Otro año más de nuestro festival favorito. Otro año de expectación, truquitos, nervios, rituales, muchos sinsabores y varios momentos inolvidables. El brebaje habitual.
Aunque este es mi sexto Primavera Sound (más muchos anteriores por streaming en lugar de estudiar como hubiera debido), la novedad de pensar esta crónica por adelantado me ha provocado cierta sensación de estar viendo un recuerdo todo el rato, de intelectualizar hasta los vasos de plástico. Pero no hay problema, queridos lectores, porque para servir estamos. Espero que os guste.
Un Dios caprichoso / El Mínimo Primavera Sound Viable
Tengo la sensación de que cada año la organización del Primavera Sound modifica algunas normas, nombres de escenarios, procesos, validaciones, detalles y pequeñas reglas no tanto con ánimo de mejora y de prueba-error, sino para tenernos a su merced. Igual que algún personaje de Kafka, quiere convertirnos en pequeños seres afanados en buscar el sentido burocrático a la aplicación móvil Access Ticket, cuyo diseño está pensado, evidentemente, para administrar El Miedo.
Leviatán, Cthulu, el Dios vengativo de Abraham y Jacob: el PS se burla de sus hijos con pequeñas putaditas anuales. Si no, cómo se va a explicar el QR caducante con marcha atrás para no poder pasar entradas de la Ciutat y los problemas para revender entradas. ¿O la desaparición del pequeño placer de generar vales de bebida por ir a la Ciutat, que tan gozosa sensación producían de que te regalaban cava solo por ir a ver conciertos?
Mención aparte merece el increíble caso del Fórum menguante (que ya bautizábamos el año pasado) y la pérdida, este año, del Auditorio. Era un estandarte, un oasis y un placer tener a mano tamaño escenario de desconexión dentro de un festival. Y es una engañifa, una bajona y una putada, pensar que uno verá a Destroyer o Cat Power, solo para más tarde comprobar que para ello hay que cruzar media ciudad y atrincherarse en la sala Apolo a las 4pm CET.

Mientras cruzamos dedos y esperamos sinceramente que vuelva el Auditori (y ya que estamos, la playa y el escenario Adidas) nos preguntamos cuál sería la unidad mínima de Primavera Sound posible. El MPSV1 consistiría en nada más que el escenario Cupra Ray Ban y, más allá, el antiguo Pitchfork bajo las placas. Sólo eso, guitarrazos alternos, quizá algo de rap, un grupo intimista, electrónica peligrosa y el cierre de siempre: sólo por ese día pagaríamos los euros de rigor.
La Ciutat y jueves
Oh: ha llegado el primavera. Síntomas: estatura media nada ibérica en la sala Razzmatazz, donde acudimos a ver a Beach House por eso de deshacer solapes dañinos el viernes. Es un concierto muy raro, para el que llegamos justos y sin preparación y quizá ellos también: empiezan media hora tarde, se equivocan en las dos primeras canciones. ¿Se despertaron tarde de la siesta tras la digestión de una paella con demasiada grasa? ¿Sangría a tutiplén? Quien sabe. A la tercera, arrancan Lazuli y hacen un concierto de menos a más, aunque raro. Beach house como mejor funcionan es con Alex Scally sentado a lo Camarón, mes de noviembre, bastante frío. Por eso tiene mérito sacar adelante este concierto. No son un grupo de 7 de la tarde 27 grados en la ciudad condal.
Aún así… cuando tocan Myth antes del bis uno se reconcilia con el amor, la astrofísica, la posibilidad de un todo e incluso con la Estrella Damm. Se despiden con Space song y la Razzmatazz parece un barco y la gente de arriba, niños con los pies por fuera de la borda de un buque navegando hacia poniente. Empieza el Primavera Sound.
En el fórum nos reciben Ciutat a puerta gayola mientras Teo Lucadamo repea sobre la sangre de su polla y sobre riffs de jazz en el piano guitarra — buen aperitivo, pensamos mientras un solitario velero surca la parte posterior del escenario Cupra. Realmente Ciutat son divertidos, socarrones, originales. Ostentan, además, dos cuerpos de ventaja en una carrera que pronostico va a ocurrir: la vuelta del yacht rock. Ya lo veréis.
Bajamos las escaleras para ver al inclasificable Nourished By Time (¿Nu R&B? ¿Bedroom Soul?) que por un lado nos encantan, pero por otro nos dejan un poco fríos en la presentación, formato trío, pashmina sudada, mezcla entre predicador sureño y bailes Ian Curtis. Pero les faltó presencia en los graves y en las tablas. Volverán.
Referencias Momma: voz de Avril Lavigne, guitarras noise con melodías punk-pop 2000 y, en directo, un bajo extremadamente distorsionado y gozoso que parece el de Lou Barlow en Dinosaur Jr. Grupazo y tremendo futuro como enganchen un disco con canciones pegadizas.
Se nos ocurrió pasarnos por la Isla Aperol a ver a Toldos Verdes. ¿El motivo? Me da la sensación de que son el grupo retrato-robot de la tendencia en Madrid y Barcelona que incluye grupos con cantante en la estela de Diego Ibañez, guitarras en la estela de Carolina Durante y letras pues ya lo adivináis. El monotema es la situationship y lo complicado que nos resulta expresar sentimientos amorosos a los nacidos en los 90. Aburre un poco la verdad, o quizá es que me hago mayor. Sea como sea, los muchachos son divertidos, tocan muy bien y la gente tararea las canciones nuevas la segunda vez que escuchan el estribillo. Lo cual es meritorio.
Hollamos Mordor para ver a Jamie XX un rato. Ya se mascaba la tragedia, pues el escenario Revolut era un mar de tonalidades verdes brat (ver más abajo), más que nada gritando y esperando a Charli XCX. En cuanto al bueno de Jamie, me pasa lo mismo siempre con él: es como un jugador de ajedrez muy bueno, pero sin alma. El Magnus Carlsen, el Jannik Sinner de la electrónica mundial.
Volvemos a la zona tranquila para ver a Kelly Lee Owens, cuyo pop electrónico vanguardista administra una mezcla perfecta entre rave y diva dream pop, ella bailando entre dos sintes vestida como Eowyn de Rivendel. Sientes que la entrada vale los dineros por ella. Sientes que podría tocar en Mordor y reconciliar públicos. Sientes que podrías defender el abismo de Helm por ella.
Hablando de reconciliar, a la hora de Charli XCX+Troye Sivan vimos a Been Stellar, puros chavales robando a mil grupos de guitarras a la vez. Uno recupera la fe.

Pero claro, subimos a Brutalismus 3000 y su exorcismo, y acabamos en Armand Van Helden, quien se dedica a hacer una especie de verbena de house 2000ero. Llegados a este punto, pienso en la infinita pericia de los programadores del Primavera Sound: cómo reconciliar en el Cupra a las hordas festivaleras, el festival desdoblado o triplicado que viene de guitarrazos por el flanco norte y de brat queer party por el sur: pues seguramente con algo tipo Armand Van Helden. Mataría por ver los diagramas de Venn que preparan y cuelgan en las paredes del cuartel general del PS2. Ahora bien, hay filos de navaja que son imposibles de recorrer, lo cual nos lleva a…
La Coachelización
Un neologismo, como un fantasma, recorre el fórum: la coachelización. ¿En qué consistiría este fenómeno? Podemos enunciar un tridente de características:
- En una inversión de valores: ir al festival como experiencia en sí, no tanto por la música. Lo importante no es el artista, sino el espectador.
- Consecuentemente, los outfits y cobertura por redes de cada usuario cobran una importancia radical, ya que son el medio de expresión de esa experiencia.
- Esto produce que sea más atractivo programar a artistas lo más mundialmente populares posibles, pues aumenta la probabilidad de pescar a asistentes con mucha pasta disponible —al ser más grande la base de fans— y, además, permite al festival cobrar más por los tickets, bebidas, etc, … ya que está satisfaciendo mejor las necesidades mencionadas en a) y b)

Es complicado, cuando no imposible, negar el rumbo Coachella (al menos comunicativo) que tomó el festival desde antes de la pandemia, en la edición del 2019 con su eslogan ‘The New Normal’ y la programación, aquel año, de nombres como J Balvin, Cardi B o Carly Rae Jepsen (aunque hay que reconocerles el mérito y el empeño en convertirse en el primer festival de este tamaño con cartel paritario). Sin embargo ha sido en esta edición, con la contratación de las tres divas pop tiktok del momento —también conocida como la operación Super Nenas— Charli XCX, Sabrina Carpenter y Chappel Roan, cuando el festival ha acabado por quemar las naves comunicativas:
Existe un concepto, en literatura sobre empresa, llamado el dilema del innovador, a saber: la disyuntiva entre seguir haciendo lo que ya sabes y funciona, o cambiar radicalmente para no quedarte atrás cuando algo nuevo aparece. Los capos del PS están optando por la vía de en medio: hacer prácticamente dos festivales paralelos, el que sucede en los dos escenarios grandes (también conocidos como Mordor) y en donde todo ha girado en torno al fandom de las tres supernenas; y el resto del festival, que sigue como antes del 2019, ignorando en gran medida los Mordor-eventos.
Los aficionados a la música anteriormente conocidos como indies vivimos en la fantasía absurda de que nuestros gustos no atienden a una lógica de mercado. Sabemos que no es cierto, pero preferimos mirar hacia otro lado (lo cual es paradójico en el seno de un festival, por definición máquina perfecta de aglutinar gustos). El animal indie soporta a los otros indies en la medida que sabe que son necesarios para ver un festival, pero le molesta horrores saberse no-único.
En cambio, tal y como definimos antes en el tridente de la coachelización, el amante del pop de masas busca esa comunión de público, porque cuanta más gente, más se siente arropado y más rabian de envidia en internet al ver sus stories. El indie no se viste de manera tan explícita, sino con referencias sutiles a bandas y marcas nicho, mientras el animal pop luce galas performativas pues no le definen tanto sus gustos, sino su performance ante esos gustos —siendo la sublimación definitiva de esto las miles de prendas verde brat3 que, casi un año después del turboviral fenómeno, seguían luciendo los y las seguidoras de Charli XCX.
Todo esto, como si de un patio conflictivo de colegio se tratara (qué es el fórum sino un patio de colegio) provoca roces en el cambio de clases —es decir, los escenarios grandes y sus secuencias de conciertos—y justo antes de subir a clase —es decir, especialmente en los cierres, cuando se juntan los amantes de Mordor con los amantes de la calvicie en ese limbo llamado escenario Cupra.
Puede que los tiktokers sean más tolerantes que los indies, y que a ellos no les importe nuestra existencia. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que ellos no reparan en gastos, vuelan desde más lejos, están más musculados y musculadas y no se fijan en el precio del airbnb. El PS sigue siendo el festival por el que suspiramos, pero tenemos miedo de que se rompa la convivencia del patio y, lo que es peor, no paramos de tener conversaciones medio tristes, echando de menos los recreos de hace unos años.
Aún con todo, el sábado vimos la luz. Pero primero el viernes.
Viernes
Quedamos “donde las supernenas” antes de bajar al cupra. Aprovecho para asomarme al túnel de Gaza, lo cual resulta sobrecogedor. No sé qué decir respecto a que el túnel de Gaza esté situado a 50 metros del selfieódromo para RRSS de las supernenas, y que detrás de las supernenas cuelgue un recuerdo a Steve Albini, profeta del DIY y lo underground. Bueno sí, que es extraño y contradictorio, pero bueno. Al menos ponen un túnel de Gaza.

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Aún confusos, Waxahatchee nos da la bienvenida a la ronda dos, y me gustaría que me diese la bienvenida siempre que entro a algún sitio. Folk rock prístino, se pasa Mj Lenderman a saludar, ella lleva un vestido como de picnic veraniego en Vermont. Tocan perfecto, sol en la cabeza, momentos primavera.
The Hard Quartet continúa limpiando nuestro paladar guitarrero. Absoluto jengibre rock, suministrado por 4 cincuentones canosos y atractivos que juegan a pasárselo dpm y ya está. Las antípodas del producto. Aún encima, encima canta Stephen Malkmus: qué más se puede pedir. Bueno sí, alguna canción memorable porque, como todos los supergrupos, no tienen ninguna que lo sea.
Vamos a ver a HAIM. Un un grupo perfecto para las 9 y pico en Mordor. Inanes, graciosas, música hummus hacendado que a nadie molesta pero es imposible que te haga enloquecer. Son un poco como Fleetwood Mac más modernas y sin himnos. Fáciles de supportear, también de ignorar. Las queremos, y Licorice Pizza es un peliculón que el tiempo pondrá en su sitio.
Abandonamos el territorio Sabrina Carpenter para apostarnos en el Amazon dispuestos a ver el mejor concierto del festival (en opinión de este humilde cronista). Stereolab —le escucho a Machine Girl en el IG del primavera—, hacen música que no sabías que existía pero que tiene sentido que lo haga. Eso es. Siempre elegantes, cinematográficos y sutiles. Los bucles te atrapan y te mecen y te ponen en sitios absolutamente abstractos. Por si fuera poco, domina la situación la olímpica Lætitia Sadier, prima lejana de Isabella Rossellini, elegancia y perfección, contengo la respiración cuando agarra el trombón, cuando hace cualquier cosa. Acaba el concierto y quisiéramos que tocaran toda la noche.
Bajamos y Fcukers acaban antes y mal. Vaya. Subimos y velamos armas para Carolina Durante. Después de años sin verles, sólo puedo decir que sí, que el hype es merecido, su éxito es normaaaaal y su futuro, tremendamente interesante. Elige tu propia aventura ha sido su semana en el motor de un autobús. Todo lo hacen bien: el sonido, el carisma, la decoración de oficina, un setlist compuesto de tropecientas canciones de las que ninguna es de relleno y en el que sacan a los vientos hacia el final para redondear la jugada. También se agradecen, en un concierto libre de extranjeros, hasta las pequeñas pullas futbolísticas (españita, pienso, mientras sonrío y niego con la cabeza) y, sobre todo, la comunión final tan bestia con el público a capella: qué nos ha pasado, si no ha pasado nada… cántico recogido por la banda para dar epílogo a la canción y al concierto y a mis dudas. No son Los Planetas, son otra cosa, pero serán comparables. Como Nadal y Alcaraz. Me alegro por todos.
Aún impactados, vemos un rato de la increíble misa oscura de SALEM —vanguardia de verdad, tipos peligrosos, miedo atávico y religioso, el tipo de música que escucharía H.P. Lovecraft— y acabamos la noche bailando la electrónica orgánica del gran Floating Points mientras, además, una simpática señora japonesa pintaba y proyectaba preciosos trazos en directo. Ganamos la cama, una cama que siempre merece la pena ganar pronto el viernes.
El Asunto Guiri o de la inflación constante
Existe, cómo decíamos, un paralelismo claro entre la turistificación de las ciudades y la turistificación del PS. No deja de ser, en definitiva, un producto del mercado global: los países con salarios bajos quieren vender a precios de países ricos; los habitantes de estos países prefieren ir a países con precios más bajos — en realidad pagan más que los locales pero menos que en su lluviosa e industriosa ciudad de origen y, sorpresa, esto genera la plusvalía de sol y playa a la que somos adictos en España.
Shannon, natural de Glasgow, 26 años de edad, me decía a gritos durante el concierto de HAIM: ¡los británicos lo hacemos todo a tope, sabes! nuestras bajonas son muy bajas, pero nuestro 10 es altísimoooooooooooo (gran trago a su bebida naranja)!
Los dos factores, La Coachelización y lo guiri, se superponen. Es decir, mejor para el indie local un guiri calvorota y tranquilo que venga a ver post rock y auditori que uno gritón que acampe en mordor y baile hasta altas horas cual peonza hecha codos en el cupra. En cualquier caso, el hartazgo con el turismo de excesos extranjero es real, y es innegable que problema del alquiler ocupa más del 50% de nuestro salario y de nuestro espacio cerebral.
Por eso, el PS debería intentar que los locales —catalanes y españoles—no asociáramos el festival a otro lugar del que se nos expulsa por culpa del capital extranjero. Es cierto que la organización puede seguir full guiri y puede que no noten la diferencia en sus ingresos a corto plazo pero, ahora que todavía no los ha comprado nadie, que son uno de los pocos festivales en manos de sus fundadores, parece un buen momento para tomar medidas de futuro. Una sería el festival segregado Mordor-resto (ya veremos cómo nos repartimos la custodia compartida del Cupra), pero esto parece inviable y feo. Otra, más terráquea, sería hacer más descuentos a locales —sé que los barceloneses tienen descuento, quizá ampliar a toda la península o incluso en la barra—, dado que competimos con bolsillos dos y tres veces más amplios, en promedio4. Otra opción sería pensar algo durante el año, aunque la experiencia del primavera a la ciutat nos dice que también se llena de extranjeros, de expats. El hartazgo se nota, a veces, y la crispación se siente día a día, más allá de twitter y los comentarios del instagram del PS.
Llegados a este punto, y asumiendo que no quieren vender el festival en poco tiempo, un gesto de la organización parece muy necesario. Por muy robusto que parezca el festival, si pierde a su base se acabará tambaleando el resto, como le pasó al FIB.
Sábado
Los estrategas primaverales se guardaron lo mejor para el final, seguramente conscientes de que es el sabor de boca que te llevas, igual que los buenos hosteleros invierten en buen café/invitan a chupito hierbas de la casa. Te vas contento y habiendo olvidado las vicisitudes. Y los peregrinos primavera somos, ante todo, gente optimista que olvida lo malo.
Comenzamos ronda 3 a mano izquierda, asistiendo al clinic de Black Country, New Road. En un festival lleno de guitarrazos voluntariosos pero básicos y electrónicas programadas varias, ver a un verdadero grupo de frikis de conservatorio haciendo virguerías con sus delicados instrumentos es como dar un traguito de champán entre pintas de cerveza. Tonificante. Comprobamos, además, cómo la nueva formación más coral y menos centrada en un frontman atormentado funciona a las mil maravillas. Standing ovation, monóculos al cielo.
Nos asomamos a Mordor por primera vez en el día para ver a Fontaines D.C. Curioso ver a las Chappels fans en formación tortuga (o pink pony, más bien) medio ajenas a lo que pasaba, pero de buen talante, mejor que las brat. Los dublineses no son santo de mi obsesión, me falta cierto click pero, en su haber hay que decir que suenan cañón, tienen un vocalista tremendo y un compromiso político proyectado en las pantallas digno de aplaudir.
Acto Seguido, MJ Lenderman dio el mejor recital rock del festival. Este tío ha sacado un disco maravilloso, Manning Fireworks, y en directo le administra todavía más rabia. Por momentos el asunto parecía Neil Young con Crazy Horse, a ese nivel rayaba. Si alguien tiene proyección en la americana del S XXI, es este tío. Fabuloso. Comunión total cantando She’s leaving you.
Pasamos un ratito íntimo con los preciosistas ANOHNI and the Johnsons y encaramos Mordor de vuelta. Decíamos que el buen sabor de boca era total, en parte porque Chappel Roan tocó muy pronto y el campo se despejó bastante. Por si fuera poco, se comenta que Central Cee también era una idea del festival para desalojar exceso de gente.
Pues eso. Ese es el camino. Si se traen cabezas de cartel planetarios que mueven personas que sólo irán a eso, tiene mucho sentido no programarlos muy tarde. Sobre todo si después vienen la orquesta de pueblo de los hipsters de los 2000, también conocida como LCD Soundsystem. Concierto lleno pero con espacio para bailar, banda inconmensurable, I can change con algo de Kraftwerk, Dance yourself clean, All my friends como cierre indeleble. Una fiesta y una reconciliación sublime. La factoría de los recuerdos en plena forma.
Abrazados, bien juntitos, ganamos el Amazon para ver a la banda de moda, disco publicado hace días. Turnstile se están reimaginando el hardcore con sintes y pop. En ocasiones me recuerdan a Oh sees, otras Minor Threads, pero esas teclas y guitarras con chorus nuevas son maravillosas. Hasta la batería suena, en algunos temas, mezclada como en los discos de Phil Collins. Avistamos tremendas hostias ahora desde la barrera, pues esta vez veníamos modo paz y amor LCD Soundsystem. Conciertazo.
Acabamos en el Cupra, nudo gordiano, intersección del diagrama de Venn, con un cierre interruptus a cargo de un Danny L Harle que se marchó media hora antes, no sabemos si molesto por la invasión del escenario o la calidad del agua de Barcelona o el qué. El caso es que al rato alguien subió con un usb y más o menos dio una muerte digna al festival. Segundo año consecutivo que ocurre algo así, y la verdad que lo interpretamos como otra falta de cariño al regular, pero bueno. Que vuelva Dj Coco o alguien similar. Pero no nos enfadamos.
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Ganamos Sant Adriá y luego la ciudad chaflán otro año más, convencidos de que este es el festival de nuestra vida. Aunque sabemos que todo tiene que cambiar para que nada cambie, algo preocupados por sus nuevas amistades y costumbres cuestionables. Volveremos, el año que viene a entrar el jueves a las 6 de la tarde, con una mariposa aleteando sobre un carajillo con hielo en nuestro estómago. Volveremos a ver cómo el horizonte del mediterráneo emerge por encima del Cupra. Nunca dejes de creer.
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1 venga, os hago mi MPSV con el cartel de este año: Blaxkck Country, New Road,, Mj Lenderman, Stereolab, Carolina Durante, Kelly Lee Owens, LCD Soundsystem, Dj Coco
2 Me acabo de dar cuenta de que, a vista de pájaro, los dos primaveras confluyen en un diagrama de venn, también topográfico, sobre el mapa del fórum y su intersección del Cupra. Esto es ejemploi de la noche del jueves, pero aplica a viernes (Amelie Lens) y a sábado (Danny L Harle). (He usado el mapa de 2023 porque se ve un pelín mejor)

2.i Sin ánimo de restar mérito alguno a estos cálculos de tráfico humano y solapamientos de gustos del respetable, es cierto que la estandarización de los datos de escucha musical y uso de la API de Spotify tienen que ayudar mucho a simular estos diagramas. Un ejemplo: año tras año compruebo, con horror, que todos (yo incluido) soltamos el típico gritito de admiración cuando empieza determinada canción de un artista con un volumen proporcional a la posición de dicha canción en el top de spotify de dicho intérprete. Por tanto, seguro que que se pueden modelar los decibelios de ohhh en función de las escuchas, e igual sucederá con a la hora de modelar las audiencias móviles del Parc del Fórum.
3 Me dijo Carmen ese mismo día que nadie acertaba con el tono de verde exacto. Es decir, que mucho brat pero nadie sacaba el tono exacto. Nos hizo mucha gracia. Yo me reí por la idea, porque en realidad no distingo tonos de verde ni de ningún color. Por cierto, es #8ACE00
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