28 años después: Pasárselo muy bien

Todo es una gran contradicción, un pastiche; una obra deliberadamente cutre, punki, hortera. Es una gran película.

Quería escribir sobre 28 años después pero no sé si seré capaz. Leo de pronto lo siguiente de Alejandro Zambra sobre el arte, citando a Borges: la inminencia de una revelación que no se produce. No es mal comienzo para una crítica.

Creo que 28 años después es la inminencia de una revelación que no se produce. Hay pistas, indagaciones: memento mori, el amor, la diversión, la humanidad residual, etc. Pero en todo momento Danny Boyle y Alex Garland parecen mucho más preocupados por la forma que por el contenido. Puede que ésta sea la primera shitmovie de la edad contemporánea, al estilo del shitposting tan popular en redes sociales. Volviendo con Zambra, esta vez sobre Bolaño: 

(…) Escribió poemas que son recortes y novelas que son álbumes de recortes.”1

Esta película es un álbum de recortes. Eso es. Ya al principio cuando el poema Boots de Kipling se solapa con imágenes de arqueros medievales en películas de los sesenta, o con la banda sonora de Young Fathers. O cuando, poco después, el padre y el hijo protagonistas huyen en la noche estrellada del gigantesco Alfa zombi que los persigue, acompañados de un coro angelical de violines. También el grano digital de los dos mil (atención: la película está rodada íntegramente con uno o varios iPhones). 28 años después es un álbum de recortes de géneros, de estilos: comedia con drama con thriller y con terror. Hay zombis gordos y hay zombis flacos. Hay zombis rápidos y lentos. Mantiene el tono de la original pero explora rutas nuevas. En el mundo hay un apocalipsis pero no lo hay: está circunscrito a Gran Bretaña. Hay personajes que empuñan arcos y otros fusiles de asalto. Hay personajes con Instagram y sin él. Hay estampidas de ciervos, oncólogos y pandilleros Cockney con dientes de oro. Hay actores jóvenes y viejos. Noveles y consagrados. También está Ralph Fiennes.

Todo es una gran contradicción, un pastiche; una obra deliberadamente cutre, punki, hortera. 28 años después es, en fin, una gran película. Un gran experimento de laboratorio; un terrible virus de la rabia en sí misma, que se propaga por la sala y te hace preguntarte si no estarás también infectado. Es una película centrada tan sólo en una cosa: pasárselo muy bien. Hacia el principio, el personaje de Aaron Taylor-Johnson (el padre), encuentra un frisbee en una casa abandonada. El hijo, que mientras tanto ha hallado unos cubiertos, le pregunta si sirven de algo. Él le contesta algo como: qué va, el frisbee es mucho más importante. He ahí la clave de todo.

---

1 Nota del editor: parece increíble pero Jorge Burón no citó (todavía) estas palabras de Zambra sobre Bolaño. En cualquier caso, en la reseña de Ángel (y en sustrato en general) sobrevuela la tesis del fragmento como lo-que-está-pasando-en-la-cultura

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Todo es una gran contradicción, un pastiche; una obra deliberadamente cutre, punki, hortera. Es una gran película.

Quería escribir sobre 28 años después pero no sé si seré capaz. Leo de pronto lo siguiente de Alejandro Zambra sobre el arte, citando a Borges: la inminencia de una revelación que no se produce. No es mal comienzo para una crítica.

Creo que 28 años después es la inminencia de una revelación que no se produce. Hay pistas, indagaciones: memento mori, el amor, la diversión, la humanidad residual, etc. Pero en todo momento Danny Boyle y Alex Garland parecen mucho más preocupados por la forma que por el contenido. Puede que ésta sea la primera shitmovie de la edad contemporánea, al estilo del shitposting tan popular en redes sociales. Volviendo con Zambra, esta vez sobre Bolaño: 

(…) Escribió poemas que son recortes y novelas que son álbumes de recortes.”1

Esta película es un álbum de recortes. Eso es. Ya al principio cuando el poema Boots de Kipling se solapa con imágenes de arqueros medievales en películas de los sesenta, o con la banda sonora de Young Fathers. O cuando, poco después, el padre y el hijo protagonistas huyen en la noche estrellada del gigantesco Alfa zombi que los persigue, acompañados de un coro angelical de violines. También el grano digital de los dos mil (atención: la película está rodada íntegramente con uno o varios iPhones). 28 años después es un álbum de recortes de géneros, de estilos: comedia con drama con thriller y con terror. Hay zombis gordos y hay zombis flacos. Hay zombis rápidos y lentos. Mantiene el tono de la original pero explora rutas nuevas. En el mundo hay un apocalipsis pero no lo hay: está circunscrito a Gran Bretaña. Hay personajes que empuñan arcos y otros fusiles de asalto. Hay personajes con Instagram y sin él. Hay estampidas de ciervos, oncólogos y pandilleros Cockney con dientes de oro. Hay actores jóvenes y viejos. Noveles y consagrados. También está Ralph Fiennes.

Todo es una gran contradicción, un pastiche; una obra deliberadamente cutre, punki, hortera. 28 años después es, en fin, una gran película. Un gran experimento de laboratorio; un terrible virus de la rabia en sí misma, que se propaga por la sala y te hace preguntarte si no estarás también infectado. Es una película centrada tan sólo en una cosa: pasárselo muy bien. Hacia el principio, el personaje de Aaron Taylor-Johnson (el padre), encuentra un frisbee en una casa abandonada. El hijo, que mientras tanto ha hallado unos cubiertos, le pregunta si sirven de algo. Él le contesta algo como: qué va, el frisbee es mucho más importante. He ahí la clave de todo.

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1 Nota del editor: parece increíble pero Jorge Burón no citó (todavía) estas palabras de Zambra sobre Bolaño. En cualquier caso, en la reseña de Ángel (y en sustrato en general) sobrevuela la tesis del fragmento como lo-que-está-pasando-en-la-cultura

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