Mestas somos todos

Llevaba aproximadamente trescientas ovejas y un par de perros

Evento relacionado
al
·

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi un rebaño de ovejas. Fue en un pueblo castellano alrededor de las seis de la tarde. Por aquel entonces dudo que midiera más de metro y medio, tenía el pelo rubio y la misma maldad de siempre. Como en todos los recuerdos de mi infancia está la voz de mi madre de fondo, pero esta vez no era para reñirme, sino para avisarme de que el pastor trashumante que solía pasar todos los veranos con su rebaño por delante de casa estaba a punto de hacerlo. Llevaba aproximadamente trescientas ovejas y un par de perros, o al menos recuerdo escuchar a mi padre decirles ese número a sus amigos por teléfono sentado en el porche a eso de las ocho de la tarde. Los hombres, aunque aparentemos ser fríos y recios, también llamamos a nuestros amigos y les damos un beso en la mejilla cuando hace mucho tiempo que no los vemos. 

Pero lo que más llamó mi atención fue el hombre que las dirigía. Un señor con un zurrón cruzado en el pecho, una vara de avellano y una boina que, con el paso del tiempo, me recordaría a Delibes. Nunca llegué a hablar con él porque, para cuando desarrollé interés por la vida y las aventuras de otros, dejé de verle. No sé si habrá sido por el abandono al mundo rural o de la falta de remplazo en un oficio tan duro y solitario como bonito. No me preguntéis por qué, pero de vez en cuando ese hombre vuelve a mi cabeza y no puedo hacer otra cosa que jurarme y prometerme que, si algún día vuelve a pasar por delante de mi casa, además de ofrecerle agua o vino como hacía mi padre, intentaré que me cuente alguna de las muchas historias que guarda en su memoria.

Esta vez, he pensado en él por culpa de David Ortega. Un hombre que se ha lanzado a la aventura con un proyecto que representa la sencillez, la honestidad, el sacrificio y el respeto por la tierra de hombres como el pastor que vive en los recuerdos de mi infancia. Un hombre que, como los Hermanos Pérez de Navabedilla (Soria), recorren España con su rebaño llevando a cuestas mucho más que un jornal. Porque lo que llevan sobre sus hombros es el peso de un legado y una tradición milenaria, los recuerdos de los orígenes de muchas familias que emigraron del mundo rural para evitar morirse de hambre en el campo y, en definitiva, a todos nosotros. Apoyar el proyecto de MESTAS es mucho más que comprar productos de la mejor calidad que puede haber en el mercado. Es una manera de recordar de donde venimos, quiénes somos y porque estamos donde estamos. Honrar a nuestras raíces desde el calor del salón nunca fue tan sencillo, ni tan cómodo. Y como dijo alguien que caminó por tierras de pastores, campesinos e hidalgos… si ladran, Sancho, señal que cabalgamos.

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Pero lo que más llamó mi atención fue el hombre que las dirigía. Un señor con un zurrón cruzado en el pecho, una vara de avellano y una boina que, con el paso del tiempo, me recordaría a Delibes. Nunca llegué a hablar con él porque, para cuando desarrollé interés por la vida y las aventuras de otros, dejé de verle. No sé si habrá sido por el abandono al mundo rural o de la falta de remplazo en un oficio tan duro y solitario como bonito. No me preguntéis por qué, pero de vez en cuando ese hombre vuelve a mi cabeza y no puedo hacer otra cosa que jurarme y prometerme que, si algún día vuelve a pasar por delante de mi casa, además de ofrecerle agua o vino como hacía mi padre, intentaré que me cuente alguna de las muchas historias que guarda en su memoria.

Esta vez, he pensado en él por culpa de David Ortega. Un hombre que se ha lanzado a la aventura con un proyecto que representa la sencillez, la honestidad, el sacrificio y el respeto por la tierra de hombres como el pastor que vive en los recuerdos de mi infancia. Un hombre que, como los Hermanos Pérez de Navabedilla (Soria), recorren España con su rebaño llevando a cuestas mucho más que un jornal. Porque lo que llevan sobre sus hombros es el peso de un legado y una tradición milenaria, los recuerdos de los orígenes de muchas familias que emigraron del mundo rural para evitar morirse de hambre en el campo y, en definitiva, a todos nosotros. Apoyar el proyecto de MESTAS es mucho más que comprar productos de la mejor calidad que puede haber en el mercado. Es una manera de recordar de donde venimos, quiénes somos y porque estamos donde estamos. Honrar a nuestras raíces desde el calor del salón nunca fue tan sencillo, ni tan cómodo. Y como dijo alguien que caminó por tierras de pastores, campesinos e hidalgos… si ladran, Sancho, señal que cabalgamos.

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