El tipo:
- Tímido, tembloroso, es un primer beso lanzado con algo de vergüenza. Normalmente le sigue un beso algo más apasionado.
- Apasionado, es el evidente, el que te llevas mirando media hora la boca con alguien mientras habláis y estabais los dos esperando el mejor momento. Es también el de dos personas que llevan hablando tiempo y gustándose pero no habían podido coincidir antes. Un primer beso de reencuentro podría ser también el beso de alguien que ya había estado en tu vida pero había desaparecido por un tiempo.
- Inesperado, estás hablando, no sabes si le gustas, si, no, sorpresa, plam, de repente besazo, suele ser un beso acompañado de risa porque es cómplice, porque no te lo esperas pero sí lo querías.
El lugar:
- El bar, en una barra, en un taburete pegado a la pared, en un rincón. Fantástico, sin complejos, desvergonzado.
- La esquina (al salir del bar), ahí cuando sales por la puerta y todo el aire está lleno de dudas y de preguntas y llegas a la esquina como para despedirte y la esquina de repente está desierta, de repente no hay exterior, no hay nada, sólo tu beso.
- El portal, porque se alarga la caminata porque no hay decisión tomada, porque el portal es el punto final del encuentro o el punto y seguido y entonces ocurre. Esperando que por dios no entre ningún vecino en ese momento.
- El concierto o la fiesta, nada que decir de los besos en conciertos con nocturnidad y alevosía.
La teoría:
El primer beso es complejo porque es vulnerable y porque vuelcas todas tus intenciones en una milésima de segundo: todo un encuentro se queda suspendido en ese instante en el que las dos personas se miran y se da ese cruce de miradas, a los ojos, a la boca, dónde, afuera. Se interpreta una risa, una mueca, una duda, una respiración y se va adelante: hay quién pregunta ‘te puedo dar un beso’, hay quién afirma ‘me gustaría darte un beso’ y hay quién directamente lo da. En los tres casos se va con toda porque uno no puede lanzarse a dar un beso a medias. Sea afirmación o acción es un carril de un único sentido que puede llevar a que suceda o a que no, y es un carril que irremediablemente expone al que se decide.
El otro día le leía a Buarena un tuit en el que decía que ‘nunca había dado ella el paso para el primer beso’ y que quizás eso era ‘algo cultural, establecido’, que ‘debería probarlo’. ¿Por qué las chicas parecemos seguir esperando a que ellos se decidan a lanzarse y si no lo hacen todo se desvanece? Quizás seguimos reproduciendo roles de género, quizás seguimos queriendo ser princesas que esperan a que ellos se envalentonen y quizás eso es en lo que nos sentimos cómodas. Podríamos animarnos más a expresar lo que deseamos y no sólo a reaccionar a lo que ellos piden o proponen. Lanzarnos a un primer beso.
Dar el paso es estar también dispuesta a llevar con dignidad un rechazo, es inclinarse y asumir que sea lo que tenga que ser, es un deseo de mostrar todas las cartas y un riesgo a parecer más humano y menos inalcanzable, menos idealizado y más normal.
En la pandemia me leí un libro de artículos de David Gistau, el periodista madrileño, ya fallecido. En él hablaba de un encuentro en la ciudad de Buenos Aires en el que estaba completamente prendado por una mujer (que acabaría siendo su mujer):
—Llevo varios días queriendo pedirte esto —dije—. Bésame.
—Che, pero si te voy a besar. ¿Por qué esa prisa?
—No lo sé. A veces, la magia se pierde de repente. Quién sabe si aún querrás hacerlo después. Qué buen beso fue.
De los besos inexistentes todo el mundo se acaba olvidando, pero los primeros besos, por minúsculos y raros que sean, ya pasaron de la idea a la chispa y qué es vivir si no el centelleo de la chispa. Algo inolvidable.