Una boda es una boda

Eso de que haya que entretener al público, ofrecer momentos “wow” y sorprender me da pena. Por favor, si te casas, cásate por amor y no por tus invitados

Estimados lectores, es un hecho innegable: mayo ha desplegado sus encantos florales y, con él, queda oficialmente inaugurada la temporada de las BBC —bodas, bautizos y comuniones—, el desfile de encajes, promesas eternas y opulentas pretensiones por excelencia. Ajusten sus corsés, afiancen sus sombreros y no olviden el monóculo... porque el gran teatro de las bodas y por ende, de la sociedad, ha levantado el telón. 

Estoy en esa peligrosa edad en la que cualquier quedada es susceptible de ser un anuncio: hay que estar preparada para bodas, años sabáticos y bebés. Todo vale. Sin embargo, las primeras se llevan el oro, tanto así que cada vez que veo, me entero o me invitan a una, en mi cabeza retumba la clásica preguntita que me da hasta rabia formular: ¿me he hecho mayor o es que se está casando todo el mundo? 

Mayo es por antonomasia el mes de dichos eventos y si una cosa tengo clara es que nos hemos vuelto locos. ¿Es que ya no hay bodas normales? Desde hace años, las bodas son los nuevos cumpleaños y el haber leído las palabras “concepto creativo” seguidas de “de nuestra boda”, ha provocado en mí la necesidad de hablar sobre este tema, porque sí. Hay que hablar de las bodas. 

Que haya conceptos creativos en campañas de publicidad, redes sociales o eventos corporativos es algo a lo que estoy acostumbrada por oficio. En los cumpleaños puedo llegar a entenderlo —no deja de ser una temática— pero en bodas no, ni hablar del peluquín. 

Una boda es una boda, punto. Y lo digo así, tajantemente, porque me da la sensación de que se nos ha olvidado. Según tengo entendido, ya sea religiosa o no, las bodas son una celebración del amor. Celebramos que hay dos personas en este plagado-de-gente mundo, que aún teniendo mil y una opciones, se eligen y se elegirán, en principio, para siempre. Es su día. Por tanto, lo de preocuparse de que los invitados tengan la mejor noche de su vida, debería de ser ridículo. 

El problema de las bodas empieza antes de las bodas. Mucho antes de hecho. Desde las pedidas ultra elaboradas, pasando por las horteradas que se organizan como despedida de soltera con viajes a lugares remotos cuando el resto de los mortales trabajamos, hasta el día de la boda que pone el broche final a todas las sandeces posibles bajo una misma narrativa. 

Toda esta pompa, por eso, no es nueva. La revista HOLA! lleva siglos alimentándola y, de hecho, he sido su fiel lectora en peluquerías y sucedáneos. Pero en ese caso, la opulencia de la aristocracia la he percibido siempre como una ostentación coherente con el entorno y, sobre todo, alejada de mi realidad. Sin embargo, poder verlo ahora tan de cerca y en mi propio teléfono lo hace un tanto irritante. Las bodas enganchan. Esto es así. Es un contenido que es grato de ver, queremos saber qué llevaba la novia, si el novio lloró y hasta las caras de la suegra, pero nuestro afán por el cotilleo tiene dos consecuencias directas: la desnaturalización de los sentimientos y el engrandecimiento de la pelota. 

Tanto es así, que hace un tiempo vi que existía la figura del Wedding Content Creator. Éramos pocos y parió la abuela. Una persona única y exclusivamente dedicada a capturar momentos de tu día más especial en vertical, por supuesto. Contenido listo para publicar en las 24 horas siguientes de tu enlace, porque no tienes nada mejor que hacer, claro. Es lo mismo de siempre, querer compartir, enseñar, lucir, mostrar cuanto más rápido y más todo, mejor. Y aquí es cuando entiendo que el foco han dejado de ser los novios, cuánto se quieren, las ganas que tienen de ser una familia o su amor. Lo importante es el show

En una boda de lo que hay que asegurarse es que los novios sean los felices protagonistas, que la comida sea decente y la música esté bien pinchada. Y poco más, el resto son extras. 

Eso de que haya que entretener al público —que no a los invitados—, ofrecer momentos “wow” y sorprender me da pena. Me da pena que se paguen las cantidades ingentes de dinero que vale una boda sólo para enseñarle al mundo que hoy te casas. Que ojo, todo esto no es un ataque a los casamientos como tal, al contrario, con esto quiero romper una lanza a favor de casarse, quererse y celebrar, siempre entendiendo dicho rito con el amor como eje vertebral, para que siga teniendo sentido. 

Justo durante la gestación de este artículo, escuché el podcast de Tómatelo con Vino en el que entrevistaban a la wedding planner de Martina Por el Norte. Es gratificante y reafirmante ver cómo voces reconocidas del sector, así como Cristina Ruiz Montesinos de Casilda se Casa opinan parecido: las bodas, son bodas, y cualquier cosa que se desvíe y se haga por y para la apariencia, hace que se desvirtúe su propósito. 

Así que por favor, si te casas, cásate por amor y no por tus invitados. Todos sabemos distinguir lo auténtico de lo impostado, el gesto de ternura de la pose forzada y la sonrisa fingida. Una boda es una boda, ya es lo suficiente especial como para cubrirla con el jaez de la impostura. No hace falta que tires cohetes, que tengas un cañón de confeti, ni que parezca un espectáculo, basta con que sea honesta, que lo que brille, sean los novios y poco más. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

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Costumbres

Una boda es una boda

Eso de que haya que entretener al público, ofrecer momentos “wow” y sorprender me da pena. Por favor, si te casas, cásate por amor y no por tus invitados

Estimados lectores, es un hecho innegable: mayo ha desplegado sus encantos florales y, con él, queda oficialmente inaugurada la temporada de las BBC —bodas, bautizos y comuniones—, el desfile de encajes, promesas eternas y opulentas pretensiones por excelencia. Ajusten sus corsés, afiancen sus sombreros y no olviden el monóculo... porque el gran teatro de las bodas y por ende, de la sociedad, ha levantado el telón. 

Estoy en esa peligrosa edad en la que cualquier quedada es susceptible de ser un anuncio: hay que estar preparada para bodas, años sabáticos y bebés. Todo vale. Sin embargo, las primeras se llevan el oro, tanto así que cada vez que veo, me entero o me invitan a una, en mi cabeza retumba la clásica preguntita que me da hasta rabia formular: ¿me he hecho mayor o es que se está casando todo el mundo? 

Mayo es por antonomasia el mes de dichos eventos y si una cosa tengo clara es que nos hemos vuelto locos. ¿Es que ya no hay bodas normales? Desde hace años, las bodas son los nuevos cumpleaños y el haber leído las palabras “concepto creativo” seguidas de “de nuestra boda”, ha provocado en mí la necesidad de hablar sobre este tema, porque sí. Hay que hablar de las bodas. 

Que haya conceptos creativos en campañas de publicidad, redes sociales o eventos corporativos es algo a lo que estoy acostumbrada por oficio. En los cumpleaños puedo llegar a entenderlo —no deja de ser una temática— pero en bodas no, ni hablar del peluquín. 

Una boda es una boda, punto. Y lo digo así, tajantemente, porque me da la sensación de que se nos ha olvidado. Según tengo entendido, ya sea religiosa o no, las bodas son una celebración del amor. Celebramos que hay dos personas en este plagado-de-gente mundo, que aún teniendo mil y una opciones, se eligen y se elegirán, en principio, para siempre. Es su día. Por tanto, lo de preocuparse de que los invitados tengan la mejor noche de su vida, debería de ser ridículo. 

El problema de las bodas empieza antes de las bodas. Mucho antes de hecho. Desde las pedidas ultra elaboradas, pasando por las horteradas que se organizan como despedida de soltera con viajes a lugares remotos cuando el resto de los mortales trabajamos, hasta el día de la boda que pone el broche final a todas las sandeces posibles bajo una misma narrativa. 

Toda esta pompa, por eso, no es nueva. La revista HOLA! lleva siglos alimentándola y, de hecho, he sido su fiel lectora en peluquerías y sucedáneos. Pero en ese caso, la opulencia de la aristocracia la he percibido siempre como una ostentación coherente con el entorno y, sobre todo, alejada de mi realidad. Sin embargo, poder verlo ahora tan de cerca y en mi propio teléfono lo hace un tanto irritante. Las bodas enganchan. Esto es así. Es un contenido que es grato de ver, queremos saber qué llevaba la novia, si el novio lloró y hasta las caras de la suegra, pero nuestro afán por el cotilleo tiene dos consecuencias directas: la desnaturalización de los sentimientos y el engrandecimiento de la pelota. 

Tanto es así, que hace un tiempo vi que existía la figura del Wedding Content Creator. Éramos pocos y parió la abuela. Una persona única y exclusivamente dedicada a capturar momentos de tu día más especial en vertical, por supuesto. Contenido listo para publicar en las 24 horas siguientes de tu enlace, porque no tienes nada mejor que hacer, claro. Es lo mismo de siempre, querer compartir, enseñar, lucir, mostrar cuanto más rápido y más todo, mejor. Y aquí es cuando entiendo que el foco han dejado de ser los novios, cuánto se quieren, las ganas que tienen de ser una familia o su amor. Lo importante es el show

En una boda de lo que hay que asegurarse es que los novios sean los felices protagonistas, que la comida sea decente y la música esté bien pinchada. Y poco más, el resto son extras. 

Eso de que haya que entretener al público —que no a los invitados—, ofrecer momentos “wow” y sorprender me da pena. Me da pena que se paguen las cantidades ingentes de dinero que vale una boda sólo para enseñarle al mundo que hoy te casas. Que ojo, todo esto no es un ataque a los casamientos como tal, al contrario, con esto quiero romper una lanza a favor de casarse, quererse y celebrar, siempre entendiendo dicho rito con el amor como eje vertebral, para que siga teniendo sentido. 

Justo durante la gestación de este artículo, escuché el podcast de Tómatelo con Vino en el que entrevistaban a la wedding planner de Martina Por el Norte. Es gratificante y reafirmante ver cómo voces reconocidas del sector, así como Cristina Ruiz Montesinos de Casilda se Casa opinan parecido: las bodas, son bodas, y cualquier cosa que se desvíe y se haga por y para la apariencia, hace que se desvirtúe su propósito. 

Así que por favor, si te casas, cásate por amor y no por tus invitados. Todos sabemos distinguir lo auténtico de lo impostado, el gesto de ternura de la pose forzada y la sonrisa fingida. Una boda es una boda, ya es lo suficiente especial como para cubrirla con el jaez de la impostura. No hace falta que tires cohetes, que tengas un cañón de confeti, ni que parezca un espectáculo, basta con que sea honesta, que lo que brille, sean los novios y poco más. 

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