El esgrima de los cubiertos a la hora de comer

Digresión: hay que tener convicciones en la vida. En el caso de que no se tengan —como me pasa a mí—, hay que fingir. Mucho. Hasta que ya no haga falta fingir.

Me encontré con esa frase genial mientras leía "Agua y jabón", ese libro-utensilio-diccionario de Marta D. Riezu (no comprendo esa D.). Apenas eran 10 palabras dentro de una frase mucho más larga, pero me levanté de la cama y empecé a saltar. “¡El esgrima1 de los cubiertos a la hora de comer!”, gritaba mientras danzaba por la casa ante la mirada atónita de mis compañeros de piso (esto, claro, no pasó en realidad, pero me dejo llevar por el poder de la ficción; lo único que hice fue levantarme y sacarle una foto con el móvil). 

Digresión: hay que tener convicciones en la vida. En el caso de que no se tengan hay que fingir. Mucho. Hasta que ya no haga falta. La vida es demasiado corta como para dudar. Aunque a veces dudar es una buena salida porque las certezas son mentiras que nos contamos para ordenar un poco el caos que nos rodea, para escapar de la incertidumbre que es nuestra vida (¿Y qué pasa si las certezas son mentiras? ¿Por eso han de ser menos válidas? El mundo que vemos es una mentira). Siempre he pensado que uno solo puede vivir sin religión si entiende que el ser humano está diseñado para preguntar y no para responder. Detrás de una respuesta siempre habrá otra pregunta. Hasta que, según mi teoría, dejemos de responder y aprendamos a convivir con la incertidumbre. Creo que es más fácil decir esto que aplicarlo. También hay una fuerza en nuestro interior que nos impulsa a buscar respuestas. De esa pelea interna surge la infelicidad. Hay que decidirse. Yo he decidido fingir que sé lo que estoy haciendo. He decidido que voy a tomar decisiones como si realmente supiera lo que quiero. 

“El ruido, feria gratuita de la distracción, solo me gusta lejano y atareado: los niños en el parque vecino, el esgrima de los cubiertos a la hora de comer, el trajín de la vuelta a casa al final de la jornada laboral”. 

Esa es la frase entera, maravillosa, tan perfecta que te llena la boca casi tanto como un bocado de lasaña en un restaurante de Venecia. Hace calor en Madrid, pero he decidido (yo, el indeciso) que no quiero darle muchas vueltas a esta realidad. En mi piso hemos decidido, demasiado pronto, sacar y encender el ventilador. Refresca el aire un poco, pero sólo un poco. 

Es como echarte aire caliente de los pulmones en las manos un día frío de invierno. Calienta, pero solo un poco. 

He estado en Venecia. 

Cuatro días, para ser exacto. 

Digresión: no es verdad que no tenga certezas (tengo la certeza de que este texto es una mierda). No tengo ni idea de lo que voy a comer ni de lo que quiero comer (que es peor), pero sé que nunca me voy a cansar de una persona, de una mirada, de ciertos amigos, de ciertos lugares. Tengo convicciones profundas sobre la vida, la moral, el trabajo, el barrio, la naturaleza, pero no consigo trasladarlas al día a día. Necesito un puente psicológico que conecte la parte profunda de mi cerebro, donde están escondidas y asustadas mis convicciones, con la parte que toma las pequeñas decisiones. Fin de la digresión. 

Le cuento al peluquero que estoy estresado, triste. Me dice que tengo que relajarme, que aquí (en este país) la gente se complica mucho la vida. “Tienes que ir a la India o Pakistán, para que veas que allí la gente también es feliz”. Yo sonrío. Estamos solos en la peluquería, son las 17 de la tarde y hace fresco en su pequeño refugio. No sé si tiene razón, pero su acento extraño y su empeño en hablar conmigo han conseguido sacarme un rato de mi cabeza, y me agarro a eso para seguir adelante mientras me imagino a un cuchillo y un tenedor haciendo esgrima bajo un plato de solomillo y miro en mi interior buscando alguna certidumbre de esas que me permitan caminar un poco más erguido. 

---

1 Nota del editor: Esgrima, me temo, es una voz femenina. Eso significa que hay una errata en el texto original de Marta D. Riezu. Daniel, advertido sobre este hecho, ha decidido mantener el texto tal y como estaba, alegando que la frase funciona pese a la errata (quizás es una decisión consciente de la autora). Como la elección de la cita ha sido genuina y casual he creído conveniente no alterarlo, pues no hay necesidad de intervenir y desvirtuar el ritmo del primer párrafo con aclaraciones del todo innecesarias.

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El esgrima de los cubiertos a la hora de comer

Digresión: hay que tener convicciones en la vida. En el caso de que no se tengan —como me pasa a mí—, hay que fingir. Mucho. Hasta que ya no haga falta fingir.

Me encontré con esa frase genial mientras leía "Agua y jabón", ese libro-utensilio-diccionario de Marta D. Riezu (no comprendo esa D.). Apenas eran 10 palabras dentro de una frase mucho más larga, pero me levanté de la cama y empecé a saltar. “¡El esgrima1 de los cubiertos a la hora de comer!”, gritaba mientras danzaba por la casa ante la mirada atónita de mis compañeros de piso (esto, claro, no pasó en realidad, pero me dejo llevar por el poder de la ficción; lo único que hice fue levantarme y sacarle una foto con el móvil). 

Digresión: hay que tener convicciones en la vida. En el caso de que no se tengan hay que fingir. Mucho. Hasta que ya no haga falta. La vida es demasiado corta como para dudar. Aunque a veces dudar es una buena salida porque las certezas son mentiras que nos contamos para ordenar un poco el caos que nos rodea, para escapar de la incertidumbre que es nuestra vida (¿Y qué pasa si las certezas son mentiras? ¿Por eso han de ser menos válidas? El mundo que vemos es una mentira). Siempre he pensado que uno solo puede vivir sin religión si entiende que el ser humano está diseñado para preguntar y no para responder. Detrás de una respuesta siempre habrá otra pregunta. Hasta que, según mi teoría, dejemos de responder y aprendamos a convivir con la incertidumbre. Creo que es más fácil decir esto que aplicarlo. También hay una fuerza en nuestro interior que nos impulsa a buscar respuestas. De esa pelea interna surge la infelicidad. Hay que decidirse. Yo he decidido fingir que sé lo que estoy haciendo. He decidido que voy a tomar decisiones como si realmente supiera lo que quiero. 

“El ruido, feria gratuita de la distracción, solo me gusta lejano y atareado: los niños en el parque vecino, el esgrima de los cubiertos a la hora de comer, el trajín de la vuelta a casa al final de la jornada laboral”. 

Esa es la frase entera, maravillosa, tan perfecta que te llena la boca casi tanto como un bocado de lasaña en un restaurante de Venecia. Hace calor en Madrid, pero he decidido (yo, el indeciso) que no quiero darle muchas vueltas a esta realidad. En mi piso hemos decidido, demasiado pronto, sacar y encender el ventilador. Refresca el aire un poco, pero sólo un poco. 

Es como echarte aire caliente de los pulmones en las manos un día frío de invierno. Calienta, pero solo un poco. 

He estado en Venecia. 

Cuatro días, para ser exacto. 

Digresión: no es verdad que no tenga certezas (tengo la certeza de que este texto es una mierda). No tengo ni idea de lo que voy a comer ni de lo que quiero comer (que es peor), pero sé que nunca me voy a cansar de una persona, de una mirada, de ciertos amigos, de ciertos lugares. Tengo convicciones profundas sobre la vida, la moral, el trabajo, el barrio, la naturaleza, pero no consigo trasladarlas al día a día. Necesito un puente psicológico que conecte la parte profunda de mi cerebro, donde están escondidas y asustadas mis convicciones, con la parte que toma las pequeñas decisiones. Fin de la digresión. 

Le cuento al peluquero que estoy estresado, triste. Me dice que tengo que relajarme, que aquí (en este país) la gente se complica mucho la vida. “Tienes que ir a la India o Pakistán, para que veas que allí la gente también es feliz”. Yo sonrío. Estamos solos en la peluquería, son las 17 de la tarde y hace fresco en su pequeño refugio. No sé si tiene razón, pero su acento extraño y su empeño en hablar conmigo han conseguido sacarme un rato de mi cabeza, y me agarro a eso para seguir adelante mientras me imagino a un cuchillo y un tenedor haciendo esgrima bajo un plato de solomillo y miro en mi interior buscando alguna certidumbre de esas que me permitan caminar un poco más erguido. 

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1 Nota del editor: Esgrima, me temo, es una voz femenina. Eso significa que hay una errata en el texto original de Marta D. Riezu. Daniel, advertido sobre este hecho, ha decidido mantener el texto tal y como estaba, alegando que la frase funciona pese a la errata (quizás es una decisión consciente de la autora). Como la elección de la cita ha sido genuina y casual he creído conveniente no alterarlo, pues no hay necesidad de intervenir y desvirtuar el ritmo del primer párrafo con aclaraciones del todo innecesarias.

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