Quizá os hayáis enterado: el viernes se supo que Netflix ha comprado Warner Bros. por 82.7 mil millones de dólares. El acuerdo como tal no está cerrado y queda por delante un denso manglar regulatorio. Es posible, en fin, que esto nunca llegue a puerto. Pero el titular es suficiente para pararse a pensar en lo que implica.
Warner es el estudio de Harry Potter. Es el que tiene WB en el logo y en cuyos rebordes dorados advertimos el parque industrial de un estudio clásico, hollywoodiense cuando aparece oscilante en los créditos de la película. Warner es elite-Hollywood, en suma; es lo que hemos entendido siempre por cine con mayúsculas, por salas oscuras y palomitas y penumbra y cinematógrafo y Brad Pitt y Julia Roberts durante al menos 100 años y hasta hace tres o cuatro. Es, además, el dueño de HBO, lo que implica: Los Soprano, Juego de Tronos, Succession1, The Wire, Larry David y toda la gran televisión de los últimos tiempos. Netflix ya sabemos todos lo que es: es pijama y chándal y Dolby Surround Home Cinema y noche de manta y sofá hasta las 2 de la mañana. Bien, pues: los pijamas acaban de comprar las salas.

No tengo todavía una idea formada de lo que implica esto. Sólo una intuición que me roe la pared del estómago. Netflix ha lanzado ya su aviso a navegantes de que mantendrá el core business de Warner: el theatrical; la sala de cine. Pero creo que hacemos bien en ser precavidos y oler la chamusquina.
Netflix quiere acabar con las salas. No lo sé pero lo sé. Su negocio depende de que la gente se quede aplastada en su sofá en casa y pegada a la suscripción, y esos cuentos del efecto arrastre o cascada tras el paso por cines están hoy, creo, más que desmentidos. Netflix mantiene una pelea global por acortar la ventana de theatrical, es decir: el tiempo que tarda una peli en salir en plataformas después de su estreno en salas, porque es evidente que cuanto menos gente las ve allá más las ve acá. Warner llevaba una temporada con el culo al aire y ahora Netflix ha olido sangre, ha saltado sobre su presa y la ha capturado con un lazo, asado en bandeja o papel de plata, como prefiráis; se ha comido a su principal rival, o uno de ellos, y sería muy ingenuo pensar que no actuará en consecuencia.2
Un vistazo rápido en Comscore revela que el share de taquilla en España de Warner en la primera mitad de 2024 (o sea: pasta generada / espectadores arrastrados por películas distribuidas por Warner) fue de casi 17% o 32 millones de euros, lo cual es mucho. Quizá algún lector o ávido opinador en Tuiter piense que esto a él o ella no le toca de cerca y que a lo sumo lo que provocará es que pague menos por las suscripciones, tan caras y multiplicadas (2x1 HBO+Netflix, uepa!). Bien, pues: tiene razón. A la mayoría de lectores y opinadores seguramente no cause mayor trastorno. Los primeros afectados, si los peores presagios se cumplen (y ojo: queda mucha tormenta por delante, apenas si ha empezado a lloviznar), serán los propios cines, el exhibidor en argot de la industria. Si Netflix decide, porque en efecto no se alinea con su core business, desentenderse del core business de Warner, a pesar de sus promesas; si decide que todo lo que produzca o distribuya en adelante el estudio brote directamente en la plataforma, en lugar de las salas, ello implicará desplumar efectivamente a éstas por ese 17% o 32 millones de euros, lo cual llevará, me temo, a muchas de ellas a la quiebra.
Y a mi qué, alza la voz el lector de antes. Y a mi qué, se suma en armonioso coro otro animal, más esquivo, danzarín: el animal indie, reptador de cine-estudios, susurrador de festivales. El primero ya no iba nunca al cine y el segundo nunca veía ya ese cine: Warner se la trae sin cuidado como todo lo que no sea Albert Serra o Harmony Korine. Tengo malas noticias para él o ella, sin embargo: como la taquilla (todas las taquillas) sigue una ley de potencia o de Pareto, donde el 20% de películas acapara el 80% de espectadores y viceversa, un impacto en ese 20% es un impacto en la línea de flotación de la industria; una bomba de hidrógeno en la PyG de muchos cines que, sin Warner, no tendrán ya munición para poner las pelis que sí le gustan.
Lo que es más: esto tocará también a las productoras. De momento es la calma tensa; palomitas y a disfrutar del combate. No se retira todavía el mar o lo hace sólo tímidamente; tal vez no sea más que temporal. El negocio del cine es ambiguo y frenético y emocionante y trágico; es divertido y triste y volátil; es una cosa y es todo lo contrario. Pero si hay algo cierto es que las productoras dependen de su producto, que son las películas. Hay una especie de bruma o neblina espesa en torno a la figura del productor: nadie sabe bien qué hace; la noción popular es que pone la pasta, show me the money. Esto no es así. El productor es sencillamente el que produce. Agrega los recursos disponibles: dinero, ideas, talento y escupe con ello un bonito pegote, chof, que tiene la peculiaridad de hacer reír y llorar y calentar o perforar el corazón de la gente. Esos recursos disponibles no podrían juntarse por sí solos. O sí podrían, pero no llegar por su mano a un público amplio y fiel, que les permita volver a juntarse en el futuro. Bien, pues: la supervivencia de las productoras depende de que sus películas se proyecten en los cines.
Diréis: bueno, pues que le vendan el tomate a Netflix. Por supuesto: ya lo hacen; el problema es que Netflix abre la billetera y cierra la puerta; te suelta lo tuyo y se queda con todo lo demás: la explotación y los beneficios presentes y futuros en el mundo mundial y hasta el infinito y de vuelta. La productora no ve un sólo céntimo de lo que genera su obra en la plataforma, le vaya bien o mal, llueva o nieve, y está bien, no importa: siempre que papá Netflix siga ahí con su mano caritativa y protectora. Pero eso no dura, uno debe salir tarde o temprano al mundo real, y tan sólo un puñado de empresas tienen esa relación estrecha y duradera con la N.
Luego está el tema vaporoso, dulce y leve del arte. Netflix es una corporación que piensa ante todo en sus shareholders. Engrasa y afina un algoritmo que le dice exactamente cuándo las series funcionan; cuando el capítulo engancha o si no lo hace y en cambio aburre, satura o cansa. Afina, engrasa, perfecciona y pule, y si todo va bien el espectador permanece y ellos se forran. No sé gran cosa de arte, pero sí al menos que el arte debe perseguir el arte y no el dinero. Excepcionalmente, uno y otro se dan la mano, hacen las paces, firman una tregua o armisticio y producen un éxito bicéfalo de público y crítica; un animal raro y bello que toca a un tiempo la cuenta del banco y la fibra sensible. Todos conocemos tales excepciones. Puede ser, incluso, que en cine no sean ni tan excepcionales. Los Domingos es un ejemplo reciente, y si echamos un vistazo al histórico de taquilla podemos verlos incluso acurrucados, anidados cálidamente en el top 10 de años sucesivos. Se me dirá, lo que es más, que Netflix no es tan distinto en este sentido de cualquier estudio; no es tan distinto en su funcionamiento, estrategia e incentivos del propio Warner, al fin y al cabo también un conglomerado multinacional preocupado en primer lugar por dividendos y accionistas. En efecto. La diferencia reside en el dato3 y quizá es esto y no la plataforma o el Netflix & Chill lo que ha propiciado el cambio de paradigma. El dato coarta el riesgo, pone cercos a la libertad creativa; limita la apuesta y el salto no determinista que es en el fondo el único fruto de la intuición humana, la corazonada, término tan preciso cuyo equivalente artificial está todavía por aparecer, si es que alguien le espera.

La corazonada es lo que hizo que los productores apostasen en su momento, bola curva difícil de prever, por autores a priori desconocidos o no respaldados por dato alguno. Es lo que ha hecho que, a la vista del guión (y ojo: es muy fácil erigirse en capitán a posteriori; es muy fácil señalar y decir que en España sólo hacemos Padre no hay más que uno dos, tres, cuatro y veinticinco; no es tan fácil, sin embargo, a la luz desnuda y fría del guión), alguien dijera espera, aquí hay algo, y decidiera, arrastrado tan sólo por el leve rugir de sus tripas, jugarlo todo al rojo. ¿Habrían sido Alien o Blade Runner, o incluso Gladiator, de un todavía tierno Ridley Scott, producidas y distribuidas por los Netflix de hoy? No podemos saberlo.
Pero la culpa, o digamos responsabilidad, no es de Netflix, o no sólo suya. Los datos de taquilla revelan que en España (y en mayor o menor medida en todo el mundo) habíamos dejado de ir al cine ya hace tiempo. La gráfica revela que no nos hemos recuperado aún de la pandemia, y que seguimos lejos de los niveles de 2019.

El pertinaz móvil, ladrón de atención; el cambio decisivo de hábitos nos ha atornillado a nuestras casas y frente a nuestros televisores, y en ello Netflix es sólo una de las piezas en juego. Se habla mucho de las ‘Streaming Wars’, de las que Netflix habría emergido victorioso merced a esta última operación, que ya rubrica y certifica su corona; pero no tanto del paso sigiloso y obstinado de YouTube, que sopla en la nuca de aquél y es ya desde hace un año el servicio más visto en televisión en Estados Unidos. Las circunstancias, después de todo, quizá hayan forzado su mano, y lo de Warner no sea sino la concesión, tácita, extraoficial, entre bastidores de la verdadera victoria digital de Google. Finalmente, están también los productores, a quienes, aún atados de pies y manos como están, tal vez podamos reprochar la falta de imaginación; el haberse rendido definitivamente a la reposición y a la franquicia, al asombro tasado y fácil, en lugar de haber peleado siquiera un poquito más, haber pegado una o dos brazadas a contracorriente.
No lo sé. Nadie lo sabe. Nadie sabe qué viene o será, y a lo mejor esto no es más que la lágrima tibia de quien no sabe mirar ya hacia el futuro. Los tiempos no acompañan y sin embargo, ¿quién dice que esto deba ser el final? Jorge Burón expuso en estas páginas su teoría de la literatura Warhammer: ¿por qué el cine habría de ser distinto? La literatura tiene, en fin, muchísimos más argumentos de peso y una historia mucho más rica y amplia que justificaría una reacción enfurecida, visceral. Si ella ha aceptado el estado de cosas, ¿no debería el cine, primo pequeño e inexperimentado, hacer lo propio?, ¿quién dice que deba ser un producto de masas?, ¿quién que la cultura audiovisual deba ser consumida sólo en salas?, ¿es que acaso no puede darse una convivencia, saludable y feliz, de espacios?
Yo seguiré, por descontado, creyendo que la experiencia de la sala de cine es inigualable, y que no hay nada que Netflix o el próximo que venga puedan hacer para cambiarlo. Lo seguiré creyendo junto a toda esa audiencia, leal y menguante; junto a esos pocos, felices pocos, a quienes me encontraré de vez en cuando en algún pase. Pero eso no tiene la menor importancia, claro.
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1El viernes r/SuccessionTV, el subreddit dedicado a la serie, saltó por los aires. Los usuarios no han dejado de notar (y publicar al respecto exquisitos memes) la estrecha similitud entre la compra de Warner por Netflix y la de Waystar por GoJo que narran las últimas temporadas.
2Desde la publicación el viernes de la noticia, expertos de todo signo han corrido a emitir su opinión. Una de ellas, en una entrevista del medio digital The Ankler, es inquietante e interesante a partes iguales: propone que Netflix habría lanzado su oferta por Warner no por un interés real en la adquisición, sino sólo para detener en seco a su principal competidor en streaming: HBO. Por lo visto, según la normativa estadounidense, durante el tiempo que el regulador decidirá si la compra sigue o no adelante, Warner y HBO deberán suspender toda decisión estratégica, para no entorpecer así la eventual operación. Ello supondría, según este medio, que muchas IPs acabarían en manos de Netflix, pues ante la tesitura de optar por éste o HBO muchos productores se inclinarían sin duda por el primero, libre de cargas, sospechas y de las nubes negras de la incertidumbre.
3Es sabido que Netflix, como todas las grandes tecnológicas, maneja una masa viva de datos muy precisa, que le informa de cuánto (y hasta cuándo) se ve un contenido, si funciona mejor o peor, etc.