Corporaciones, xenoformos y la criatura 64

Por
Jose Sanz
2/9/2025

Lo que subyace del universo Alien, sus dos elementos constantes y siempre presentes, son la corporación Weyland Yutani y el xenomorfo.

“Si fuera Ripley 

serías la reina y a un pozo de escoria al rojo saltaría”.

(El mejor guión, Sagrado Corazón de Jesús)

¿Es el universo Alien el mejor construido de los que se conocen hasta ahora en el mundo audiovisual? Sí. De lejos y contra todo pronóstico. De lejos en el sentido literal, de llevar ya casi medio siglo construyéndose y ampliándose desde la primera película de forma cronológica normal, cronológica regresiva y a lo largo de confines lejanos de varios sistemas solares, o lo que es lo mismo, tomando lejanía en su acepción de tiempo abarcado pero también en la de distancia recorrida. Contra todo pronóstico va un poco en el sentido de que, para ser una saga transmedia (hay libros, cómics y videojuegos que, lejos de ser material colateral adyacente a las fan fictions irrelevantes, lo que hacen es negar toda posibilidad de consenso entre los seguidores respecto a un cánon pétreo para la saga) en la que ni siquiera renegando de todos los productos y narrativas tangenciales a la estructura elemental definida por las películas existe forma alguna de concretar ciertos criterios o hipótesis elementales e inamovibles1 que permitan ubicarse en unas premisas delimitadas y dadas por ciertas, la constante en las películas de la saga es ser cada una de ellas una aproximación de autor al universo, siendo así que, desde la original de Ridley Scott (Alien, 1979), ese universo de mega-corporaciones y una criatura con increíbles características (definición muy simplificada de la saga), han ido metiendo mano a las secuelas una serie de directores con aproximaciones y visiones en cada proyecto que son muy propias y características de personalidades con enfoques muy marcados: James Cameron, David Fincher y Jean Pierre-Jeunet

Ya en el Siglo XXI, para complicar todavía más el asunto, el propio Ridley Scott amplió el universo de una forma que, lejos de unificar todo lo hecho hasta sus secuelas/precuelas o intentar darle un poco de orden y sentido, no hizo otra cosa que enajenarlo a niveles demenciales: Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017), además de irse por sendas metafísicas y filosóficas, introdujeron una noción poco o nada amiga de poder dar respuesta a cuestiones concretas. Más bien, del revés: el líquido negro, una suerte de disparador evolutivo aleatorio, era lo que muchos entendieron como una argucia de guionista caradura que se construye una ruleta donde en cada casilla que caiga la bola la respuesta será Evolutio Ex Machina y decide tirar adelante con semejante concepto sin importarle lo poco elaborado del mismo ni lo que se prestaba a convertir la saga en un constante lo hizo un mago. Una vez más, el contra todo pronóstico aplicaba: el sinsentido del líquido negro funcionaba por lo que tenía de conferirle un factor caótico a toda la biología allende nuestra ionosfera e ir en línea con los propios xenomorfos en cuanto a escapar a toda instrumentalización por entes o entidades ajenas al viscoso líquido (muy resumidas, Prometheus y Alien Covenant serían, en conjunto, la historia de tres tipos de inteligencias diferentes (humana, extraterrestre y artificial) intentando controlar la creación de vida y su evolución). Cabe recordar que desde los inicios, gran parte de la narrativa de Alien consiste en una entidad privada (la Weyland Yutani) que es capaz de crear vida sintética (la cual por defecto ya controlan en la medida que marcan su horquilla de acciones y capacidades a su antojo, queda programado hasta dónde llega su libre albedrío) controlando a una serie de personas subordinadas a la empresa (las tripulaciones de sus misiones, los marines de asalto y, posiblemente, como omni-corporación, también a cualquier civil) intentando controlar a un ser extraterrestre del que ni siquiera tiene muy claro de primeras ni cómo es su ciclo biológico ni si se presta a ser controlado. Siendo así la cosa, el líquido negro en sus interacciones con la Weyland Yutani es una idea que sólo puede prometer maravillas dentro de un universo en el que, francamente, de haber seguido una y otra vez con el xenomorfo, la capacidad de sorpresa y hasta el más mínimo interés por nuevas entregas ya estarían bajo mínimos.

En todo caso, lo que subyace de la saga, sus dos elementos constantes y siempre presentes, son la corporación Weyland Yutani y el xenomorfo. Entidades bien parecidas en algunos puntos comunes: ambas están jerarquizadas (las colmenas de xenomorfos dependen de la reina y la corporación de su organigrama empresarial), las dos aspiran de forma más o menos velada al control de la galaxia (los xenomorfos con su ventaja evolutiva que les hace depredadores naturales de cuanto otro ser exista, la Weyland Yutani con su programa de colonización interplanetaria y sus avanzadillas intergalácticas para la expropiación de recursos naturales y cuanta biología susceptible de ser convertida en arma biológica descubra) y de ninguna de ellas se conoce hasta bien avanzada la saga a quién rinden cuentas los escalafones más bajos en la jerarquía (si con los xenomorfos hasta Aliens no se supo la existencia de una reina ponedora y estratega, con la Weyland Yutani no sería hasta Prometheus que por fin se supo de su líder, Peter Weyland). Este último aspecto convertía a la Weyland Yutani en una entidad si acaso igual de fascinante que el xenomorfo por la opacidad y desconocimiento de su estructura; se sabía que estaba segregada por castas (a resultas de la primera película, quizá la más cercana a la lucha de clases y los conflictos laborales que exista en la sci-fi gracias a ese negarse los personajes a desempeños que no les competían o a que al menos se les retribuyesen y despacharse rápido esos conflictos cuasi sindicalistas sacando a relucir cierta cláusula abusiva del contrato laboral que les privaba de todos los emolumentos caso de negarse) pero hasta Aliens no se pudo ver a alguien con cierto peso en la estructura de mando2. Y no hay nada más pavoroso que una estructura capitalista con unos objetivos megalomaníacos auto-encomendados y una ética inexistente (aquel crew: expendable) ante la cual ni siquiera puedes identificar un responsable en última instancia3, un ideólogo, un alguien concreto al que hacerle un Luigi Mangione. Es como un mal etéreo y difuso que no se frenará ante nada ni ante nadie y que sólo se manifiesta a través de escalafones que ejecutan sus directrices bajo la promesa de cobrar un bonus, sin cuestionarse nada de lo que hacen ni el impacto que tienen sus acciones4.

Antes de continuar hablando de las dos primeras tras revisarlas, una pequeña anécdota al hilo de por qué no he revisado Alien 3 (1992) ni Alien Resurrection (1997): un amigo mío perdió un brazo en un accidente de coche y, al igual que cuando él me dice de ir a algún lado yo no le propongo ir al kilómetro exacto de la carretera en la que le pasó aquello, tampoco me hago a mí mismo un daño igual o peor que el que le haría a mi amigo emplazándole a acudir a ese lugar concreto.  

Veamos ahora Alien y Aliens pero aisladas del resto de películas de la franquicia. No tanto para recurrir a lo que se considera lo más próximo a un consenso de cánon sino para, más bien, poder apreciar la grandeza de la segunda en su justa medida, en su distanciamiento y ampliación de la primera. Aliens, en su día -y salvando las distancias, puesto que esa postura era sólo defendida por fans muy talibanes de la original- vino a suponer un poco lo que en la actualidad el chasco del público al que le entusiasmó Joker (Todd Phillips, 2019) cuando vio que la segunda parte (Joker: Folie A Deux, 2024) era un musical nada lejano a esa joya de Dennis Potter que fue Pennies From Heaven (Herbert Ross, 1981): personas muy enfadadas tras ver que una película de horror cósmico un sinvergüenza la había reemplazado por una película de acción, sub-categoría tropas de asalto. Voy a ser claro para que nadie dude de mi opinión al respecto: Aliens es la mejor secuela que jamás haya visto no tanto por su historia, guión, desarrollo y ejecución (que por supuestísimo) sino por, mucho antes de ponerse a rodar, James Cameron y Gale Anne Hurd (una de las personas más importantes en la definición del moderno cine de acción) ser capaces de apostar a muerte por el enfoque y tono finalmente dados. Un enfoque poco común (en tanto en cuanto supone casi renunciar a no pocas identidades de la saga quedándose con tan sólo tres puntadas básicas, una deconstrucción casi) y un tono también suicida al decidir virar del terror a la acción pura. Ahora sabemos que a Cameron y a Anne Hurd les salió bien la jugada, pero uno intenta ponerse en las grescas que tuvieron que tener con el estudio para sacar adelante la producción y las noches de comer techo antes del estreno por ser conscientes de tener un peliculón que no te lo crees por fin acabado pero ninguna garantía de que la gente no les fuese a lapidar y... bueno, que eso: bruxismo, pérdida de cabello y eccemas en piernas y brazos. 

Al margen del afamado añadido de la reina al ciclo vital del xenomorfo, hay un par de detalles que amplían desde Aliens información sobre el universo mostrado en Alien y repercuten alterando levemente el contexto de la primera y, por ende, el todo, el marco en el que acontecen los hechos.

Uno atañe a Ripley. En una secuencia de la versión extendida y durante su convalecencia en el hospital tras ser rescatada de la nave a la deriva, se revela que tiene una hija la cual, a causa de haber pasado ni se sabe cuantísimos años en el criosueño, ya ha muerto de anciana. Esta información bien pudiera explicar que Ripley fuese rigurosa con los protocolos de seguridad en Alien no tanto por ser una “charo interestelar” que se pliega ante cualquier ley y protocolo sino que por sana cautela ante la posibilidad de causar un perjuicio a su hija a la vuelta o, directamente, ni siquiera volver, suponiendo esto último el perjuicio supremo que vino en llamarse orfandad. A su vez, afianza el vínculo entre la niña Newt y Ripley -a un nivel que trasciende a la adulta que simpatiza con una menor desprotegida para alcanzar el de madre adoptiva- y justifica la maniobra de rescate de Ripley desde la seguridad de la nave -que fletó el sintético Bishop de forma teledirigida- a esa locura kamikaze de aventurarse en la colmena de la reina ella sola a rescatar a una niña de la que ni siquiera sabe si aún vive. Sin esa escena, Ripley en la primera mitad de Alien es un mero eslabón de la cadena que despierta cero simpatías (ejerce además de cortafuego con las clases más bajas de la nave para zanjar rápidamente cualquier queja laboral) y en el final de Aliens una inconsciente que pone en riesgo la huida de Hicks y de Bishop; con ella, Ripley hace lo sensato en Alien y queda sobradamente justificada su maniobra de rescate suicida al final de Aliens, puesto que es una madre agotando hasta el último resquicio de esperanza que quede por rescatar a su hija5.

El otro tiene que ver con Lambert. Durante la comparecencia ante el comité sancionador al principio de Aliens, detrás de Ripley se van sucediendo, a la manera de presentación empresarial en power point, una serie de fichas con información que la Weyland Yutani considera relevante sobre la tripulación de la Nostromo. Un poco un proto linkedin mezclando las aptitudes de las personas con las evaluaciones de desempeño que hace la corporación sobre ellos. Son unas fichas casi ilegibles por estar en segundo plano y no quedar enfocadas mucho rato, pero no por ello tienen información de relleno. Una enlaza el universo Alien con el de Blade Runner6 tras informar que Dallas trabajó para la Tyrrell Corporation, el equivalente a la Weyland Yutani en la otra película. En la de Lambert se informa que transicionó de sexo masculino al femenino. Nada raro ni fuera de lo común salvo por el pequeño detalle de que dicha transición se especifica que se hizo al nacer. Y ahí, con eso, ya surgen además de una serie de cuestiones relativas a las razones tras esa transición (¿Tiene que ver con ser un clon? ¿Hay un manejo demográfico que vela por estipular sexos en aras de una paridad o cierta garantía de sostenibilidad poblacional? ¿Es una forma en ese futuro distópico de luchar contra ciertas enfermedades?) y otra de la que ya sabemos la respuesta a poco que recordemos de qué era capaz la corporación a juzgar por sus directrices durante la primera película: lo más probable, lo más terrorífico, es que sea la propia Weyland Yutani quien estipule el sexo -así como la necesidad de transicionar sin pedir opinión al sujeto bebé- de la persona a someter al proceso de cambio, dándole igual lo que opinen al respecto padres, tutores y quienquiera que se les ponga por medio. ¿Las razones? Ni la menor idea; conociéndoles, muy posiblemente un experimento para abrir línea de producto. Pero, a lo peor, igual ni siquiera existe una razón con lógica mercantil: simplemente lo hacen porque pueden. Porque su control sobre todas las facetas de la vida humana es total y se presta a caprichos que recuerden de cuando en cuando esta posición de dominio absoluto e irrevocable. Y dicho control férreo, he aquí la repercusión sobre la anterior película, implica que la tripulación de la Nostromo no es que estuviese a merced de la corporación durante la misión, durante el que es su tiempo laboral: la Weyland Yutani ejerce un esclavismo sobre las personas que da inicio desde el mismo momento en el que nacen, siendo la corporación quien decide sobre cualquier cuestión que debería ser marco inalienable de cada individuo. Es un ubercapitalismo en el que la desposesión de tiempo y recursos materiales marxista parece hasta deseable en la medida que  las facetas vitales y personales que aliena y enajena la Weyland Yutani son tocantes a cualquier disyuntiva vital y biológica.

Ahora demos un salto al presente. Olvidémonos de la Weyland Yutani celebrando el mes del orgullo poniendo los colores del arco iris en sus cuentas oficiales de cuanta red social exista y centrémonos en la serie Alien Earth (Noah Hawley). Ya va por la mitad y se ubica un par de años antes de los hechos narrados en Alien. Funde con buen tino los avances y dilemas mostrados en Blade Runner y la sátira de todos aquellos demiurgos del trans-humanismo que plantean esos escenarios además de posibles como deseables sin someterlo a referendo público. Hay intrigas corporativas, dilemas éticos, xenomorfos corriendo de aquí para allá y gente huyendo de ellos de allá para aquí. Y hay, sobre todo, un bicho, una criatura, que en décadas de ampliaciones del universo nunca se vio aparecer semejante aberración biológica: la especie número 64, o lo que es lo mismo, el T. Ocellus. En lo sucesivo, el ocelote.

El ocelote, obviamente, sale de La Cosa (1982), el peliculón de John Carpenter. Es un poco redefinir un bicho a partir de aquella transición a medias del extraterrestre en la cual echaba patas de araña de una cabeza invertida y se marchaba por la base ártica a estirar las piernas. Ocelote ha tenido dos secuencias hasta la fecha; en una, usurpando el cuerpo de un gato, éste caía a plomo cuando ocelote abandonaba su cuenca ocular en pos de poseer el cuerpo de uno de los protagonistas. Ahí surgía la primera duda, que no es otra que discernir si el ocelote establece -o no- una relación parasitaria con el cuerpo dominado manteniendo sus constantes vitales y muriendo -en sentido clínico- el cuerpo usado una vez ocelote decide abandonarlo. Un poco saber si lo suyo va en línea con la relación parasitaria que establece un facehugger con quien sea que tenga la mala suerte de topárselo7

En la otra secuencia a ocelote se le deja una cabra para hacer usufructo de ella, a la manera de un turista al que le ceden una vivienda de alquiler vacacional. Asistimos primero al espectáculo inenarrable de un organismo que se desenvuelve mejor que bien descorchando ojos, y acto seguido vemos una escena que pone la piel de gallina: el ocelote, ya en posesión de la cabra, intenta erguirse a dos patas. Bien por mimetizar a las personas que le observan y analizan, a lo mejor por haber tomado posesión anteriormente de un humano y quedar ahí cierta reminiscencia de acto nervioso inconsciente. O que su manera de celebrar cada posesión es hacer un caballito, a saber. Y ahí, mientras los protagonistas que le evalúan comentan que es un ser de alta inteligencia, se asiste a cómo pasan los observadores a ser los observados: permanece impasible en su cuenca ocular el ocelote pero con una mirada que hiela la sangre8, una mirada no de animal atento ante una posible amenaza sino de ser consciente (en el sentido de consciencia homologable a la humana) planificando algo, midiendo las capacidades de respuesta de quienes hasta hace un momento eran los observadores. Esto, además de remitir de nuevo a La Cosa (al inicio de la película, cuando todavía el extraterrestre no se ha descubierto e investiga a su manera y espía a los humanos desde su disfraz de perro de las nieves), implica que estamos ante el único competidor real en términos de maldad consciente que puede tener la Weyland Yutani, puesto que los xenomorfos son entidades cuyos actos los marca su biología y asociacionismo a lo colonia de hormigas, pero no la maldad deliberada, la planificación de todas sus matanzas. Ergo, en la medida que el ocelote es lo único que puede terminar con la corporación, el ocelote es lo único revolucionario que ha existido en el universo alien desde su segunda entrega.

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1 En la saga Alien es tal la locura interpretativa que si no existe consenso con las versiones normales de las películas, con las versiones distribuidas de base para su emisión en cine y televisiones, raro es que la aparición de versiones extendidas con escenas eliminadas no pocas veces la gente reniegue de ellas no por absurdo lo propuesto sino por sentir que alguien les vuelca el puzzle que tenía casi acabado y, no contento con ello, sustituye veinte o treinta piezas que no encajan para complicarlo todo aún más. En ese sentido, una cuestión que tendría que estar cerrada, el ciclo biológico del xenomorfo, según se considere cánon la escena extendida de la primera con el que entra en la nave Nostromo haciendo una especie de crisálida casi proto-huevo con Brett y con Dallas, pone patas arriba lo que desde Aliens (1986) parecía ciclo cerrado en la criatura: la existencia de una reina ponedora encargada de crear los huevos. No descartemos que en futuras entregas, para complicarlo todavía más, los xenomorfos puedan pedir bebés ucranianos de encargo hechos a medida con el líquido negro.

2 En Aliens se ve al consejo que trata de abrir un expediente disciplinario/sancionador a Ripley por lo ocurrido en la primera entrega, una serie de cargos empresariales que se infiere, como poco, pueden tasar la gravedad de la pérdida de la nave en su equivalencia a precios después de criosueño y dirimir si cabe atribuirle a Ripley algún tipo de negligencia. Es decir, lo más próximo a lo que sería una estructura de mando en la Weyland Yutani si nos atenemos a la facultad que tienen esos personajes para cuantificar valores de activos de la empresa y sancionar si existe o no responsabilidad. Mas luego, por allí revoloteando y atento a detalles imperceptibles para cualquiera que no sea una comadreja, ese malo inmortal que era Carter Burke: una figura que ha pasado al inconsciente colectivo a modo de perfecto resumen de lo ruin, mezquino y tío mierdas que puede ser cualquier psicópata con ansias de trepar o hacerse notar dentro de una corporación en un marco capitalista que aliente y premie este tipo de conductas psicopáticas y contrarias a todo bienestar humano. 

3 Un asunto de relevancia que nadie ha hecho constar respecto al arsenal de maniobras rastreras de la Weyland Yutani es el detalle de que Peter Weyland, hasta bien avanzada Prometheus, de cara a la tripulación -y muy posiblemente a la opinión pública y los estatutos societarios de la corporación- está muerto cuando el buen señor en realidad sigue escondido en la nave jugando al cinquillo entre lavativas y masajes para el reuma. Una maniobra que le convierte en algo así como el Francisco Paesa intergaláctico y que le hace ser persona inimputable (puesto que a efectos públicos y jurídicos se ha extinguido su personalidad física), dejándole cualquier marrón a su única hija y heredera, Meredith Vickers.

4 Siendo capaz como es la Weyland Yutani de sacrificar tripulaciones sin despeinarse, saltarse el Código Nuremberg de bioética en cada experimento que realiza (salvo manifestación explícita de nuevo Código que lo derogue, se supone que todavía rige esas cuestiones en ese universo) y muy posiblemente interpretar a su favor la legislación intergaláctica para sustraer recursos que no le corresponden e implementar colonias donde no tendrían cabida, hay que decir que, al menos, jamás ha emitido una factura del tipo de las que emiten con carácter mensual Naturgy y demás oligopolios energéticos del plano real. Con lo que todavía le queda mucho por hacer si quiere ser la mejor entidad maligna de la historia.

5 La mejor definición del contraste entre las dos primeras películas que recuerde la leí en ese repositorio de sabiduría que es youtube sección comentarios. Ahí, hace años, un usuario de esos con nombre raro y varios números aleatorios, dijo -literalmente- lo siguiente: ¨Alien es una película sobre gente intentando sobrevivir y Aliens es una película sobre gente protegiendo a otra gente.” A día de hoy sigo sin haber leído nada que iguale a semejante obra maestra del análisis certero y conciso.

6 La mejor secuela posible de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) no es la legítima que hizo Denis Villeneuve, Blade Runner 2049 (2017). Para nada. Es todo el arco de la IA David a lo largo de Prometheus y Alien: Covenant, donde vemos a David primero putear a sus creadores humanos para después intentar liderar una rebelión robótica y terminar por convertirse en un científico loco y genocida. Es decir: la IA termina haciendo todas esas cosas que de primeras le quedaban prohibidas por su naturaleza y estar su voluntad siempre supeditada al permiso e intereses de sus creadores.

7 Esto, a su vez, abre infinidad de cuestiones filosóficas, tipo si el ocelote es capaz de vivir en democracia, si al poseer a un humano con edad legal para votar -y al ser dos consciencias en un mismo cuerpo- puede emitir uno o dos votos en comicios electorales y si, caso de participar en la fiesta de la democracia en su modalidad por correo, su emisión computará en escrutinio mil o diez mil votos a favor del PSOE.

8 También tiene su punto humorístico, puesto que es tal el destrozo que hace el ocelote en el perímetro de la cuenca ocular que quienquiera que vea a la cabra sabe que en ella ha pasado algo extraño, amén de haber estado mirando los científicos toda la maniobra. Es decir: el ocelote es listísimo pero un poco mendrugo también, puesto que plantarse de esa guisa a observar creyéndose indetectable es un poco los vídeos esos de elefantes que se ponen detrás de un árbol que es la milésima parte de voluminoso que ellos y se creen invisibles.

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Lo que subyace del universo Alien, sus dos elementos constantes y siempre presentes, son la corporación Weyland Yutani y el xenomorfo.
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Jose Sanz
2/9/2025

“Si fuera Ripley 

serías la reina y a un pozo de escoria al rojo saltaría”.

(El mejor guión, Sagrado Corazón de Jesús)

¿Es el universo Alien el mejor construido de los que se conocen hasta ahora en el mundo audiovisual? Sí. De lejos y contra todo pronóstico. De lejos en el sentido literal, de llevar ya casi medio siglo construyéndose y ampliándose desde la primera película de forma cronológica normal, cronológica regresiva y a lo largo de confines lejanos de varios sistemas solares, o lo que es lo mismo, tomando lejanía en su acepción de tiempo abarcado pero también en la de distancia recorrida. Contra todo pronóstico va un poco en el sentido de que, para ser una saga transmedia (hay libros, cómics y videojuegos que, lejos de ser material colateral adyacente a las fan fictions irrelevantes, lo que hacen es negar toda posibilidad de consenso entre los seguidores respecto a un cánon pétreo para la saga) en la que ni siquiera renegando de todos los productos y narrativas tangenciales a la estructura elemental definida por las películas existe forma alguna de concretar ciertos criterios o hipótesis elementales e inamovibles1 que permitan ubicarse en unas premisas delimitadas y dadas por ciertas, la constante en las películas de la saga es ser cada una de ellas una aproximación de autor al universo, siendo así que, desde la original de Ridley Scott (Alien, 1979), ese universo de mega-corporaciones y una criatura con increíbles características (definición muy simplificada de la saga), han ido metiendo mano a las secuelas una serie de directores con aproximaciones y visiones en cada proyecto que son muy propias y características de personalidades con enfoques muy marcados: James Cameron, David Fincher y Jean Pierre-Jeunet

Ya en el Siglo XXI, para complicar todavía más el asunto, el propio Ridley Scott amplió el universo de una forma que, lejos de unificar todo lo hecho hasta sus secuelas/precuelas o intentar darle un poco de orden y sentido, no hizo otra cosa que enajenarlo a niveles demenciales: Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017), además de irse por sendas metafísicas y filosóficas, introdujeron una noción poco o nada amiga de poder dar respuesta a cuestiones concretas. Más bien, del revés: el líquido negro, una suerte de disparador evolutivo aleatorio, era lo que muchos entendieron como una argucia de guionista caradura que se construye una ruleta donde en cada casilla que caiga la bola la respuesta será Evolutio Ex Machina y decide tirar adelante con semejante concepto sin importarle lo poco elaborado del mismo ni lo que se prestaba a convertir la saga en un constante lo hizo un mago. Una vez más, el contra todo pronóstico aplicaba: el sinsentido del líquido negro funcionaba por lo que tenía de conferirle un factor caótico a toda la biología allende nuestra ionosfera e ir en línea con los propios xenomorfos en cuanto a escapar a toda instrumentalización por entes o entidades ajenas al viscoso líquido (muy resumidas, Prometheus y Alien Covenant serían, en conjunto, la historia de tres tipos de inteligencias diferentes (humana, extraterrestre y artificial) intentando controlar la creación de vida y su evolución). Cabe recordar que desde los inicios, gran parte de la narrativa de Alien consiste en una entidad privada (la Weyland Yutani) que es capaz de crear vida sintética (la cual por defecto ya controlan en la medida que marcan su horquilla de acciones y capacidades a su antojo, queda programado hasta dónde llega su libre albedrío) controlando a una serie de personas subordinadas a la empresa (las tripulaciones de sus misiones, los marines de asalto y, posiblemente, como omni-corporación, también a cualquier civil) intentando controlar a un ser extraterrestre del que ni siquiera tiene muy claro de primeras ni cómo es su ciclo biológico ni si se presta a ser controlado. Siendo así la cosa, el líquido negro en sus interacciones con la Weyland Yutani es una idea que sólo puede prometer maravillas dentro de un universo en el que, francamente, de haber seguido una y otra vez con el xenomorfo, la capacidad de sorpresa y hasta el más mínimo interés por nuevas entregas ya estarían bajo mínimos.

En todo caso, lo que subyace de la saga, sus dos elementos constantes y siempre presentes, son la corporación Weyland Yutani y el xenomorfo. Entidades bien parecidas en algunos puntos comunes: ambas están jerarquizadas (las colmenas de xenomorfos dependen de la reina y la corporación de su organigrama empresarial), las dos aspiran de forma más o menos velada al control de la galaxia (los xenomorfos con su ventaja evolutiva que les hace depredadores naturales de cuanto otro ser exista, la Weyland Yutani con su programa de colonización interplanetaria y sus avanzadillas intergalácticas para la expropiación de recursos naturales y cuanta biología susceptible de ser convertida en arma biológica descubra) y de ninguna de ellas se conoce hasta bien avanzada la saga a quién rinden cuentas los escalafones más bajos en la jerarquía (si con los xenomorfos hasta Aliens no se supo la existencia de una reina ponedora y estratega, con la Weyland Yutani no sería hasta Prometheus que por fin se supo de su líder, Peter Weyland). Este último aspecto convertía a la Weyland Yutani en una entidad si acaso igual de fascinante que el xenomorfo por la opacidad y desconocimiento de su estructura; se sabía que estaba segregada por castas (a resultas de la primera película, quizá la más cercana a la lucha de clases y los conflictos laborales que exista en la sci-fi gracias a ese negarse los personajes a desempeños que no les competían o a que al menos se les retribuyesen y despacharse rápido esos conflictos cuasi sindicalistas sacando a relucir cierta cláusula abusiva del contrato laboral que les privaba de todos los emolumentos caso de negarse) pero hasta Aliens no se pudo ver a alguien con cierto peso en la estructura de mando2. Y no hay nada más pavoroso que una estructura capitalista con unos objetivos megalomaníacos auto-encomendados y una ética inexistente (aquel crew: expendable) ante la cual ni siquiera puedes identificar un responsable en última instancia3, un ideólogo, un alguien concreto al que hacerle un Luigi Mangione. Es como un mal etéreo y difuso que no se frenará ante nada ni ante nadie y que sólo se manifiesta a través de escalafones que ejecutan sus directrices bajo la promesa de cobrar un bonus, sin cuestionarse nada de lo que hacen ni el impacto que tienen sus acciones4.

Antes de continuar hablando de las dos primeras tras revisarlas, una pequeña anécdota al hilo de por qué no he revisado Alien 3 (1992) ni Alien Resurrection (1997): un amigo mío perdió un brazo en un accidente de coche y, al igual que cuando él me dice de ir a algún lado yo no le propongo ir al kilómetro exacto de la carretera en la que le pasó aquello, tampoco me hago a mí mismo un daño igual o peor que el que le haría a mi amigo emplazándole a acudir a ese lugar concreto.  

Veamos ahora Alien y Aliens pero aisladas del resto de películas de la franquicia. No tanto para recurrir a lo que se considera lo más próximo a un consenso de cánon sino para, más bien, poder apreciar la grandeza de la segunda en su justa medida, en su distanciamiento y ampliación de la primera. Aliens, en su día -y salvando las distancias, puesto que esa postura era sólo defendida por fans muy talibanes de la original- vino a suponer un poco lo que en la actualidad el chasco del público al que le entusiasmó Joker (Todd Phillips, 2019) cuando vio que la segunda parte (Joker: Folie A Deux, 2024) era un musical nada lejano a esa joya de Dennis Potter que fue Pennies From Heaven (Herbert Ross, 1981): personas muy enfadadas tras ver que una película de horror cósmico un sinvergüenza la había reemplazado por una película de acción, sub-categoría tropas de asalto. Voy a ser claro para que nadie dude de mi opinión al respecto: Aliens es la mejor secuela que jamás haya visto no tanto por su historia, guión, desarrollo y ejecución (que por supuestísimo) sino por, mucho antes de ponerse a rodar, James Cameron y Gale Anne Hurd (una de las personas más importantes en la definición del moderno cine de acción) ser capaces de apostar a muerte por el enfoque y tono finalmente dados. Un enfoque poco común (en tanto en cuanto supone casi renunciar a no pocas identidades de la saga quedándose con tan sólo tres puntadas básicas, una deconstrucción casi) y un tono también suicida al decidir virar del terror a la acción pura. Ahora sabemos que a Cameron y a Anne Hurd les salió bien la jugada, pero uno intenta ponerse en las grescas que tuvieron que tener con el estudio para sacar adelante la producción y las noches de comer techo antes del estreno por ser conscientes de tener un peliculón que no te lo crees por fin acabado pero ninguna garantía de que la gente no les fuese a lapidar y... bueno, que eso: bruxismo, pérdida de cabello y eccemas en piernas y brazos. 

Al margen del afamado añadido de la reina al ciclo vital del xenomorfo, hay un par de detalles que amplían desde Aliens información sobre el universo mostrado en Alien y repercuten alterando levemente el contexto de la primera y, por ende, el todo, el marco en el que acontecen los hechos.

Uno atañe a Ripley. En una secuencia de la versión extendida y durante su convalecencia en el hospital tras ser rescatada de la nave a la deriva, se revela que tiene una hija la cual, a causa de haber pasado ni se sabe cuantísimos años en el criosueño, ya ha muerto de anciana. Esta información bien pudiera explicar que Ripley fuese rigurosa con los protocolos de seguridad en Alien no tanto por ser una “charo interestelar” que se pliega ante cualquier ley y protocolo sino que por sana cautela ante la posibilidad de causar un perjuicio a su hija a la vuelta o, directamente, ni siquiera volver, suponiendo esto último el perjuicio supremo que vino en llamarse orfandad. A su vez, afianza el vínculo entre la niña Newt y Ripley -a un nivel que trasciende a la adulta que simpatiza con una menor desprotegida para alcanzar el de madre adoptiva- y justifica la maniobra de rescate de Ripley desde la seguridad de la nave -que fletó el sintético Bishop de forma teledirigida- a esa locura kamikaze de aventurarse en la colmena de la reina ella sola a rescatar a una niña de la que ni siquiera sabe si aún vive. Sin esa escena, Ripley en la primera mitad de Alien es un mero eslabón de la cadena que despierta cero simpatías (ejerce además de cortafuego con las clases más bajas de la nave para zanjar rápidamente cualquier queja laboral) y en el final de Aliens una inconsciente que pone en riesgo la huida de Hicks y de Bishop; con ella, Ripley hace lo sensato en Alien y queda sobradamente justificada su maniobra de rescate suicida al final de Aliens, puesto que es una madre agotando hasta el último resquicio de esperanza que quede por rescatar a su hija5.

El otro tiene que ver con Lambert. Durante la comparecencia ante el comité sancionador al principio de Aliens, detrás de Ripley se van sucediendo, a la manera de presentación empresarial en power point, una serie de fichas con información que la Weyland Yutani considera relevante sobre la tripulación de la Nostromo. Un poco un proto linkedin mezclando las aptitudes de las personas con las evaluaciones de desempeño que hace la corporación sobre ellos. Son unas fichas casi ilegibles por estar en segundo plano y no quedar enfocadas mucho rato, pero no por ello tienen información de relleno. Una enlaza el universo Alien con el de Blade Runner6 tras informar que Dallas trabajó para la Tyrrell Corporation, el equivalente a la Weyland Yutani en la otra película. En la de Lambert se informa que transicionó de sexo masculino al femenino. Nada raro ni fuera de lo común salvo por el pequeño detalle de que dicha transición se especifica que se hizo al nacer. Y ahí, con eso, ya surgen además de una serie de cuestiones relativas a las razones tras esa transición (¿Tiene que ver con ser un clon? ¿Hay un manejo demográfico que vela por estipular sexos en aras de una paridad o cierta garantía de sostenibilidad poblacional? ¿Es una forma en ese futuro distópico de luchar contra ciertas enfermedades?) y otra de la que ya sabemos la respuesta a poco que recordemos de qué era capaz la corporación a juzgar por sus directrices durante la primera película: lo más probable, lo más terrorífico, es que sea la propia Weyland Yutani quien estipule el sexo -así como la necesidad de transicionar sin pedir opinión al sujeto bebé- de la persona a someter al proceso de cambio, dándole igual lo que opinen al respecto padres, tutores y quienquiera que se les ponga por medio. ¿Las razones? Ni la menor idea; conociéndoles, muy posiblemente un experimento para abrir línea de producto. Pero, a lo peor, igual ni siquiera existe una razón con lógica mercantil: simplemente lo hacen porque pueden. Porque su control sobre todas las facetas de la vida humana es total y se presta a caprichos que recuerden de cuando en cuando esta posición de dominio absoluto e irrevocable. Y dicho control férreo, he aquí la repercusión sobre la anterior película, implica que la tripulación de la Nostromo no es que estuviese a merced de la corporación durante la misión, durante el que es su tiempo laboral: la Weyland Yutani ejerce un esclavismo sobre las personas que da inicio desde el mismo momento en el que nacen, siendo la corporación quien decide sobre cualquier cuestión que debería ser marco inalienable de cada individuo. Es un ubercapitalismo en el que la desposesión de tiempo y recursos materiales marxista parece hasta deseable en la medida que  las facetas vitales y personales que aliena y enajena la Weyland Yutani son tocantes a cualquier disyuntiva vital y biológica.

Ahora demos un salto al presente. Olvidémonos de la Weyland Yutani celebrando el mes del orgullo poniendo los colores del arco iris en sus cuentas oficiales de cuanta red social exista y centrémonos en la serie Alien Earth (Noah Hawley). Ya va por la mitad y se ubica un par de años antes de los hechos narrados en Alien. Funde con buen tino los avances y dilemas mostrados en Blade Runner y la sátira de todos aquellos demiurgos del trans-humanismo que plantean esos escenarios además de posibles como deseables sin someterlo a referendo público. Hay intrigas corporativas, dilemas éticos, xenomorfos corriendo de aquí para allá y gente huyendo de ellos de allá para aquí. Y hay, sobre todo, un bicho, una criatura, que en décadas de ampliaciones del universo nunca se vio aparecer semejante aberración biológica: la especie número 64, o lo que es lo mismo, el T. Ocellus. En lo sucesivo, el ocelote.

El ocelote, obviamente, sale de La Cosa (1982), el peliculón de John Carpenter. Es un poco redefinir un bicho a partir de aquella transición a medias del extraterrestre en la cual echaba patas de araña de una cabeza invertida y se marchaba por la base ártica a estirar las piernas. Ocelote ha tenido dos secuencias hasta la fecha; en una, usurpando el cuerpo de un gato, éste caía a plomo cuando ocelote abandonaba su cuenca ocular en pos de poseer el cuerpo de uno de los protagonistas. Ahí surgía la primera duda, que no es otra que discernir si el ocelote establece -o no- una relación parasitaria con el cuerpo dominado manteniendo sus constantes vitales y muriendo -en sentido clínico- el cuerpo usado una vez ocelote decide abandonarlo. Un poco saber si lo suyo va en línea con la relación parasitaria que establece un facehugger con quien sea que tenga la mala suerte de topárselo7

En la otra secuencia a ocelote se le deja una cabra para hacer usufructo de ella, a la manera de un turista al que le ceden una vivienda de alquiler vacacional. Asistimos primero al espectáculo inenarrable de un organismo que se desenvuelve mejor que bien descorchando ojos, y acto seguido vemos una escena que pone la piel de gallina: el ocelote, ya en posesión de la cabra, intenta erguirse a dos patas. Bien por mimetizar a las personas que le observan y analizan, a lo mejor por haber tomado posesión anteriormente de un humano y quedar ahí cierta reminiscencia de acto nervioso inconsciente. O que su manera de celebrar cada posesión es hacer un caballito, a saber. Y ahí, mientras los protagonistas que le evalúan comentan que es un ser de alta inteligencia, se asiste a cómo pasan los observadores a ser los observados: permanece impasible en su cuenca ocular el ocelote pero con una mirada que hiela la sangre8, una mirada no de animal atento ante una posible amenaza sino de ser consciente (en el sentido de consciencia homologable a la humana) planificando algo, midiendo las capacidades de respuesta de quienes hasta hace un momento eran los observadores. Esto, además de remitir de nuevo a La Cosa (al inicio de la película, cuando todavía el extraterrestre no se ha descubierto e investiga a su manera y espía a los humanos desde su disfraz de perro de las nieves), implica que estamos ante el único competidor real en términos de maldad consciente que puede tener la Weyland Yutani, puesto que los xenomorfos son entidades cuyos actos los marca su biología y asociacionismo a lo colonia de hormigas, pero no la maldad deliberada, la planificación de todas sus matanzas. Ergo, en la medida que el ocelote es lo único que puede terminar con la corporación, el ocelote es lo único revolucionario que ha existido en el universo alien desde su segunda entrega.

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1 En la saga Alien es tal la locura interpretativa que si no existe consenso con las versiones normales de las películas, con las versiones distribuidas de base para su emisión en cine y televisiones, raro es que la aparición de versiones extendidas con escenas eliminadas no pocas veces la gente reniegue de ellas no por absurdo lo propuesto sino por sentir que alguien les vuelca el puzzle que tenía casi acabado y, no contento con ello, sustituye veinte o treinta piezas que no encajan para complicarlo todo aún más. En ese sentido, una cuestión que tendría que estar cerrada, el ciclo biológico del xenomorfo, según se considere cánon la escena extendida de la primera con el que entra en la nave Nostromo haciendo una especie de crisálida casi proto-huevo con Brett y con Dallas, pone patas arriba lo que desde Aliens (1986) parecía ciclo cerrado en la criatura: la existencia de una reina ponedora encargada de crear los huevos. No descartemos que en futuras entregas, para complicarlo todavía más, los xenomorfos puedan pedir bebés ucranianos de encargo hechos a medida con el líquido negro.

2 En Aliens se ve al consejo que trata de abrir un expediente disciplinario/sancionador a Ripley por lo ocurrido en la primera entrega, una serie de cargos empresariales que se infiere, como poco, pueden tasar la gravedad de la pérdida de la nave en su equivalencia a precios después de criosueño y dirimir si cabe atribuirle a Ripley algún tipo de negligencia. Es decir, lo más próximo a lo que sería una estructura de mando en la Weyland Yutani si nos atenemos a la facultad que tienen esos personajes para cuantificar valores de activos de la empresa y sancionar si existe o no responsabilidad. Mas luego, por allí revoloteando y atento a detalles imperceptibles para cualquiera que no sea una comadreja, ese malo inmortal que era Carter Burke: una figura que ha pasado al inconsciente colectivo a modo de perfecto resumen de lo ruin, mezquino y tío mierdas que puede ser cualquier psicópata con ansias de trepar o hacerse notar dentro de una corporación en un marco capitalista que aliente y premie este tipo de conductas psicopáticas y contrarias a todo bienestar humano. 

3 Un asunto de relevancia que nadie ha hecho constar respecto al arsenal de maniobras rastreras de la Weyland Yutani es el detalle de que Peter Weyland, hasta bien avanzada Prometheus, de cara a la tripulación -y muy posiblemente a la opinión pública y los estatutos societarios de la corporación- está muerto cuando el buen señor en realidad sigue escondido en la nave jugando al cinquillo entre lavativas y masajes para el reuma. Una maniobra que le convierte en algo así como el Francisco Paesa intergaláctico y que le hace ser persona inimputable (puesto que a efectos públicos y jurídicos se ha extinguido su personalidad física), dejándole cualquier marrón a su única hija y heredera, Meredith Vickers.

4 Siendo capaz como es la Weyland Yutani de sacrificar tripulaciones sin despeinarse, saltarse el Código Nuremberg de bioética en cada experimento que realiza (salvo manifestación explícita de nuevo Código que lo derogue, se supone que todavía rige esas cuestiones en ese universo) y muy posiblemente interpretar a su favor la legislación intergaláctica para sustraer recursos que no le corresponden e implementar colonias donde no tendrían cabida, hay que decir que, al menos, jamás ha emitido una factura del tipo de las que emiten con carácter mensual Naturgy y demás oligopolios energéticos del plano real. Con lo que todavía le queda mucho por hacer si quiere ser la mejor entidad maligna de la historia.

5 La mejor definición del contraste entre las dos primeras películas que recuerde la leí en ese repositorio de sabiduría que es youtube sección comentarios. Ahí, hace años, un usuario de esos con nombre raro y varios números aleatorios, dijo -literalmente- lo siguiente: ¨Alien es una película sobre gente intentando sobrevivir y Aliens es una película sobre gente protegiendo a otra gente.” A día de hoy sigo sin haber leído nada que iguale a semejante obra maestra del análisis certero y conciso.

6 La mejor secuela posible de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) no es la legítima que hizo Denis Villeneuve, Blade Runner 2049 (2017). Para nada. Es todo el arco de la IA David a lo largo de Prometheus y Alien: Covenant, donde vemos a David primero putear a sus creadores humanos para después intentar liderar una rebelión robótica y terminar por convertirse en un científico loco y genocida. Es decir: la IA termina haciendo todas esas cosas que de primeras le quedaban prohibidas por su naturaleza y estar su voluntad siempre supeditada al permiso e intereses de sus creadores.

7 Esto, a su vez, abre infinidad de cuestiones filosóficas, tipo si el ocelote es capaz de vivir en democracia, si al poseer a un humano con edad legal para votar -y al ser dos consciencias en un mismo cuerpo- puede emitir uno o dos votos en comicios electorales y si, caso de participar en la fiesta de la democracia en su modalidad por correo, su emisión computará en escrutinio mil o diez mil votos a favor del PSOE.

8 También tiene su punto humorístico, puesto que es tal el destrozo que hace el ocelote en el perímetro de la cuenca ocular que quienquiera que vea a la cabra sabe que en ella ha pasado algo extraño, amén de haber estado mirando los científicos toda la maniobra. Es decir: el ocelote es listísimo pero un poco mendrugo también, puesto que plantarse de esa guisa a observar creyéndose indetectable es un poco los vídeos esos de elefantes que se ponen detrás de un árbol que es la milésima parte de voluminoso que ellos y se creen invisibles.

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