(Esta reseña desvela algunos elementos de la trama de «Materialistas», así como una levísima mención al "tipo de final" en el que desemboca la película)
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Si, como decía Hugh Grant en Love Actually, el amor está en todas partes, ¿por qué cada vez tiene menos cabida en el cine? Le cantamos, le lloramos, le escribimos —sobre todo en sustrato— y, sin embargo, las películas que lo sitúan en el centro son cada vez más escasas. ¿Será que se nos rompió de tanto usarlo?

No hay frase que defina mejor el declive de las comedias románticas que esta en boca de La Más Grande. Tras vivir su apogeo en la década de los 90-00s, dichas películas han tenido un paulatino descenso víctimas de su propio abuso y mal uso. Hoy que se estrena Materialistas, yo me pregunto: ¿es Celine Song la última cineasta romántica superviviente?
Tras sentar cátedra con Past Lives y despuntar en los Oscar con ella, la directora coreana regresa a las pantallas con una nueva entrega para hablar del misterio ancestral que es el amor.
El estreno de Materialistas es una pequeña brecha, un rayo de luz para quienes, como yo, echaban de menos al amor en el centro de una película. A primera vista podría parecer un guion sencillo que se apoya en el tirón de sus actores para asegurar el éxito. Sin embargo, Celine Song reivindica con gusto el papel del amor en el cine: replica fórmulas conocidas para hacernos sentir como en casa y, justo cuando estamos cómodos, nos golpea con una capa de sentido común, moralidad y crítica, surfeando con estilo los estereotipos de la comedia romántica.
La historia gira en torno a Lucy, una fría y calculadora celestina profesional —profesión que la propia directora ejerció en una vida pasada— , interpretada muy acertadamente por Dakota Johnson, que oscila entre dos perfiles: el rico, alto y guapo Harry, Pedro Pascal (!!!) y el amor de su juventud, el precario y atractivo John, Chris Evans (que ni tan mal). En la película, Song pone sobre la mesa el papel que desempeña el amor en la búsqueda de eso que llaman alma gemela y nos enfrenta cara a cara con las conductas materialistas, y a veces tóxicas, que replicamos en nuestro día a día a la hora de encontrarla.
En las casi dos horas que dura la película dicen y redicen hasta diez veces que el amor no es más que matemáticas, una premisa que, de entrada, cuesta creer. ¿Cómo va a ser el amor una ciencia? Y sin embargo lo es —o al menos el amor moderno, plagado de exigencias. Acudir a una matchmaker para encontrar tu pareja ideal, o bien en la versión barata, descargarse una app, apuntala la falsa creencia de que el amor es a gusto del consumidor, evidenciando que hoy en día que nuestros estándares difícilmente podrán cumplirse de manera realista sin renunciar a nada.
Reconócelo: tú y yo hemos sido esa persona capaz de deslizar a la izquierda casi sin mirar por razones que, en voz alta, suenan ridículas: muy feo. Muy guapo. Muy fit. Muy poco fit. Muy pedante. Muy alto. Muy bajo. Muy mal gusto. Muy mal horóscopo. Muy alternativo. Muy normal. Un nombre muy feo. Una profesión muy poco guay. Muy mi ex. Muy escalador. Muy raro. Muy todo.
Deslizamos como esquiadores en periodo olímpico. Nos creemos capaces de ejercer algún tipo de control sobre el amor, siendo este tan raro, bello, insólito y milagroso. Interiorizamos, pues, un discurso frívolo y quirúrgico que nos bloquea cuando damos con el amor de bruces, sobre todo cuando no cumple casi ninguno de nuestros checks.
Durante toda la película vemos a una gélida Dakota Johnson intentando, sin éxito, resistirse al amor de verdad. Con la delicadeza que caracteriza a Song, el amor está presente en los abrazos, en los silencios y en el esbozo desdibujado de una sonrisa, tan solo perceptible por aquellos que la han recreado mil y una veces sin querer al escuchar cierta voz o recibir cierto mensaje.


Resulta que, para Song, el concepto de almas gemelas trasciende cualquier tipo de lista, prejuicio o idealización y con esta película nos ofrece una visión más optimista de lo que es para ella el amor. Y sinceramente, lo necesitábamos.
El amor es fácil. El amor es fácil. El amor es fácil. Lo repiten y lo repito. Lo difícil es tener citas. Lo difícil es exponerse. Lo difícil es jugársela. Es arriesgarse a que salga mal, es prueba y error pero, ¿el amor? Pan comido. Brota casi sin regarlo. Y ojo, no es que no haya que trabajarlo; es que, cuando está, se sabe. Resulta que todo esto, en realidad, va de dejar de lado las matemáticas —gracias a Dios— y de apostar por la inversión que cualquier banquero desaconsejaría. Va de que te rompan todas y cada una de tus tonterías y las superen con algo aún mejor. Porque existe algo mejor. Va de que “más alto que yo” te tiene que dar igual. Va de que ¿y si sí en lugar de y si no? Y todo esto es lo que el mundo del cine nos ha estado ocultando desde hace tiempo.
Estamos pagando las consecuencias de habernos pasado con las comedias románticas. Hoy en día este género se ha convertido en el tipo de película que no pagas por ver: esperas a que salga en alguna plataforma o a que la pongan en la 1 el viernes que te quedas sin planes. Sin embargo, Materialistas presenta una evolución respecto a lo habitual, no tanto en cuanto a la trama, pero sí en cuanto al enfoque. Es un salto afilado sobre cómo vemos y nos posicionamos respecto al amor, una mirada crítica pero constructiva, una manera de enfrentarnos cara a cara al delirio en que se ha convertido encontrar o no pareja.
Celine Song dispone los ingredientes para que desde fuera parezca una comedia romántica al uso: un casting que respondería a cualquier blockbuster de los 90, profesiones seductoras y aspiracionales y una trama que sucede en la ciudad de Nueva York. Pero a medida que avanza la película te das cuenta que es una película con algo más de trasfondo que una decisión sobre dos chicos guapos.
Entonces, ¿es o no es una comedia romántica?
Tras mucho pensarlo, he llegado a las siguientes conclusiones: lo es si nos atenemos a sus referencias fotográficas obvias a grandes películas como Cuando Harry conoció a Sally, El diablo se viste de Prada, Y que le gusten los perros o Qué les pasa a los hombres.
Por otro lado, no lo es porque no es arquetípicamente graciosa. No lo es porque no responde a la fórmula actual de comedia romántica, que solo cambia protagonistas y escenarios.
Vuelve a serlo porque hay un clarísimo final feliz y porque la fuerza argumental de la película recae sobre un “a pesar de”: a pesar de no ser lo que esperaba. A pesar de no cumplir con lo que buscaba. A pesar de no tenerlo previsto. A pesar de todo: triunfa el amor. Y ese es, quizá, el gesto más comediaromantesco de todos: recordarnos que, incluso cuando la realidad no encaja con nuestro guion mental, puede salir muy bien. En un mundo en el que las historias de amor escasean, no está mal que de vez en cuando nos recuerden que el amor existe. Del mismo modo que tampoco sobra que venga alguien a darnos una colleja con sabor a: céntrate en cómo te quieren, y no tanto en el quién. Al final, el único requisito que debería preocuparnos es el más importante: que nos quieran bien.
Necesitamos las comedias románticas igual que necesitamos el amor y, si no me crees, haz la prueba: pídele a cualquier persona algo sensible y con buen gusto que te recite de memoria la frase que pronuncia Julia Roberts delante de Hugh Grant en una desordenada y acogedora librería.
Pues eso.
Como decía Françoise Hardy, “c’est le temps de l’amour, le temps des copains et de l’aventure”. Que no nos quiten el tiempo del amor. Ni en la vida, ni en el cine.