Leire Díez es una escritora española. Una escritora española sin obra, como Michi Panero. Y, como Michi Panero, no necesita obra porque su vida misma es literatura. Basta ver su rueda de prensa —más bien una comparecencia o un sermón—, en la que cabe todo Azcona, todo Valle-Inclán. En ella no parece importar tanto lo que dijo como lo que sucedió a continuación: un Aldama marrullero increpándola y robándole el protagonismo, una melé de empujones y barbillas disparadas. Pero importa lo que dice Díez, autora confesa del crimen de escribir y silenciada por el macho corrupto y corruptor.
Tenemos aquí todos los ingredientes para una nueva estrella literaria, para una autora que se sirve de la puesta en escena y de la atención recibida por ser mujer —mujer turbia, mujer siniestra, pero mujer al fin y al cabo— de quien dicen que no quiere escribir sino llamar la atención. ¿No es acaso Leire Díez la sublimación de la escritora española del siglo XXI, de todos los tiempos?
Dice Díez que están todos equivocados: los audios que se han filtrado, en los que husmea como cerdo trufero en busca de cualquier trapo sucio que desacredite a los guardiaciviles que investigan las corruptelas de su partido político —el PSOE, para más señas—, son una parte fuera de contexto que no revelan su verdadero propósito. Ella lo que busca es documentarse para escribir un libro sobre la corrupción en España. Leire Díez es Rafael Chirbes, es Nere Basabe, es Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña sumergiéndose en las cloacas del país para desenvolverse en ellas con soltura y no por gusto, sino por mantener viva la llama literaria de una nación, de una lengua, de una civilización.
Leire Díez es, —¿me atrevo a escribirlo?— una Vargas Llosa que con su implacable pluma va a desgranara los entresijos del poder, los vaivenes de la ambición, para así revelarnos a nosotros, humildes y expectantes lectores, la verdadera cara de nuestro país: la realidad oscura de las corruptelas que nos asolan. ¿En qué momento se jodió España? En el momento en el que no creímos a Díez, que con su prosa inmortal va a escribir el libro que nos retrate.
Es fácil tomarse a broma todo este sainete, pero debemos estar preparados para la gran obra que publicará. Ya han dicho en TVE —y si lo han dicho es cierto— que la sala en la que compareció para dar sus razones la había pagado una editorial, que todo es un movimiento comercial que busca prepararnos para la obra del siglo.
Porque, mientras otros plumillas utilizan —utilizamos— la literatura como coartada —como coartada para dar sentido a la vida, para arrogarnos un estatus inmerecido o, los más ambiciosos, para intentar burlar el olvido y rozar con las yemas de los dedos un instante de inmortalidad—, Leire Díez no busca nada de eso
Ella va a salvar la literatura, y yo seré el primero en arrodillarme con cirios en las manos cuando aparezca su obra magna, su denuncia de la podredumbre de este gobierno, de este sistema que hemos tenido la desgracia de padecer.