Adidas Firebird. Genealogía de una chaqueta de chándal

Por
Pepe Tesoro
12/12/2025

No creo que exista ninguna otra marca que ocupe la presencia que ocupa, como un marcador de estilo y distinción dentro los parámetros de lo urbano.

Evento relacionado
al
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/// La clase y la case

Compré mi Firebird negra en 2019 con el descuento de empleado. Poco después de acabar el máster y antes del confinamiento, estuve trabajando en una tienda Adidas en un centro comercial para la campaña de Navidad 2019-2020.

Lo que más me gustaba vender eran las zapatillas. Me acabé por familiarizar con el catálogo de calzado de Originals lo suficiente como para tener mis opiniones articuladas sobre el cambio de diseño de la Campus, mi preferencia entre la Stan Smith verde o la azul o, más tarde, sobre la popularidad de la Samba blanca o la multiplicación de los modelos de colores de la Handball Spezial que, como toda zapatilla de ante, aprendí que luce mucho más bonita comprada que apenas usada.

Pero el producto de Adidas que más me obsesiona, todavía y cada día más, es la chaqueta de chándal Firebird, modelo negro. No confundir con la chaqueta de chándal Superstar, abreviado como SST, que pertenece a la misma línea que las zapatillas Superstar, las de la punta de goma, un modelo que siempre me ha gustado en la chica que me gusta, no tanto para mí. La SST tiene el cuello corto, y dos costuras entre el pecho y las mangas que habitualmente van marcadas con dos líneas blancas características que marcan la silueta de los hombros. La Firebird tiene un cuello alto, en forma de tubo, y no tiene costuras entre las mangas y el torso, por lo que queda en general con un corte menos ajustado, aunque existen modelos Firebrid más sueltos y más ajustados. En la Firebird negra, los únicos elementos que contrastan con el azabache brillante del poliéster son el logo clásico del trébol o trefoil y las tres bandas blancas descendiendo por cada brazo.

Esta es la chaqueta que has estado viendo por todos lados.

Vale, puede que no sea siempre la Firebird negra. Puede que hayas visto también la SST, también en otros colores, o algún otro de los cientos de modelos derivados de estas chaquetas clásicas, e incluso los que fabrica la propia Adidas bajo la marca Performance como imitación de sus modelos más caros. Puede que hayas visto los leggings, los pantalones, los accesorios, las camisetas de fútbol.

La presencia de Adidas en la cultura popular tiene mucho que ver con lo que viene a llamarse, eufemísticamente, cultura urbana. En videoclips de trap o de rap, en las raves y en los conciertos, el uso de la ropa deportiva en general, pero de Adidas en particular, se funde con naturalidad con el ambiente y su centralidad se sobreentiende. La marca tiene una relación muy particular, sin comparación evidente, con multitud de subculturas más allá de las músicas urbanas, como el punk, la estética ultra, la música electrónica o los skinheads. En estos cruces entre subculturas de clase trabajadora e ideología política nace también su particular relación con la izquierda y con el antifascismo. Pese al pasado nazi de su fundador, Adidas es conocida por una histórica relación con la izquierda política, como en su disposición a patrocinar selecciones nacionales de países como Venezuela o Cuba, incluso por haber sido vestida de forma predominante por los atletas de la URSS y del resto del bloque soviético. La relación de Adidas, y en particular de la firebird negra, con la estética antifa, llega hasta nuestros días con la repetida asociación de esta chaqueta con la estética de los integrantes del Movimiento Socialista, que incluso han tomado para sí esta asociación como un meme. Parte de mi interés por esta prenda se reavivó recientemente cuando me di cuenta que muchas personas de mi entorno se referían a ella como “la chaqueta del MS”.

Laüra Bonsai, de las Ninyas del corro, en el videoclip de Tridente dorado.

La lógica particular de los memes desempeña un papel crucial en el discurso reciente de esta estética. Tras el arresto de Tyler Robinson, acusado del asesinato de Charlie Kirk, se libró una encarnizada batalla por enmarcar en una ideología política reconocible a un joven que, por lo general, exhibía una huella digital más bien confusa. En un intento por contrarrestar la dudosa narrativa de que Tyler Robinson fuera un terrorista de extrema izquierda, algunos se empeñaron en ligar a Robinson con la extrema derecha en base a una foto en la que el joven aparecía sentado de cuclillas, con boina y vestido con un chándal Adidas negro. La conexión pretendía hacerse con un meme de la rana Pepe que reproducía esa pose. Pero tanto Robinson como dicho meme hacen referencia a la estética gopnik, otro universo memético nacido en Rusia donde reina esa postura, la conocida como “slav squat” (la sentadilla eslava), la boina y el chándal Adidas, a poder ser negro.

La estética gopnik describe una subcultura rusa nacida hace décadas comúnmente relacionada con elementos lúmpenes y criminales. Su popularización como meme en nuestros días corre paralela al auge del hard bass, género de música electrónica que combina la rapidez y la dureza del hardcore con la presencia de bajos sobreproducidos. Conocido directamente como hard bass ruso, creció en proyección internacional en la década de los 2010 gracias a artistas como DJ Blyatman, XS Project o Russian Village Boys. El chándal Adidas es un elemento fundamental en el hard bass, que se combina en los videoclips con la imaginería comunista y otros aspectos de la estética postsoviética, especialmente mediada por la particular naturaleza memética que ha adquirido Rusia en el imaginario global. Una de las canciones más populares del género, Tri poloski (Три полоски, literalmente, “tres bandas”) es una referencia directa la marca alemana.

Videoclip de Vodka no limit de DJ Blyatman 

El caso de Robinson y del gopnik es solo otro eslabón en una cadena memética donde impera una existencia disociativa, de disolución de la identidad en la semántica aberrante y provocadora del trol, que nada que cuadre con los términos clásicos de la ideología política. La propia rana Pepe es ya cultura popular, incluso demodé, cuya relación directa con el extremismo político se atenúa cada día más en el caldo de lo mainstream. Sin embargo, los memes rara vez flotan por encima de la realidad. La estética gopnik se encuadra en una larga e intrincada historia de la connotación del chándal de las tres bandas, así como de la propia Adidas, donde anida una pregunta sobre la relación entre la moda y la clase social.

La moda, como cualquier asunto ligeramente más femenino y queer de lo aceptable, todavía debe luchar por su lugar por ser aceptada entre las cosas serias. También persiste en la izquierda cierta sospecha ascética frente al estilo, que se considera un elemento fetichista, compensatorio. Este ascetismo de izquierda entiende la vestimenta como un ámbito puramente utilitario y la moda, por tanto, un engaño colectivo cuya única función es engrasar las ruedas de la industria y, por ende, reproducir el capital invertido en la misma.  Existen buenas razones para esta sospecha, aunque no precisamente las que confunden la crítica al fetichismo de la mercancía con el moralismo en torno al consumo. El resultado de esta sospecha suele ser una iconoclastia totalitaria que condena a todo lo bello como degenerado. Por un lado, es cierto que la industria textil es uno de los mayores y más sofisticados monstruos del modo de producción capitalista, uno de los sectores que más contamina y cuya dependencia de la explotación laboral y la extracción de recursos en los estados poscoloniales es de sobra conocida. Pero la ropa no solo sirve para vestir, nunca ha sido así. La moda, como la cultura, es un asunto que antecede, supera y sobrevivirá al modo de producción capitalista. Precisamente aprendimos de la experiencia queer cómo la expresión y la experimentación en torno a la apariencia es una cuestión de supervivencia política.

Lo cierto es que el estilo es algo que ha tenido que ver, casi siempre, con la clase. En Europa, la búsqueda de la elegancia y de la calidad de los materiales tiene una relación directa con la distinción social. En la baja Edad Media, el lujo y la extravagancia aristocrática en torno a la vestimenta es resultado directo del despilfarro del valor extraído de las rentas antes de que, con el desarrollo del capitalismo, el plusvalor se reinvirtiera en mejorar la eficiencia de la producción. El capitalismo nace, al menos en parte, para abastecer la demanda de lujo de la nobleza. No es casualidad que las primeras sociedades mercantiles se desarrollaran en regiones con aristocracias fragmentadas y débiles que, como en Italia, servían de intermediarios entre las monarquías europeas y bienes exóticos como las especias o la seda. La necesidad de mantener estas mismas rutas comerciales, tras su bloqueo por la consolidación del Imperio Otomano en el siglo XV, es la que inauguró la era de la exploración, y finalmente el colonialismo. Tampoco es casualidad que el auge de la sociedad burguesa en los Países Bajos se deba al desarrollo de una industria textil que abastecía a la nobleza del continente; ni que Inglaterra, el epicentro definitivo del capitalismo moderno fuera, en palabras de Matt Christman, “un petroestado de la lana”.

Sin embargo, pese al declive de la aristocracia como clase social dominante y la aparición de la sobriedad propia del protestantismo burgués, la moda sigue inserta en una cierta lógica de clase. Hoy en día, “vestir bien” tiene un componente claro de distinción. Esto es claramente visible en buena parte de la estética de la música urbana, donde vestir cadenas de oro o abrigos de piel, o las marcas de lujo como Gucci o Versace, remarca la aspiración a escapar de la pobreza y la inseguridad. Esta exhibición del lujo, sin embargo, resignifica la moda como exhibición lejos de la austeridad burguesa, donde se todavía se pretende establecer un equilibrio entre la elegancia y el principio calvinista de que ostentar es de mal gusto. El rapero no hace exhibicionismo del dinero, como con los grills (implantes dentales de oro o joyas) o los racks (fajos) de dinero, porque no conozca esos códigos, sino por los invierte y recrea, en su escapismo de la pobreza, su propio ideal del éxito.

Pero la moda no solo distingue por arriba. Existen conocidas genealogías de cómo la ropa de trabajo se insertó en la sociedad de consumo no tanto como escapismo, sino como identidad de clase. Es el caso del denim, tejido utilizado originalmente como material para prendas de trabajo, que condujo a la revolución del pantalón vaquero, considerado originalmente como un objeto basto y poco sofisticado, como un producto esencial en la moda contemporánea. Parte de esta resignificación tiene también un componente de género. El uso del pantalón, concretamente el vaquero, se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la larga historia de la moda como instrumento de dominación sobre los cuerpos feminizados. Las botas de Timberland, por ejemplo, o la marca Carhartt, describen desplazamientos entre uso utilitario para el trabajo y el uso, también por los trabajadores, como marcador de estilo e identidad. La historia de la ropa militar o la ropa deportiva siguen una trayectoria similar.

Pero, ¿qué ha tenido que pasar para que Adidas se convirtiera en una marca tan popular entre la clase trabajadora, particularmente en Europa? ¿Puede decirse que no es solo un producto popular entre la clase, sino distintivo de esa clase? ¿Cómo una marca fundada por un miembro del Partido Nazi se acabó por convertir en un icono antifascista? ¿Y tiene sentido reivindicar el estilo para la clase trabajadora, o es otro fetiche, otro opio del pueblo, que fomenta el consumo textil?

La realidad es que a la clase trabajadora, tradicionalmente, se le ha negado la clase. Tanto el mundo de la moda burguesa como la crítica ascética izquierdista coinciden en que la clase trabajadora no es capaz, o no debería, expresarse por medio del estilo. Confiar, sin embargo, en la clase como sujeto político autónomo es indisociable, en última instancia, de comprender cuáles son los contornos de su identidad en el estadio actual del capitalismo. Y la identidad, hoy en día, es inseparable de la moda.

/// La marca de las tres bandas

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, la relación entre los hermanos Adolf y Rudolf Dassler pasaba por su peor momento. Las rencillas entre los Dassler venían de largo, pero se agravaron a la hora de explicar la extensa relación de su compañía de zapatillas deportivas con el régimen nazi.

Adolf Dassler, más conocido como “Adi”, llevaba años tratando de levantar su negocio de reparación y fabricación de calzado deportivo hasta que en 1923 se unió a su hermano Rudolf para fundar La factoría de zapatos deportivos de los hermanos Dassler en la ciudad bávara de Herzogenaurach, al suroeste de Alemania. También se les unió su hermano Fritz, y el futuro de la compañía condicionó para siempre la vida de la familia entera. La historia dice que Adi era el genio artesano, siempre en la búsqueda de innovaciones en materiales y fabricación, mientras que Rudolf, que dirigía las ventas, aportaba la visión de negocio. El negocio de los Dassler prosperó durante los años veinte, y sus zapatos fueron utilizados por atletas profesionales en las olimpiadas de 1928 y 1932. En el auge de Hitler, los hermanos vieron una suculenta oportunidad de negocio. La ideología nazi ponía un énfasis particuapar en la promoción del deporte, que se entendía como expresión de superioridad racial. Los hermanos se unieron al NSPD en mayo de 1933, y poco después se convirtieron en los proveedores de calzado de los clubes deportivos de las Juventudes Hitlerianas. Esta relación culminó en las Olimpiadas de 1936, donde la mayoría de los atletas alemanes calzaban zapatillas Dassler. Pese a ello, la proyección internacional de la firma se vio catapultada por el éxito de un atleta afroamericano, Jesse Owens, que se llevó dos medallas de oro vistiendo zapatillas de tacos fabricadas por los Dassler.

Zapatillas de Jesse Owens en las olimpiadas de 1936. Las zapatillas Dassler ya exhibían como marca dos bandas de cuero a cada lado, que servían originalmente para la estabilidad y resistencia del calzado.

Esta relación con el régimen se acabaría por convertir en una maldición tras el estallido de la guerra. La fábrica Dassler se vio obligada a reconvertir su producción para suplir de calzado al ejército alemán e incluso, en los momentos finales de la guerra, en una línea de producción de armamento. La desesperada movilización total de Alemania agravó las tensiones en la familia. Adi fue llamado a filas en 1941, aunque logró regresar a la fábrica en 1942. Rudolf se negó a emplear a los hijos de su hermana Marie en la compañía, lo que facilitó que fueran reclutados y finalmente masacrados en la guerra. Finalmente, fue el propio Rudolf el que fue llamado a filas en 1943, lo que él siempre achacó a la mano de su hermano Adi. Desde el frente, Rudolf siguió intentando disputar el control de la empresa, sin mucho éxito. Tras la liberación de Herzogenaurach, los tanques estadounidenses estuvieron a punto de destruir la fábrica de los Dassler. Käthe, la mujer de Adi, pidió clemencia por la fábrica de zapatillas. La fábrica sobrevivió.

El proceso de desnazificación de los hermanos elevó todavía más la tensión en la lucha por el control de la compañía. Un veredicto desfavorable podría apartarles para siempre del negocio. Hasta el día de hoy, sigue en disputa hasta qué punto la colaboración de los Dassler con el régimen nazi fue fruto de la convicción ideológica o de la oportunidad económica. Por lo general, se entiende que Rudolf era el más creyente de los dos, pero la relación de la familia con el nazismo era innegable. Adi argumentaría que la guerra había supuesto una ruina económica para la compañía. La respuesta correcta seguramente sea que el nacionalsocialismo y el negocio fueran para los hermanos dos caras de una misma moneda.

El fin de la guerra puso fin a la relación de los Dassler, que nunca volvería a hablarse. Separaron sus bienes y continuaron con el negocio del calzado deportivo por caminos separados. Rudolf fundó RuDa, más tarde Puma. Adi Dassler fundó Adidas.

A la hora de diseñar un nuevo logo, Adi experimentó con las tiras de cuero que se usaban para reforzar las zapatillas. En 1949, registró la marca de las tres bandas. Disputó la idea con la finlandesa Karhu, que había usado el diseño años antes. Adi acabó comprando las tres bandas a los finlandeses por dos botellas de whisky y el equivalente a mil seiscientos euros.

La rivalidad entre Adidas y Puma y su competencia sobre los patrocinios de atletas en grandes competiciones deportivas alimentó su expansión en las décadas siguientes. En 1954, la selección de Alemania Occidental se llevó la Copa del Mundo de Fútbol gracias a una inesperada victoria sobre Hungría. El llamado “Milagro de Bern” ayudó a rehabilitar el espíritu nacional y el reconocimiento de Alemania tras la derrota. Los futbolistas llevaban zapatillas Adidas.

La segunda mitad del siglo XX asistió a la progresiva expansión de la ropa deportiva más allá de su uso para entrenar o competir. En las décadas de los setenta y los ochenta, a medida que colapsaba el llamado “consenso de posguerra”, las condiciones y las organizaciones de la clase trabajadora occidental se deterioraron y el neoliberalismo se impuso como la doctrina económica dominante. El retroceso de la clase trabajadora tiene una relación directa con el ascenso de la llamada sociedad de consumo, donde el interés de los trabajadores se fue desplazando forzosamente de sus condiciones materiales de vida a su capacidad de adquirir bienes en el mercado.

Esta tendencia fue aprovechada por Adidas. Pronto dejaron de ser una compañía exclusivamente centrada en el calzado y comenzaron a producir ropa deportiva, como el chándal. A mediados de la década de los sesenta, la aparición del nylon revolucionó las posibilidades de producción de la ropa deportiva, y para 1967 Adidas anunció su colaboración con Franz Beckenbauer para el lanzamiento de su primer chándal, que ya exhibía las características tres bandas descendiendo por las mangas y la perneras. La incursión de Adidas en la ropa deportiva, como de su publicitación para usos más allá del entrenamiento o la competición, se debe fundamentalmente a Horst Dassler, hijo de Adi, quien encabezaba la subdivisión de la compañía en Francia, un país donde la moda tenía una tradición más desarrollada que en Alemania. También se atribuye a Horst la incursión de la marca en los atletas de los países del Este.

Para 1972, la ropa deportiva de Adidas se había convertido en una apuesta fundamental de la marca, y para las olimpiadas de ese mismo año se desveló su nuevo logotipo, el trébol o trefoil con las tres bandas.

De forma prácticamente simultánea, comienza la historia de su uso en las que empezaban a conocerse como subculturas, primariamente en Gran Bretaña y en su vieja colonia Jamaica, cuya migración determinó para siempre la historia de la cultura popular británica. Los rude boys, la subcultura jamaicana asociada al reggae, ya usaban marcas como Clarks como medio de distinción dentro de un contexto de miseria poscolonial, y la afición de la juventud de la isla al fútbol propició la adopción del chándal Adidas, que el propio Bob Marley vistió en numerosas ocasiones.

Es en la relación insospechada entre el deporte y la música, como en la línea entre Jamaica y Gran Bretaña, donde se fragua la adopción de la marca alemana por las diferentes subculturas de finales de siglo XX. Del fervor por la uniformidad y la distinción de la afición específica por cada equipo de fútbol viene su adopción por los ultras, y de ella, sumada al influjo jamaicano, en las culturas del punk, del ska y, en definitiva, de la skinhead. De los skins proviene su conexión con el antifascismo, aunque también en el lado neonazi de la misma subcultura. La zapatilla Samba negra, originalmente diseñada para el fútbol sala, se convirtió en un símbolo de estas tribus urbanas y hoy en día todavía cargan el aura de un signo antifa, si bien su popularidad reciente ha despertado controversia.

La presencia de Adidas en la vestimenta de los skins la conecta con su presencia en los aficionados al hardcore techno, posteriormente conocido como hardcore o gabber, nacido en Rotterdam a comienzos de la década de los noventa. Curiosamente, para el calzado, la zapatilla mítica de los hardcoretas es la nike airmax, pero se les sigue viendo todo el rato con el chándal adidas. El uso de la ropa deportiva dentro de la escena de la música electrónica tampoco es natural ni necesario, pues hasta la aparición del techno y del house a finales de los ochenta, el clubbing por lo general tenía un aspecto de exclusividad relacionado con la elegancia formal y los códigos de vestimenta. La irrupción de la cultura rave a partir de 1989 y 1990 contenía un elemento de liberación de la apariencia que todavía persiste, y la ropa deportiva, ahora sí, era naturalmente más adecuada para pasar la noche entera bailando. De aquí también viene el uso del top deportivo por las mujeres en las raves, en un cruce entre la comodidad y la expresión. Es importante destacar aquí que esta relación causal no va en una sola dirección. El chándal ya era una prenda de estilo común en la clase trabajadora, y los ambientes skinhead, cuando estas subculturas adoptaron el gabber, nacido en un entorno más marcadamente obrero como Rotterdam, como ambiente de electrónica más acorde que el techno o el house.

La otra gran corriente subcultural que incorporó el chándal y las zapatillas en su estética fue el Hip Hop. Su influencia determina la naturaleza actual de la estética urbana en nuestros días con mayor fuerza que ninguna otra. En 1986, el enorme éxito de su single My Adidas, les granjeó a los integrantes del colectivo neoyorquino RUN DMC un patrocinio millonario de la marca, el primero que una marca deportiva ofrecía fuera del deporte profesional.

Integrantes RUN DMC con el chándal Firebird negro.

En estos ambientes, la aspiracionalidad de clase no venía acompañada de otras marcas más caras, sino con aquellas que capturaban el aura de la excelencia y el éxito en el deporte, uno de los pocos ámbitos de la cultura popular donde podían triunfar estrellas con claros orígenes humildes. También lo hacían en la música, y estos dos ámbitos se retroalimentaron para afianzar la ropa deportiva en general, y Adidas en particular, como el espacio en el que se podía exhibir estilo sin pretender distanciarse de la clase. Adidas no es una marca barata, pero no es una marca de lujo, lo que la que colocaba en un lugar idóneo, pero extraño, para expresar distinción sin caer en escapismo.

Para finales de los años noventa, Adidas se enfrentaba a un dilema. Mientras las técnicas y los materiales para el calzado y la ropa deportiva avanzaban, sus esfuerzos por hacerse hueco en el mundo de la moda provocó que los chándales y zapatillas Adidas más demandados como vestimenta estuvieran anticuados para la competición. En 1997, Adidas dividió sus marcas, creando Adidas Performance, centrada en seguir siendo vanguardia en equipamiento deportivo y Adidas Originals, centrada exclusivamente en explotar las prendas que habían quedado obsoletas para el deporte, en un sentido estrictamente vintage. Como una apelación emblemática a ese legado, Originals se quedó con el trefoil como logo. Performance adoptó un logo nuevo, el que representa las tres bandas formando una silueta que recuerda a una montaña. Hasta el día de hoy, pese a sus incursiones en la ropa de calle e incluso en la moda de alta gama, la ropa y el calzado orientado al deporte sigue suponiendo la mayoría significativa de la facturación de la marca.

Todos los modelos de zapatillas clásicas de Adidas, como de muchas otras marcas, son modelos originalmente producidos para el deporte. Es el caso ya mencionado de las Samba como zapatillas de fútbol sala o las Superstar como zapatillas de baloncesto. Pero es el caso también de las Handball Spezial, cuya suela marrón es un legado de la suela de caramelo característica del balonmano o las Stan Smiths, que llevan el nombre de un famoso tenista y evidencian la larga y compleja historia de la moda deportiva con el tenis, que tienen sus propias connotaciones de clase.

Los últimos veinticinco años son la historia de la consolidación de la ropa deportiva como un sector esencial de la moda que excede al deporte. Puede argumentarse que la marca ha escapado, en parte, a su connotación de clase, en la medida que ha sido apropiada por consumidores más adinerados. La realidad es que esta asociación sigue en disputa y transformación, pero no se ha agotado del todo.

/// Goce y miseria

En la portada de su single One more, Elliphant y MØ parecen dos geishas en chándal. Llevan tocados japoneses y maquillaje pálido, y visten la Adidas firebird. La canción, lanzada en 2014, expresa la pulsión de fiesta propia del pop electrónico de la época, pero con un giro de exceso autodestructivo. Esta pulsión aparece ligada con el miedo a la soledad y el peso del trabajo, así como a la irrealidad de la existencia moderna: “Ven, cariño, ven. / No me quiero ir a casa. / Quédate conmigo, sé una amiga. / La calle está tan fría, y mi dinero está lleno de fantasmas.” En el videoclip, Elliphant y MØ atraviesan la noche en la parte de atrás de un taxi, vestidas con el icónico look. Describen, en la letra, ese impulso destructivo de alargar la fiesta por no quedarse sola: “Quédate conmigo esta noche. [...] / No desaparezcas.”, con referencias directas al ocio como anestesia frente a las exigencias del mundo laboral: “Me gusta este sitio, que le jodan al trabajo. / Además, dices que tu jefe es un capullo”. El vídeo, como el tema, le envuelve un aspecto espectral, como en las menciones al “dinero lleno de fantasmas”, el uso “desaparecer” en lugar de “irse” o en cómo las voces de las artistas convergen y divergen sobre una base minimalista que, de súbito, estalla en un bajo que se retuerce hasta que el tema se apaga. A medida que la canción se intensifica, la escena en el asiento de detrás del taxi se vuelve más caótica: Elliphant y MØ beben, fuman, se empujan, se desvisten. One more, atrapada entre la euforia y la melancolía, captura con precisión el goce paradójico de los ciclos del trabajo y el ocio, de presión y desfogue.

El look de las geishas con firebird aparecen sobre este fondo con un sentido nada casual. El aspecto de los tocados japoneses, parecidos a moños, y el maquillaje excesivo, sumado a los aros que lucen ambas cantantes, alude a otro look con connotación evidente de clase: a la choni. El chándal Adidas intensifica esa asociación. Lo importante del tema aquí no es solo la referencia a alienación como condición de clase, sino precisamente por su estilización de la misma, su capacidad de hacer arte del dolor, de exhibir estilo bajo condiciones de dominación. Esto, lejos de celebrar o justificar la explotación, expresa algo mucho más complejo pero necesario: la supervivencia cultural de la clase, la estética como una necesidad humana de primer orden. La choni, lejos de ser vulgar, puede ser tan sofisticada y elegante como la geisha (entiéndase, bajo la lente deformadora del exotismo y el orientalismo). En el behind the scenes del videoclip, Elliphant explica que pensó en la geisha porque ser una artista de pop, en sus palabras, “es un poco como ser una prostituta”. La geisha es por tanto la expresión estética sofisticada que se le niega a la explotación, la apropiación de la máscara de porcelana de la explotada. La chaqueta deportiva, a su vez, acarrea la elegancia y el estilo de un traje, sin identificarse con la vestimenta de los burócratas y los capataces. El estilo es una necesidad porque solo el arte puede capturar la condición contradictoria de exhibir orgullo, incluso goce, desde la miseria. El discurso político-científico, pese a ser necesario, suele reducirse en afectos severos y tristes, que se siguen de una descripción fría y pesimista de un presente aberrante. Pero en la existencia del dominado hay un punto entre la euforia y la melancolía que solo el ámbito espectral de la estética (entiéndase, el arte, el diseño, la moda, la fiesta, el disfrute: todo lo que es irreal a ojos de la ciencia) es capaz de expresar con naturalidad. Como decía, a la clase se le ha negado sistemáticamente la clase. Pero la realidad es que la clase trabajadora es capaz, por su condición, de una sofisticación estética mucho más elevada de la que se le atribuye habitualmente, de la misma forma que la gran mayoría de la innovación cultural estadounidense, particularmente la musical, se originó bajo los escombros de la más horrenda de las relaciones de explotación, la esclavitud. Hasta la música electrónica es de raíz negra. Por no hablar, como ya mencionaba antes, del papel crucial que la estética ha jugado, de forma intuitiva, en los procesos de autoconciencia y emancipación de colectivos como las mujeres o las personas queer. La cultura para el amo es lujo y despilfarro. Para el dominado, es supervivencia.

Por acabar, creo que es importante señalar que esto no significa nada más de lo que significa.  Trazar los contornos de la identidad cultural es una tarea relativamente sencilla, pero en su sencillez se esconde el peligro de simplificar o, más bien, culturizar el problema. La identidad nunca es algo estático ni cerrado, y se encuentra en constante transformación y contacto simultáneo con multitud de procesos que la preceden y la determinan.

Tampoco conviene confundir la subcultura con la cultura, ni la presencia de estos u otros universos simbólicos distintivos de la clase, como la ropa deportiva o la música urbana en general, como distintivos de la clase, en su totalidad. Pero lo más importante, para mí ahora, es subrayar que, pese a que el arte no es celebración ciega, tampoco es ninguna salvación segura. Es, como mucho, otro de los elementos que juegan en el escenario complejo del capitalismo contemporáneo, donde la cultural, y en particular la moda, no es un elemento que flote sobre la materialidad, pero tampoco un espejo donde se vislumbre la figura de la sociedad sin deformación. La cultura no es independiente ni idéntica a la realidad social, sino su mediación necesaria para la autoconciencia.

Stormzy, referencia global del grime, vistiendo el chándal Firebrid para una campaña reciente con Adidas.

Por eso me fascina tanto la firebird negra, como me fascina Adidas en general. No creo que exista ninguna otra marca que ocupe la presencia que ocupa, como un marcador de estilo y distinción dentro los parámetros de lo urbano. Lo urbano, como decía, es un eufemismo. Es otra mediación extraña desde la que se sigue hablando de dominación, como el ventrílocuo por la marioneta: seguimos hablando de otras cosas para seguir hablando de la clase, como no podría ser de otra manera. Como tampoco existe, en nuestro contexto actual, una prenda que exprese los valores del antifascismo como “la chaqueta del MS”. Por lo general, la crítica ascética izquierdista, particularmente de corte político-científico, reincide continuamente en la frivolidad de la moda, sino en su uso, como toda cultura popular contemporánea, como instrumento que afianza la dominación, opio del pueblo. Por supuesto, este corte de crítica suele guardar mejores palabras para el arte burgués, aquel que le infunda de capital simbólico y afiance su condición percibida de superioridad intelectual. En ello coinciden con la crítica conservadora, pero sin la honestidad de esta última. Por suerte, la clase, de forma natural, toma otro camino.

PD: El rediseño de la Campus me pareció una mierda. La Stan Smith verde y la azul me parecen igual de bonitas, pero cualquier otra variante suele ser decepcionante. La Samba seguramente sea mi favorita pero, para llevarla yo, la prefiero en negra que en blanca. Me pareció un poco una histeria colectiva, pero yo también caí en comprarme unas Handball Spezial de colores. Lo único que recomiendo es no hacerla tu zapatilla principal si no quieres destrozarla en menos de un año.

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Adidas Firebird. Genealogía de una chaqueta de chándal
No creo que exista ninguna otra marca que ocupe la presencia que ocupa, como un marcador de estilo y distinción dentro los parámetros de lo urbano.
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12/12/2025
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/// La clase y la case

Compré mi Firebird negra en 2019 con el descuento de empleado. Poco después de acabar el máster y antes del confinamiento, estuve trabajando en una tienda Adidas en un centro comercial para la campaña de Navidad 2019-2020.

Lo que más me gustaba vender eran las zapatillas. Me acabé por familiarizar con el catálogo de calzado de Originals lo suficiente como para tener mis opiniones articuladas sobre el cambio de diseño de la Campus, mi preferencia entre la Stan Smith verde o la azul o, más tarde, sobre la popularidad de la Samba blanca o la multiplicación de los modelos de colores de la Handball Spezial que, como toda zapatilla de ante, aprendí que luce mucho más bonita comprada que apenas usada.

Pero el producto de Adidas que más me obsesiona, todavía y cada día más, es la chaqueta de chándal Firebird, modelo negro. No confundir con la chaqueta de chándal Superstar, abreviado como SST, que pertenece a la misma línea que las zapatillas Superstar, las de la punta de goma, un modelo que siempre me ha gustado en la chica que me gusta, no tanto para mí. La SST tiene el cuello corto, y dos costuras entre el pecho y las mangas que habitualmente van marcadas con dos líneas blancas características que marcan la silueta de los hombros. La Firebird tiene un cuello alto, en forma de tubo, y no tiene costuras entre las mangas y el torso, por lo que queda en general con un corte menos ajustado, aunque existen modelos Firebrid más sueltos y más ajustados. En la Firebird negra, los únicos elementos que contrastan con el azabache brillante del poliéster son el logo clásico del trébol o trefoil y las tres bandas blancas descendiendo por cada brazo.

Esta es la chaqueta que has estado viendo por todos lados.

Vale, puede que no sea siempre la Firebird negra. Puede que hayas visto también la SST, también en otros colores, o algún otro de los cientos de modelos derivados de estas chaquetas clásicas, e incluso los que fabrica la propia Adidas bajo la marca Performance como imitación de sus modelos más caros. Puede que hayas visto los leggings, los pantalones, los accesorios, las camisetas de fútbol.

La presencia de Adidas en la cultura popular tiene mucho que ver con lo que viene a llamarse, eufemísticamente, cultura urbana. En videoclips de trap o de rap, en las raves y en los conciertos, el uso de la ropa deportiva en general, pero de Adidas en particular, se funde con naturalidad con el ambiente y su centralidad se sobreentiende. La marca tiene una relación muy particular, sin comparación evidente, con multitud de subculturas más allá de las músicas urbanas, como el punk, la estética ultra, la música electrónica o los skinheads. En estos cruces entre subculturas de clase trabajadora e ideología política nace también su particular relación con la izquierda y con el antifascismo. Pese al pasado nazi de su fundador, Adidas es conocida por una histórica relación con la izquierda política, como en su disposición a patrocinar selecciones nacionales de países como Venezuela o Cuba, incluso por haber sido vestida de forma predominante por los atletas de la URSS y del resto del bloque soviético. La relación de Adidas, y en particular de la firebird negra, con la estética antifa, llega hasta nuestros días con la repetida asociación de esta chaqueta con la estética de los integrantes del Movimiento Socialista, que incluso han tomado para sí esta asociación como un meme. Parte de mi interés por esta prenda se reavivó recientemente cuando me di cuenta que muchas personas de mi entorno se referían a ella como “la chaqueta del MS”.

Laüra Bonsai, de las Ninyas del corro, en el videoclip de Tridente dorado.

La lógica particular de los memes desempeña un papel crucial en el discurso reciente de esta estética. Tras el arresto de Tyler Robinson, acusado del asesinato de Charlie Kirk, se libró una encarnizada batalla por enmarcar en una ideología política reconocible a un joven que, por lo general, exhibía una huella digital más bien confusa. En un intento por contrarrestar la dudosa narrativa de que Tyler Robinson fuera un terrorista de extrema izquierda, algunos se empeñaron en ligar a Robinson con la extrema derecha en base a una foto en la que el joven aparecía sentado de cuclillas, con boina y vestido con un chándal Adidas negro. La conexión pretendía hacerse con un meme de la rana Pepe que reproducía esa pose. Pero tanto Robinson como dicho meme hacen referencia a la estética gopnik, otro universo memético nacido en Rusia donde reina esa postura, la conocida como “slav squat” (la sentadilla eslava), la boina y el chándal Adidas, a poder ser negro.

La estética gopnik describe una subcultura rusa nacida hace décadas comúnmente relacionada con elementos lúmpenes y criminales. Su popularización como meme en nuestros días corre paralela al auge del hard bass, género de música electrónica que combina la rapidez y la dureza del hardcore con la presencia de bajos sobreproducidos. Conocido directamente como hard bass ruso, creció en proyección internacional en la década de los 2010 gracias a artistas como DJ Blyatman, XS Project o Russian Village Boys. El chándal Adidas es un elemento fundamental en el hard bass, que se combina en los videoclips con la imaginería comunista y otros aspectos de la estética postsoviética, especialmente mediada por la particular naturaleza memética que ha adquirido Rusia en el imaginario global. Una de las canciones más populares del género, Tri poloski (Три полоски, literalmente, “tres bandas”) es una referencia directa la marca alemana.

Videoclip de Vodka no limit de DJ Blyatman 

El caso de Robinson y del gopnik es solo otro eslabón en una cadena memética donde impera una existencia disociativa, de disolución de la identidad en la semántica aberrante y provocadora del trol, que nada que cuadre con los términos clásicos de la ideología política. La propia rana Pepe es ya cultura popular, incluso demodé, cuya relación directa con el extremismo político se atenúa cada día más en el caldo de lo mainstream. Sin embargo, los memes rara vez flotan por encima de la realidad. La estética gopnik se encuadra en una larga e intrincada historia de la connotación del chándal de las tres bandas, así como de la propia Adidas, donde anida una pregunta sobre la relación entre la moda y la clase social.

La moda, como cualquier asunto ligeramente más femenino y queer de lo aceptable, todavía debe luchar por su lugar por ser aceptada entre las cosas serias. También persiste en la izquierda cierta sospecha ascética frente al estilo, que se considera un elemento fetichista, compensatorio. Este ascetismo de izquierda entiende la vestimenta como un ámbito puramente utilitario y la moda, por tanto, un engaño colectivo cuya única función es engrasar las ruedas de la industria y, por ende, reproducir el capital invertido en la misma.  Existen buenas razones para esta sospecha, aunque no precisamente las que confunden la crítica al fetichismo de la mercancía con el moralismo en torno al consumo. El resultado de esta sospecha suele ser una iconoclastia totalitaria que condena a todo lo bello como degenerado. Por un lado, es cierto que la industria textil es uno de los mayores y más sofisticados monstruos del modo de producción capitalista, uno de los sectores que más contamina y cuya dependencia de la explotación laboral y la extracción de recursos en los estados poscoloniales es de sobra conocida. Pero la ropa no solo sirve para vestir, nunca ha sido así. La moda, como la cultura, es un asunto que antecede, supera y sobrevivirá al modo de producción capitalista. Precisamente aprendimos de la experiencia queer cómo la expresión y la experimentación en torno a la apariencia es una cuestión de supervivencia política.

Lo cierto es que el estilo es algo que ha tenido que ver, casi siempre, con la clase. En Europa, la búsqueda de la elegancia y de la calidad de los materiales tiene una relación directa con la distinción social. En la baja Edad Media, el lujo y la extravagancia aristocrática en torno a la vestimenta es resultado directo del despilfarro del valor extraído de las rentas antes de que, con el desarrollo del capitalismo, el plusvalor se reinvirtiera en mejorar la eficiencia de la producción. El capitalismo nace, al menos en parte, para abastecer la demanda de lujo de la nobleza. No es casualidad que las primeras sociedades mercantiles se desarrollaran en regiones con aristocracias fragmentadas y débiles que, como en Italia, servían de intermediarios entre las monarquías europeas y bienes exóticos como las especias o la seda. La necesidad de mantener estas mismas rutas comerciales, tras su bloqueo por la consolidación del Imperio Otomano en el siglo XV, es la que inauguró la era de la exploración, y finalmente el colonialismo. Tampoco es casualidad que el auge de la sociedad burguesa en los Países Bajos se deba al desarrollo de una industria textil que abastecía a la nobleza del continente; ni que Inglaterra, el epicentro definitivo del capitalismo moderno fuera, en palabras de Matt Christman, “un petroestado de la lana”.

Sin embargo, pese al declive de la aristocracia como clase social dominante y la aparición de la sobriedad propia del protestantismo burgués, la moda sigue inserta en una cierta lógica de clase. Hoy en día, “vestir bien” tiene un componente claro de distinción. Esto es claramente visible en buena parte de la estética de la música urbana, donde vestir cadenas de oro o abrigos de piel, o las marcas de lujo como Gucci o Versace, remarca la aspiración a escapar de la pobreza y la inseguridad. Esta exhibición del lujo, sin embargo, resignifica la moda como exhibición lejos de la austeridad burguesa, donde se todavía se pretende establecer un equilibrio entre la elegancia y el principio calvinista de que ostentar es de mal gusto. El rapero no hace exhibicionismo del dinero, como con los grills (implantes dentales de oro o joyas) o los racks (fajos) de dinero, porque no conozca esos códigos, sino por los invierte y recrea, en su escapismo de la pobreza, su propio ideal del éxito.

Pero la moda no solo distingue por arriba. Existen conocidas genealogías de cómo la ropa de trabajo se insertó en la sociedad de consumo no tanto como escapismo, sino como identidad de clase. Es el caso del denim, tejido utilizado originalmente como material para prendas de trabajo, que condujo a la revolución del pantalón vaquero, considerado originalmente como un objeto basto y poco sofisticado, como un producto esencial en la moda contemporánea. Parte de esta resignificación tiene también un componente de género. El uso del pantalón, concretamente el vaquero, se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la larga historia de la moda como instrumento de dominación sobre los cuerpos feminizados. Las botas de Timberland, por ejemplo, o la marca Carhartt, describen desplazamientos entre uso utilitario para el trabajo y el uso, también por los trabajadores, como marcador de estilo e identidad. La historia de la ropa militar o la ropa deportiva siguen una trayectoria similar.

Pero, ¿qué ha tenido que pasar para que Adidas se convirtiera en una marca tan popular entre la clase trabajadora, particularmente en Europa? ¿Puede decirse que no es solo un producto popular entre la clase, sino distintivo de esa clase? ¿Cómo una marca fundada por un miembro del Partido Nazi se acabó por convertir en un icono antifascista? ¿Y tiene sentido reivindicar el estilo para la clase trabajadora, o es otro fetiche, otro opio del pueblo, que fomenta el consumo textil?

La realidad es que a la clase trabajadora, tradicionalmente, se le ha negado la clase. Tanto el mundo de la moda burguesa como la crítica ascética izquierdista coinciden en que la clase trabajadora no es capaz, o no debería, expresarse por medio del estilo. Confiar, sin embargo, en la clase como sujeto político autónomo es indisociable, en última instancia, de comprender cuáles son los contornos de su identidad en el estadio actual del capitalismo. Y la identidad, hoy en día, es inseparable de la moda.

/// La marca de las tres bandas

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, la relación entre los hermanos Adolf y Rudolf Dassler pasaba por su peor momento. Las rencillas entre los Dassler venían de largo, pero se agravaron a la hora de explicar la extensa relación de su compañía de zapatillas deportivas con el régimen nazi.

Adolf Dassler, más conocido como “Adi”, llevaba años tratando de levantar su negocio de reparación y fabricación de calzado deportivo hasta que en 1923 se unió a su hermano Rudolf para fundar La factoría de zapatos deportivos de los hermanos Dassler en la ciudad bávara de Herzogenaurach, al suroeste de Alemania. También se les unió su hermano Fritz, y el futuro de la compañía condicionó para siempre la vida de la familia entera. La historia dice que Adi era el genio artesano, siempre en la búsqueda de innovaciones en materiales y fabricación, mientras que Rudolf, que dirigía las ventas, aportaba la visión de negocio. El negocio de los Dassler prosperó durante los años veinte, y sus zapatos fueron utilizados por atletas profesionales en las olimpiadas de 1928 y 1932. En el auge de Hitler, los hermanos vieron una suculenta oportunidad de negocio. La ideología nazi ponía un énfasis particuapar en la promoción del deporte, que se entendía como expresión de superioridad racial. Los hermanos se unieron al NSPD en mayo de 1933, y poco después se convirtieron en los proveedores de calzado de los clubes deportivos de las Juventudes Hitlerianas. Esta relación culminó en las Olimpiadas de 1936, donde la mayoría de los atletas alemanes calzaban zapatillas Dassler. Pese a ello, la proyección internacional de la firma se vio catapultada por el éxito de un atleta afroamericano, Jesse Owens, que se llevó dos medallas de oro vistiendo zapatillas de tacos fabricadas por los Dassler.

Zapatillas de Jesse Owens en las olimpiadas de 1936. Las zapatillas Dassler ya exhibían como marca dos bandas de cuero a cada lado, que servían originalmente para la estabilidad y resistencia del calzado.

Esta relación con el régimen se acabaría por convertir en una maldición tras el estallido de la guerra. La fábrica Dassler se vio obligada a reconvertir su producción para suplir de calzado al ejército alemán e incluso, en los momentos finales de la guerra, en una línea de producción de armamento. La desesperada movilización total de Alemania agravó las tensiones en la familia. Adi fue llamado a filas en 1941, aunque logró regresar a la fábrica en 1942. Rudolf se negó a emplear a los hijos de su hermana Marie en la compañía, lo que facilitó que fueran reclutados y finalmente masacrados en la guerra. Finalmente, fue el propio Rudolf el que fue llamado a filas en 1943, lo que él siempre achacó a la mano de su hermano Adi. Desde el frente, Rudolf siguió intentando disputar el control de la empresa, sin mucho éxito. Tras la liberación de Herzogenaurach, los tanques estadounidenses estuvieron a punto de destruir la fábrica de los Dassler. Käthe, la mujer de Adi, pidió clemencia por la fábrica de zapatillas. La fábrica sobrevivió.

El proceso de desnazificación de los hermanos elevó todavía más la tensión en la lucha por el control de la compañía. Un veredicto desfavorable podría apartarles para siempre del negocio. Hasta el día de hoy, sigue en disputa hasta qué punto la colaboración de los Dassler con el régimen nazi fue fruto de la convicción ideológica o de la oportunidad económica. Por lo general, se entiende que Rudolf era el más creyente de los dos, pero la relación de la familia con el nazismo era innegable. Adi argumentaría que la guerra había supuesto una ruina económica para la compañía. La respuesta correcta seguramente sea que el nacionalsocialismo y el negocio fueran para los hermanos dos caras de una misma moneda.

El fin de la guerra puso fin a la relación de los Dassler, que nunca volvería a hablarse. Separaron sus bienes y continuaron con el negocio del calzado deportivo por caminos separados. Rudolf fundó RuDa, más tarde Puma. Adi Dassler fundó Adidas.

A la hora de diseñar un nuevo logo, Adi experimentó con las tiras de cuero que se usaban para reforzar las zapatillas. En 1949, registró la marca de las tres bandas. Disputó la idea con la finlandesa Karhu, que había usado el diseño años antes. Adi acabó comprando las tres bandas a los finlandeses por dos botellas de whisky y el equivalente a mil seiscientos euros.

La rivalidad entre Adidas y Puma y su competencia sobre los patrocinios de atletas en grandes competiciones deportivas alimentó su expansión en las décadas siguientes. En 1954, la selección de Alemania Occidental se llevó la Copa del Mundo de Fútbol gracias a una inesperada victoria sobre Hungría. El llamado “Milagro de Bern” ayudó a rehabilitar el espíritu nacional y el reconocimiento de Alemania tras la derrota. Los futbolistas llevaban zapatillas Adidas.

La segunda mitad del siglo XX asistió a la progresiva expansión de la ropa deportiva más allá de su uso para entrenar o competir. En las décadas de los setenta y los ochenta, a medida que colapsaba el llamado “consenso de posguerra”, las condiciones y las organizaciones de la clase trabajadora occidental se deterioraron y el neoliberalismo se impuso como la doctrina económica dominante. El retroceso de la clase trabajadora tiene una relación directa con el ascenso de la llamada sociedad de consumo, donde el interés de los trabajadores se fue desplazando forzosamente de sus condiciones materiales de vida a su capacidad de adquirir bienes en el mercado.

Esta tendencia fue aprovechada por Adidas. Pronto dejaron de ser una compañía exclusivamente centrada en el calzado y comenzaron a producir ropa deportiva, como el chándal. A mediados de la década de los sesenta, la aparición del nylon revolucionó las posibilidades de producción de la ropa deportiva, y para 1967 Adidas anunció su colaboración con Franz Beckenbauer para el lanzamiento de su primer chándal, que ya exhibía las características tres bandas descendiendo por las mangas y la perneras. La incursión de Adidas en la ropa deportiva, como de su publicitación para usos más allá del entrenamiento o la competición, se debe fundamentalmente a Horst Dassler, hijo de Adi, quien encabezaba la subdivisión de la compañía en Francia, un país donde la moda tenía una tradición más desarrollada que en Alemania. También se atribuye a Horst la incursión de la marca en los atletas de los países del Este.

Para 1972, la ropa deportiva de Adidas se había convertido en una apuesta fundamental de la marca, y para las olimpiadas de ese mismo año se desveló su nuevo logotipo, el trébol o trefoil con las tres bandas.

De forma prácticamente simultánea, comienza la historia de su uso en las que empezaban a conocerse como subculturas, primariamente en Gran Bretaña y en su vieja colonia Jamaica, cuya migración determinó para siempre la historia de la cultura popular británica. Los rude boys, la subcultura jamaicana asociada al reggae, ya usaban marcas como Clarks como medio de distinción dentro de un contexto de miseria poscolonial, y la afición de la juventud de la isla al fútbol propició la adopción del chándal Adidas, que el propio Bob Marley vistió en numerosas ocasiones.

Es en la relación insospechada entre el deporte y la música, como en la línea entre Jamaica y Gran Bretaña, donde se fragua la adopción de la marca alemana por las diferentes subculturas de finales de siglo XX. Del fervor por la uniformidad y la distinción de la afición específica por cada equipo de fútbol viene su adopción por los ultras, y de ella, sumada al influjo jamaicano, en las culturas del punk, del ska y, en definitiva, de la skinhead. De los skins proviene su conexión con el antifascismo, aunque también en el lado neonazi de la misma subcultura. La zapatilla Samba negra, originalmente diseñada para el fútbol sala, se convirtió en un símbolo de estas tribus urbanas y hoy en día todavía cargan el aura de un signo antifa, si bien su popularidad reciente ha despertado controversia.

La presencia de Adidas en la vestimenta de los skins la conecta con su presencia en los aficionados al hardcore techno, posteriormente conocido como hardcore o gabber, nacido en Rotterdam a comienzos de la década de los noventa. Curiosamente, para el calzado, la zapatilla mítica de los hardcoretas es la nike airmax, pero se les sigue viendo todo el rato con el chándal adidas. El uso de la ropa deportiva dentro de la escena de la música electrónica tampoco es natural ni necesario, pues hasta la aparición del techno y del house a finales de los ochenta, el clubbing por lo general tenía un aspecto de exclusividad relacionado con la elegancia formal y los códigos de vestimenta. La irrupción de la cultura rave a partir de 1989 y 1990 contenía un elemento de liberación de la apariencia que todavía persiste, y la ropa deportiva, ahora sí, era naturalmente más adecuada para pasar la noche entera bailando. De aquí también viene el uso del top deportivo por las mujeres en las raves, en un cruce entre la comodidad y la expresión. Es importante destacar aquí que esta relación causal no va en una sola dirección. El chándal ya era una prenda de estilo común en la clase trabajadora, y los ambientes skinhead, cuando estas subculturas adoptaron el gabber, nacido en un entorno más marcadamente obrero como Rotterdam, como ambiente de electrónica más acorde que el techno o el house.

La otra gran corriente subcultural que incorporó el chándal y las zapatillas en su estética fue el Hip Hop. Su influencia determina la naturaleza actual de la estética urbana en nuestros días con mayor fuerza que ninguna otra. En 1986, el enorme éxito de su single My Adidas, les granjeó a los integrantes del colectivo neoyorquino RUN DMC un patrocinio millonario de la marca, el primero que una marca deportiva ofrecía fuera del deporte profesional.

Integrantes RUN DMC con el chándal Firebird negro.

En estos ambientes, la aspiracionalidad de clase no venía acompañada de otras marcas más caras, sino con aquellas que capturaban el aura de la excelencia y el éxito en el deporte, uno de los pocos ámbitos de la cultura popular donde podían triunfar estrellas con claros orígenes humildes. También lo hacían en la música, y estos dos ámbitos se retroalimentaron para afianzar la ropa deportiva en general, y Adidas en particular, como el espacio en el que se podía exhibir estilo sin pretender distanciarse de la clase. Adidas no es una marca barata, pero no es una marca de lujo, lo que la que colocaba en un lugar idóneo, pero extraño, para expresar distinción sin caer en escapismo.

Para finales de los años noventa, Adidas se enfrentaba a un dilema. Mientras las técnicas y los materiales para el calzado y la ropa deportiva avanzaban, sus esfuerzos por hacerse hueco en el mundo de la moda provocó que los chándales y zapatillas Adidas más demandados como vestimenta estuvieran anticuados para la competición. En 1997, Adidas dividió sus marcas, creando Adidas Performance, centrada en seguir siendo vanguardia en equipamiento deportivo y Adidas Originals, centrada exclusivamente en explotar las prendas que habían quedado obsoletas para el deporte, en un sentido estrictamente vintage. Como una apelación emblemática a ese legado, Originals se quedó con el trefoil como logo. Performance adoptó un logo nuevo, el que representa las tres bandas formando una silueta que recuerda a una montaña. Hasta el día de hoy, pese a sus incursiones en la ropa de calle e incluso en la moda de alta gama, la ropa y el calzado orientado al deporte sigue suponiendo la mayoría significativa de la facturación de la marca.

Todos los modelos de zapatillas clásicas de Adidas, como de muchas otras marcas, son modelos originalmente producidos para el deporte. Es el caso ya mencionado de las Samba como zapatillas de fútbol sala o las Superstar como zapatillas de baloncesto. Pero es el caso también de las Handball Spezial, cuya suela marrón es un legado de la suela de caramelo característica del balonmano o las Stan Smiths, que llevan el nombre de un famoso tenista y evidencian la larga y compleja historia de la moda deportiva con el tenis, que tienen sus propias connotaciones de clase.

Los últimos veinticinco años son la historia de la consolidación de la ropa deportiva como un sector esencial de la moda que excede al deporte. Puede argumentarse que la marca ha escapado, en parte, a su connotación de clase, en la medida que ha sido apropiada por consumidores más adinerados. La realidad es que esta asociación sigue en disputa y transformación, pero no se ha agotado del todo.

/// Goce y miseria

En la portada de su single One more, Elliphant y MØ parecen dos geishas en chándal. Llevan tocados japoneses y maquillaje pálido, y visten la Adidas firebird. La canción, lanzada en 2014, expresa la pulsión de fiesta propia del pop electrónico de la época, pero con un giro de exceso autodestructivo. Esta pulsión aparece ligada con el miedo a la soledad y el peso del trabajo, así como a la irrealidad de la existencia moderna: “Ven, cariño, ven. / No me quiero ir a casa. / Quédate conmigo, sé una amiga. / La calle está tan fría, y mi dinero está lleno de fantasmas.” En el videoclip, Elliphant y MØ atraviesan la noche en la parte de atrás de un taxi, vestidas con el icónico look. Describen, en la letra, ese impulso destructivo de alargar la fiesta por no quedarse sola: “Quédate conmigo esta noche. [...] / No desaparezcas.”, con referencias directas al ocio como anestesia frente a las exigencias del mundo laboral: “Me gusta este sitio, que le jodan al trabajo. / Además, dices que tu jefe es un capullo”. El vídeo, como el tema, le envuelve un aspecto espectral, como en las menciones al “dinero lleno de fantasmas”, el uso “desaparecer” en lugar de “irse” o en cómo las voces de las artistas convergen y divergen sobre una base minimalista que, de súbito, estalla en un bajo que se retuerce hasta que el tema se apaga. A medida que la canción se intensifica, la escena en el asiento de detrás del taxi se vuelve más caótica: Elliphant y MØ beben, fuman, se empujan, se desvisten. One more, atrapada entre la euforia y la melancolía, captura con precisión el goce paradójico de los ciclos del trabajo y el ocio, de presión y desfogue.

El look de las geishas con firebird aparecen sobre este fondo con un sentido nada casual. El aspecto de los tocados japoneses, parecidos a moños, y el maquillaje excesivo, sumado a los aros que lucen ambas cantantes, alude a otro look con connotación evidente de clase: a la choni. El chándal Adidas intensifica esa asociación. Lo importante del tema aquí no es solo la referencia a alienación como condición de clase, sino precisamente por su estilización de la misma, su capacidad de hacer arte del dolor, de exhibir estilo bajo condiciones de dominación. Esto, lejos de celebrar o justificar la explotación, expresa algo mucho más complejo pero necesario: la supervivencia cultural de la clase, la estética como una necesidad humana de primer orden. La choni, lejos de ser vulgar, puede ser tan sofisticada y elegante como la geisha (entiéndase, bajo la lente deformadora del exotismo y el orientalismo). En el behind the scenes del videoclip, Elliphant explica que pensó en la geisha porque ser una artista de pop, en sus palabras, “es un poco como ser una prostituta”. La geisha es por tanto la expresión estética sofisticada que se le niega a la explotación, la apropiación de la máscara de porcelana de la explotada. La chaqueta deportiva, a su vez, acarrea la elegancia y el estilo de un traje, sin identificarse con la vestimenta de los burócratas y los capataces. El estilo es una necesidad porque solo el arte puede capturar la condición contradictoria de exhibir orgullo, incluso goce, desde la miseria. El discurso político-científico, pese a ser necesario, suele reducirse en afectos severos y tristes, que se siguen de una descripción fría y pesimista de un presente aberrante. Pero en la existencia del dominado hay un punto entre la euforia y la melancolía que solo el ámbito espectral de la estética (entiéndase, el arte, el diseño, la moda, la fiesta, el disfrute: todo lo que es irreal a ojos de la ciencia) es capaz de expresar con naturalidad. Como decía, a la clase se le ha negado sistemáticamente la clase. Pero la realidad es que la clase trabajadora es capaz, por su condición, de una sofisticación estética mucho más elevada de la que se le atribuye habitualmente, de la misma forma que la gran mayoría de la innovación cultural estadounidense, particularmente la musical, se originó bajo los escombros de la más horrenda de las relaciones de explotación, la esclavitud. Hasta la música electrónica es de raíz negra. Por no hablar, como ya mencionaba antes, del papel crucial que la estética ha jugado, de forma intuitiva, en los procesos de autoconciencia y emancipación de colectivos como las mujeres o las personas queer. La cultura para el amo es lujo y despilfarro. Para el dominado, es supervivencia.

Por acabar, creo que es importante señalar que esto no significa nada más de lo que significa.  Trazar los contornos de la identidad cultural es una tarea relativamente sencilla, pero en su sencillez se esconde el peligro de simplificar o, más bien, culturizar el problema. La identidad nunca es algo estático ni cerrado, y se encuentra en constante transformación y contacto simultáneo con multitud de procesos que la preceden y la determinan.

Tampoco conviene confundir la subcultura con la cultura, ni la presencia de estos u otros universos simbólicos distintivos de la clase, como la ropa deportiva o la música urbana en general, como distintivos de la clase, en su totalidad. Pero lo más importante, para mí ahora, es subrayar que, pese a que el arte no es celebración ciega, tampoco es ninguna salvación segura. Es, como mucho, otro de los elementos que juegan en el escenario complejo del capitalismo contemporáneo, donde la cultural, y en particular la moda, no es un elemento que flote sobre la materialidad, pero tampoco un espejo donde se vislumbre la figura de la sociedad sin deformación. La cultura no es independiente ni idéntica a la realidad social, sino su mediación necesaria para la autoconciencia.

Stormzy, referencia global del grime, vistiendo el chándal Firebrid para una campaña reciente con Adidas.

Por eso me fascina tanto la firebird negra, como me fascina Adidas en general. No creo que exista ninguna otra marca que ocupe la presencia que ocupa, como un marcador de estilo y distinción dentro los parámetros de lo urbano. Lo urbano, como decía, es un eufemismo. Es otra mediación extraña desde la que se sigue hablando de dominación, como el ventrílocuo por la marioneta: seguimos hablando de otras cosas para seguir hablando de la clase, como no podría ser de otra manera. Como tampoco existe, en nuestro contexto actual, una prenda que exprese los valores del antifascismo como “la chaqueta del MS”. Por lo general, la crítica ascética izquierdista, particularmente de corte político-científico, reincide continuamente en la frivolidad de la moda, sino en su uso, como toda cultura popular contemporánea, como instrumento que afianza la dominación, opio del pueblo. Por supuesto, este corte de crítica suele guardar mejores palabras para el arte burgués, aquel que le infunda de capital simbólico y afiance su condición percibida de superioridad intelectual. En ello coinciden con la crítica conservadora, pero sin la honestidad de esta última. Por suerte, la clase, de forma natural, toma otro camino.

PD: El rediseño de la Campus me pareció una mierda. La Stan Smith verde y la azul me parecen igual de bonitas, pero cualquier otra variante suele ser decepcionante. La Samba seguramente sea mi favorita pero, para llevarla yo, la prefiero en negra que en blanca. Me pareció un poco una histeria colectiva, pero yo también caí en comprarme unas Handball Spezial de colores. Lo único que recomiendo es no hacerla tu zapatilla principal si no quieres destrozarla en menos de un año.

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