124 huecos, Begoña Méndez (HyO, 2024)

Este texto abre el camino a la literatura del siglo XXII y no sólo lo abre sino que lo deja pavimentado. Es tan cristalino que transparenta la sucia y dolorosa realidad, el propio cuerpo herido.

“La literatura es el arte no enunciar nunca lo que se dice”

El silencio de las sirenas, Franz Kafka

Este es un libro inmaculado, de una precisión difícil de comprender, una claridad que deslumbra. No es fácil asumir sus palabras, ni tener aliento suficiente para adentrarse en sus huecos, tan breves y concretos. Esta podría ser la primera obra maestra, al menos en España, del recién fundado género del fragmento.

En la primera lectura me pareció una prosa fácil de reflexiones sencillas; en tanto me superaba este texto en elevación, profundidad, novedad y arcaísmo. Este libro circunda un misterio que se remonta a los oscuros orígenes de los tiempos y se proyecta hacia el futuro infinito del cosmos, y en el centro del misterio hay un sacrificio, un cuerpo, dolor, es un texto sagrado y sacrílego, hecho de carne y levedad.

Este texto abre el camino a la literatura del siglo XXII y no sólo lo abre sino que lo deja pavimentado.

¿En qué consiste la radicalidad, altura y misterio de este texto? No voy a saber señalarlo, hace ya meses que lo leí, he vuelto a él en muchas ocasiones, lo he releído hoy. ¿Por qué la poesía de Emily Dickinson es sublime y corta la piel? ¿Por qué es Borges un buen cuentista? No es fácil decirlo.

Intuyo en 124 huecos la figura y el misterio. La extensión y ruptura de este tiempo nuestro —la ruina diría Walter Benjamin; la figura —el dispositivo, le llama Giorgio Agamben— que sirve como objeto vacío o proceso o forma que en el texto se encarna en una reflexión y una evidencia al mismo tiempo de la inmediata actualidad radical y la ancestral verdad antropológica; en cuanto al misterio, palabra cristiana por antonomasia, la referencia es evidente y explícita por parte de la autora —es Simon Weil, la mística marxista, la filosofía deseante, la pensadora del mañana, la que guía la reflexión materialista y pura del texto, de compromiso social-corporal y trascendencia estética. Si a esto le sumamos las articulaciones sintáctico-conceptuales de Paul B., la escritura de los cuerpos tristes, amorosos, violentados, gozantes de la mujer en la sociedad que la violenta y su autoconciencia tan reflexiva como sensitiva, y la gran belleza y nostalgia del cine de Sorrentino y Tarkovski, quizá vislumbremos algo de lo que este texto nos enseña a ver, si atendemos —lo más difícil de ver, los huecos.

No sé por qué se levanta este texto sólido, de piedra, pero piedra viva, hecho de huecos, y no se queda en un vacío surtido de anécdotas breves e ideas al aire. No sé cuál es la tesis, creo que no la hay porque es pensamiento profundo y atento, por escrito. Sí sé que es el libro del futuro, la literatura que viene, o que ojalá venga —seguro la literatura que quedará.

No tengo más que decir. Es un texto tan perfecto, tan cristalino que transparenta la sucia y dolorosa realidad, el propio cuerpo herido, que se ve como por primera vez leído en estas páginas, pero es tan difícil comprenderlo, —¿qué significa comprender un texto?—, saber qué has leído, entender cómo hizo, cómo pudo sintetizarse, hacerse texto este milagro profano.

Quien quiera saber de qué va que lea la sinopsis. Quien quiera una experiencia de lectura trascendente que lo lea.

48

Hasta el siglo VI, los pecados capitales fueron ocho; con el papa romano Gregorio Magno, la tristeza pasó a considerarse una modalidad de la pereza. Los problemas se redujeron a siete. Diluida en la abulia, la melancolía fue negada como fuerza transgresora.

La nueva taxonomía le arrebató a la tristeza su cualidad disidente, su condición esencial de pasión que moviliza la inquietud de estar vivo.

124 huecos, Begoña Méndez (HyO, 2024, p. 46).

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124 huecos, Begoña Méndez (HyO, 2024)

Este texto abre el camino a la literatura del siglo XXII y no sólo lo abre sino que lo deja pavimentado. Es tan cristalino que transparenta la sucia y dolorosa realidad, el propio cuerpo herido.

“La literatura es el arte no enunciar nunca lo que se dice”

El silencio de las sirenas, Franz Kafka

Este es un libro inmaculado, de una precisión difícil de comprender, una claridad que deslumbra. No es fácil asumir sus palabras, ni tener aliento suficiente para adentrarse en sus huecos, tan breves y concretos. Esta podría ser la primera obra maestra, al menos en España, del recién fundado género del fragmento.

En la primera lectura me pareció una prosa fácil de reflexiones sencillas; en tanto me superaba este texto en elevación, profundidad, novedad y arcaísmo. Este libro circunda un misterio que se remonta a los oscuros orígenes de los tiempos y se proyecta hacia el futuro infinito del cosmos, y en el centro del misterio hay un sacrificio, un cuerpo, dolor, es un texto sagrado y sacrílego, hecho de carne y levedad.

Este texto abre el camino a la literatura del siglo XXII y no sólo lo abre sino que lo deja pavimentado.

¿En qué consiste la radicalidad, altura y misterio de este texto? No voy a saber señalarlo, hace ya meses que lo leí, he vuelto a él en muchas ocasiones, lo he releído hoy. ¿Por qué la poesía de Emily Dickinson es sublime y corta la piel? ¿Por qué es Borges un buen cuentista? No es fácil decirlo.

Intuyo en 124 huecos la figura y el misterio. La extensión y ruptura de este tiempo nuestro —la ruina diría Walter Benjamin; la figura —el dispositivo, le llama Giorgio Agamben— que sirve como objeto vacío o proceso o forma que en el texto se encarna en una reflexión y una evidencia al mismo tiempo de la inmediata actualidad radical y la ancestral verdad antropológica; en cuanto al misterio, palabra cristiana por antonomasia, la referencia es evidente y explícita por parte de la autora —es Simon Weil, la mística marxista, la filosofía deseante, la pensadora del mañana, la que guía la reflexión materialista y pura del texto, de compromiso social-corporal y trascendencia estética. Si a esto le sumamos las articulaciones sintáctico-conceptuales de Paul B., la escritura de los cuerpos tristes, amorosos, violentados, gozantes de la mujer en la sociedad que la violenta y su autoconciencia tan reflexiva como sensitiva, y la gran belleza y nostalgia del cine de Sorrentino y Tarkovski, quizá vislumbremos algo de lo que este texto nos enseña a ver, si atendemos —lo más difícil de ver, los huecos.

No sé por qué se levanta este texto sólido, de piedra, pero piedra viva, hecho de huecos, y no se queda en un vacío surtido de anécdotas breves e ideas al aire. No sé cuál es la tesis, creo que no la hay porque es pensamiento profundo y atento, por escrito. Sí sé que es el libro del futuro, la literatura que viene, o que ojalá venga —seguro la literatura que quedará.

No tengo más que decir. Es un texto tan perfecto, tan cristalino que transparenta la sucia y dolorosa realidad, el propio cuerpo herido, que se ve como por primera vez leído en estas páginas, pero es tan difícil comprenderlo, —¿qué significa comprender un texto?—, saber qué has leído, entender cómo hizo, cómo pudo sintetizarse, hacerse texto este milagro profano.

Quien quiera saber de qué va que lea la sinopsis. Quien quiera una experiencia de lectura trascendente que lo lea.

48

Hasta el siglo VI, los pecados capitales fueron ocho; con el papa romano Gregorio Magno, la tristeza pasó a considerarse una modalidad de la pereza. Los problemas se redujeron a siete. Diluida en la abulia, la melancolía fue negada como fuerza transgresora.

La nueva taxonomía le arrebató a la tristeza su cualidad disidente, su condición esencial de pasión que moviliza la inquietud de estar vivo.

124 huecos, Begoña Méndez (HyO, 2024, p. 46).

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