Las cabras, Pilar Asuero (Altamarea, 2025)

Por
Jorge Burón
11/11/2025

Son muchos los párrafos, muchos, muchos, los que se pueden enmarcar de la novela más que por deslumbrantes por sensibles

El chileno tiene una frase para la emotividad, tan natural, tan lejana de lo cursi, tierna y ligera, que yo no conozco en otro español. Me resulta que no es un efecto del léxico, tampoco exactamente de la sintaxis. Es la entonación.

Parece tonto, la entonación no puede escribirse, pero ahí está. Su tan inconfundible soniquete (quizá el soniquete más inconfundible por sus fronteras naturales y demás) entona la frase con tanta facilidad hacia la emoción fresca, aireada, no empalagosa, no azucarada.

Bolaño decía que al chileno le cuesta mucho llegar al horror, tarda mucho en llegar, decía como problema técnico para escribir Nocturno de Chile, en contra del mexicano o el castellano, que van directos en tres palabras, decía.

Creo que es cierto, en esa curva está el matiz del chileno, menos explícito, menos brutal, más sensible. Por contra el mexicano o el castellano para la emoción es melodramático, lacrimógeno o por el otro lado cínico, patético.

La mayor virtud para mí de esta novela es es el gran uso de su frase y de su lengua, tan dotada para la emoción tierna y aireada, como con ese fresquisimo aire andino que yo me imagino, que descubro en este texto que para nada es el irrespirable aire de Santiago, pero que yo como ignorante extranjero asocio a todo lo chileno, aire muy frío de alta montaña que permite ver y respirar con claridad y calma, con emoción atemperada y un puntito justo de acidez irónica al fondo del paladar.

Son muchos los párrafos, muchos, muchos, los que se pueden enmarcar de Las cabras más que por deslumbrantes por sensibles, y sirven de foto de una voz y un idioma, una captación de lo emotivo tan particular, certeza y aireada. Este creo que es mi favorito por su limpieza, sencillez, naturalidad. Me lo podría haber saltado si me coge en un momento de la lectura menos concentrado. No llama la atención sobre sí mismo, no se anuncia, ahí está, un regalito para el lector atento, para el lector con suerte:

El párrafo es:

“El nono siempre le decía a la nona que si no lo pasaba bien cuando él ya no estuviera, la iba a venir a tirar de las patas por la noche. Me parece una de las declaraciones de amor más bonitas que he escuchado. El estaba seguro de que se iba a morir antes que ella. Era mayor, más achacoso. Mi abuela no estaba tan segura, pero una parte de ella sabía que él se tenía que ir primero. Porque sin la nona, el nono no existía”. (p. 63)

De la extranjería ignorante de España respecto de Latinoamérica y de la tradición chilena como la más nutrida del español hoy en día querría añadir algún comentario.

***

Entiendo que hablar desde España y un español (yo) de literatura Latinoamérica, o hispana en general, como si estuviera España por un lado y toda América Latina por el otro, como si fueran dos entidades de equivalente tamaño y relevancia, es un gesto colonial.

Entiendo que es torpe y seguramente imposible trabajar desde aquí más de veinte tradiciones nacionales, con sus particularidades internas, sistemas editoriales, tensiones y corrientes. Que, mal que nos pese, Aira tenía razón y las literaturas son finalmente literaturas nacionales.

Pero me resisto. Puedo leer mi idioma en más de veinte lenguas, es una frase que solo podemos decir nosotros. Las lenguas son el chileno, el mexicano, el ecuatoriano, el castellano o el guatemalteco. Al idioma tengo más dudas de cómo llamarle, supongo que español. La literatura yo propongo literatura hispana. No me parecería inteligente desatender esta particularidad literaria tan rica ciñiendonos a literaturas nacionales o extranjeras. 

Si escribo desde España hablando de la literatura hispana en general, e intento abarcar también lo latinoamericano que aquí nos llega junto con lo español, aunque sea de forma desequilibrada, por favor, interprétese como un gesto provinciano más que colonial. 

Asumamos de una vez que España hoy en día es una literatura menor. Pequeña en tamaño, poco relevante por su calidad, originalidad y difusión. Y que si se acerca a sus compañeros de lengua de América es desde la humildad del que quiere aprender de tradiciones mayores, más ricas, en una etapa de su creación literaria de máximo esplendor y radicalidad desde ya va hacer un siglo.

Si España se reconociera tan pequeña como la literatura Polaca o Irlandesa, a lo mejor aprendería alguna de las mejores virtudes de esas lenguas. Si recordáramos las ventajas que Deleuze otorgó a la literatura menor podríamos empezar a trabajar en serio. Pero basta de hablar de España, siempre tan hidalga y tan caballero andante, hasta en sus pampurrias y miserias dándose importancia y gloria, aunque sea gloria de la derrota.

Los motivos por los que, aún así, escritores latinoamericanos saben que publicar en España es casi una condición de necesidad para su difusión, no solo en el extranjero lingüístico, sino también entre países de su propio continente hispano, es una injusticia (esta sí que sí) de colonialismo de mercado, cuyas razones más concretas desconozco, y que sé que está cambiando demasiado despacio pero en todo caso no cambia en un ápice lo dicho anteriormente acerca de la inferioridad de España en términos de interés y calidad literaria.

***

Si España es hoy apenas una pequeña provincia del idioma, Chile es una de sus grandes capitales, si no la principal.

No solo sus primeras voces, Alejandro Zambra, Nona Fernández, Alberto Fuguet, Alejandra Costamanga o Benjamín Labatut, tan variadas y poderosas, sus instituciones en vida, Raúl Zurita o  Diego Maqueira, y sus tótems muertos, todavía los poetas más importantes del español, Mistral, Huidobro, Neruda, y los más importantes aún para la poesía contemporánea, aunque quizá no tan difundidos fuera, Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Enrique Lihn, y por supuestísimo el meteorito universal del que ya he hablado demasiadas veces Roberto Bolaño, pero sin el que seguramente sería muy difícil entender todo lo que ha pasado y está pasando en esa región del español, aunque quizá él también fue síntoma de lo que esa tierra y esa lengua tiene hace ya va a hacer un siglo, Bolaño quien cogió el mito nacional de la poesía de una mano y a la novela degenerada del siglo XXI (que prácticamente inventó él) de la otra y agitó la literatura chilena, hispana y mundial, y las olas del maremoto no paran de llegar y crecer en tamaño y belleza. Son ahora sus segundas voces, las más nuevas y jóvenes, Asuero, Ponce, Flores, el sotobosque frondoso y fresco, las que demuestran que la fertilidad del chileno y el legado de todos estos va para largo.

Es muy sorprendente el nivel en general de lo que llega escrito de Latinoamérica, comparado con la torpeza general (no total) de lo que se escribe en España. Quizá sea el cribado de la extranjería y tener que romper la frontera, quizá hace cien años la tradición latinoamericana es la que hace del español una lengua literaria relevante a nivel mundial, con vanguardia, clásicos y una nutrida clase media. De nuevo, me acojo a la modestia de ser una región de tercera del español desde la que no podemos tener perspectiva para entender por qué, pero lo que llega de allí es bueno, muy bueno, siempre.

México y el cono sur, para ser honestos, son los clásicos del español desde hace cien años. Mistral, Borges y Rulfo, y luego todo lo que viene luego.

Quizá todo esto es un poco grandilocuente y burdo, quizá no tenga sentido hablar tan en general. Yo creo que sí. Creo que dibujar, trazar un mapa, ordenar de lejos el asunto ayuda a comprender. Y ya luego, cuando profundizas, comprender de verdad que no habías comprendido nada. Pero sin el mapa inicial no habrías podido siquiera empezar, siquiera entrar.

Con este mapa, torpe pero orientativo, es más fácil entender por qué Las cabras está tan bien hecha, y por qué su autora es otro ejemplo bien enmarcado, conocedora y hábil con su tan rica tradición.

***

La novela Las cabras comienza con una chica, La Cami, hablando con las amigas, con las cabras, La Cata, la Majo y la Sofi, por videollamada. La Sofi se ha quedado embarazada (sin querer). La Cami es chilena pero ahora vive en Madrid porque quiere ser escritora. ¿Cuándo es pronto para algo, por ejemplo ser madre? ¿Cuándo es tarde para algo, por ejemplo escribir? La Cami hace una lista de escritoras que empezaron a publicar “tarde”, de la Gaite con 31, a Doerr, con 73. La novela se desenvuelve con soltura, pasa de un tema a otro con comodidad. Cuando lo siente, corta, y a lo siguiente.

A partir de esa escena en que se suceden pequeñas estampas acerca de la madre de la protagonista, salir de fiesta en Santiago de Chile, la extranjería del lenguaje cotidiano entre los diferentes españoles, encontrar piso en Madrid, ligar fuera de casa y contarlo por WhatsApp con las cabras (no soy fan de la emulación visual de elementos tecnológicos, no creo que esto vaya a envejecer bien, pero ya lo he comentado otras veces y sé que estos son prejuicios míos), el fallecimiento de un abuelo, etc. todo le resulta natural y fácil a esa frase sensible que no resulta engolada ni se basa en la simplista norma de de taller literario de cortar, cortar, cortar, fanáticos del credo Raymond Carver sin nada de la mística minimalista y precisa de Carver.

La frase de esta novela sabe alargarse y detenerse y explicar y divagar y avanzar rápido si hace falta.

Pero a partir de un punto empieza a confundir con demasiada frecuencia espacios y tiempos. Se llega a sentir que la confusión es casi del texto, que ya no sabe dónde está, que está confundiendo líneas narrativas y temporales sin ton ni son.

En el último capítulo de la primera parte todo queda claro. No era ninguna confusión. Una onírica cena navideña en el extranjero de Cata (Madrid) simboliza el sentido de la confusión espacio-temporal-emocional que significa “estar lejos”, “estar fuera”.

La segunda parte del libro es incluso mejor. Empieza con la antológica frase que justificaría todo un libro: “¿Sabes que yo maté a Mario Vargas Llosa?” y acaba con un precioso y ecléctico poema cuyos últimos versos son “Las nubes son negras / No hay rastro del blanco grotesco / Ni de ningún dios / Estamos solos / Subimos el ritmo, la cadenita da / botes sobre mi pecho desnudo y / me araña con su aureola”.

La tercera quizá se alarga de más, y sí comete el pecado más claro del libro, querer explicar psicológicamente en exceso cada personaje con una mirada exterior que pretende resultar natural pero que por momentos se ve forzada, nadie es tan preciso ni explicativo con lo que conoce y da por hecho. ¿Y qué? La frase de emocionalidad chilena lo lleva todo a buen puerto, lo hace tierno, este es un libro tierno (en absoluto ingenuo) como los pequeños dibujitos tipo sellos de Hello Kitty que decoran la primera y última página de la novela.

Las primeras novelas están para sacar y probar, con rigor y pasión, llevar la propuesta hasta las últimas consecuencias. Como la semana pasada (otro chileno debutante), esta primera novela prueba que puede hacerlo muy bien y triunfa con su propia personalidad clara y marcada, con una intención definida que alcanza un grado de ejecución muy muy alto. Y por suerte, gracias a una editorial literaria de verdad y respetuosa con los autores y lectores, esas fallas de la personalidad aparecen y se dejan ver, igual que decíamos la semana pasada, mucho mejor que los textos perfectamente producidos y sin alma.

***

Por último, otro agradecimiento para la parte editorial. Altamarea es de las pocas editoriales que todavía llenan las páginas de palabras.

Igual que empezó a ocurrir hace tiempo con las bolsas de patatas fritas, más aire que patata frita, hoy es casi generalizado encontrar los libros con apenas unas pocas decenas de palabras por página, como abandonadas, desamparadas, perdidas entre márgenes inmensos, tamaños de letra incluso ordinarios e interlineados absurdos que hacen sentir cada letra como suelta y confundida. Aquí no.

En absoluto resulta abigarrado, sencillamente la cantidad de texto que cabe en la página, airear está bien en el estilo literario, no en el interlineado, perfecto. Gracias.

sustrato funciona gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos. Por eso somos de verdad independientes.

Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Libros
Las cabras, Pilar Asuero (Altamarea, 2025)
Son muchos los párrafos, muchos, muchos, los que se pueden enmarcar de la novela más que por deslumbrantes por sensibles
Por
Jorge Burón
11/11/2025

El chileno tiene una frase para la emotividad, tan natural, tan lejana de lo cursi, tierna y ligera, que yo no conozco en otro español. Me resulta que no es un efecto del léxico, tampoco exactamente de la sintaxis. Es la entonación.

Parece tonto, la entonación no puede escribirse, pero ahí está. Su tan inconfundible soniquete (quizá el soniquete más inconfundible por sus fronteras naturales y demás) entona la frase con tanta facilidad hacia la emoción fresca, aireada, no empalagosa, no azucarada.

Bolaño decía que al chileno le cuesta mucho llegar al horror, tarda mucho en llegar, decía como problema técnico para escribir Nocturno de Chile, en contra del mexicano o el castellano, que van directos en tres palabras, decía.

Creo que es cierto, en esa curva está el matiz del chileno, menos explícito, menos brutal, más sensible. Por contra el mexicano o el castellano para la emoción es melodramático, lacrimógeno o por el otro lado cínico, patético.

La mayor virtud para mí de esta novela es es el gran uso de su frase y de su lengua, tan dotada para la emoción tierna y aireada, como con ese fresquisimo aire andino que yo me imagino, que descubro en este texto que para nada es el irrespirable aire de Santiago, pero que yo como ignorante extranjero asocio a todo lo chileno, aire muy frío de alta montaña que permite ver y respirar con claridad y calma, con emoción atemperada y un puntito justo de acidez irónica al fondo del paladar.

Son muchos los párrafos, muchos, muchos, los que se pueden enmarcar de Las cabras más que por deslumbrantes por sensibles, y sirven de foto de una voz y un idioma, una captación de lo emotivo tan particular, certeza y aireada. Este creo que es mi favorito por su limpieza, sencillez, naturalidad. Me lo podría haber saltado si me coge en un momento de la lectura menos concentrado. No llama la atención sobre sí mismo, no se anuncia, ahí está, un regalito para el lector atento, para el lector con suerte:

El párrafo es:

“El nono siempre le decía a la nona que si no lo pasaba bien cuando él ya no estuviera, la iba a venir a tirar de las patas por la noche. Me parece una de las declaraciones de amor más bonitas que he escuchado. El estaba seguro de que se iba a morir antes que ella. Era mayor, más achacoso. Mi abuela no estaba tan segura, pero una parte de ella sabía que él se tenía que ir primero. Porque sin la nona, el nono no existía”. (p. 63)

De la extranjería ignorante de España respecto de Latinoamérica y de la tradición chilena como la más nutrida del español hoy en día querría añadir algún comentario.

***

Entiendo que hablar desde España y un español (yo) de literatura Latinoamérica, o hispana en general, como si estuviera España por un lado y toda América Latina por el otro, como si fueran dos entidades de equivalente tamaño y relevancia, es un gesto colonial.

Entiendo que es torpe y seguramente imposible trabajar desde aquí más de veinte tradiciones nacionales, con sus particularidades internas, sistemas editoriales, tensiones y corrientes. Que, mal que nos pese, Aira tenía razón y las literaturas son finalmente literaturas nacionales.

Pero me resisto. Puedo leer mi idioma en más de veinte lenguas, es una frase que solo podemos decir nosotros. Las lenguas son el chileno, el mexicano, el ecuatoriano, el castellano o el guatemalteco. Al idioma tengo más dudas de cómo llamarle, supongo que español. La literatura yo propongo literatura hispana. No me parecería inteligente desatender esta particularidad literaria tan rica ciñiendonos a literaturas nacionales o extranjeras. 

Si escribo desde España hablando de la literatura hispana en general, e intento abarcar también lo latinoamericano que aquí nos llega junto con lo español, aunque sea de forma desequilibrada, por favor, interprétese como un gesto provinciano más que colonial. 

Asumamos de una vez que España hoy en día es una literatura menor. Pequeña en tamaño, poco relevante por su calidad, originalidad y difusión. Y que si se acerca a sus compañeros de lengua de América es desde la humildad del que quiere aprender de tradiciones mayores, más ricas, en una etapa de su creación literaria de máximo esplendor y radicalidad desde ya va hacer un siglo.

Si España se reconociera tan pequeña como la literatura Polaca o Irlandesa, a lo mejor aprendería alguna de las mejores virtudes de esas lenguas. Si recordáramos las ventajas que Deleuze otorgó a la literatura menor podríamos empezar a trabajar en serio. Pero basta de hablar de España, siempre tan hidalga y tan caballero andante, hasta en sus pampurrias y miserias dándose importancia y gloria, aunque sea gloria de la derrota.

Los motivos por los que, aún así, escritores latinoamericanos saben que publicar en España es casi una condición de necesidad para su difusión, no solo en el extranjero lingüístico, sino también entre países de su propio continente hispano, es una injusticia (esta sí que sí) de colonialismo de mercado, cuyas razones más concretas desconozco, y que sé que está cambiando demasiado despacio pero en todo caso no cambia en un ápice lo dicho anteriormente acerca de la inferioridad de España en términos de interés y calidad literaria.

***

Si España es hoy apenas una pequeña provincia del idioma, Chile es una de sus grandes capitales, si no la principal.

No solo sus primeras voces, Alejandro Zambra, Nona Fernández, Alberto Fuguet, Alejandra Costamanga o Benjamín Labatut, tan variadas y poderosas, sus instituciones en vida, Raúl Zurita o  Diego Maqueira, y sus tótems muertos, todavía los poetas más importantes del español, Mistral, Huidobro, Neruda, y los más importantes aún para la poesía contemporánea, aunque quizá no tan difundidos fuera, Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Enrique Lihn, y por supuestísimo el meteorito universal del que ya he hablado demasiadas veces Roberto Bolaño, pero sin el que seguramente sería muy difícil entender todo lo que ha pasado y está pasando en esa región del español, aunque quizá él también fue síntoma de lo que esa tierra y esa lengua tiene hace ya va a hacer un siglo, Bolaño quien cogió el mito nacional de la poesía de una mano y a la novela degenerada del siglo XXI (que prácticamente inventó él) de la otra y agitó la literatura chilena, hispana y mundial, y las olas del maremoto no paran de llegar y crecer en tamaño y belleza. Son ahora sus segundas voces, las más nuevas y jóvenes, Asuero, Ponce, Flores, el sotobosque frondoso y fresco, las que demuestran que la fertilidad del chileno y el legado de todos estos va para largo.

Es muy sorprendente el nivel en general de lo que llega escrito de Latinoamérica, comparado con la torpeza general (no total) de lo que se escribe en España. Quizá sea el cribado de la extranjería y tener que romper la frontera, quizá hace cien años la tradición latinoamericana es la que hace del español una lengua literaria relevante a nivel mundial, con vanguardia, clásicos y una nutrida clase media. De nuevo, me acojo a la modestia de ser una región de tercera del español desde la que no podemos tener perspectiva para entender por qué, pero lo que llega de allí es bueno, muy bueno, siempre.

México y el cono sur, para ser honestos, son los clásicos del español desde hace cien años. Mistral, Borges y Rulfo, y luego todo lo que viene luego.

Quizá todo esto es un poco grandilocuente y burdo, quizá no tenga sentido hablar tan en general. Yo creo que sí. Creo que dibujar, trazar un mapa, ordenar de lejos el asunto ayuda a comprender. Y ya luego, cuando profundizas, comprender de verdad que no habías comprendido nada. Pero sin el mapa inicial no habrías podido siquiera empezar, siquiera entrar.

Con este mapa, torpe pero orientativo, es más fácil entender por qué Las cabras está tan bien hecha, y por qué su autora es otro ejemplo bien enmarcado, conocedora y hábil con su tan rica tradición.

***

La novela Las cabras comienza con una chica, La Cami, hablando con las amigas, con las cabras, La Cata, la Majo y la Sofi, por videollamada. La Sofi se ha quedado embarazada (sin querer). La Cami es chilena pero ahora vive en Madrid porque quiere ser escritora. ¿Cuándo es pronto para algo, por ejemplo ser madre? ¿Cuándo es tarde para algo, por ejemplo escribir? La Cami hace una lista de escritoras que empezaron a publicar “tarde”, de la Gaite con 31, a Doerr, con 73. La novela se desenvuelve con soltura, pasa de un tema a otro con comodidad. Cuando lo siente, corta, y a lo siguiente.

A partir de esa escena en que se suceden pequeñas estampas acerca de la madre de la protagonista, salir de fiesta en Santiago de Chile, la extranjería del lenguaje cotidiano entre los diferentes españoles, encontrar piso en Madrid, ligar fuera de casa y contarlo por WhatsApp con las cabras (no soy fan de la emulación visual de elementos tecnológicos, no creo que esto vaya a envejecer bien, pero ya lo he comentado otras veces y sé que estos son prejuicios míos), el fallecimiento de un abuelo, etc. todo le resulta natural y fácil a esa frase sensible que no resulta engolada ni se basa en la simplista norma de de taller literario de cortar, cortar, cortar, fanáticos del credo Raymond Carver sin nada de la mística minimalista y precisa de Carver.

La frase de esta novela sabe alargarse y detenerse y explicar y divagar y avanzar rápido si hace falta.

Pero a partir de un punto empieza a confundir con demasiada frecuencia espacios y tiempos. Se llega a sentir que la confusión es casi del texto, que ya no sabe dónde está, que está confundiendo líneas narrativas y temporales sin ton ni son.

En el último capítulo de la primera parte todo queda claro. No era ninguna confusión. Una onírica cena navideña en el extranjero de Cata (Madrid) simboliza el sentido de la confusión espacio-temporal-emocional que significa “estar lejos”, “estar fuera”.

La segunda parte del libro es incluso mejor. Empieza con la antológica frase que justificaría todo un libro: “¿Sabes que yo maté a Mario Vargas Llosa?” y acaba con un precioso y ecléctico poema cuyos últimos versos son “Las nubes son negras / No hay rastro del blanco grotesco / Ni de ningún dios / Estamos solos / Subimos el ritmo, la cadenita da / botes sobre mi pecho desnudo y / me araña con su aureola”.

La tercera quizá se alarga de más, y sí comete el pecado más claro del libro, querer explicar psicológicamente en exceso cada personaje con una mirada exterior que pretende resultar natural pero que por momentos se ve forzada, nadie es tan preciso ni explicativo con lo que conoce y da por hecho. ¿Y qué? La frase de emocionalidad chilena lo lleva todo a buen puerto, lo hace tierno, este es un libro tierno (en absoluto ingenuo) como los pequeños dibujitos tipo sellos de Hello Kitty que decoran la primera y última página de la novela.

Las primeras novelas están para sacar y probar, con rigor y pasión, llevar la propuesta hasta las últimas consecuencias. Como la semana pasada (otro chileno debutante), esta primera novela prueba que puede hacerlo muy bien y triunfa con su propia personalidad clara y marcada, con una intención definida que alcanza un grado de ejecución muy muy alto. Y por suerte, gracias a una editorial literaria de verdad y respetuosa con los autores y lectores, esas fallas de la personalidad aparecen y se dejan ver, igual que decíamos la semana pasada, mucho mejor que los textos perfectamente producidos y sin alma.

***

Por último, otro agradecimiento para la parte editorial. Altamarea es de las pocas editoriales que todavía llenan las páginas de palabras.

Igual que empezó a ocurrir hace tiempo con las bolsas de patatas fritas, más aire que patata frita, hoy es casi generalizado encontrar los libros con apenas unas pocas decenas de palabras por página, como abandonadas, desamparadas, perdidas entre márgenes inmensos, tamaños de letra incluso ordinarios e interlineados absurdos que hacen sentir cada letra como suelta y confundida. Aquí no.

En absoluto resulta abigarrado, sencillamente la cantidad de texto que cabe en la página, airear está bien en el estilo literario, no en el interlineado, perfecto. Gracias.

sustrato se mantiene independiente y original gracias a las aportaciones de lectores como tú, que llegas al final de los artículos.
Lo que hacemos es repartir vuestras cuotas de manera justa y directa entre los autores.
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES