Mariana Enriquez nos explica cómo desaparecer completamente

Hay una paradoja extraña entre ese aparente pudor cristiano y el interés morboso por la violencia

Martes, siete de la tarde del 22 de septiembre: hace menos de un día que llegó el otoño y en Valencia ya se puede ir por la calle sin que parezca que acabas de salir del gimnasio sin ducharte. Hace un poco de frío, las sillas de plástico con el nombre de la marca visible en la parte de atrás, «SANCHO» («¿Y dónde se sienta el Quijote?», bromeaba Amin), no son especialmente el mayor lujo ergonómico y su respaldo curvo obliga a nuestras tote bags a amontonarse en el suelo (y, para más inri, yo llego medio resfriado de Madrid tras la hora y pico de cola a las diez de la noche que hice dos días antes para conseguir una firma de Michel Houellebecq, gajes del cultureta empedernido), y en el claustro del Centre Cultural La Nau, antigua sede de la Universitat de València, se reúnen los fanáticos (pero sobre todo las fanáticas) de la escritora de terror por excelencia. Si la generación que ahora surfea los cincuenta se caracteriza por tener en cada estantería de cada casa el primero, o varios, o todos los ejemplares de la saga Millenium (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, etc.), la que ahora se ubica entre los dos extremos de los veinte lo hará por cumplir el mismo paralelismo con un ejemplar de, al menos, Nuestra parte de noche. Treinta y seis ediciones lleva, si no más. Pero no es de esa novela de la que Mariana Enriquez ha venido a hablar, a Valencia y también a otras ciudades, entre ellas Madrid, San Sebastián, Bilbao y Barcelona, sino de otra publicada quince años antes y reeditada ahora por Anagrama: Cómo desaparecer completamente.

Desde una esquina aparece una figura pequeña, en un vestido de leopardo: Mariana Enriquez (escrito así, «Enriquez», sin tilde) llega puntual, se sube a una pequeña tarima sobre la que hay dos sillas, saluda tímidamente al público que le aplaude, y se sienta. Hay algo cómico en esa escena, porque tras ella, al fondo del claustro, hay cuatro figuras, cuatro gegants que parecen enormes guardaespaldas protegiendo su seguridad. A Mariana Enriquez la acompaña Cristina García Pascual, catedrática de Filosofía del Derecho y responsable del Aula de Narratives de la UV, que da comienzo a la charla agradeciendo la presencia de Enriquez y también del público: «Presentar a Mariana Enriquez y su obra es absurdo, pues todo el mundo aquí las conoce», comienza, y acto seguido añade: «Es autora de varias novelas: Bajar es lo peor; esta, ahora reeditada, Cómo desaparecer completamente; la famosa Nuestra parte de la noche (sic); y los libros de relatos Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego y Un lugar soleado para gente sombría». Cómo desaparecer completamente se publicó en 2004 en Argentina, bajo el sello Emecé Editores, diez años después de Bajar es lo peor, y ahora es Anagrama, casa editorial de Enriquez desde 2016, quien la reedita. García Pascual la describe como la «antesala del terror» propiamente dicho de Enriquez, y esta habla de «realismo sucio», que es de lo que se nutre, o lo que muestra, toda su obra. «¿Por qué tardas diez años en escribir otra?», le pregunta García Pascual. «Diez años tardo en publicar otra», responde Enriquez, y nos habla de otra novela, inexistente, que descartó por ser muy mala, y que fue la que le dio pie a escribir Cómo desaparecer completamente.

La pregunta que querría hacerle a Enriquez la responde ella en menos de diez minutos de conversación: «No cambié nada», en referencia a cómo se enfrentó a la corrección, veinte años después, de la novela. «No suelo cambiar nada de lo que escribo en mis libros, en esta solamente corregimos errores ortográficos». La siguiente es directa: «¿Querías darle una dimensión política a la novela?», y la respuesta de Enriquez, todavía más: «Es difícil hablar de Argentina sin hablar de política». Y entonces arranca y nos habla de una industrialización que nunca sucedió, de los barrios argentinos que se formaron con los primeros inmigrantes de la guerra civil española, de cómo estos crecen y se convierten en urbes con las dos clases sociales separadas para no juntarse, de la dependencia nacional y en apenas cinco minutos ha hecho una crónica de su país desde la dictadura hasta Milei (para Enriquez, Milei es el resultado de una sociedad que, tras haber sufrido muchos desquicies, experimenta con  uno todavía mayor), pasando por la crisis económica del 98, la falsa prosperidad del 2001 y la más actual crisis que se vive desde 2018, información interesantísima que, desgraciadamente, la moderadora no recoge. Su guion es muy cerrado, de lo que hay que hablar es del libro, y su siguiente pregunta, aunque más bien es un comentario, es un tanto desacertada: «Eres la primera en representar este Buenos Aires, esta Argentina», a lo que Enriquez responde que «hay dos vertientes de la literatura argentina: la que se lee fuera de Argentina y la que se lee dentro».

Poco a poco la conversación se vuelve más distendida, aunque no menos incómoda. Se habla de «realismo terrible» (¿hay otro?) y Enriquez dice que el humor y el terror alivian. Tras un par más de preguntas lugarcomún con respuestas sin demasiada chicha, García Pascual comenta que «a los jóvenes les da asco la basura, los eczemas, lo roto, los viejos…» (todo el mundo sabe que los adultos adoran la basura y los eczemas), y que al protagonista de Cómo desaparecer completamente, Matías, de dieciséis años, le pasa lo mismo. Enriquez le da la razón: Matías está incómodo en su propio cuerpo, pero esto no sólo pasa a esas edades. La sociedad, según Enriquez, no está preparada para resolver cuerpos anómalos: «Cuerpos que pueden ser los nuestros en cualquier momento». La autora se dirige entonces a los jóvenes y elogia esa frase que, dice, le gusta que esté tan extendida: «Del cuerpo no se habla». «Ser delgado en Argentina es casi una clase social», comenta, e introduce entonces lo que, a mi parecer, es lo más interesante de toda la charla: «Hay un tema con las palabras», dice Enriquez: «un exceso de escenarios y al mismo tiempo un pudor desmesurado». A colación de esto recuerda el personaje de Omaira, de Nuestra parte de noche, una niña colombiana que quedó atrapada en el agua, sin que nadie pudiese salvarla, y cuyo sufrimiento es grabado y exhibido sin parar por todas las televisiones del país. Enriquez recuerda el caso real en el que se basó para escribirlo: un niño, en Argentina, que cayó a un pozo, y que finalmente murió sin que pudiese ser rescatado, y que, como en su ficción, también tuvo una cobertura mediática continua (caso que recuerda, aquí, al famoso caso del niño Julen, que sufrió el mismo desenlace, y cuyas imágenes en directo, tertulias, análisis e hipótesis no dejamos de ver y escuchar en ningún canal). Le sorprende cuando le preguntan «¿cómo puedes llevar esto [X tema] tan lejos?»: «Todo el mundo sabe lo que significa “hacerse petisuís”, que es suicidarse, ¿por qué hay que decir “hacerse petisuís”? Y cuando ya no sirva “hacerse petisuís” habrá que decir otra cosa, y cuando esa cosa ya no sirva habrá que decir otra. Hay una comunicación imposible, es el reemplazo permanente de la palabra». Como le ocurre también a Moshfegh, parece que lo sórdido y lo macabro no tienen cabida, que el recato y la vergüenza deben estar también en la literatura, pero ninguna de las novelas de Enriquez podría existir bajo esta idea incorrecta sacada de un prejuicio ancestral de corrección social. No hay un solo artículo en el que no la mencione, pero Annie Ernaux ganó el Nobel por poner en palabras (salvando las distancias) aquello que hasta entonces no las tenía: lo vergonzoso, lo humillante a ojos del resto, lo que no puede salir de la mente de lo que uno imagina o recuerda y que, por tanto, debe ser silencioso e invisible. Hay algo ahí, una paradoja extraña entre ese aparente pudor cristiano que todavía impera y el éxito sin precedentes de los pódcast de true crime y los titulares sensacionalistas que buscan despertar el interés morboso por conocer hasta el último detalle de la violencia más siniestra (pienso, por poner dos ejemplos muy recientes, en las noticias en bucle, con vídeos incluidos y retuiteados hasta la saciedad, del asesinato de Charlie Kirk y la ucraniana Iryna Zarutska).

Hablando sobre su campo, el terror, también tiene Enriquez palabras para el cine de terror actual: «¿Se dieron cuenta de que los malos, los monstruos, siempre son viejas?», bromeaba: «En Weapons, la última que ha salido; Longlegs, que es Nicolas Cage, pero está muy feminizado; La Sustancia, nada que explicar; y la trilogía de X, [Pearl], y MaXXXine: que resulta que ella es mala porque es vieja. Qué cosas». Para Enriquez, el predador en la sombra del cine clásico ya no da miedo, son necesarias nuevas fórmulas que, parece, han quedado relegadas a la misoginia más desvergonzada.

Tras una hora de charla, la moderadora da paso a las preguntas del público, que en principio iban a ser tres y acaban siendo seis o siete. Recupero la que más me interesa, por lo obvia y por lo tarde que apareció: «Tu novela tiene una referencia musical clarísima en el título, ¿cómo es tu relación con la música siendo escritora?». Enriquez responde que escribe con música, que crea una banda sonora para cada personaje y que es desde ahí desde donde construye el mundo. Escucho esto y pienso en que me encantaría pedirle la playlist de Juan o de Gaspar de Nuestra parte de noche, o la de algún cuento de Los peligros de fumar en la cama (salió el mismo año, así que es imposible, pero la imagino escuchando Venice Bitch o The greatest al escribir esa última secuencia de Nuestra parte). El resto de preguntas son un poco sin más, tampoco el público está especialmente inspirado esta tarde, el otoño ha llegado pero el cansancio de un verano interminable sigue pesando. De la última rescato únicamente su introducción, que levanta una carcajada general: «Hola, Mariana. Cuando pienso en ti, como escritora, quiero decir». La pregunta no la recuerdo, pero el alivio cómico era necesario: gracias, anónima o anónimo preguntador.

Y tras esa carcajada el protocolario «Muchas gracias, Mariana, por venir, y gracias a La Nau y a la librería Ramon Llull por organizarlo», y entonces nos levantamos y en tromba formamos una fila y Mariana se sienta en otra silla y empieza a firmar. Y en esa cola nos damos cuenta de que hace más frío que antes, de que en algún momento el sol se ha ido y se han encendido las luces. Y casi nos quedamos sin firma, porque justo cuando nos toca a nosotros alguien aparece y nos dice: «Van a cerrar ya, lo tenemos que dejar aquí», pero nosotros, coleccionistas incansables de firmas de futuros clásicos de la literatura, nos quedamos de pie, sin movernos, y Mariana Enriquez nos recibe, sonriente, con un «¡Hola!», y mientras le decimos que nos han cerrado el chiringuito, ella abre uno de nuestros libros y dice: «Pero si no se está yendo nadie», y estampa su firma en todos los libros: «Mariana Enriquez, Valencia, 2025». Y salimos de allí, victoriosos, y en la calle hace todavía más frío que dentro, mañana saco sin falta la chaqueta del armario porque ya me noto la nariz congestionada, y con el libro recién firmado en la mano hablamos de qué haremos mañana, un café por la tarde, si queréis, hacen El extranjero de Visconti en la Filmoteca, ¿vamos? Sí, yo quiero verla, yo también, y el viernes hacen , yo esa no me la pierdo. 

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Hay una paradoja extraña entre ese aparente pudor cristiano y el interés morboso por la violencia

Martes, siete de la tarde del 22 de septiembre: hace menos de un día que llegó el otoño y en Valencia ya se puede ir por la calle sin que parezca que acabas de salir del gimnasio sin ducharte. Hace un poco de frío, las sillas de plástico con el nombre de la marca visible en la parte de atrás, «SANCHO» («¿Y dónde se sienta el Quijote?», bromeaba Amin), no son especialmente el mayor lujo ergonómico y su respaldo curvo obliga a nuestras tote bags a amontonarse en el suelo (y, para más inri, yo llego medio resfriado de Madrid tras la hora y pico de cola a las diez de la noche que hice dos días antes para conseguir una firma de Michel Houellebecq, gajes del cultureta empedernido), y en el claustro del Centre Cultural La Nau, antigua sede de la Universitat de València, se reúnen los fanáticos (pero sobre todo las fanáticas) de la escritora de terror por excelencia. Si la generación que ahora surfea los cincuenta se caracteriza por tener en cada estantería de cada casa el primero, o varios, o todos los ejemplares de la saga Millenium (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, etc.), la que ahora se ubica entre los dos extremos de los veinte lo hará por cumplir el mismo paralelismo con un ejemplar de, al menos, Nuestra parte de noche. Treinta y seis ediciones lleva, si no más. Pero no es de esa novela de la que Mariana Enriquez ha venido a hablar, a Valencia y también a otras ciudades, entre ellas Madrid, San Sebastián, Bilbao y Barcelona, sino de otra publicada quince años antes y reeditada ahora por Anagrama: Cómo desaparecer completamente.

Desde una esquina aparece una figura pequeña, en un vestido de leopardo: Mariana Enriquez (escrito así, «Enriquez», sin tilde) llega puntual, se sube a una pequeña tarima sobre la que hay dos sillas, saluda tímidamente al público que le aplaude, y se sienta. Hay algo cómico en esa escena, porque tras ella, al fondo del claustro, hay cuatro figuras, cuatro gegants que parecen enormes guardaespaldas protegiendo su seguridad. A Mariana Enriquez la acompaña Cristina García Pascual, catedrática de Filosofía del Derecho y responsable del Aula de Narratives de la UV, que da comienzo a la charla agradeciendo la presencia de Enriquez y también del público: «Presentar a Mariana Enriquez y su obra es absurdo, pues todo el mundo aquí las conoce», comienza, y acto seguido añade: «Es autora de varias novelas: Bajar es lo peor; esta, ahora reeditada, Cómo desaparecer completamente; la famosa Nuestra parte de la noche (sic); y los libros de relatos Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego y Un lugar soleado para gente sombría». Cómo desaparecer completamente se publicó en 2004 en Argentina, bajo el sello Emecé Editores, diez años después de Bajar es lo peor, y ahora es Anagrama, casa editorial de Enriquez desde 2016, quien la reedita. García Pascual la describe como la «antesala del terror» propiamente dicho de Enriquez, y esta habla de «realismo sucio», que es de lo que se nutre, o lo que muestra, toda su obra. «¿Por qué tardas diez años en escribir otra?», le pregunta García Pascual. «Diez años tardo en publicar otra», responde Enriquez, y nos habla de otra novela, inexistente, que descartó por ser muy mala, y que fue la que le dio pie a escribir Cómo desaparecer completamente.

La pregunta que querría hacerle a Enriquez la responde ella en menos de diez minutos de conversación: «No cambié nada», en referencia a cómo se enfrentó a la corrección, veinte años después, de la novela. «No suelo cambiar nada de lo que escribo en mis libros, en esta solamente corregimos errores ortográficos». La siguiente es directa: «¿Querías darle una dimensión política a la novela?», y la respuesta de Enriquez, todavía más: «Es difícil hablar de Argentina sin hablar de política». Y entonces arranca y nos habla de una industrialización que nunca sucedió, de los barrios argentinos que se formaron con los primeros inmigrantes de la guerra civil española, de cómo estos crecen y se convierten en urbes con las dos clases sociales separadas para no juntarse, de la dependencia nacional y en apenas cinco minutos ha hecho una crónica de su país desde la dictadura hasta Milei (para Enriquez, Milei es el resultado de una sociedad que, tras haber sufrido muchos desquicies, experimenta con  uno todavía mayor), pasando por la crisis económica del 98, la falsa prosperidad del 2001 y la más actual crisis que se vive desde 2018, información interesantísima que, desgraciadamente, la moderadora no recoge. Su guion es muy cerrado, de lo que hay que hablar es del libro, y su siguiente pregunta, aunque más bien es un comentario, es un tanto desacertada: «Eres la primera en representar este Buenos Aires, esta Argentina», a lo que Enriquez responde que «hay dos vertientes de la literatura argentina: la que se lee fuera de Argentina y la que se lee dentro».

Poco a poco la conversación se vuelve más distendida, aunque no menos incómoda. Se habla de «realismo terrible» (¿hay otro?) y Enriquez dice que el humor y el terror alivian. Tras un par más de preguntas lugarcomún con respuestas sin demasiada chicha, García Pascual comenta que «a los jóvenes les da asco la basura, los eczemas, lo roto, los viejos…» (todo el mundo sabe que los adultos adoran la basura y los eczemas), y que al protagonista de Cómo desaparecer completamente, Matías, de dieciséis años, le pasa lo mismo. Enriquez le da la razón: Matías está incómodo en su propio cuerpo, pero esto no sólo pasa a esas edades. La sociedad, según Enriquez, no está preparada para resolver cuerpos anómalos: «Cuerpos que pueden ser los nuestros en cualquier momento». La autora se dirige entonces a los jóvenes y elogia esa frase que, dice, le gusta que esté tan extendida: «Del cuerpo no se habla». «Ser delgado en Argentina es casi una clase social», comenta, e introduce entonces lo que, a mi parecer, es lo más interesante de toda la charla: «Hay un tema con las palabras», dice Enriquez: «un exceso de escenarios y al mismo tiempo un pudor desmesurado». A colación de esto recuerda el personaje de Omaira, de Nuestra parte de noche, una niña colombiana que quedó atrapada en el agua, sin que nadie pudiese salvarla, y cuyo sufrimiento es grabado y exhibido sin parar por todas las televisiones del país. Enriquez recuerda el caso real en el que se basó para escribirlo: un niño, en Argentina, que cayó a un pozo, y que finalmente murió sin que pudiese ser rescatado, y que, como en su ficción, también tuvo una cobertura mediática continua (caso que recuerda, aquí, al famoso caso del niño Julen, que sufrió el mismo desenlace, y cuyas imágenes en directo, tertulias, análisis e hipótesis no dejamos de ver y escuchar en ningún canal). Le sorprende cuando le preguntan «¿cómo puedes llevar esto [X tema] tan lejos?»: «Todo el mundo sabe lo que significa “hacerse petisuís”, que es suicidarse, ¿por qué hay que decir “hacerse petisuís”? Y cuando ya no sirva “hacerse petisuís” habrá que decir otra cosa, y cuando esa cosa ya no sirva habrá que decir otra. Hay una comunicación imposible, es el reemplazo permanente de la palabra». Como le ocurre también a Moshfegh, parece que lo sórdido y lo macabro no tienen cabida, que el recato y la vergüenza deben estar también en la literatura, pero ninguna de las novelas de Enriquez podría existir bajo esta idea incorrecta sacada de un prejuicio ancestral de corrección social. No hay un solo artículo en el que no la mencione, pero Annie Ernaux ganó el Nobel por poner en palabras (salvando las distancias) aquello que hasta entonces no las tenía: lo vergonzoso, lo humillante a ojos del resto, lo que no puede salir de la mente de lo que uno imagina o recuerda y que, por tanto, debe ser silencioso e invisible. Hay algo ahí, una paradoja extraña entre ese aparente pudor cristiano que todavía impera y el éxito sin precedentes de los pódcast de true crime y los titulares sensacionalistas que buscan despertar el interés morboso por conocer hasta el último detalle de la violencia más siniestra (pienso, por poner dos ejemplos muy recientes, en las noticias en bucle, con vídeos incluidos y retuiteados hasta la saciedad, del asesinato de Charlie Kirk y la ucraniana Iryna Zarutska).

Hablando sobre su campo, el terror, también tiene Enriquez palabras para el cine de terror actual: «¿Se dieron cuenta de que los malos, los monstruos, siempre son viejas?», bromeaba: «En Weapons, la última que ha salido; Longlegs, que es Nicolas Cage, pero está muy feminizado; La Sustancia, nada que explicar; y la trilogía de X, [Pearl], y MaXXXine: que resulta que ella es mala porque es vieja. Qué cosas». Para Enriquez, el predador en la sombra del cine clásico ya no da miedo, son necesarias nuevas fórmulas que, parece, han quedado relegadas a la misoginia más desvergonzada.

Tras una hora de charla, la moderadora da paso a las preguntas del público, que en principio iban a ser tres y acaban siendo seis o siete. Recupero la que más me interesa, por lo obvia y por lo tarde que apareció: «Tu novela tiene una referencia musical clarísima en el título, ¿cómo es tu relación con la música siendo escritora?». Enriquez responde que escribe con música, que crea una banda sonora para cada personaje y que es desde ahí desde donde construye el mundo. Escucho esto y pienso en que me encantaría pedirle la playlist de Juan o de Gaspar de Nuestra parte de noche, o la de algún cuento de Los peligros de fumar en la cama (salió el mismo año, así que es imposible, pero la imagino escuchando Venice Bitch o The greatest al escribir esa última secuencia de Nuestra parte). El resto de preguntas son un poco sin más, tampoco el público está especialmente inspirado esta tarde, el otoño ha llegado pero el cansancio de un verano interminable sigue pesando. De la última rescato únicamente su introducción, que levanta una carcajada general: «Hola, Mariana. Cuando pienso en ti, como escritora, quiero decir». La pregunta no la recuerdo, pero el alivio cómico era necesario: gracias, anónima o anónimo preguntador.

Y tras esa carcajada el protocolario «Muchas gracias, Mariana, por venir, y gracias a La Nau y a la librería Ramon Llull por organizarlo», y entonces nos levantamos y en tromba formamos una fila y Mariana se sienta en otra silla y empieza a firmar. Y en esa cola nos damos cuenta de que hace más frío que antes, de que en algún momento el sol se ha ido y se han encendido las luces. Y casi nos quedamos sin firma, porque justo cuando nos toca a nosotros alguien aparece y nos dice: «Van a cerrar ya, lo tenemos que dejar aquí», pero nosotros, coleccionistas incansables de firmas de futuros clásicos de la literatura, nos quedamos de pie, sin movernos, y Mariana Enriquez nos recibe, sonriente, con un «¡Hola!», y mientras le decimos que nos han cerrado el chiringuito, ella abre uno de nuestros libros y dice: «Pero si no se está yendo nadie», y estampa su firma en todos los libros: «Mariana Enriquez, Valencia, 2025». Y salimos de allí, victoriosos, y en la calle hace todavía más frío que dentro, mañana saco sin falta la chaqueta del armario porque ya me noto la nariz congestionada, y con el libro recién firmado en la mano hablamos de qué haremos mañana, un café por la tarde, si queréis, hacen El extranjero de Visconti en la Filmoteca, ¿vamos? Sí, yo quiero verla, yo también, y el viernes hacen , yo esa no me la pierdo. 

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