"I'm a Nazi schatzeY'know I fight for fatherland."
(Today your love, tomorrow the world, Ramones)
Veo que se ha estrenado un documental sobre Leni (¡Oh, no! ¿Leni? ¿Nuestra Leni?) en el que parece concluirse que era más nazi y más pro Hitler que el propio Adolfo y de inmediato recuerdo sus flipantes memorias y aquel mítico artículo de Grace Morales en el Mondo Brutto sobre la superdotada artista que me hizo querer leer lo que tenía que decir la mujer sobre los tiempos que le tocó vivir, el país en el que le tocó nacer y la de injustas acusaciones (en sus propias palabras) que tuvo que desmontar durante toda su vida en no pocas sedes judiciales. Hablo muy de memoria pero juraría que Grace basaba su defensa en la triple culpa de Leni por ser una serie de cosas que jamás se perdonaban: mujer, superdotada en varias artes (al nivel de humillar con su portento al mejor competidor masculino que se le pusiese por delante) y ambigua en su saber maniobrar dentro de las intrigas palaciegas nazis no tanto para medrar en la línea jerárquica del partido sino que, más bien, para garantizar financiación para sus proyectos sudándole bastante el coño a ella todo lo que Himmler, Goebbels y otros urdían.
Diría que la biografía de esta Diosa suprema es mi favorita de las que he leído (junto con la de Richard Feynman) y esto es porque su mala suerte a la hora de coincidir en el tiempo con los nazis -y precisar de ellos para sacar adelante su obra fílmica-, sus dimes y diretes con la cúpula del partido y todo lo que le tocó tras los armisticios de paz (en esencia, toda una vida de pleitos y de intentar sacudirse un sambenito con forma de esvástica que jamás podría quitarse ya de encima) constituyen en su conjunto la vida más increíble del Siglo XX de la que yo tenga constancia.
De hecho, si bien se colige de todo el rosario de procesos exoneratorios de culpa y afiliación nazi que tuvo Leni que a nivel jurídico está libre de sospecha (y así lo recalcaba ella, enumerando la cantidad de decretos de exoneración de diferentes ordenamientos jurídicos que siempre llevaba consigo para plantarle en la cara a quien osase llamarla nazi pasado 1950), gran parte de su misterio reside en que es ella la que decide no ocultar en ningún momento que vivió inmersa en esa especie de "embrujo colectivo" que Adolfo hizo sobre los alemanes en la década de los 30, abundando encima en detalles como reconocer al afamado pintor austríaco como un hombre amable en el trato íntimo, otra de esas cosas que, si no se toleraban en el siglo XX, imagina ahora en un siglo XXI polarizado a extremos increíbles: que por mor de ser honesta con "su verdad" Leni decidiese no tildar de ogro a Adolfo y, a lo mejor, añadir que le hedían los sobacos a azufre o algo así que ayudase a crear ese mito del "malo 100% maligno" ganándose ella el aplauso del Eje Aliado y el perdón de la sociedad, permite abrir dos vías interpretativas del motivo real de semejante extraña narración. A saber:
1, que Leni era una persona íntegra como pocas (y a lo mejor un poco naive en cuanto a no saber anticipar las complicaciones que su honestidad le generaría) y prefiere ser fiel a su verdad, a los hechos desde su perspectiva, que alterar su realidad para facilitarse las cosas.
2, que Leni, más que fidedigna con lo vivido (y aprovechando que entre prisioneros de guerra vitalicios tras Nuremberg, científicos indultados de toda responsabilidad a cambio de futura servidumbre a EEUU vía Operación Paperclip y suicidios en la cúpula nazi no quedaba prácticamente nadie que pudiese confrontar su testimonio o decir a las claras que tenía poderes de mando y pleno conocimiento de todo el genocidio pese a negarlo ella), lo que hace en sus memorias es amortiguar una afiliación nazi mucho más convencida y pro activa en el plano real.
El misterio de Leni en cuanto a su vinculación real con los nazis es una de las cuestiones más fascinantes del Siglo XX, y por eso me jode muchísimo que se concluya ahora que era la nazi primigenia, la que enseñó a pintar a Adolfo, la que le dijo a un judío ciego "ahora sí puedes cruzar, dale" mientras pasaba por la calle un Volkswagen.
Una biografía donde cuenta sus míticas cobras a Goebbels, todas las planificaciones de composición de plano y de puesta en escena de El Triunfo De La Voluntad y Olimpia (antaño neciamente vetadas por ser propaganda nazi, que ojalá las propagandas del ahora tipo El País o El Plural tuviesen un 1% del carácter rompedor y eterno de lo que hizo Leni en sendas obras inmortales*), toda su etapa en danza y pelis de montañismo de la UFA o ya de submarinismo a sus casi 90 años, sus numerosos achaques de salud y su empecinamiento en no quedarse en cama... un no parar esta tía, una vida que son un millón de cualquier otro patán a su lado y un relato que sólo queda empañado por no dar algún cotilleo de qué tramaba realmente Rudolf Hess cuando robó un Messerschmitt y se fue con él a Escocia a su puta bola (quizá el mayor misterio del Siglo XX junto con la conversación entre Einstein y Bohr).Además que, por mucho que Paul Verhoeven diga que el concepto de nazi bueno salía de otro lado, El Libro Negro segurísimo que parte de la vida de Leni y esa tremenda ambigüedad que todavía, décadas después de muerta, ronda a su biografía y persona.
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*Recordemos que la disposición en el escenario creada para el Congreso de Nuremberg sienta las bases de toda puesta en escena de masas actual, y esto se constata tanto en el epílogo de La Guerra de las Galaxias (George Lucas, 1977) como en cualquier ceremonia de entrega de premios o congreso de partido político.