda Ramos. Porque, entonces, la vida no se te pone caliente en las manos. La vida no se te desnuda. La vida no te desafía. Y a Dios no le pones cachondo.

Las preguntas de las Yolandas Ramos son las que tienen a Dios calentito.

Si encuentras a una que se parezca, sólo una de ellas, habrás completado la misión. Las hay en cada bar. De todos los tamaños y colores. Son las que más felices parecen. Fíjate en ellas. Mírala, está bailando encima de la mesa. La que reparte el dinero como si lo hubiese tenido siempre. La que de tanto reír se echa a llorar y luego se mea. Hoy no huele a dolor. Mañana no podrá despertarse. Y odiará haber bailado delante de toda esa gente desconocida.

Desaparecerá de WhatsApp unos días.
No contestará nunca a tus audios.
Pero sabrás siempre, absolutamente siempre, que te quiere.

Las miro como se miran los árboles viejos.
Las colonias viejas no se amoldan al olor de sus cuellos.

Si llego a saber que la vida era esto, me habría quedado a dormir en la infancia. Seguramente, tú también, ¿no, Yolanda?

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Costumbres

Yolanda Ramos, la que te hizo amar la vida

Son humanas. Lo reconoces al instante. Hacen la vida simple. La que ha sufrido mucho sabe de malabares. Y es que la verdadera seriedad es cómica.

Yo, a las personas como Yolanda Ramos, las reconozco al instante. Quizás es la voz de fumar cigarrillos de cajetilla en cajetilla, o la risa ronca, apretada, casi molesta. Una risa que se engancha en ella misma. Una risa envuelta en dolor. Una risa infinita que se alimenta de una pena antigua. La risa que tiene mi vecina Trini. Esa voz arrugada de haber hablado tanto a solas.

A las Yolanda Ramos yo las capto al vuelo. Porque yo soy una Yolanda Ramos más.

El dolor aflora cuando quiere. Las infancias no ayudan.

Hacer reír a media España. Volver a casa. Lanzar los tacones a cualquier esquina, comer rápido y envasado. Subir el volumen de la TV para que los vecinos no escuchen el numerito. Hoy suena agudo.

Tiene Yolanda el alma como un chicle mascado. Me la puedo imaginar hablando sola en su baño. Puedo oler el aliento de su boca. Las humedades nacen desde la barbilla al techo. Un vaho que hace de conducto entre el corazón y las paredes. Los dientes se resecan, se ennegrecen, se vuelven polvo. El vaho es caliente, denso, casi palpable al tacto. Se expande por las habitaciones como un humo hilarante que no deja espacio sin ocupar. Cuando entras a una casa con tales condiciones, se nota en el ambiente. Hay aires cargados y hay aires ligeros. El vaho de la tristeza suele juntarse con el humo del tabaco que, pese a los malos diagnósticos de los doctores, es el único humo capaz de mezclarse con el vaho y convertirlo en otra cosa. Más asquerosa. Pero también capaz de disimular el olor a pena.

Las mujeres como Yolanda se abren como se abre el alba. Brillantes al ojo, dolorosas. Es fácil verlas, más fácil amarlas. Llevan de vestimenta una larga sombra, un bicho con las uñas largas de cristal. El tubo de escape suelta humo por el pie izquierdo. Ala de cucaracha, humedad de sótano, sangre de toro, velo nupcial negro, ojos felinos y joyas en las orejas como Carmen Lomana. Te enamorarás de una de ellas una sola vez en tu vida. No se cruzan tan fácilmente.

Te volverás loco. Loco de verdad. Pasearás por su acera diariamente para encontrarla. Querrás dormir bajo sus faldas. Le dedicarás las mejores palabras. Los mejores versos. Querrás su juventud. Querrás poseerla. Querrás hacerle el amor en los patios, las calles, las playas. Querrás absorber su dicha, su forma de pronunciar la “s”. Querrás ser ella o, mejor, meterte en ella como un embrión. Le harás el amor y querrás destruirla. Clavársela. Romperle el corazón por dentro. No podrás. Será ella quien te abandone.

Nunca volverás a usar la palabra como con ella. Tus pobres novias nuevas no conocerán tu faceta romántica. Te pedirán más responsabilidad afectiva y tú te acordarás de tu Yolanda. Maldita Yolanda. Te empalmarás. Le escribirás borracho. Añorarás el dolor, las noches llorando. Desearás masticar su pena de nuevo. Un trozo de subidón. Una noche más.

Y la amarás porque te hizo amar la vida. Serás feliz sin ella. Tu novia se enfadará si la mencionas. No pasa nada. Incluso un día, la olvidarás. Tendrás hijos, una ático y follarás los martes. Y la olvidarás.

Son humanas. Lo reconoces al instante. Hacen la vida simple. La que ha sufrido mucho sabe de malabares. Y es que la verdadera seriedad es cómica. No se ama la vida de igual modo si no conoces a una Yolanda Ramos. Porque, entonces, la vida no se te pone caliente en las manos. La vida no se te desnuda. La vida no te desafía. Y a Dios no le pones cachondo.

Las preguntas de las Yolandas Ramos son las que tienen a Dios calentito.

Si encuentras a una que se parezca, sólo una de ellas, habrás completado la misión. Las hay en cada bar. De todos los tamaños y colores. Son las que más felices parecen. Fíjate en ellas. Mírala, está bailando encima de la mesa. La que reparte el dinero como si lo hubiese tenido siempre. La que de tanto reír se echa a llorar y luego se mea. Hoy no huele a dolor. Mañana no podrá despertarse. Y odiará haber bailado delante de toda esa gente desconocida.

Desaparecerá de WhatsApp unos días.
No contestará nunca a tus audios.
Pero sabrás siempre, absolutamente siempre, que te quiere.

Las miro como se miran los árboles viejos.
Las colonias viejas no se amoldan al olor de sus cuellos.

Si llego a saber que la vida era esto, me habría quedado a dormir en la infancia. Seguramente, tú también, ¿no, Yolanda?

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES