Cómo ser Diane Keaton

¿A quién se supone que tengo que admirar ahora?

El sábado el feed de todas mis redes sociales se llenó de mensajes de mujeres que no podíamos creer que ella, la que nos representaba a todas, la que todas queríamos ser de mayores, la mujer que nunca nos ha fallado, ya no estuviera. 

Y sí, sé que las redes sociales son endogámicas pero las fans de Diane Keaton han vencido esa barrera polarizante y han impuesto un dolor abrumador por la pérdida de la mujer que nos ha criado, la que hemos aspirado a ser de forma unánime e intergeneracional.

Diane nunca nos decepcionó, ella es la única que ha logrado serlo todo desde una naturalidad y una imperfección de la que es imposible distanciarse y ante la que es inevitable rendirse. Su personalidad nos deslumbró a todas dejándonos de rodillas y las fuerzas para levantarnos se han ido con ella. 

¿A quién se supone que tengo que admirar ahora?

Después de dos días dándole vueltas he conseguido hacerme a la idea de que no hay nadie igual, y ante la desesperanza de saber cuándo un referente es irremplazable solo se me ocurre una opción, mantenerla con vida. Mantenerla viva en la memoria y seguir preguntándome, como venía haciendo hasta ahora, ¿qué haría Diane? 

Podría rescatar unos pantalones anchos color camel de mi armario, ponerme una camisa blanca con una corbata y un chaleco oscuro y salir a la calle mañana disfrazada de uno de mis personajes favoritos para sentir que me acompaña, y puede que lo haga, pero no creo que homenajear estéticamente a Annie Hall sea suficiente. También es posible que empiece a contestar “La-di-da, la-di-da, la la” cuando me quede sin palabras, para ser sincera, no sería la primera vez. O tal vez pueda llorar histéricamente la próxima vez que me siente a escribir. O gritar indiscriminadamente a hombres y/o psicólogos cuando se pasen de la raya. Podría contemplar la decadencia de un amor desde el marco de una puerta, ser madre adoptiva, activista feminista en una revolución o resolver un asesinato en pijama. Soltar monólogos filosóficos ante los ojos desesperados de quien tenga delante y cantar a pleno pulmón “You don’t own me” con mis amigas cuando sienta sed de venganza.

Podría  hacer todo eso, representarlo todo como lo ha representado ella, dar vida a cada personaje, volver a ver cada entrevista, leerme sus memorias, y es probable que lo haga. 

Pero de momento solo me he parado a pensar por qué. Por qué he admirado tanto a esta mujer y lo seguiré haciendo siempre. Por qué todas queremos ser como ella. Quizás la clave no esté en cómo ser Diane Keaton sino en por qué serlo. 

Por qué ser, como ella era: inteligente, empática, divertida, educada, vivaz, elocuente, sutil, elegante, excéntrica…todo a la vez en todas partes. Por qué ser esencialmente libre, plenamente independiente y absolutamente genuina.

Diane Keaton nos ha enseñado que la mejor forma de ser como ella, de admirarla y homenajearla, es ser nosotras mismas, sin vergüenza y sin disculpas. Queremos ser ella, porque queremos ser nosotras. Y queremos serlo cada una a nuestra manera. Ella nos ha dado las ganas de hacerlo.

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Y sí, sé que las redes sociales son endogámicas pero las fans de Diane Keaton han vencido esa barrera polarizante y han impuesto un dolor abrumador por la pérdida de la mujer que nos ha criado, la que hemos aspirado a ser de forma unánime e intergeneracional.

Diane nunca nos decepcionó, ella es la única que ha logrado serlo todo desde una naturalidad y una imperfección de la que es imposible distanciarse y ante la que es inevitable rendirse. Su personalidad nos deslumbró a todas dejándonos de rodillas y las fuerzas para levantarnos se han ido con ella. 

¿A quién se supone que tengo que admirar ahora?

Después de dos días dándole vueltas he conseguido hacerme a la idea de que no hay nadie igual, y ante la desesperanza de saber cuándo un referente es irremplazable solo se me ocurre una opción, mantenerla con vida. Mantenerla viva en la memoria y seguir preguntándome, como venía haciendo hasta ahora, ¿qué haría Diane? 

Podría rescatar unos pantalones anchos color camel de mi armario, ponerme una camisa blanca con una corbata y un chaleco oscuro y salir a la calle mañana disfrazada de uno de mis personajes favoritos para sentir que me acompaña, y puede que lo haga, pero no creo que homenajear estéticamente a Annie Hall sea suficiente. También es posible que empiece a contestar “La-di-da, la-di-da, la la” cuando me quede sin palabras, para ser sincera, no sería la primera vez. O tal vez pueda llorar histéricamente la próxima vez que me siente a escribir. O gritar indiscriminadamente a hombres y/o psicólogos cuando se pasen de la raya. Podría contemplar la decadencia de un amor desde el marco de una puerta, ser madre adoptiva, activista feminista en una revolución o resolver un asesinato en pijama. Soltar monólogos filosóficos ante los ojos desesperados de quien tenga delante y cantar a pleno pulmón “You don’t own me” con mis amigas cuando sienta sed de venganza.

Podría  hacer todo eso, representarlo todo como lo ha representado ella, dar vida a cada personaje, volver a ver cada entrevista, leerme sus memorias, y es probable que lo haga. 

Pero de momento solo me he parado a pensar por qué. Por qué he admirado tanto a esta mujer y lo seguiré haciendo siempre. Por qué todas queremos ser como ella. Quizás la clave no esté en cómo ser Diane Keaton sino en por qué serlo. 

Por qué ser, como ella era: inteligente, empática, divertida, educada, vivaz, elocuente, sutil, elegante, excéntrica…todo a la vez en todas partes. Por qué ser esencialmente libre, plenamente independiente y absolutamente genuina.

Diane Keaton nos ha enseñado que la mejor forma de ser como ella, de admirarla y homenajearla, es ser nosotras mismas, sin vergüenza y sin disculpas. Queremos ser ella, porque queremos ser nosotras. Y queremos serlo cada una a nuestra manera. Ella nos ha dado las ganas de hacerlo.

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