Sé que puede sorprender, teniendo en cuenta los autores que he ido mencionando en éstas páginas (muy anagramita, libro amarillito etc), que ahora hable del bueno de Dumas. Sin embargo, creo que me lo debo a mi yo de diez años, y a poca gente tengo en más alta estima.
Porque todo el mundo debería leer El conde de Montecristo. Dentro de que es un libro muy conocido y que todo el mundo conoce el inicio del libro (el famoso fingimiento de la muerte para poder huir del Castillo de If, el abad Faria y el saco en el mar), casi nadie sabe que eso es, no sé, tal vez el 5%-10% de la novela. En el resto se consuma una de las venganzas más espectaculares, refinadas y mejor contadas de la historia de la literatura, resultando verdaderamente increíble como Edmundo Dantés va arrinconando a las ratas sarnosas que lo han traicionado. Es una novela sobre la revancha social, la impostura, el rencor y la vergüenza; no es en absoluto un libro de "acción".
La venganza es digna de un capítulo de Succession o de House of Cards, y es de veras increíble leer como va cazando a los desleales. Comienza por el desgraciado de Fernand, quien le traicionó para arrebatarle a su prometida y se acaba suicidando, sigue por De Villefort, el fiscal corrupto que lo manda a prisión y que acaba loco perdido después de enterarse que su bebé había sido enterrado vivo y casi termina con Danglars, el banquero corrupto que es capturado por bandidos que le despojan de sus riquezas. Sin embargo, trata de favorecer, sin éxito, la salvación de Caderousse, siendo este último tal vez el más interesante, ya que, aunque no tuvo un papel tan activo como los tres anteriores, sí fue cómplice y por eso le da una oportunidad (que él desaprovecha). Además, qué final: "¿no acaba de decirnos que la sabiduría humana se encierra toda ella en estas dos palabras?: ¡Confiar y esperar!"
Porque me descubrió el placer de la lectura. Yo fui un niño muy lector (y ahora un adulto que conserva el buen hábito), alimentado en buena parte por mi padre, por mis tías y por mis abuelos. Pese a que mi infancia estuvo plagada de buenos libros, cuando buceo en mi memoria de esos años, siempre se me viene a la mente el mismo: Los tres mosqueteros. Además de enseñarme muchas cosas y de prepararme para la vida en muchos aspectos, me ha dejado frases y sensaciones que aún recuerdo a día de hoy.
La primera cosa que me enseñó es bastante dramática, y se viene spoiler (se publicó hace así 200 años así que tranquilicémonos todos), y es que el mundo es un lugar frío, cruel y desagradable. No destripo los motivos de por qué lo hacen, pero el libro concluye con los cuatro (porque son cuatro) mosqueteros persiguiendo a Milady, y ahorcándola. Es decir, además de tomarse la justicia por su mano de la manera más prosaica y expeditiva, se trata de cuatro hombres que persiguen a una indefensa (aunque quien haya leído el libro sabrá perfectamente que Milady es de todo menos indefensa) mujer, cometen un crimen terrible y la dejan colgada de un árbol. A mi yo de 10 años le pareció lo más justo del mundo mundial y a mi yo de 27 le parece, cuanto menos, una muerte merecida.
Digo esto, que se que suena mal, para tratar de transmitir el inmensísimo poder de la literatura y especialmente, el impacto que puede tener en una mente en desarrollo. El asesinato de Milady es sin duda una cosa terrible, por los elementos arriba mencionados y, sin embargo, no conozco a nadie que se haya leído el libro y que no afirme de manera rotunda que es una muerte justa. El joven lector que, con la luz tenue para que sus padres no le manden a dormir, lee esas palabras, se plantea cosas que le impactan y remueven y, en definitiva, lo transforman (aún recuerdo mi angustia ante la debilidad del pobre Felton, ante la inmensidad de la tristeza de Athos o al terror de la reina). Si para bien o para mal, eso ya no lo sé, pero es estupendo para una sociedad que un crío se haga preguntas, reflexione sobre temas complejos y no esté todo el puto día pegado a la pantalla del móvil.
La segunda cosa que me enseñó es mucho más normal y menos sádica. Se trata de la respuesta de Porthos, noble bruto amigo de D'Artagnan e integrante de los tres mosqueteros, cuando se le pregunta acerca de por qué se va a ver involucrado en un duelo en el que podrá morir: "Me bato porque me bato". Encapsula de manera perfecta una actitud vital que me parece que define una parte importante de cómo veo el mundo y de cómo creo que deberían funcionar muchas cosas que tachamos de complejas, cuando realmente no lo son. Hay veces en la vida que no hay obligación ni justificación, simplemente hay que batirse porque toca, porque hay que hacerlo y porque no hacerlo sería indigno. No me refiero a batirse en el plano físico, si no a rebelarse, a luchar, a no dejarse llevar por la corriente y a no ver la vida desde el asiento del copiloto.
Porque también tuvo una vida interesantísima. Disfrutó de una muy cercana inspiración en la figura de su padre, el Conde Negro, nacido en Haití y conocido por ser uno de los mejores espadachines de su época y un soldado tan notable que le erigieron una estatua (la cual fue destruida por los nazis en la ocupación de París). Varios historiadores han llegado a la conclusión de que Dumas se basó en sus aventuras para escribir algunas de sus novelas y, siendo como soy una persona que admira a su padre, me parece un homenaje precioso. En lo que respecta a su vida adulta, Alejandro tuvo una merecida fama y fortuna, y aunque además de novelas escribió muchas obras de teatro, libros de viajes e incluso una recopilación de recetas (su último libro, publicado a título póstumo es el Gran diccionario de cocina), una cosa que me parece graciosísima es que tuviese que vender su castillo para pagarle la pensión a la conocida actriz de la que se separó. En lo monetario, pese a las auténticas fortunas que ganó, estuvo siempre endeudado porque vivía como un auténtico campeón, montaba negocios que le iban fatal y siempre mantuvo a un montón de bastardos, amantes y amigas. Además, antes no había ninguna empresa pública en la que enchufar a las colegas, por lo que los pisitos salían del bolsillo de cada uno. Tiempos complejos, soy consciente, ahora es todo facilísimo.
Para cerrar su faceta personal y aunque suene a mentira, fue amigo personal de Garibaldi, al que ayudó a comprar armas para la Unificación, gesto que éste le agradeció nombrándole Jefe de Excavaciones y Museos de Nápoles.
Porque aunque no lo haga nadie, hay que leer la segunda y tercera parte de las aventuras de los mosqueteros, que son Veinte años después y El vizconde de Bragelonne (en este se encuentra la historia de El hombre de la máscara de hierro). Son también estupendos, aunque me cuesta pensar en ellos sin sentir esa congoja por las historias que se acaban y que describía la perfección Michael Ende en La historia interminable (otro libro imprescindible de mi infancia) "Quien no haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había recorrido tantas aventuras… y sin cuya compañía la vida le parecía vacía y sin sentido."
Porque sigue de actualidad. Pese a que en la época fuese un escritor de lo que se conoce como "literatura folletinesca", sus novelas se publicasen por entregas, cobrase por línea y sea famosa la historia de su funeral, en el cual se dieron encuentro varios de sus negros, no sé si es por los mosqueperros, por la gran cantidad de películas que se han hecho y se siguen haciendo sobre sus novelas o por los disfraces de Carnaval, sigue siendo tremendamente conocido. Tiene dos libros verdaderamente notables, que no son otros que Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo, aunque haya publicado más de 300. Estas dos novelas le han bastado para ocupar un puesto orgulloso y merecido en la historia de la literatura universal, para ser uno de los autores más conocidos de todos los tiempos y, en definitiva, a trascender. Sin querer hacer comparaciones absurdas, ya les gustaría a Balzac, Stendhal o Flaubert (por citar compatriotas contemporáneos) tener a D'Artacán como perro que guarde como fiereza su memoria e impida que el paso del tiempo haga que nos olvidemos que un joven gascón se subió en 1625 a un caballo amarillo del que no permitía que nadie se burlase, llevando el florete de su padre y una carta de recomendación para de Tréville, capitán de los mosqueteros del Rey.
Porque yo no sería quien soy a día de hoy sin D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramis. Por ello, los considero buenos amigos, les guardo siempre un lugar en mi mesa y desde mi humilde atalaya, recomiendo firmemente que leáis a Alejandro Dumas. Aún mejor, además de leerlo, regaládselo a vuestros hijos, primos y hermanos pequeños. Quien sabe, tal vez hasta reflexionen, como hice yo, y acercándose peligrosamente a los 30 años sigan diciendo en su interior "Me bato porque me bato".