Please, don’t put your life in the hands of a rock’n’roll band

El concierto de Oasis el 2025 en Wembley no es el concierto que esperabas: es el concierto que merecías desde el primer momento. 

Muchas son las horas que he dedicado en mi vida a Oasis.

138.960 horas las que han pasado sin dar conciertos.

140.589 horas han pasado desde única vez que vi a la banda en directo. Hasta anoche. Les vi un mes antes de separarse, les he vuelto a ver un mes después de reconciliarse. 

No tuve suerte en la guerra de las entradas de ticketmaster (nunca la tengo), pero sí que la tuve en la ruleta de amigos que te tocan en la vida (siempre la he tenido). A falta de tres semanas, David (gracias, David) me contaba que no podía ir al concierto para el que tenía entrada. Y yo tenía libertad de movimiento.

Atravieso Londres de punta a punta hasta llegar a Wembley con muchas horas por delante. Salvo por los móviles y los vapers, la ciudad es la misma que imaginaba de adolescente, cuando todas queríamos ser británicas. Me cruzo con tanta gente con camisetas de la banda que empiezo a dudar de mi propio outfit. Si alguien ha ganado dinero con esta reunión han sido, claramente, Adidas y quien tenga la patente de los (terribilísimos) gorros de pescador. En el canal, una bici hundida. Llueve a ratos, pero es verano y en cada zona ajardinada alguien toma el sol. Todo parece un set de Danny Boyle. 

Consigo llegar sin muchas incidencias y busco un sitio para tomar algo antes de entrar con unos amigos que se han aventurado también a última hora. Los mismos amigos con los que vi a la banda en 2009.

Si estuviste en ese concierto del FIB de 2009 te llevaste, como nosotros, exactamente el concierto que esperabas: un Liam Gallagher absolutamente hastiado, parando el concierto mil veces, discutiendo con su sombra, desafinado literal y figuradamente. Un Noel Gallagher fiel imagen de la desidia, con la mirada de las mil yardas, seguramente gestando el fin de la banda.

El de 2025 no es el concierto que esperabas: es el concierto que merecías desde el primer momento. 

El universo se concentra de repente alrededor del estadio. Le doy la vuelta de reconocimiento entera. Todo el mundo sonríe y canta cualquier cosa que sale de los bares. Hasta Blur. Si alguien había intentado huir del setlist, está escrito en los escalones de uno de los accesos, de principio a fin. Todo el personal involucrado es muy amable: merchandising, seguridad, camareros. No me hagáis hablar de los baños.

Bajo a la pista, por fin. Soy la persona número 21938 en hacerlo, según la pulsera que me ponen. Richard Ashcroft (habrán vuelto a manufacturar esas gafas o increíblemente no las ha perdido en 30 años ¿?) hace de telonero perfecto: su banda tuvo en Bittersweet Simphony su one hit wonder pero el resto de las canciones de la banda generan el mismo fervor en el público, preparado ya para lo que sea. Por qué sólo canta UNA canción de las que tiene en solitario es algo que me gustaría preguntarle algún día, pero mi enfado se diluye por poder ver The Drugs Don’t Work, por fin, en directo. 

Richard termina y comienza la excitación por anticipación. Tengo que elegir el sitio definitivo en el que pueda ver (el escenario es bajísimo), se escuche, haya alegría pero no riesgo de muerte. Creo que lo encuentro: no soy ni la más vieja, ni la más joven, entre una pareja enamorada pero no empalagosa, dos pandillas de podrían salir en la guía de fifes’25 y rodeada de camisetas no Adidas, no Oasis: Fontaines D.C, Turnstile y Phoebe Bridgers. Este es mi sitio. 

A las 20:15 se desata la locura. Los hermanos salen -por contrato, he leído- de la manita, pero sin dirigirse la palabra. Eso sí, sonríen. Un poco, no os vayáis a creer. Obviamente, el concierto empieza con Hello.

A mi alrededor la gente, enloquecida, empuja para conseguir ir más hacia adelante. Mi Spritz y yo nos quedamos inmóviles sobre el pequeño altillo que hemos encontrado: a favor del pogo, en contra de matarse. Wembley suena como un tiro, lo tienen bien estudiado. A Liam se le escucha bien alto y, sin embargo, al público se le escucha aún más. Quiero pensar que Strepsils también habrá sacado tajada de este comeback. 

En esta primera parte del setlist hay un guiño a cómo viven los conciertos la GenZ: la iteración como nexo. Durante el concierto de Cardiff, el primero de la gira, Liam Gallagher pidió al público, justo antes de Cigarettes & Alcohol, que hicieran “The Poznan”. Recordad: el fútbol pasen los años que pasen, no es sólo un deporte, es todo lo que sucede alrededor. El Poznan es una celebración de los seguidores del Manchester City en la que, de espaldas al campo, saltan abrazados unos a otros. El Manchester City es, en realidad, el culpable de que todos estemos aquí en este momento. El tweet de Liam Gallagher el 10 de mayo de 2023 prometiendo una reunión de la banda si el equipo ganaba la Champions League es el culpable de que todos estemos aquí. Pep Guardiola, presente en el escenario en forma de cartón piedra a tamaño real, detrás de Noel es el culpable. El fútbol: culpable.

Yo estoy sola en la pista, pero uno de los fifes me agarra del hombro: c’mon. Así que yo hago lo mismo con una desconocida. Estamos lo suficientemente alante como para ver al resto del estadio hacer lo mismo. Se para el mundo en cada salto, en cada you gotta make it happen!, retumba todo un código postal. Puto fútbol. 

El setlist avanza, y nadie deja de cantar. Dedican Fade Away a los que han ido a verles por primera vez: mucha gente joven que probablemente no habían nacido cuando estaban en la cumbre levanta ahora la mano. El fútbol, siempre presente: Roll with it va para la selección inglesa femenina que acaba de arrebatarnos, digo, ganar la Eurocopa y cuyas jugadoras están en el público esta noche. Creo reconocer los acordes de The Importance of Being Idle cuando va una para la familia real pero no, es Half The World Away, oportunidad perdida ahí. No será la única vez que escuche la canción esa noche.

Porque ya ha caído la noche y todo gana en epicidad. La parte del set que Noel canta solo (unpopular opinion: muchas de las mejores canciones de Oasis —Half the world away, little by little— son las que canta él) es realmente emocionante: al abrigo de la oscuridad, todo el estadio enciende lo que en los 90 hubieran sido mecheros: el flash del móvil. 

La emoción se desborda, al menos en mi caso, cuando llegan a Stand By Me. Dedicada a “Rkid”, slang de Manchester para referirse a alguien muy muy cercano, en teoría de Liam para Noel. En la práctica, puedes elegir a quién pedirle que se quede contigo. Stand By Me es, quizá, una de las canciones que más he cantado en mi vida a solas. En mi cuarto de adolescente, en el coche, cuando nadie mira. Me quedo sin voz esta vez, atropellada por mis propios recuerdos. Pero esta vez no estoy sola, hay 89.999 personas cantándola por mí, si alguna me lee: gracias. Será un recuerdo que me acompañe hasta el fin de mi memoria.

Pero no hay tiempo para regodearse en sentimentalismos, siguen cayendo los hits, no dan un paso en falso. Liam saca las maracas y se enfada con quien le pide que le regale la pandereta (que equilibra sobre su cabeza durante todo el concierto, un halo petunio, de repente, le santifica): “dejad de pedirme la pandereta, qué os creéis ¿que estoy hecho de panderetas?” Esa respuesta de PADRE es la única que desvelará la edad real que tenemos todos ahora, y no la que teníamos entonces. Un saludo, por cierto, a la señora que coló una pandereta en el pantalón de su marido, espero que no le dieras mucho a la tabarra a los que tenías al lado aunque en su cabeza la idea fuese espectacular. 

Rock’n’roll Star supone el fin de la primera parte y me toca hacer desescalada de violencia evitando una pelea provocada por un comentario soez y machista (poca sorpresa aquí). Pero un Whatever apoteósico redime el momento y me hace mirar a la grada en busca de mis amigos: fue la canción que cerró su boda. Nadie pide otra canción. Nadie se enfada porque haya acabado, el guion está escrito por todas partes y en menos de 10 minutos salen de nuevo para la traca final. 

Encadenar Don’t Look Back in Anger - Wonderwall - Champagne Supernova. Esa es la idea del bis. El público, desde la primera tecla del piano que suena con la primera de las tres, termina de enloquecer. Esto era lo que buscaba. Esto era lo que merecíamos. La intensidad adolescente, el brit del britpop, una pandilla de ingleses desatados que te arrastran, todos poniendo nuestras vidas en las manos de un grupo, del mismo grupo, el que te inspira a coger la guitarrita y hacer malabarismos con los dedos para marcar el mi menor séptima con la que empieza Wonderwall, acorde que sólo utilizarás en tu vida para esa canción que, confieso, jamás quito cuando suena en la radio. 

El principio del fin del sueño comienza con un How many special people change? y termina con fuegos artificiales. Durante Champagne Supernova la gente empieza a abandonar el recinto, pero la mayoría nos quedamos clavados, en parte pegados al suelo físicamente por toda la cerveza vertida (la mitad de la que se vendió anoche en Wembley terminó sobre mí).

Pero con la despedida del concierto y el “See you down the road” de los Gallagher no termina la experiencia. Volver a casa después de un evento para mí siempre es el punto sobre el que pivota todo lo demás, el mayor dolor de cabeza. Aquí también sería una noche especial: después de leer mil trucos para llegar sana y salva de vuelta al este de Londres, decido no poner en práctica ninguno y unirme a la trashumancia. Estamos todos juntos en esto. Me llevo una procesión que huele a sudor, a cerveza, a humo, a alegría por todos los lados. Como si estuviéramos en una distopía, la gente que maneja el flujo de la masa usa el altavoz del móvil y un megáfono para que Champagne Supernova continúe sonando mientras vas camino del metro. En la zona techada en la que podría darte un ataque de pánico por la cantidad de gente que hay y lo estrecho del asunto, alguien comienza a cantar Half The World Away, toda la multitud le sigue cantando los 4 minutos completos, ayudando a que todo fluya. Por fin, en el vagón, más aire. Miro los pasos que he dado en el día: 27459. De repente, llaman a alguien a mi lado: su tono de móvil es el mismo que el de mi despertador. Abro mucho los ojos: ¿ha sido todo un sueño? ¿tengo que despertar? Pero cuelga, sin responder, mientras del vagón de al lado llega otra ola de canción, un Cast No Shadow tan real como lo que acaba de pasar.

Me queda una hora para llegar a casa. 

Pongo a cero el contador de horas para volver a ver a Oasis. 

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El concierto de Oasis el 2025 en Wembley no es el concierto que esperabas: es el concierto que merecías desde el primer momento. 

Muchas son las horas que he dedicado en mi vida a Oasis.

138.960 horas las que han pasado sin dar conciertos.

140.589 horas han pasado desde única vez que vi a la banda en directo. Hasta anoche. Les vi un mes antes de separarse, les he vuelto a ver un mes después de reconciliarse. 

No tuve suerte en la guerra de las entradas de ticketmaster (nunca la tengo), pero sí que la tuve en la ruleta de amigos que te tocan en la vida (siempre la he tenido). A falta de tres semanas, David (gracias, David) me contaba que no podía ir al concierto para el que tenía entrada. Y yo tenía libertad de movimiento.

Atravieso Londres de punta a punta hasta llegar a Wembley con muchas horas por delante. Salvo por los móviles y los vapers, la ciudad es la misma que imaginaba de adolescente, cuando todas queríamos ser británicas. Me cruzo con tanta gente con camisetas de la banda que empiezo a dudar de mi propio outfit. Si alguien ha ganado dinero con esta reunión han sido, claramente, Adidas y quien tenga la patente de los (terribilísimos) gorros de pescador. En el canal, una bici hundida. Llueve a ratos, pero es verano y en cada zona ajardinada alguien toma el sol. Todo parece un set de Danny Boyle. 

Consigo llegar sin muchas incidencias y busco un sitio para tomar algo antes de entrar con unos amigos que se han aventurado también a última hora. Los mismos amigos con los que vi a la banda en 2009.

Si estuviste en ese concierto del FIB de 2009 te llevaste, como nosotros, exactamente el concierto que esperabas: un Liam Gallagher absolutamente hastiado, parando el concierto mil veces, discutiendo con su sombra, desafinado literal y figuradamente. Un Noel Gallagher fiel imagen de la desidia, con la mirada de las mil yardas, seguramente gestando el fin de la banda.

El de 2025 no es el concierto que esperabas: es el concierto que merecías desde el primer momento. 

El universo se concentra de repente alrededor del estadio. Le doy la vuelta de reconocimiento entera. Todo el mundo sonríe y canta cualquier cosa que sale de los bares. Hasta Blur. Si alguien había intentado huir del setlist, está escrito en los escalones de uno de los accesos, de principio a fin. Todo el personal involucrado es muy amable: merchandising, seguridad, camareros. No me hagáis hablar de los baños.

Bajo a la pista, por fin. Soy la persona número 21938 en hacerlo, según la pulsera que me ponen. Richard Ashcroft (habrán vuelto a manufacturar esas gafas o increíblemente no las ha perdido en 30 años ¿?) hace de telonero perfecto: su banda tuvo en Bittersweet Simphony su one hit wonder pero el resto de las canciones de la banda generan el mismo fervor en el público, preparado ya para lo que sea. Por qué sólo canta UNA canción de las que tiene en solitario es algo que me gustaría preguntarle algún día, pero mi enfado se diluye por poder ver The Drugs Don’t Work, por fin, en directo. 

Richard termina y comienza la excitación por anticipación. Tengo que elegir el sitio definitivo en el que pueda ver (el escenario es bajísimo), se escuche, haya alegría pero no riesgo de muerte. Creo que lo encuentro: no soy ni la más vieja, ni la más joven, entre una pareja enamorada pero no empalagosa, dos pandillas de podrían salir en la guía de fifes’25 y rodeada de camisetas no Adidas, no Oasis: Fontaines D.C, Turnstile y Phoebe Bridgers. Este es mi sitio. 

A las 20:15 se desata la locura. Los hermanos salen -por contrato, he leído- de la manita, pero sin dirigirse la palabra. Eso sí, sonríen. Un poco, no os vayáis a creer. Obviamente, el concierto empieza con Hello.

A mi alrededor la gente, enloquecida, empuja para conseguir ir más hacia adelante. Mi Spritz y yo nos quedamos inmóviles sobre el pequeño altillo que hemos encontrado: a favor del pogo, en contra de matarse. Wembley suena como un tiro, lo tienen bien estudiado. A Liam se le escucha bien alto y, sin embargo, al público se le escucha aún más. Quiero pensar que Strepsils también habrá sacado tajada de este comeback. 

En esta primera parte del setlist hay un guiño a cómo viven los conciertos la GenZ: la iteración como nexo. Durante el concierto de Cardiff, el primero de la gira, Liam Gallagher pidió al público, justo antes de Cigarettes & Alcohol, que hicieran “The Poznan”. Recordad: el fútbol pasen los años que pasen, no es sólo un deporte, es todo lo que sucede alrededor. El Poznan es una celebración de los seguidores del Manchester City en la que, de espaldas al campo, saltan abrazados unos a otros. El Manchester City es, en realidad, el culpable de que todos estemos aquí en este momento. El tweet de Liam Gallagher el 10 de mayo de 2023 prometiendo una reunión de la banda si el equipo ganaba la Champions League es el culpable de que todos estemos aquí. Pep Guardiola, presente en el escenario en forma de cartón piedra a tamaño real, detrás de Noel es el culpable. El fútbol: culpable.

Yo estoy sola en la pista, pero uno de los fifes me agarra del hombro: c’mon. Así que yo hago lo mismo con una desconocida. Estamos lo suficientemente alante como para ver al resto del estadio hacer lo mismo. Se para el mundo en cada salto, en cada you gotta make it happen!, retumba todo un código postal. Puto fútbol. 

El setlist avanza, y nadie deja de cantar. Dedican Fade Away a los que han ido a verles por primera vez: mucha gente joven que probablemente no habían nacido cuando estaban en la cumbre levanta ahora la mano. El fútbol, siempre presente: Roll with it va para la selección inglesa femenina que acaba de arrebatarnos, digo, ganar la Eurocopa y cuyas jugadoras están en el público esta noche. Creo reconocer los acordes de The Importance of Being Idle cuando va una para la familia real pero no, es Half The World Away, oportunidad perdida ahí. No será la única vez que escuche la canción esa noche.

Porque ya ha caído la noche y todo gana en epicidad. La parte del set que Noel canta solo (unpopular opinion: muchas de las mejores canciones de Oasis —Half the world away, little by little— son las que canta él) es realmente emocionante: al abrigo de la oscuridad, todo el estadio enciende lo que en los 90 hubieran sido mecheros: el flash del móvil. 

La emoción se desborda, al menos en mi caso, cuando llegan a Stand By Me. Dedicada a “Rkid”, slang de Manchester para referirse a alguien muy muy cercano, en teoría de Liam para Noel. En la práctica, puedes elegir a quién pedirle que se quede contigo. Stand By Me es, quizá, una de las canciones que más he cantado en mi vida a solas. En mi cuarto de adolescente, en el coche, cuando nadie mira. Me quedo sin voz esta vez, atropellada por mis propios recuerdos. Pero esta vez no estoy sola, hay 89.999 personas cantándola por mí, si alguna me lee: gracias. Será un recuerdo que me acompañe hasta el fin de mi memoria.

Pero no hay tiempo para regodearse en sentimentalismos, siguen cayendo los hits, no dan un paso en falso. Liam saca las maracas y se enfada con quien le pide que le regale la pandereta (que equilibra sobre su cabeza durante todo el concierto, un halo petunio, de repente, le santifica): “dejad de pedirme la pandereta, qué os creéis ¿que estoy hecho de panderetas?” Esa respuesta de PADRE es la única que desvelará la edad real que tenemos todos ahora, y no la que teníamos entonces. Un saludo, por cierto, a la señora que coló una pandereta en el pantalón de su marido, espero que no le dieras mucho a la tabarra a los que tenías al lado aunque en su cabeza la idea fuese espectacular. 

Rock’n’roll Star supone el fin de la primera parte y me toca hacer desescalada de violencia evitando una pelea provocada por un comentario soez y machista (poca sorpresa aquí). Pero un Whatever apoteósico redime el momento y me hace mirar a la grada en busca de mis amigos: fue la canción que cerró su boda. Nadie pide otra canción. Nadie se enfada porque haya acabado, el guion está escrito por todas partes y en menos de 10 minutos salen de nuevo para la traca final. 

Encadenar Don’t Look Back in Anger - Wonderwall - Champagne Supernova. Esa es la idea del bis. El público, desde la primera tecla del piano que suena con la primera de las tres, termina de enloquecer. Esto era lo que buscaba. Esto era lo que merecíamos. La intensidad adolescente, el brit del britpop, una pandilla de ingleses desatados que te arrastran, todos poniendo nuestras vidas en las manos de un grupo, del mismo grupo, el que te inspira a coger la guitarrita y hacer malabarismos con los dedos para marcar el mi menor séptima con la que empieza Wonderwall, acorde que sólo utilizarás en tu vida para esa canción que, confieso, jamás quito cuando suena en la radio. 

El principio del fin del sueño comienza con un How many special people change? y termina con fuegos artificiales. Durante Champagne Supernova la gente empieza a abandonar el recinto, pero la mayoría nos quedamos clavados, en parte pegados al suelo físicamente por toda la cerveza vertida (la mitad de la que se vendió anoche en Wembley terminó sobre mí).

Pero con la despedida del concierto y el “See you down the road” de los Gallagher no termina la experiencia. Volver a casa después de un evento para mí siempre es el punto sobre el que pivota todo lo demás, el mayor dolor de cabeza. Aquí también sería una noche especial: después de leer mil trucos para llegar sana y salva de vuelta al este de Londres, decido no poner en práctica ninguno y unirme a la trashumancia. Estamos todos juntos en esto. Me llevo una procesión que huele a sudor, a cerveza, a humo, a alegría por todos los lados. Como si estuviéramos en una distopía, la gente que maneja el flujo de la masa usa el altavoz del móvil y un megáfono para que Champagne Supernova continúe sonando mientras vas camino del metro. En la zona techada en la que podría darte un ataque de pánico por la cantidad de gente que hay y lo estrecho del asunto, alguien comienza a cantar Half The World Away, toda la multitud le sigue cantando los 4 minutos completos, ayudando a que todo fluya. Por fin, en el vagón, más aire. Miro los pasos que he dado en el día: 27459. De repente, llaman a alguien a mi lado: su tono de móvil es el mismo que el de mi despertador. Abro mucho los ojos: ¿ha sido todo un sueño? ¿tengo que despertar? Pero cuelga, sin responder, mientras del vagón de al lado llega otra ola de canción, un Cast No Shadow tan real como lo que acaba de pasar.

Me queda una hora para llegar a casa. 

Pongo a cero el contador de horas para volver a ver a Oasis. 

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