Noah Fürbringer, mataría por ti

Por
Bardají
3/10/2025

Su actuación no hizo más que reforzar mi hipótesis de que un grupo es tan bueno como lo sea su batera.

Para Carmen; por reventar hiatos a través de conciertos. 

Hoy en día, más o menos, la «escuela cool» se ha impuesto, y no creo que exista tal cosa como un «batería cool». O se anima a una banda o no se anima, y eso es lo que falta hoy en día... No hay nadie que se ponga ahí atrás y toque con garra. Y a mí me gustan los pesos pesados. No soy un peso pluma. Me gustan, en la lucha, los pesos pesados, y en la música me gusta el jazz emocionalmente bueno, fuerte, del tipo peso pesado. Y eso es lo que falta hoy en día.

- Buddy Rich (1956), en una entrevista con Gene Kupra en Voice of America Radio

El viernes 26 de septiembre, la Villanos (para variar) acogió al Moses Yoofee Trio en un concierto del que Carmen y yo salimos trastornadas (para variar). Pueden ser un trío alemán de jazz fusión, pero para mí se resumen en Noah Fürbringer destrozando la batería durante una hora y media. Lo único que podía mirar, lo único en lo que pensaba, eran sus manos. 

En la euforia del post-concierto, todo es una hipérbole. Todo es un eterno sesgo confirmatorio. Buscamos, interpretamos y preservamos aquello que confirma nuestras hipótesis y anhelos. Minimizamos lo que pueda contradecirlo, huyendo de la disonancia cognitiva como si nos fuese a matar. Con el trastorno mental suficiente, cualquier batería se puede romantizar. 

Foto de la autora

Yo la busco como si fuese crack. Es pulsión, es invocante. Tanto en los cascos como en el directo, la sitúo en el centro. Necesito descifrarla, sentir el golpe rítmico, predecir lo que va a pasar. Ansío la vibración en el pecho, en el estómago, que se me erice la piel. Es una búsqueda que no se agota y que ya ha muerto: aspiro a que, en cada golpe, invoque al siguiente, abriendo una nueva búsqueda, una nueva vibración. Fürbringer, déjame sorda si es lo que hace falta. 

Hago una crónica que no es tanto eso, sino una defensa de la batería. Le rezo a un Dios en el que no creo para que el lector no interprete la “pulsión” en términos lacanianos. Extracto una cita de Buddy Rich que defiende exactamente mi percepción del concierto, para justificarme. Todo es propaganda de persona insoportable. Necesito convencerme, convencernos, de que la batería sostiene todo lo demás. 

Doy trescientas vueltas, cuestiono la validez y credibilidad de mi experiencia, sólo para terminar escudándome de la crítica con la coletilla del “... yo qué sé”. Me digo: quizás no fue Muhammad Ali, pero desde luego fue mucho más que un simple ba dum tss. Y aunque a nivel técnico no lo fuese, si la experiencia vivida es un alud de dopamina, ¿importa?

Busco lore del batera, para respaldarme con evidencia empírica. El alemán de treinta años, nativo de Münich, lleva tocando la batería desde los cinco años. Un dato que sólo me hace pensar en la paciencia que tienen sus padres, porque nada me parece más anticonceptivo que escuchar a un niño darle hostias a sartenes un domingo por la mañana. Hallazgo: lleva tocando más de veinticinco años, y se nota.

Toca a una velocidad que parece que lo estás viendo en x1.5, sin titubear. Sujeta las baquetas con una fuerza y una delicadeza paradójica, que te hace pensar que las va a partir y, a partes iguales, que no le han sangrado las manos jamás. Cada extremidad tiene vida propia, y sonríe como si fuese normal. Es como ver las Olimpiadas: hace que parezca fácil. 

No es sólo por eso, ni por la carga emocional que conlleva, sino también por su resistencia física y, sobre todo, por su indiferencia. Se ríe, mientras estalla el ritmo y la expectativa a puro gesto, sin descanso. Para él es otro día más en la oficina, otro bolo más en un tour en el que ya no sabe ni en qué ciudad está. Para ti es el mejor polvo de tu vida, y él no se va a acordar.  

Como oyente, notas su indiferencia y te da igual. No se esfuerza por gustarte, para él es natural. Sabes que no eres especial, que no te va a volver a llamar y eso detona un apego ansioso que no sabes colocar. Te vuelves loca. A caballo entre el “Noah, jódeme la vida” y el “como te vayas, me suicido”. Y quizás, por un segundo, entre solo y solo, lo crees de verdad. 

La batería como instrumento es un poco como un one night stand, en general. Cada golpe es un duelo anticipado, cada gesto se esfuma mientras nace, y deja tras de sí un trauma que le proyecta al siguiente sonido al temblar. El silencio ahí no es ausencia, sino potencial. Es una experiencia paradójica de la temporalidad: persigues lo que ya se ha desvanecido, construyes un futuro que está condenado a colapsar. 

En una entrevista, Fürbringer dice: “tocar la batería es como hablar [...] Hablar suave, fuerte, rápido, lento y, a veces, también equivocarse al hablar.” Por mi parte, yo a ese señor no le vi tartamudear. Vi pura elocuencia, fluidez, coherencia y claridad. Es mi orador favorito, el que más me ha impactado en directo desde Kassa Overall. No me refiero a que sea el mejor a nivel técnico, pero sí a nivel espiritual.

A lo largo de este año, he escuchado muchísimo tanto su álbum con el trío como su álbum en solitario. En parte, agradezco no haber buscado directos suyos, para no generar una tolerancia al éxtasis del concierto. Porque, sinceramente, el estudio no le hace justicia. No sé cómo se llama al que no es fotogénico del sonido, pero va por ahí. Noah Fürbringer es muchísimo más guapo en persona. 

Su actuación no hizo más que reforzar mi hipótesis de que un grupo es tan bueno como lo sea su batera. Digo esto (como todo) sin tener ni puta idea de técnica ni teoría. Lo digo como persona que se traba dando palmas, que no sabe contar; porque, en el fondo, eso en la música da igual. Se trata de alcanzar una conexión emocional, espiritual. 

Conversación de whatsapp con Carmen de Reyna, en noviembre de 2023, tras el concierto de Billy Cobham

El viernes sujeté esa conexión hasta aplastarla. Pude escribir los versos más pedantes esa noche. Escribí, por ejemplo: “[l]a batería me gusta porque encarna la dialéctica entre la matemática estructural del ritmo y la desviación de la expectativa. Quizás no es algo exclusivo de la batería, pero sí me parece su máximo exponente”. Y me quedé tan ancha.

Como suele pasar con las notas del móvil, hoy lo leo y me odio a gritos, por pedante, por creerlo de verdad. Porque siento que la batería es una tensión que no se resuelve. Es disciplina, pero también es necesariamente disrupción. A mi juicio, el buen batera encarna la precisión, fusilándose la estandarización. Una batería está guapa de verdad cuando piensas que sabes lo que va a pasar, y te apuñala por detrás. 

Eso, para mí, es lo que dota de significado a todo lo demás. La batería no se vincula a la melodía, sino que apela al pulso. Es lo que esculpe el tiempo, construye la resonancia y el silencio. Ancla el ritmo y, a la vez, es su marea; lo estabiliza, sólo para reventarlo después contra el malecón. Es lo que define el buen jazz.

Según Cole Cuchna (fuente que tiro sin contrastar si lo que dice es verdad), esto tiene una explicación neurocientífica. El frisson es la respuesta neurofisiológica a estímulos artísticos, que genera escalofríos o piel de gallina. Este fenómeno está asociado con la anticipación del placer y con el contraste cognitivo: ocurre cuando crees saber lo que va a suceder, pero la expectativa se rompe de forma inesperada. Antes del clímax musical, se activa el sistema de recompensa del cerebro y éste libera dopamina. En el directo de Moses Yoofee Trio, liberas el mismo neurotransmisor que con un orgasmo, que con el MDMA.

Eso se aplica a la música en general, pero creo que la percusión tiene algo especial, ancestral. Decido ser un ejemplo de superación en el esnobismo, y acudo a la fuente más insoportable de mi estantería: Ted Gioia. Me pongo otro plato de sesgo confirmatorio, mientras leo que el origen de la percusión está ligado al rito espiritual de culturas neolíticas. Pausa dramática ahí, porque esto significa que los instrumentos de percusión son anteriores a la escritura.

Con eso, romantizo la actuación pulcra y contundente de Fürbringer. Esa antigüedad y universalidad hacen que la percusión para mí no sea un mero recurso artístico, sino que coexista con la esencia humana inmemorial. Utilizamos el boom tss-ka, boom tss-ka para invocar dioses, guiar rituales, marcar el ritmo de trabajo y movilizar ejércitos. La batería, por ende, contribuye a crear un pulso común, un lenguaje anterior a las mismas palabras.

Adquiere una dimensión subconsciente y visceral, sin aislarla de la consciencia. Reconozco cómo somatizo el sonido, cómo se me acelera el pulso cuando Fürbringer revienta un plato, y lo agarra al instante para cortarme la respiración. Cierro los ojos para vivirlo el triple. Su fluidez y velocidad me transmiten calma, paz. Y, a partes iguales, es eufórico, comunitario, ceremonial.

El concierto de Moses Yoofee Trio para mí fue eso: calma, conmoción y éxtasis en la sobriedad. Diez la pastilla, cuarenta la piedra, veinticinco la entrada. Noah Fürbringer declaró guerras, forjó militancia. Cuando me manden al frente, en el casco llevaré una foto suya. 

Porque, si mi hipótesis es cierta y el batería hace el grupo, el Moses Yoofee Trio es el mejor grupo que he escuchado en años. Y supongo que, como decía Rich, eso es lo que me faltaba hoy en día.

…yo qué sé.

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Su actuación no hizo más que reforzar mi hipótesis de que un grupo es tan bueno como lo sea su batera.
Por
Bardají
3/10/2025

Para Carmen; por reventar hiatos a través de conciertos. 

Hoy en día, más o menos, la «escuela cool» se ha impuesto, y no creo que exista tal cosa como un «batería cool». O se anima a una banda o no se anima, y eso es lo que falta hoy en día... No hay nadie que se ponga ahí atrás y toque con garra. Y a mí me gustan los pesos pesados. No soy un peso pluma. Me gustan, en la lucha, los pesos pesados, y en la música me gusta el jazz emocionalmente bueno, fuerte, del tipo peso pesado. Y eso es lo que falta hoy en día.

- Buddy Rich (1956), en una entrevista con Gene Kupra en Voice of America Radio

El viernes 26 de septiembre, la Villanos (para variar) acogió al Moses Yoofee Trio en un concierto del que Carmen y yo salimos trastornadas (para variar). Pueden ser un trío alemán de jazz fusión, pero para mí se resumen en Noah Fürbringer destrozando la batería durante una hora y media. Lo único que podía mirar, lo único en lo que pensaba, eran sus manos. 

En la euforia del post-concierto, todo es una hipérbole. Todo es un eterno sesgo confirmatorio. Buscamos, interpretamos y preservamos aquello que confirma nuestras hipótesis y anhelos. Minimizamos lo que pueda contradecirlo, huyendo de la disonancia cognitiva como si nos fuese a matar. Con el trastorno mental suficiente, cualquier batería se puede romantizar. 

Foto de la autora

Yo la busco como si fuese crack. Es pulsión, es invocante. Tanto en los cascos como en el directo, la sitúo en el centro. Necesito descifrarla, sentir el golpe rítmico, predecir lo que va a pasar. Ansío la vibración en el pecho, en el estómago, que se me erice la piel. Es una búsqueda que no se agota y que ya ha muerto: aspiro a que, en cada golpe, invoque al siguiente, abriendo una nueva búsqueda, una nueva vibración. Fürbringer, déjame sorda si es lo que hace falta. 

Hago una crónica que no es tanto eso, sino una defensa de la batería. Le rezo a un Dios en el que no creo para que el lector no interprete la “pulsión” en términos lacanianos. Extracto una cita de Buddy Rich que defiende exactamente mi percepción del concierto, para justificarme. Todo es propaganda de persona insoportable. Necesito convencerme, convencernos, de que la batería sostiene todo lo demás. 

Doy trescientas vueltas, cuestiono la validez y credibilidad de mi experiencia, sólo para terminar escudándome de la crítica con la coletilla del “... yo qué sé”. Me digo: quizás no fue Muhammad Ali, pero desde luego fue mucho más que un simple ba dum tss. Y aunque a nivel técnico no lo fuese, si la experiencia vivida es un alud de dopamina, ¿importa?

Busco lore del batera, para respaldarme con evidencia empírica. El alemán de treinta años, nativo de Münich, lleva tocando la batería desde los cinco años. Un dato que sólo me hace pensar en la paciencia que tienen sus padres, porque nada me parece más anticonceptivo que escuchar a un niño darle hostias a sartenes un domingo por la mañana. Hallazgo: lleva tocando más de veinticinco años, y se nota.

Toca a una velocidad que parece que lo estás viendo en x1.5, sin titubear. Sujeta las baquetas con una fuerza y una delicadeza paradójica, que te hace pensar que las va a partir y, a partes iguales, que no le han sangrado las manos jamás. Cada extremidad tiene vida propia, y sonríe como si fuese normal. Es como ver las Olimpiadas: hace que parezca fácil. 

No es sólo por eso, ni por la carga emocional que conlleva, sino también por su resistencia física y, sobre todo, por su indiferencia. Se ríe, mientras estalla el ritmo y la expectativa a puro gesto, sin descanso. Para él es otro día más en la oficina, otro bolo más en un tour en el que ya no sabe ni en qué ciudad está. Para ti es el mejor polvo de tu vida, y él no se va a acordar.  

Como oyente, notas su indiferencia y te da igual. No se esfuerza por gustarte, para él es natural. Sabes que no eres especial, que no te va a volver a llamar y eso detona un apego ansioso que no sabes colocar. Te vuelves loca. A caballo entre el “Noah, jódeme la vida” y el “como te vayas, me suicido”. Y quizás, por un segundo, entre solo y solo, lo crees de verdad. 

La batería como instrumento es un poco como un one night stand, en general. Cada golpe es un duelo anticipado, cada gesto se esfuma mientras nace, y deja tras de sí un trauma que le proyecta al siguiente sonido al temblar. El silencio ahí no es ausencia, sino potencial. Es una experiencia paradójica de la temporalidad: persigues lo que ya se ha desvanecido, construyes un futuro que está condenado a colapsar. 

En una entrevista, Fürbringer dice: “tocar la batería es como hablar [...] Hablar suave, fuerte, rápido, lento y, a veces, también equivocarse al hablar.” Por mi parte, yo a ese señor no le vi tartamudear. Vi pura elocuencia, fluidez, coherencia y claridad. Es mi orador favorito, el que más me ha impactado en directo desde Kassa Overall. No me refiero a que sea el mejor a nivel técnico, pero sí a nivel espiritual.

A lo largo de este año, he escuchado muchísimo tanto su álbum con el trío como su álbum en solitario. En parte, agradezco no haber buscado directos suyos, para no generar una tolerancia al éxtasis del concierto. Porque, sinceramente, el estudio no le hace justicia. No sé cómo se llama al que no es fotogénico del sonido, pero va por ahí. Noah Fürbringer es muchísimo más guapo en persona. 

Su actuación no hizo más que reforzar mi hipótesis de que un grupo es tan bueno como lo sea su batera. Digo esto (como todo) sin tener ni puta idea de técnica ni teoría. Lo digo como persona que se traba dando palmas, que no sabe contar; porque, en el fondo, eso en la música da igual. Se trata de alcanzar una conexión emocional, espiritual. 

Conversación de whatsapp con Carmen de Reyna, en noviembre de 2023, tras el concierto de Billy Cobham

El viernes sujeté esa conexión hasta aplastarla. Pude escribir los versos más pedantes esa noche. Escribí, por ejemplo: “[l]a batería me gusta porque encarna la dialéctica entre la matemática estructural del ritmo y la desviación de la expectativa. Quizás no es algo exclusivo de la batería, pero sí me parece su máximo exponente”. Y me quedé tan ancha.

Como suele pasar con las notas del móvil, hoy lo leo y me odio a gritos, por pedante, por creerlo de verdad. Porque siento que la batería es una tensión que no se resuelve. Es disciplina, pero también es necesariamente disrupción. A mi juicio, el buen batera encarna la precisión, fusilándose la estandarización. Una batería está guapa de verdad cuando piensas que sabes lo que va a pasar, y te apuñala por detrás. 

Eso, para mí, es lo que dota de significado a todo lo demás. La batería no se vincula a la melodía, sino que apela al pulso. Es lo que esculpe el tiempo, construye la resonancia y el silencio. Ancla el ritmo y, a la vez, es su marea; lo estabiliza, sólo para reventarlo después contra el malecón. Es lo que define el buen jazz.

Según Cole Cuchna (fuente que tiro sin contrastar si lo que dice es verdad), esto tiene una explicación neurocientífica. El frisson es la respuesta neurofisiológica a estímulos artísticos, que genera escalofríos o piel de gallina. Este fenómeno está asociado con la anticipación del placer y con el contraste cognitivo: ocurre cuando crees saber lo que va a suceder, pero la expectativa se rompe de forma inesperada. Antes del clímax musical, se activa el sistema de recompensa del cerebro y éste libera dopamina. En el directo de Moses Yoofee Trio, liberas el mismo neurotransmisor que con un orgasmo, que con el MDMA.

Eso se aplica a la música en general, pero creo que la percusión tiene algo especial, ancestral. Decido ser un ejemplo de superación en el esnobismo, y acudo a la fuente más insoportable de mi estantería: Ted Gioia. Me pongo otro plato de sesgo confirmatorio, mientras leo que el origen de la percusión está ligado al rito espiritual de culturas neolíticas. Pausa dramática ahí, porque esto significa que los instrumentos de percusión son anteriores a la escritura.

Con eso, romantizo la actuación pulcra y contundente de Fürbringer. Esa antigüedad y universalidad hacen que la percusión para mí no sea un mero recurso artístico, sino que coexista con la esencia humana inmemorial. Utilizamos el boom tss-ka, boom tss-ka para invocar dioses, guiar rituales, marcar el ritmo de trabajo y movilizar ejércitos. La batería, por ende, contribuye a crear un pulso común, un lenguaje anterior a las mismas palabras.

Adquiere una dimensión subconsciente y visceral, sin aislarla de la consciencia. Reconozco cómo somatizo el sonido, cómo se me acelera el pulso cuando Fürbringer revienta un plato, y lo agarra al instante para cortarme la respiración. Cierro los ojos para vivirlo el triple. Su fluidez y velocidad me transmiten calma, paz. Y, a partes iguales, es eufórico, comunitario, ceremonial.

El concierto de Moses Yoofee Trio para mí fue eso: calma, conmoción y éxtasis en la sobriedad. Diez la pastilla, cuarenta la piedra, veinticinco la entrada. Noah Fürbringer declaró guerras, forjó militancia. Cuando me manden al frente, en el casco llevaré una foto suya. 

Porque, si mi hipótesis es cierta y el batería hace el grupo, el Moses Yoofee Trio es el mejor grupo que he escuchado en años. Y supongo que, como decía Rich, eso es lo que me faltaba hoy en día.

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