Quiero aclarar, antes de empezar, que esto no es una reseña al uso de A Minecraft Movie (2025). No lo es por dos motivos: el primero, que la película no la requiere; es mala, malísima, y con ganas de que sea así de mala, terriblemente escrita y con unos efectos especiales que asustarían al diablo. El segundo motivo, porque sería ofensivo por mi parte hacer pasar a nadie por el mal trago de leer algo serio sobre ella (sería como leer un análisis con citas en APA de un especial de Nochevieja de José Mota, y algo así sería, de lejos, mucho más gracioso y enriquecedor). Si acaso, me quedo con esta reseña publicada en Letterboxd:
«–Tío, es una película para niños, Les va a encantar.
–Bueno, sí. A mi perro le encanta comer mierda, pero sería un gilipollas si se la diese de comer.»
La película de Minecraft es de esos productos audiovisuales que te ponen el paso del tiempo en perspectiva; no tanto cuánto tiempo ha pasado, sino cuántas cosas han cambiado desde entonces. Cuando empecé a jugar a Minecraft era 2012 y yo un chavalín de doce años descubriendo la versión 1.2.5 del juego en el portátil, un ACER con Windows Vista, del padre de un amigo del que ya no sé nada. Mientras yo me pasaba las tardes en un mundo de cubos con la música apagada porque a veces me daba miedo, Rajoy no llevaba ni un año siendo presidente del Gobierno (aunque ya había presentado el mayor recorte presupuestario de la historia y Andrea Fabra había gritado su famoso «¡Que se jodan!» que yo escucharía mucho después), Juan Carlos I se rompía la cadera (y diría su más famoso todavía «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir»), Santiago Carrillo fallecía, Esperanza Aguirre dimitía, y la Selección Española de Del Bosque le ganaba 4-0 a Italia y conseguía su tercera Eurocopa. Jugué, primero, en ese portátil que no era mío. Después, en uno que sí lo fue hasta que se rompió, si no recuerdo mal, en 2014. Jugué después en el portátil de mi hermana y también en el de mis abuelos. Jugué con mi primo, en el suyo; jugué en la consola de otro amigo que ya no lo es y jugué también en el Samsung Galaxy S II que tuve, cuando aprendí a piratear aplicaciones. Y, entre tanto, el mundo avanzaba; ambos mundos lo hacían: el que yo creaba cada día y también el que funcionaba aunque yo no le prestara atención.
La película de Minecraft consigue, o al menos eso he sentido yo, devolvernos, a quienes vivimos nuestra adolescencia dentro del juego, a lo que en su momento experimentamos y que no supimos ponerle nombre: una separación del mundo. En la película, Steve (el protagonista, el jugador original de Minecraft) descubre un portal al Overworld (nombre del «mundo real» en el juego), y decide quedarse allí para construir una suerte de paraíso perfecto. Se pasa horas recogiendo bloques y construyendo diferentes casas con los materiales a su alcance, y algo así es lo que hace quien comienza a jugar al videojuego: conseguir madera, construir con ella una casa de diminuta, sobrevivir a los zombis, creepers y esqueletos de la primera noche y, a partir de ahí, dejar volar la imaginación. Minecraft fue la salida de un mundo a otro, literalmente, aunque con doce años de qué mundo te ibas a escapar, si tu mayor preocupación entonces era la de no llegar tarde a Conocimiento del Medio y prepararte bien el examen de Sociales. Aun así, Minecraft fue una suerte de refugio en el que sólo estabas tú y nadie más, donde nadie te molestaba y nadie te decía qué hacer (tenías hasta la oportunidad de jugar sin enemigos, siendo el único peligro que te cayeses mientras construías algo muy alto y tu personaje muriese; y, aun así, podías cambiar el modo de juego a «Creativo» y ser inmortal). El mensaje de la película es ese: que la creatividad es lo más importante. Y muy bien, oye, pero es que el propio juego lleva diciendo eso desde 2011, no necesito que me lo diga un Jack Black que parece un alienígena intentando imitar a un ser humano. Para ser la adaptación de un videojuego que te permite recrear a escala 1:1, literalmente, el planeta Tierra, es impactante el poco esfuerzo que los cinco –repito, CINCO– guionistas han puesto en su originalidad. Me remito a la reseña del principio y añado que los niños también tienen derecho a ser espectadores de algo digno. No digo profundo, complejo, grandilocuente o enrevesado; digo digno.
Lo que hizo que Minecraft sea todavía uno de los videojuegos más famosos de la historia (sino el que más), fue esa ruptura con las narrativas tradicionales (pues no tiene, o tiene pero puedes pasar de ella) y su infinita libertad creativa. Como ya he dicho, en Minecraft puedes hacer, básicamente, lo que tú quieras. Cada mundo que creas tiene un total de, aproximadamente, 3600 millones de kilómetros cuadrados; esto es, 7 veces mayor que la superficie de la Tierra, y uno tardaría en recorrerlo, desde el centro del mundo (donde apareces) hasta uno de sus lados (pues es plano y cuadrado), a pie y sin parar, nueve meses. El youtuber pagoru, que no ha dejado de subir vídeos de Minecraft, hizo en 2013 una serie sobre esto, dando comienzo, tal vez sin querer, a uno de los primeros podcasts actuales: hacer ese camino en línea recta, durante una media hora cada en episodio, mientras hablaba de cualquier cosa.
Porque fueron también los primeros youtubers quienes ayudaron a Minecraft a consolidarse, al menos en España, como uno de los videojuegos más populares entre los adolescentes de aquel momento. Alexelcapo, Vegetta777, El Rubius, Willyrex, pagoru, KillerCreeper, ElRichMC, Chincheto, Tonacho, DaniRep… y un largo etcétera de nombres de usuario (y bajo los que siempre se escondía un nombre de hombre) que hoy han envejecido algunos peor que otros. En septiembre de 2012 vi, cuando salió, el Especial 7777 suscriptores de Vegetta777, siendo yo uno de estos 7777 suscriptores. Hoy, ese canal tiene más de 34 millones de suscriptores y yo hace años que dejé de serlo. El otro día, con mis amigos, no recuerdo por qué fue, recordamos la versión de Torero de Chayanne que hizo El Rubius ese mismo año, Minero, basada en el videojuego. La buscamos en YouTube: tiene 113 millones de reproducciones. La original, 245 millones.
Aunque esto fue un efecto colateral de una coincidencia (Minecraft explotó al mismo tiempo que YouTube modificaba su algoritmo y los canales de gaming comenzaban a multiplicarse) este videojuego (y también otros, como League of Legends), quedó ligado para muchos a estas figuras, chavales que en su momento tenían la edad que nosotros tenemos ahora y que representaron asimismo nuestras primeras relaciones parasociales en internet. Es por ello que siento que, para mí, la película está a medias, pues le falta todo ese contexto que no nació del propio juego, pero sí que lo envolvió sin remedio (y no me refiero a que hubiese tenido que aparecer Alexelcapo matando pollos con una espada). Y sí, es un juicio injusto, pero es difícil desprenderse de la nostalgia y aceptar que todo producto evoluciona con el tiempo y que el que tú viviste no tiene por qué ser, necesariamente, mejor que el actual. Porque ya es momento de aceptar que «Todo tiempo pasado fue mejor» es una frase de mierda, y que es del todo menos cierta. Sí, hoy la mayoría de esos mismos youtubers son empresas que viven en paraísos fiscales y personifican el sector más rancio de la propaganda reaccionaria (quién iba a pensar que el mismo que cantaba «No importa el creeper que venga pa’ que sepas que te quiero» iba a ser condenado diez años después a pagar 73.000 euros a Hacienda por intentar evadir impuestos a través de una maniobra fiscal ilegal), pero no, 2012 no fue, ni de lejos, mejor que 2025, ni que 2024 ni que 2023, por mucho que algunos recordemos ese tiempo con una melancolía solamente atribuible a un desconocimiento brutal de la realidad de entonces (he empezado esto diciendo que el presidente del Gobierno era Mariano Rajoy). Tal vez está bien que ese tiempo ya no exista, y también lo está que su contexto haya desaparecido, que se haya quedado sólo en la memoria de quienes lo recordamos. La misma empresa creadora del juego lo hizo con sus propios cimientos: en 2019, todas las referencias al creador original de Minecraft, Markus Persson (conocido como Notch y que abandonó Mojang en 2014), fueron borradas tras una actualización. ¿El motivo? Que era –y sigue siendo– un fascista.
¿Y por qué seguimos volviendo a estas manifestaciones artísticas o buscando que se mantengan igual que cuando las vivimos nosotros? La respuesta la dio Marx en su Introducción general para la crítica de la economía política de 1857. Teniendo en cuenta que el arte surge de una forma u otra según sean las condiciones materiales de la sociedad sobre la que se crea, a Marx le interesaba la contradicción resultante de que el arte griego clásico fuese (como también ahora) objeto de placer estético una vez superado aquel periodo. Marx hablaba, y seguro que alguien lo explicaría mucho mejor que yo, de que el arte de aquella época no venía regido por el desarrollo de su sociedad, y que, por tanto, el arte griego sólo fue posible gracias a la existencia de un «estadio inferior» del desarrollo artístico. Marx resuelve así la contradicción: «Un hombre no puede volver a ser niño sin volverse infantil. Pero, ¿no disfruta acaso de la ingenuidad de la infancia, y no debe aspirar a reproducir, en un nivel más elevado, su verdad? ¿No revive en la naturaleza infantil el carácter propio de cada época en su verdad natural? ¿Por qué la infancia histórica de la humanidad, en el momento más bello de su desarrollo, no debería ejercer un encanto eterno, como una fase que no volverá jamás?1». No es muy difícil, creo yo, hacer la analogía.
No creo que sea posible desprenderse nunca de la nostalgia, por mucha campaña en contra que le hagamos; sí podemos, al menos, deshacernos de la concepción de un pasado mejor que sólo nos lo parece así desde el presente, desde un futuro que entonces no existía. Fui a ver una película sobre uno de los pilares de mi adolescencia buscando algo que sabía que no encontraría. Lo que encontré, en cambio, fue un delirio. ¿Me molestó? No especialmente (seamos francos, con cuánta seriedad te sientas a ver algo llamado Una película de Minecraft y cuánto respeto a ti mismo te queda después si la respuesta es «mucha»).
Al terminarla, quise descargarme el juego, por primera vez en no sé cuántos años. No esperaba jugar, no tengo tiempo ni tampoco un ratón (uso el trackpad del Mac desde que cambié de Windows a macOS); he querido hacerlo para ver cómo había cambiado todo, cómo es la experiencia de alguien que empieza a jugar hoy mismo. La dirección de la web, minecraft.net, sí es la misma. El contenido, en cambio, no tiene nada que ver con el que aparecía frente a ti en 2012. Antes sólo estaba en inglés; ahora, en castellano (y en 20 idiomas más). Antes, el diseño era una cosa tan sencilla como un botón naranja (ni siquiera un botón, sino una imagen .png de un botón) en el que ponía «Buy Now!»; ahora puedes elegir qué juego comprar. Por lo visto, ahora existen «Minecraft» («Java» y «Bedrock»), «Minecraft Dungeons», «Minecraft Legends» y «Minecraft Education». No sé qué es ninguna de esas cosas. Ahora hay, también, algo llamado «Minecraft Marketplace». Al dar clic, se abre una pestaña nueva y leo un montón de cosas que no entiendo: «Farming de Podcrash», «Furniture de XP Games». Sí reconozco, al final, algo que me suena: «Tree Capitator». Así se llamaba un mod (una modificación del juego) famosísimo y que yo utilizaba, porque te ayudaba a talar árboles mucho más rápido. Antes se descargaba en páginas no oficiales y tenías que utilizar WinRaR y entrar en carpetas raras de Windows para instalarlo; ahora es un complemento que se compra en la página oficial y cuesta 310 Minecoins. Tampoco sé qué es una Minecoin. Si sigo navegando por la página principal, veo, abajo del todo, el nuevo logo de Mojang (cuyo cambio sí recuerdo ver anunciado en 2020). Antes, en el pie de página ponía «"Minecraft" is a trademark of Mojang»; ahora pone «Mojang AB. TM Microsoft Corporation». Antes, la web tenía incrustadas las redes sociales del juego y su creador: Facebook, Twitter y Tumblr. Sí, Tumblr. Ahora, Twitter es una «X» y Tumblr ha desaparecido. El botón de Facebook, sorprendentemente, sigue ahí; también están el de YouTube, el de Instagram, el de TikTok y el de WhatsApp. Un botón de WhatsApp en la página oficial de Minecraft. Busco directamente la página de descargas, porque el juego lo compré (o más bien, me lo compraron mis padres) en 2012. Entonces costaba 20 euros, ahora cuesta 30 (o 40, si además del juego decides comprar 1600 Minecoins, 5 mapas, 1 pack de texturas, 5 artículos del creador de personajes, 3 emoticonos y 3 packs de aspectos; cosas que antes eran gratis). Me acuerdo de un tuit que vi el otro día: «Disculpa formal a mis padres por mi comportamiento durante la crisis de 2008. Si alguien me pidiese que le comprara una Nintendo DS o una membresía anual de Roblox ahora mismo, explotaría»2. Descargo el «Iniciador de Minecraft», lo que siempre conocimos como «Launcher», en inglés, y cuando se abre tengo que iniciar sesión con una cuenta de Microsoft que primero tengo que migrar desde mi cuenta anterior de Mojang, que ya no sirve. Luego, tengo que registrarme en Xbox. Tengo muchísimo miedo. «Welcome back, marcmartinezc!», me dice el Iniciador de Minecraft, pero yo nunca he estado aquí antes. En 2012, la página de inicio del launcher era un texto en formato HTML con los cambios de las nuevas versiones; ahora hay un fanart de una escena del juego rodeado de botones que hacen cosas que desconozco. Pulso en «Jugar» (antes, «Play»). La pantalla de inicio del juego, sorprendentemente, no ha cambiado, sólo el fondo, que ahora muestra imágenes actuales del juego. La música sí es distinta: lo que antes era el tema llamado simplemente «Minecraft», de C418, incluido en la banda sonora Minecraft: Volume Alpha (cuyo CD tengo en mi estantería), ahora se llama «A Familiar Room», del álbum Minecraft: Trails & Tales (y cuya existencia acabo de descubrir). Pulso el botón de «Un jugador», pero aquí no hay nada: esto no es 2012, yo no tengo 12 años y este no es el ordenador en el que jugaba cada tarde al volver del colegio. Esto es 2025, yo tengo casi 25 años y en este ordenador el calendario me recuerda que la semana que viene tengo el deadline de la primera fase de un proyecto y desde la notificación de un SMS de la Agencia Tributaria leo que «Se ha ordenado el pago de su devolución del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas del ejercicio 2024». Aquí no hay nada de cuanto hubo en su momento y quedó atrás, en un «estadio inferior» del desarrollo, en una «infancia histórica» eterna en la memoria pero que dejó de serlo casi al mismo tiempo que yo dejé de jugar y empecé a prestarle atención al mundo real. En la película, el mundo de Minecraft existe en consonancia con el mundo real, y uno entra y sale de ellos como quiere, cuando quiere. Aquí no, o al menos ya no, y por eso el botón de «Un jugador» me ha llevado directamente a la página de creación de un nuevo mundo; porque sí, definitivamente, el mundo en el que crecí ya no existe.
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1 Marx, K. (1989). Introducción general a la crítica de la economía política/1857 (21.a ed.). Siglo XXI Editores. (Obra original publicada en 1857)