No sex #29: ¿Existe el 'para siempre'?

Creamos Roma cada vez que nos enamoramos

Escribí esto embriagada por la eternidad romana porque una va a Roma y dice esto lleva aquí desde siempre. Es increíble, es de los pocos lugares a los que uno va y piensa que es que casi no había mundo antes que Roma. Es obvio que estoy exagerando, espero que me lo permitas, pero no quisiera perder la capacidad de asombro por poder pasear, como si fuera algo normal, entre callejuelas de emperadores del año 117 (Adriano, uno de mis favoritos). Así que me atrevo a decir que el mundo que nosotros habitamos no existía antes que Roma.

Digo que paseaba yo por la eternidad, que me estaba sintiendo inmortal y flotante, mirando para arriba, mirando a los lados, cuando fui asaltada por esa pregunta, LA PREGUNTA, la gran pregunta. ¿Existe el ‘para siempre’ en el amor? 

¿Existió para siempre el imperio romano?

Divaguemos para converger. Parto de una lógica que para mí es aplastante: todo lo que existió una vez, ya no puede dejar de existir aunque desaparezca. Es decir, tú podrás no seguir con tu primera novia pero siempre será tu primera novia, podrás no volver a ver nunca al amor de aquel verano pero será tu novio de aquel verano hasta incluso después de que hayas muerto. A lo formado ya no se le puede nunca quitar forma. 

Giovanna me contó que habían encontrado de casualidad, 2000 años después, los restos de mármol rojo del ábside de la Basílica Ulpia (la que fue en algún momento la más grande de Roma) en el edificio de su familia. Siempre estuvo ahí. Aunque en ruinas, su recuerdo nunca dejó de existir.

Por tanto, el ‘para siempre’ es inevitable: cuando algo sucede ya ha existido, y solo dependerá de nuestra memoria darle la manera de quedarse, de seguir viviendo. 

*

Si entonces todo puede ser para siempre, si este minúsculo pero rotundo hecho es real, deberíamos sentir menos presión y dejar de preguntarnos constantemente sobre la supervivencia de nuestro amor en el tiempo. La permanencia es inevitable en la medida que algo pasa y lo recordamos, se haya acabado o no.

Pero no, no ocurre así. Aun así no dejamos de dudar, no dejan de atravesarnos los temores. Al futuro, a no llegar nunca: una expectativa convertida en una losa que añade demasiada relevancia y rotundidad a un presente que se vive más ligero. Si esto está funcionando ahora, la presión de lo que debería llegar a ser a veces lastra un hoy poderoso y le añade dudas constantes. ¿Estaré siempre enamorado así? ¿Querré besar siempre estos labios? ¿Me harán siempre gracia sus chistes? ¿Querré siempre escaparme un fin de semana con él? ¿Me gustará siempre salir a tomar vino juntos? 

Yo no lo sé. ¿Pensarlo me aleja de ti? ¿Y si nunca cumplo lo que se espera? ¿Y si no eres capaz de cumplirlo tú?

Un ‘para siempre’ tiene más forma de promesa que de afirmación categórica porque nadie, en realidad, puede saber que nada nunca cambiará, lo que puede es apostar para construir algo que sea tan sólido como para aguantar los embates del destino. Un ‘para siempre’ tiene más que ver con un ‘hoy decido quedarme contigo y voy a trabajar para seguir cuidando esto’ que con una declaración al aire, por romántica que suene. Un ‘para siempre’ tiene más de trabajo que de frase hecha. Diría que un ‘para siempre’ es más normalito, menos extraordinario. Más esculpido, menos cantado. Más tangible, menos al aire. Diría, si me pongo, que es más hoy que mañana. Más presente que futuro. De forma curiosa y contradictoria.

*

Vuelve a ser hoy: sigo andando por Roma, ya es de noche y apenas hay luces que reflejan en el punto justo en el que se ven el rostro de las vírgenes que se reparten en las esquinas de la ciudad. Y entonces me atrevo, qué se yo, tampoco tengo nada que perder, me atrevo a decir que nosotros de alguna manera también habitamos lugares distintos, creamos Roma cada vez que nos enamoramos, como si el mundo que habitamos no existiese antes que eso y, en el fondo, eso mismo le quita importancia al para siempre. Y es precisamente lo que, de alguna manera extraña, provoca que lo sea. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Costumbres

No sex #29: ¿Existe el 'para siempre'?

Creamos Roma cada vez que nos enamoramos

Escribí esto embriagada por la eternidad romana porque una va a Roma y dice esto lleva aquí desde siempre. Es increíble, es de los pocos lugares a los que uno va y piensa que es que casi no había mundo antes que Roma. Es obvio que estoy exagerando, espero que me lo permitas, pero no quisiera perder la capacidad de asombro por poder pasear, como si fuera algo normal, entre callejuelas de emperadores del año 117 (Adriano, uno de mis favoritos). Así que me atrevo a decir que el mundo que nosotros habitamos no existía antes que Roma.

Digo que paseaba yo por la eternidad, que me estaba sintiendo inmortal y flotante, mirando para arriba, mirando a los lados, cuando fui asaltada por esa pregunta, LA PREGUNTA, la gran pregunta. ¿Existe el ‘para siempre’ en el amor? 

¿Existió para siempre el imperio romano?

Divaguemos para converger. Parto de una lógica que para mí es aplastante: todo lo que existió una vez, ya no puede dejar de existir aunque desaparezca. Es decir, tú podrás no seguir con tu primera novia pero siempre será tu primera novia, podrás no volver a ver nunca al amor de aquel verano pero será tu novio de aquel verano hasta incluso después de que hayas muerto. A lo formado ya no se le puede nunca quitar forma. 

Giovanna me contó que habían encontrado de casualidad, 2000 años después, los restos de mármol rojo del ábside de la Basílica Ulpia (la que fue en algún momento la más grande de Roma) en el edificio de su familia. Siempre estuvo ahí. Aunque en ruinas, su recuerdo nunca dejó de existir.

Por tanto, el ‘para siempre’ es inevitable: cuando algo sucede ya ha existido, y solo dependerá de nuestra memoria darle la manera de quedarse, de seguir viviendo. 

*

Si entonces todo puede ser para siempre, si este minúsculo pero rotundo hecho es real, deberíamos sentir menos presión y dejar de preguntarnos constantemente sobre la supervivencia de nuestro amor en el tiempo. La permanencia es inevitable en la medida que algo pasa y lo recordamos, se haya acabado o no.

Pero no, no ocurre así. Aun así no dejamos de dudar, no dejan de atravesarnos los temores. Al futuro, a no llegar nunca: una expectativa convertida en una losa que añade demasiada relevancia y rotundidad a un presente que se vive más ligero. Si esto está funcionando ahora, la presión de lo que debería llegar a ser a veces lastra un hoy poderoso y le añade dudas constantes. ¿Estaré siempre enamorado así? ¿Querré besar siempre estos labios? ¿Me harán siempre gracia sus chistes? ¿Querré siempre escaparme un fin de semana con él? ¿Me gustará siempre salir a tomar vino juntos? 

Yo no lo sé. ¿Pensarlo me aleja de ti? ¿Y si nunca cumplo lo que se espera? ¿Y si no eres capaz de cumplirlo tú?

Un ‘para siempre’ tiene más forma de promesa que de afirmación categórica porque nadie, en realidad, puede saber que nada nunca cambiará, lo que puede es apostar para construir algo que sea tan sólido como para aguantar los embates del destino. Un ‘para siempre’ tiene más que ver con un ‘hoy decido quedarme contigo y voy a trabajar para seguir cuidando esto’ que con una declaración al aire, por romántica que suene. Un ‘para siempre’ tiene más de trabajo que de frase hecha. Diría que un ‘para siempre’ es más normalito, menos extraordinario. Más esculpido, menos cantado. Más tangible, menos al aire. Diría, si me pongo, que es más hoy que mañana. Más presente que futuro. De forma curiosa y contradictoria.

*

Vuelve a ser hoy: sigo andando por Roma, ya es de noche y apenas hay luces que reflejan en el punto justo en el que se ven el rostro de las vírgenes que se reparten en las esquinas de la ciudad. Y entonces me atrevo, qué se yo, tampoco tengo nada que perder, me atrevo a decir que nosotros de alguna manera también habitamos lugares distintos, creamos Roma cada vez que nos enamoramos, como si el mundo que habitamos no existiese antes que eso y, en el fondo, eso mismo le quita importancia al para siempre. Y es precisamente lo que, de alguna manera extraña, provoca que lo sea. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES