La verdad es que no sé gran cosa de música. No es el mejor comienzo para un artículo sobre el Primavera Sound, pero es cierto. En realidad no sé gran cosa de nada, y con el tiempo la única certeza que me queda es una especie de bruma; que no existe tema que resista un análisis más o menos riguroso.
En el fondo creo que lo único que se puede conocer es a uno mismo. Y aún esto nos elude, pues el cerebro es a un tiempo objeto y herramienta de estudio, y por tanto sus conclusiones siempre arbitrarias, sesgadas. En Stella Maris de Cormac McCarthy, el personaje de Alicia Western se inclina finalmente por el solipsismo: no es seguro que nada fuera de nosotros exista, con lo cual la única garantía es el propio acto de conocer, de sentir.
Llegué este año a Barcelona en un mal momento. De temperamento ansioso, anticipativo, tuve un brote de horribles presentimientos durante la semana y me los llevé puestos al festival. En esos casos poco se puede hacer: existen técnicas de bello nombre que ayudan a mitigar el trago, a secar el caudal de pensamiento, pero a menudo en vano: los pensamientos persisten y uno no puede sino dejarse arrastrar y cruzar los dedos. Conduciendo el jueves me vi aún con la obsesión en la cabeza, rascando hasta hacer postilla. Me vi ya en el Parc hablando con mis amigos desde otro sitio, lejos; me vi, en definitiva, desperdiciando aquellos días, lo cual no hacía sino agitar la tempestad.
Alicia Western, que en Stella Maris no escatima en frases memorables, dice esto además sobre la música:
“Schopenhauer creía que si el universo desapareciera por completo solo quedaría la música. Las reglas son la música. Sin las reglas lo único que hay es ruido. Cuando oímos una nota mal puesta damos un respingo. Sonreímos o lloramos o vamos a la guerra. ¿Cómo se explica? ¿Cómo se sabe cuando alguien está bailando? ¿Y si resulta que está bailando a destiempo de la música?
(…)
Este conjunto de reglas –yo las llamaría leyes, las leyes de la música– es completo y autosuficiente. Son reglas conocidas y nunca habrá más que esas.”
El personaje de Alicia en el libro es un prodigio del violín y un genio de las matemáticas. Es también una esquizofrénica severa, y entre sus alucinaciones se cuenta el Chico, una especie de niño cuántico que le susurra obscenidades y propone modelos alternativos de realidad. Alicia es consciente de su condición, de la esquizofrenia, pero ha llegado tan lejos en su escrutinio del mundo que todo, realidad y fantasía, le parece provisto de la misma entidad. La matemática se ha revelado un lenguaje fútil, insuficiente; en el fondo de sus ecuaciones ha aparecido el Chico para reírse de ella, para devolverle multiplicadas sus preguntas, y así la única salida, la única apuesta segura son el solipsismo (“el solipsismo siempre me ha parecido una postura fuera de casi toda discusión”) y la música.
La música, como dice Alicia, es un lenguaje en sí mismo. No parece tener anclaje en ninguna instancia previa: resuena en nosotros sin mediación, con estructuras básicas que capturamos instantánea, intuitivamente (quizá, después de tanto tiempo, es ésta la tesis de Encuentros en la tercera fase). Al contrario que la literatura, donde incluso el mejor poema debe ser procesado, traducido (un verso puede conmovernos, pero primero debemos hacer esa digestión), las notas y melodías parecen surgir espontáneamente dentro de nosotros, en el estómago, en el precipicio de la nuca, como una suerte de entrelazamiento que nos agarra y no nos suelta, que nos amarra al presente como el ancla a un barco que zozobra.
En el Primavera, mientras tanto, es sábado, y después de todos los conciertos que ya Nano dibujó con pericia nos apostamos para LCD Soundsystem, a escasos treinta metros del escenario. Juré que no los volvería a ver tan cerca, al microscopio, como en el Kalorama, pero parece que de nuevo los dioses del festival nos sonríen. Arranca el sintetizador, brilla la bola proverbial y en la pantalla vemos ya a James Murphy oficiando misa para nosotros, locos adeptos. La cámara panea suavemente a su alrededor, y entonces sabemos que no hay nadie como él, que nadie lo hace mejor ni más bonito. Se suceden los temas, I can change, Home o Someone great, bailamos y cantamos y desembarcamos antes que nos demos cuenta en All my friends, himno superior que es, en el fondo, para lo que se inventó la música.
Nos faltan algunos friends, como siempre, en esta edad dispersa es imposible juntarlos a todos, pero están presentes, a nuestro lado o en el recuerdo, y cuando James canta if I could see my friends tonight pensamos en ellos, aupándonos, agarrándonos hombro con hombro en círculo que es catarsis y justifica, ahora sí, y a pesar de nuestros reparos e inquietudes, el que hayamos venido un año más al Primavera Sound.
Si la música es un lenguaje y nos atornilla al momento, los amigos no son menos, y es ésa, en realidad, la razón de existir de los festivales. Planean ya agrias noticias sobre el inminente colapso, sobre la burbuja que se deshincha. Está bien: tal vez Glastonbury no necesita un glamping1 ni cada parroquia un Arenal Sound. Tal vez hemos sido demasiado avariciosos, y todo tenía que terminar. Pero el Primavera perdurará: igual que Murphy, nadie lo hace mejor ni más bonito (y sí, está el asunto guiri que Nano diseccionó en su artículo: no volveré sobre esto); nadie ha radiografiado como ellos su medida justa, sus exactas capacidades, el gusto y variedad apropiados de su cartel. Primavera es Google, es la Compañía de las Indias Orientales: muchos han intentado seguir su estela, pero muy pocos lo han conseguido, o lo conseguirán.
En mayor o menor medida, todos los conciertos, con el indispensable condimento de amigos, logran lo que LCD: amansarme; disipar la tormenta de la región occipital2. Estamos aquí, ahora, y la premisa es ésta: lo de antes o lo de después no importa, este puñado de días es para nosotros, hijos insumisos de la angustia. Al fin y al cabo, no somos sino lo que conocemos, lo que sentimos: no podemos asegurar que la guitarra puntiaguda que nos mece, que el sinte tormentoso que nos estruja existan, sólo en efecto que nos mecen, que nos estrujan. Vamos ligeros de equipaje: tripas, corazón, cerebro.
Ya en el recuerdo, en el coche paciente que me devuelve a Madrid, el Primavera Sound 2025 empieza a mostrar su corola. Volvemos al futuro pero yo me resisto, obstinado: Carlos Alcaraz disuelve tres bolas de partido del cyborg Sinner, y levanta con ello otro monumental edificio al presente.
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1 Glastonbury glampers told they have no tickets after firm goes bust
2 Dice Alejandro Zambra en Viajar con libros que aunque escriba libros, siempre le asombra que la gente escriba libros. A mí me pasa lo mismo con la música: siempre me asombra que la gente haga música.