Estando ya como estamos acostumbrados a la imposibilidad de cenar el fin de semana, y por semana también, en la mayoría de sitios sin reserva, ahora llega la Navidad y las cenas de empresa aparecen para reventarlo todo. También están las de amigos, pero con estas no me voy a meter, que son las buenas y solo merecen el elogio que un día les dedicaré.
Cuando uno empieza a trabajar en un lugar importa poco el desempeño; no suele plantearse —psicópatas existen— con quién de esos compañeros acabará forjándose una amistad, cuáles pasarán al oprobio acervado, y quizá hasta surja el sexo o el amor, que es lo mismo pero diferente.
Todas estas relaciones, en un entorno controlado y bajo el influjo del compañerismo, la educación y la jerarquía, quedan controladas y, pese a las fricciones eventuales del curro diario, a salvaguarda. Pero ¿qué pasa cuando se acercan las Navidades y todos son arrancados de esta utopía funcional y se les sienta en una mesa llena de ágapes y barra libre? Pues el instinto salvaje y furtivo del animal dormido y dócil en el tajo emerge de forma feroz y atrabiliaria.
La cena de empresa consigue crear el espejismo de que todos son iguales, de que no importan los puestos, de que la amistad se ha impuesto a la obligación. Siempre hay alguien sin modales, otros que engullen como avutardas, varios dipsómanos, algunos con incontinencia o algo parecido que no paran de peregrinar al baño, los exaltados políticos —sean del bando que sean— o ligones que tratan de alzarse con su próximo trofeo. Y aquí es donde yo siempre me pregunto cuál es la verdadera identidad de estos sujetos: la que ofrecen en su encorsetada rutina, o la de la noche y el desenfreno con su vertiente más montaraz.
Además de que lo que pase durante una de estas cenas puede marcar tu futuro y devenir en la empresa, pocos ascensos y muchos despidos han acontecido a la mañana siguiente, cuando la resaca es patente y el arrepentimiento inunda a los que se dejaron llevar demasiado por el vaivén de las copas. Así, no es de extrañar el temor que las cenas de empresa generan en ciertas personas: ya sea porque no quieren tener más contacto del necesario con aquellos que comparten faena, o porque lo que teman sea tener demasiado. Es difícil decirle que no a comer y a la fiesta gratis, pero tengan cuidado.