A finales de septiembre, Fred again.. anunció el lanzamiento de su nuevo proyecto: USB002. El roll-out consiste en “10 weeks, 10 songs, 10 cities”: presentar 10 temas nuevos, en 10 conciertos pop-up, en 10 ciudades distintas. Cada ciudad se anuncia el fin de semana anterior a su celebración, donde los asistentes escucharán el conjunto de nuevas canciones anteriores en un directo “especial”.

La última vez que Fred había estado en Madrid fue en el Primavera Sound 2023 (DEP) y, desde entonces, las hermanas Bardají llevamos suscritas a todo canal de notificaciones habido y por haber. Por ende, cuando hace dos semanas se anunció que la tercera fecha era en Madrid, cundió el más absoluto de los pánicos.
El proceso para conseguir entradas fue surrealista: tenías que pre-registrarte, subir un selfie, sacrificar a tu primogénito e hipotecar la casa que nunca tendrás en propiedad. De cara a la compra, llegaban unos ochocientos emails con unas instrucciones dignas de IKEA: descargar una app específica, precargar tarjetas, añadir todos tus datos personales, etc. Histeria colectiva análoga a la de Bad Bunny.
Tweet del autor de esta santa sede, Luis Alonso Agúndez.
Una vez aseguradas en el lapso de 4 min, pagabas el módico precio de setenta y ocho eurazos por entrada (cifra que deletreo por puro énfasis). Esto, por sí solo, te hace replantearte las cuantías que hemos normalizado en el mundo del entretenimiento musical. Pero bueno, tarjetazo, y pasta con aceite y ajo el resto del mes. “Para algo trabajo”, me repetía en bucle.
Pero lo que originalmente pretendía ser un set en el que la gente bailase y disfrutase del momento, se convirtió en una horda de pijos y nómadas digitales grabando, grabándolo todo. El mensaje es contundente: no vas a ver a Fred again.., sino que vas a que el resto sepa que le has visto.

En este día y siglo, creo que es más importante que nunca que existan espacios al margen de la digitalización, sobre todo en el mundo de la noche. Creo que todos deberíamos tener derecho a que no se nos grabe, a que no se nos suba a redes, máxime mientras permanecemos poseídos por el ritmo ragatanga.
Esto no va en plan purista berlinés. No pretendo abogar por la requisa de los móviles en aras de crear un espacio de desinhibición extrema. Creo (o creía) que todos somos mayorcitos como para saber cuándo no grabar si es el mismo artista quien lo está pidiendo. Pero parece que hemos llegado a un punto en el que, para respetar la voluntad del artista, igual vamos a tener que dejar los teléfonos en taquillas antes de entrar, o imponer el uso de fundas magnéticas como hizo Bob Dylan.
Todo esto destila una adicción a la mirada del Otro que me perturba, pero de la que no estoy exenta. Nuestra construcción de la identidad digital se ha vuelto tan esencial, que no somos capaces de concebir el vivir algo sin dejar constancia en redes. Yo soy yo y mi Instagram, y si no lo salvo a él no me salvo yo.
Entiendo el impulso visceral de documentar los momentos importantes. A mí también me hace ilusión compartir vídeos de conciertos que me han flipado. Yo también me pongo a verlos cuando me deprimo.

Pero el viernes nos pasamos de la raya. Ya no es sólo una cuestión de estar presentes y bailar. Hemos perdido el norte. Las ansias patológicas de ser percibidos son tales, que nos saltamos instrucciones expresas del artista. Todo, con tal de performar en redes. Todo, con tal de que nos vean. ¿Quién? Da igual, quien sea.
No es sólo que te saltes las instrucciones, sino que has decidido activamente quitarte la pegatina. Hay algo transgresor, violento, en eso. Hay gente en mi feed que ha llegado incluso a etiquetar al mismo Fred..again. Me angustia ese entitlement, esa prevalencia del story sobre la voluntad expresa del artista.

Supongo que Frederick tenía razón cuando decía que we’ve lost dancing. Nuestra identidad digital tiene tal peso hoy en día que somos incapaces de guardar el móvil durante seis horas. Nuestra adicción es tal, que si no lo grabamos, es como si no hubiésemos ido. No sé si dice más de nuestras ansias de documentarlo todo o de nuestra necesidad de ser percibidos.
Me gustaría que la gente empezase a indignarse con esto, que se crease algún tipo de resistencia. Me fliparía que la peña empezase a bajarle los teléfonos a aquellos que se saltasen este tipo de pautas. Y a los que grabaron, espero de corazón que les mereciese la pena.