Prefiero, donde la verdad es importante, escribir ficción.
–Radu Jude
Un polvo desafortunado (2021)
Dice la voz de Paula Veleiro en Te separas mucho que «la cámara convierte la realidad en ficción desde el momento en que se enciende» y yo pienso en la posibilidad de que las 8170 fotos y 357 vídeos que guardo en mi móvil sean mentira. Porque la de Paula es una frase que constata a la perfección la verdadera naturaleza de esos retazos de nuestro pasado que almacenamos como capas de sedimento hasta que iCloud nos avisa de que hemos llenado el almacenamiento: ninguna de esas fotos, ninguno de esos vídeos se corresponden con la realidad.
Todo lo que no sea la realidad es, por definición, mentira. Ficción. Y todas esas imágenes son mentira por mucho que reproduzcan una realidad que existió y que nosotros recordamos, por mucho que fuesen mientras sucedieron y nadie pueda convencernos de otra cosa. Susan Sontag decía en Sobre la fotografía que «fotografiar es apropiarse de lo fotografiado» y también que «una fotografía pasa por prueba incontrovertible de que sucedió algo determinado. La imagen quizás distorsiona, pero siempre queda la suposición de que existe, o existió algo semejante a lo que está en la imagen». Y esto es a la vez una bendición y un castigo, porque su irrecuperabilidad y su esencia falsa y ficticia nos permiten jugar con ellas a su antojo: deformarlas, manipularlas, abstraerlas, convertirlas en algo nuevo y a su vez también falso; pero también algo que, siendo mentira, se transforme en una verdad.
Hace dos años me compré una cámara de vídeo, concretamente una Toshiba Camileo P10 de 2008: 5 megapíxeles, Full HD, seis horas máximas de grabación. 20 euros en Wallapop, me la vendió un hombre que trabajaba como mecánico cerca de la Avenida del Paral·lel, en Barcelona, y fui a recogerla al mismo taller, a más de 30 grados en una mañana de pleno agosto. Ella tenía una parecida, una Toshiba Camileo S30. Grabamos los primeros vídeos con la suya, primero la grababa yo a ella y luego ella a mí, y, cuando cada uno tuvo la suya, comenzamos a grabarnos mutuamente. Esto fue, como he dicho, a principios de agosto, y yo recuerdo que me imaginaba esos vídeos como los primeros que pondríamos a nuestros hijos y que veríamos dentro de diez, quince, veinte años mientras pensábamos «Cómo hemos cambiado» y sentíamos nostalgia por un tiempo perdido que, por suerte, pudimos conservar. No llegamos a septiembre y yo no he vuelto a ver ninguno de esos vídeos.
Me ha gustado (mucho) la película de Paula –aunque yo creo que más que una película es una confesión o un testimonio– porque se atreve a hacer algo que a mí me asusta profundamente: volver a ver esas fotos y esos vídeos. Sé que si los viese ahora no sentiría nostalgia (ya no la hay, ambos rehicimos nuestra vida y no echamos de menos la que tuvimos); mucho menos tristeza. Si me asusta enfrentarme a esas imágenes es porque sé que me devolverán una imagen de mí mismo que dista años luz de la que veo reflejada en los espejos. Uno no se graba nunca pensando en cómo será el futuro; no piensa, al menos, que será distinto al presente que en ese momento está captando.
¿Cómo enfrentarse, entonces, a esas imágenes? ¿Cómo convertirlas en algo más que lo que ya son? Le hice estas preguntas a Paula en un coloquio tras la proyección, y su respuesta fue muy clara: convirtiéndolas en ficción. Te separas mucho nos muestra la historia de amor de dos mujeres a las que no conocemos, de las que no sabemos nada que no esté encuadrado en los planos que ellas decidieron grabar. A fuerza de unir imágenes que son independientes entre sí, Paula consigue borrar el significado que tuvieron para ella y atribuirle otro, o permitir que cada persona que las vea les atribuya el suyo propio: un significado abstracto que se superpone al que tenían cuando se grabaron. Aquí Paula sigue a Sontag y se apropia de lo grabado a través del distanciamiento, del montaje y sobre todo, del relato. También lo hizo su padre, y es a través de él por quien vemos a su mujer, a la madre de Paula. Vemos a dos personas a través de otras, que es como verlas sin que ellas quieran mostrarse.
¿Quiénes son, pues, estas dos mujeres? ¿Por qué grababa su padre a su madre? ¿Por qué grababa ella a Joy? ¿Qué hay de verdad y qué es mentira en esas imágenes? No lo sabemos, ellos tampoco, pero que esos vídeos existan permite a Paula unir ambas vidas, la suya y la de su padre, y encontrar los paralelismos que crean una colectividad universal e inconsciente: esa necesidad casi genética de grabar, almacenar y conservar cuanto más pasado se nos permita, mejor. «¿Por qué grabamos la vida y a la gente que queremos en permanencia?», se pregunta Paula en la película, y yo no sé si hay alguna respuesta para dicha pregunta, aunque esta parece querer asomar durante los 76 minutos de metraje. Dice Paula también que «ambos [ella y su padre] quisimos más a estas mujeres detrás de la cámara que cuando estaba apagada» y eso es algo que no podemos saber ninguno de nosotros, pero yo me pregunto si es la ficción un refugio que nos permite resguardarnos de aquello que nos asusta en la realidad, pues sabemos que ahí, en el rectángulo que capta el objetivo de la cámara, nadie nos pedirá que nos justifiquemos.
Son dos separaciones las que aparecen en Te separas mucho: la del padre de Paula con su madre y la de Paula con Joy, una treinta años antes que la otra, y sus diferencias se observan a través de esta yuxtaposición de las imágenes. Mi amigo Ale apuntó muy bien algo en lo que yo no me había fijado: mientras que el padre de Paula utiliza el zoom in en casi todos los planos y acaba con encuadres muy cerrados, casi todos primeros planos de su mujer, Paula elige para grabar a Joy planos más abiertos, sin zoom. Otra diferencia, aunque tal vez esta me la esté inventando yo y no sea así, pero es como la recuerdo, son las expresiones faciales de las grabadas: la madre de Paula no aparece casi nunca sonriendo, sino más bien con una expresión neutra, plana, mientras que Joy aparece la mayoría de las veces sonriendo o directamente riendo. Ambas relaciones, en cambio, terminan sin que sepamos por qué. O sabemos por qué (porque tanto su padre y su madre como ella y Joy se dejan de querer), pero se oculta o se evita decir cómo se dejaron de querer. Y no se dice porque no es importante, porque no lo dicen las imágenes. Las imágenes dicen, en todo caso, lo contrario: que se quisieron, que en esos vídeos que Paula graba ellas dos se querían, como también lo hacían su padre y su madre.
También en Sobre la fotografía Sontag dice que «…cuando sentimos nostalgia, hacemos fotos». Esta es una época nostálgica, y las fotografías promueven la nostalgia activamente. La fotografía es un arte elegíaco, un arte crepuscular. Casi todo lo que se fotografía, por ese mero hecho, está impregnado de patetismo. Algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado. Algo bello puede ser objeto de sentimientos tristes porque ha envejecido o decaído o ya no existe». Me decía hace poco alguien a quien todavía no puedo etiquetar que la nostalgia es buena cuando no es falaz, cíclica ni obsesiva, y yo creo que tiene razón. Cuando una gran parte de la literatura y el cine que tratan el pasado o su pérdida lo hacen desde el sentimentalismo y el melodrama, se agradece profundamente que algunas lo hagan desde otro prisma, y por eso me gusta que Paula trate su nostalgia con la sobriedad y serenidad que esta merece. Quien vea Te separas mucho como un grito ahogado por la imposibilidad de recuperar lo inexistente es que no ha entendido nada. En la línea de León Siminiani u otras voces que atacan la nostalgia desde el testimonio y no desde lo inasible, Te separas mucho sólo ofrece espacio a la crónica, a la sucesión de hechos: esto empezó, pasó y se acabó, aquí lo tenéis.
Tal vez sea necesario enfrentarse así, como lo hace Paula, a las imágenes que grabamos tan inconscientemente durante el transcurso de nuestros días: desde el autoconocimiento de su engaño. La vida que vivimos ya no existe por mucho que la tengamos en el móvil, en una tarjeta SD, en un disco duro o en la pantalla de un cine, y quienes nos hablan desde esos vídeos no son quienes son ahora y ya no sienten lo que en ellos sentían. Y tal vez eso esté bien y también lo esté que esos vídeos existan y podamos verlos una, cien, dos mil veces, pues no puede tener sentido lo que hay sin la comprensión de lo que hubo. La exnovia de Paula se llama Joy, que en francés se pronuncia igual que «joie» y que significa en español «alegría», y yo pienso en la primera frase del libro de Manuel Vilas que lleva por título esa palabra: «Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría».
*
Te separas mucho (2024), de Paula Veleiro, participó en la sección Òrbites de la 40ª edición de CinemaJove, celebrada del 19 al 28 de junio de 2025 en València. El póster de la película, que ganó en este festival el premio a Mejor Cartel e ilustra esta reseña, es obra del estudio Tiquismiquis.club (Málaga).