Por afición y profesión, leer la prensa es algo que llevo haciendo todos los días de mi vida desde hace mucho, tanto que no puedo recordar mi vida sin ello. Mi padre siempre cuenta que siendo un crío estábamos de vacaciones y les daba la turra con parar en el quiosco y comprar los periódicos, cuando ellos sólo querían sentir pasar el tiempo lento entre el sol y la mar. Ya ven, a este vicio, el que escribe, se entregó en cuerpo y alma. También a algún otro, pero esa no es la cuestión que nos dirime ahora: todo a su tiempo y en su lugar.
Leer los periódicos en papel en un bar es uno de esos grandes placeres simples a los que me aplico con fruición la mayoría de mis días. Pese a estar suscrito a un gran número de cabeceras de forma digital, sigo disfrutando con el tacto del papel, con los dedos manchados de tinta, con el sorbo de café -o con las burbujas de la Coca-Cola o el agua con gas o con el traguito de cerveza fría, depende de la hora- a cada página. Una cadencia lenta y detallada sobre esas hojas que estructuran el mundo y la realidad diaria, mientras de fondo bulle el bar con sus parroquianos, su cafetera, su “pincho y mediano”.
Esas hojas ajadas al final del día, que por la mañana refulgían lustrosas, y que llenas de lamparones, restos y arrugas dan la imagen real de todas esas gentes que las tuvieron entre sus manos.
Ese altar, que cada vez quedan menos, donde se encontraba la prensa con su bastón -facilitando la lectura y que no se desmadeje- y el sello del lugar es, a día de hoy, el único al que sigo profesando fe inquebrantable: por muy mal que esté el oficio, sigue siendo mucho mejor que todos esos gurús y predicadores, que siempre han existido y lo que cambia es el canal.
Ese ritual de sentarse, abrir el periódico y repasar la actualidad acompañado y resguardado en la protección del bar. Que para muchos es el mismo cada mañana, pero en el que con el correr de las rotativas van faltando los otros. “Hacerse mayor es ir perdiendo amigos y que vayan cerrando tus bares”, escuché una vez; a lo que yo también añado: “Y que vayan desapareciendo tus periodistas y columnistas de referencia”. Es cierto que van saliendo otros que uno sigue, pero no con la misma devoción e intensidad con las que devoraba esas contras de Umbral o todo lo que escribía Gistau.
Una sociedad que lee la prensa en los bares y cafeterías es mejor, aunque sólo sea por la capacidad de centrarse en los artículos, de levantarse e interactuar con ese tipo que acapara el periódico en su mesa, por dejar unos minutos el móvil. Todo en un bar es siempre mejor.