Dicen que las penas se van bailando, y yo me pregunto constantemente qué haremos los hombres que nunca supimos coordinar un pie y una mano, más allá del fútbol. Supongo que nos quedan los vicios que nos devuelven a la infancia, como los helados de turrón con yema que comía con mis padres y mis hermanos mientras paseaba por Oviedo.
Ahora, sin embargo, me he acostumbrado a hacerlo solo por Madrid para viajar a aquellos días donde todo pesaba un poco menos y brillaba un poco más. Es lo que suele pasar con las cosas las primeras veces, porque todavía conservan esa capa que las protege contra todo lo que les rodea, que no es otra cosa que el paso del tiempo: arrugas, heridas, desgaste.
Nada se mira de la misma forma que se hizo la primera vez, y por eso uno olvida los besos que ha ido dando, salvo dos o tres. Los mismos que te hicieron darte cuenta de que no hay nada más frágil que un hombre enamorado, ni nada más peligroso que una persona con un motivo. Y no importa cuál sea, porque su única misión será llevarlo a cabo, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
No sé muy bien por qué he terminado hablando de amor, cuando quería hilar los helados con el horrible calor que hace desde hace unos días en Madrid. Supongo que el vaivén de viajar al compás del Real Oviedo está terminando de freír la única parte de mi cerebro que había sido capaz de sobrevivir a 2.600 kilómetros en apenas dos semanas. Eso sin contar los 450 km de ida que haré el viernes hacia Oviedo, y la vuelta del lunes hacia Madrid, que harían un total de 3.500 km.
No había sido consciente de todo este recorrido hasta que se lo he pedido a ChatGPT hace unos minutos, pero estoy empezando a entender la lentitud física y mental que arrastro desde hace unos días, los catarros y el malestar general. Si todo sale bien, que nadie intente saber de mí el sábado, porque estaré volando en la Nube Kinton y sin ninguna intención de aterrizar pronto.
En cualquier caso, solo me pasaba por aquí para reivindicar, un año más, la superioridad estética y moral del norte. No entiendo que pueda desarrollarse la vida en un lugar rodeado de edificios altos y alquitrán a más de veinticinco grados. Me parece completamente inhumano. Uno sale a la calle y va buscando la sombra como si buscara agua en un desierto. Es imposible llegar a descansar del todo, porque el calor termina despertándote en medio de la noche, y los aires acondicionados de las oficinas, los trenes o los aviones se terminan convirtiendo en los peores aliados posibles, porque nos destrozan la garganta y el cuerpo.
Simplemente quiero decir que la civilización se encuentra donde, a partir de las siete de la tarde, uno puede ponerse una chaqueta y no llegar sudando a todas partes por dar tres pasos en camisa a las cinco de la tarde. Tampoco es cierto que llueva todos los días o que haga nubes, que bajamos a la playa con sudadera, ni que vivimos rodeados de vacas. Pero todo el que quiera puede creérselo. Así tocamos a más metros de playa por ciudadano, y a más sidra por cada fiesta de prao.
Feliz verano a todos. El Norte seguirá reinando por mucho que queráis vendernos planes a más de veinticinco grados.